sábado, 30 de diciembre de 2017
El nexo y las citas
+ Durante los días de la Navidad la gente se reúne: compañeros de trabajo, viejos amigos, familiares. Los ves en los bares, las alegres compañías que afirman que el vino es un alimento: sonríen. Ese vino peleón, a granel, con la humildad de la cosecha reciente, que hierve en la mano y él le da dos sorbos ausentes. Está feliz y yo lo celebro en el silencio de mi conversación. Ahora escribo y en la lejanía suena una guitarra renacentista: serena, templada, en la sabiduría de lo bien cuajado. Un día lo reconocí y hoy no lo recuerdo. Sus hijos, su mujer, su hogar, el automóvil, la gran colocación en la administración pública. Para mí es un retrato a la manera de las tablas flamencas, el perfil de un funcionario satisfecho con la vida alcanzada. Todo casa con perfección en la reuniones navideñas. Atuendo, maneras y posición. La Navidad tiene mucho de balance, de un cuadrar las cuentas y llegar a la suma cero, pero, también, a lo patente de lo transitorio. Nos vamos y no me despido de él, en su ocupación resuelve el viento con un giro de la mano que indica que es un hombre cargado de razón, la razón del procedimiento y el pensar sensato: un poco de lectura, un algo de futbol, lo otro de la paradoja, la independencia de aquella región de España no es soportable, los toros son un arte que tanta poesía y pintura reflejan, los bailes en el casino no se deben obviar, y la provincia, y el chaquetón, y la calvicie. Caspa en los hombros, caspa en el corazón. Todo, ay, un retrato de la provincia, en la tabla flamenca: minucioso el óleo sobre tabla.
+ «… vive con soledad entre la gente / y a solas en sabrosa compañía» Conde de Villamedina, soneto amoroso de la edición de la poesía completa de 1635.
+ «L’enfant voit tout en nouveauté, il est toujours ivre» Baudelaire, recogido en una cita de Experiencia estética y hermenéutica literaria, Hans Robert Jauss.
+ «¿Qué sería del arte en tanto que escritura de la historia, si se desembarazase del recuerdo del sufrimiento acumulado?» Teoría estética, T. Adorno.
+ Las tres citas anteriores provienen de las lecturas del momento. Forman un nexo que tiene que ver con la necesidad de una identidad individual, desmarcada de fantasmagóricas quimeras nacionalistas que invaden molestamente la actualidad informativa, como un veneno se han esparcido y ya no soporto su presencia, ese es el desagrado o asco que aportan. Los he visto por la calle, los he escuchado con paciencia, los he sufrido en la proximidad. Silencio su voz y los mantengo lejos. Vuelvo a ver la pintura de D. Hockney y es ahí donde podría permanecer durante una temporada, en esa ilusión de personalidad, porque me traslada a una identidad débil y móvil. Yo no soy nada, a ningún lugar pertenezco, salvo a la tierra misma, a mi humanidad (pues humanidad y humus se hermanan en la etimología: somos humanos porque hemos de regresar a la tierra, una tierra que enmudece y que no habla ninguna lengua, pues es el silencio su más exacta realidad; esto soy y no el pueblo, soy muerte).
+ Tomo el libro que cogí en la biblioteca: Ensayos críticos de R. Barthes. Cojo la goma de borrar y elimino los subrayados a lápiz que alguien hizo en el libro, hace tiempo, probablemente. Una medida higiénica. ¿Quién es nadie para maltratar el libro de la biblioteca? Condicionar la lectura de los otros debería estar penado. Cada subrayado hiere la libertad del lector, su autonomía. Si se quiere subrayar, se debe pagar el libro. Sí, creo que es delictivo el subrayar o maltratar los libros de las bibliotecas.
+ El aroma del café a las seis y media de la mañana no es un regalo, es la vida en sí misma. Cómo se ha depurado la técnica hasta llegar aquí, su manera de inundar la casa en muy superior a cualquier cachivache de la última hora. Los granos, la molienda, el agua que hierve, ese polvo fino y compacto, el vapor que se desprende, la oscura realidad de su líquido existir. Aquí hay más verdad que en todos los periódicos del día. Abro la tableta, la cierro, dejo que una emisora musical generalista francesa me acompañe. El pan, el café, mis pastillas. Todos los ritos se resumen en el comienzo del día, busco una frase y desisto. Venenos, libaciones, adelantamientos, rebasar una gasolinera, todo se abre como una flor que a la noche se habrá de cerrar. La música viene desde la Alondra, que en francés (…) El sentido se impone, es viernes, un león me espera en cada esquina, me saludará y yo corresponderé: es la vida en su amplitud. No hay cita en esta ocasión, sino el aroma del café a las seis y media de la mañana.
+ Imagen: la patinadora en los desniveles y rampas de A Casa da Música, Oporto. Hay una correlación entra la perfección de sus movimientos y la belleza de la mañana, el café y la conversación. Diciembre no es un mes inferior.
sábado, 23 de diciembre de 2017
Desbordamientos [Spillover]
+ [Identidad]: busco que la idea de mí mismo se vea nutrida de los viajes que hacemos al otra lado del Miño. Los viajes a Oporto, por ejemplo. Como si se pudiese prolongar una manera de ser y de estar. La construcción de la persona transita por las afinidades electivas: un ámbito en constante construcción, un contexto que se eleva sobre lo dado. No es fácil, pero tiene una elegancia expositiva que contrasta con aquello que deseamos mantener a un lado. ¿Por qué no sumarse a un estilo más europeo donde tengan cabida nuestras ansias e intenciones, tamizadas por los años de lecturas, de deserciones y asunciones? El desbordamiento [spillover] nominalista que encabeza la entrada es el resultado del último viaje a Oporto, de la lectura de un libro de divulgación sobre la UE escrito por Eugénia da Conceiçao (O futuro da União Europeia) y de las conversaciones a bordo de nuestro Škoda (aka: Crazy Horse) sobre los viajes que hemos realizado y como lo europeo nos ha cambiado en las últimas décadas. Mientras esperaba para que me cortasen el pelo, en el libro de E. de C. encontré una idea que volaba desde tiempo atrás: una posible identidad transnacional. Debo indagar, pues todavía su estado es sumamente pobre, pero encuentro cierta identificación con la posibilidad de sentir la Península Ibérica como un cúmulo de posibilidades con una expansión al resto de Europa. Lecturas, periódicos, viajes, conversaciones, la intención de una comunidad de lectores que se unen en un invisible hilo representado por librerías, bibliotecas y cafés.
+ Retratos fuera de foco: son escritores, lingüistas, poetas, gacetilleros, periodistas, ensayistas, arcanos redactores de ministerios lúgubres en el vapor de los siglos, ya en el olvido. Los veo y no me hago preguntas. Se adivinan sus rostros, pero son solamente una insinuación y no permiten una segura identificación. A fuera llueve y pienso en Oviedo y en Gijón, más en Gijón que en Oviedo. El mar, un café, el Elogio del Horizonte, bicicletas, balandros que agita el viento, aburridos surfistas en el corazón de sus habitaciones: vídeos, guitarras y electricidad. El sentido de la tarde es su falta de sentido en la acumulación de libros sobre la cama, libros que se deben leer con atención y lápiz afilado, un portaminas tal vez. La lluvia repiquetea contra el cristal y le hace competencia al implacable reloj de pared que he colocado para saber siempre cuánto me queda. ¿Cuánto me queda? A continuación el imponderable dibuja la sonrisa del gato que desaparece, la sonrisa que flota. Los retratos fuera de foto tienen debajo el hombre y el oficio. Reconstruyo esas biografías y pienso en que Gijón me gusta, pero ahora no estoy allí. Conducir en Portugal es arriesgado, pero me gusta el país. Volveré a Oporto, volveré por esa autovía y saludaremos al paisaje y a las áreas de servicio: café aguado, natas y un vaso de agua. Tantas veces, tantas otras veces.
+ [De Barthes a Saenredam]: voy a la biblioteca hacia las once de la mañana. Llueve levemente y en el camino me entretengo, como tantas otras veces, en observar a las personas que por la calle caminan. Hay una luz cenicienta que me interesa, pero el interés vuela y el momento se abre a otras posibilidades. Son los elementos de lo que podemos considerar presente y que para mí es futuro, una ciencia-ficción en lo diario. Esto remarca mi edad. Esa sorpresa ante las pantallas planas, los teléfonos, el atuendo, las maneras, la extensión del tatuaje como emblema de una identidad, los anillos por el cuerpo, el cigarrillo electrónico, las posibilidades de la cartelería, la presencia invisible de internet (…) Incido en ello y me predispongo: condiciono mi visión para que subraye todo aquello que cuando yo fui joven lo hubiera visto como algo excepcional, un imposible viaje al futuro, la máxima expresión tecnológica, también la máxima expresión de los modos y maneras de la sociedad. Así camino. Ya sin música, apartados los cascos y el Mp3. El ruido de la calle penetra como la banda sonora del film que no se rueda. Me digo que spillover es derramamiento. En diferentes disciplinas alude a una saturación del sistema, a un colapso. Creo recordar que es en la biología donde mayor éxito ha tenido la palabra. Las palabras tienen flexión y amplitud, capacidad de ir de un extremo a otro sin perder su dimensión. Ahora la tomo y me sirve de óptica para caminar. El camino a la biblioteca: ¿es todavía posible escribir, tiene sentido? ¿cuántos libros habremos de leer? ¿es ya una cifra encerrada en un determinismo claustrofóbico o es una sentencia que tiende a la agorafobia? ¿en cualquier caso, una patología? La lectura persiste en ese punto de oposición que resulta ser la necesidad de consumir tiempo en su desarrollo, mucho tiempo, un tiempo y un silencio que paraliza y aparta de los demás. Los lectores tenemos un acento huidizo y reconcentrado, como se hubiese decidido permanecer recluidos porque la única posibilidad que ofrece la lectura es esta misma reclusión, tan exigente es la actividad. Camino y me adentro en la biblioteca. Ha cambiado mucho en los últimos años y es el viento tecnológico el que la ha impregnado de aceros y cristales, ascensor muy blanco y espejeado. Me veo en el espejo y soy un tipo curioso: la lectura me ha hecho así, como las marcas de un vicio. Llego hasta el mostrador y entrego dos libros y pido otros dos. A los lectores de periódicos y revistas los ha relegado hace un año al piso inferior. Ahora la sala de lectura está vacía. Curioseo en las recomendaciones de los bibliotecarios, en un enorme panel sobre Miguel Hernández, curioseo en la sección de historia y escruto los rostros de aquéllos que en los puestos gratuitos de internet ven películas, se ríen con los cascos puestos o redactan algo en un procesador de textos de licencia libre. Me entregan los Ensayos críticos de Roland Barthes y salgo después de dar las gracias. Abro, al salir a la calle, el libro y el primer ensayo trata sobre Saenredam, me digo que buscaré imágenes cuando llegue a casa. Así lo he hecho y al ver los cuadros sentí la necesidad de escribir esta nota, en este sentido: cómo hay elementos que se producen en un tiempo pero son intemporales: R.B. lo dice: «Saenredam es, poco más o menos, un pintor del absurdo, llevó a cabo un estado privativo del sujeto, más insidioso que las dislocaciones de la pintura moderna (…) Pintar con amor superficies insignificantes y no pintar más que eso es ya una estética muy moderna del silencio.»
+ Me asomo a la ventana para ver cómo el viento muestra su fuerza. Tengo presente los bosques por donde pasee, qué sucede allí ahora. Como una sentencia budista me remito al silencio y la impermanencia, todo es cambio. Ya hace tiempo alguien me dijo que las tormentas limpian los bosques: los árboles más viejos se tronzan, las ramas más débiles caen rendidas, las hojas que todavía resisten tras el otoño desaparecen definitivamente. La organización de la naturaleza nunca deja de sorprenderme. Una voluntad ciega, decía Schopenhauer. Desde la ventana veo otras ventanas, salones, habitaciones, cocinas. Pantallas de ordenador, televisores o el tintineo de los números azules de un microondas. Toda la tecnología es un espejo. Nos refleja y nos retrata, fuera el viento es ajeno a todas las posibilidades que el futuro nos ha dado. Un paraguas roto, una bolsa que vuela furiosa, el hombre que se refugia bajo un alero. El hombre que se refugia bajo un alero parece haber perdido el rostro y con ello su identidad: vestido de oscuro, replegado sobre sí, un minúsculo bulto en la amplitud de la calle. Bajo la persiana y regreso a lectura, como si un otro espacio fuese posible.
+ En cualquier momento salta un título para una novela: Great Madrid. Lo sé: eso no vale nada, sólo es una etiqueta, una bonita etiqueta.
+ Imagen: frente de casas en Gijón [Xixón]. La geometría se impone al color y el color pliega cualquier duda. Llovía débilmente y el café resultó ser excelente: aquí se resume.
sábado, 16 de diciembre de 2017
[Acomplamiento]
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+ El camino de regreso a casa arroja una serie de imágenes que corroboran la afirmación antes citada. Voy un poco más lejos. ¿Qué es lo que a ella le horroriza del circo? Surgen insinuaciones de miedos infantiles, pesadillas, ese miedo a que alguien esté bajo la cama, un miedo que impide el movimiento. Esa impermanencia, el clown es un demonio. Su sonrisa siniestra, la mirada arqueada pero lineal, el pelo o el sombrero, la palidez y las manos enguantadas. Sonríe y nos mira con ojos no humanos. Suena la música de circo y vuela una esfera dorada sobre el dormitorio de la niña. ¿Trae de vuelta todo eso Fellini? Indagar en estos sentidos conjura las sospechas. Guardo silencio y cierro el ordenador.
+ Según escribo, las imágenes de payasos se superponen y me hago cargo de que el circo sí es importante en el trasunto de Fellini. Una captura de una búsqueda por imágenes con la etiquea Fellini+Circo corrobora la verdad de la unión. La lectura de una página en línea suma elementos y resta valor mis certezas. Pero nada de esto desentrañará el desagrado mostrado por ella, que yo no podré entender, que nunca comprenderé.
+ «El filólogo, por el contrario, deja que la obra actúe sobre él no sólo en correspondencia a la intención del poeta, tal como actúa sobre el público al que se dirige el poeta, sino que además contempla la obra literaria como objeto de conocimiento» H. Lausberg en Elementos de retórica literaria.
+ Tras la cita, recojo una captura de pantalla de la búsqueda por imágenes que hice de Fellini y el Circo. He leído, en la última hora del día, durante las últimas semanas, fragmentos del libro de Joan Fontcuberta La furia de la imágenes. En algún lugar, y de memoria hablo, se dice que ya no importa la mecánica del disparo, su artesanía o la elaboración de la imagen, sino que pesa su contextualización o el hecho de seleccionarla dentro de un proyecto o en virtud de un concepto. Hago mi prueba y recojo la captura de pantalla como una posibilidad que abre una vía de comprensión de la afirmación recibida.
+ Ne supra crepidam sutor iudicaret.
+ Imagen: una simulación, una apropiación, un nuevo ciclo.
sábado, 9 de diciembre de 2017
Sintagma (unión)
+ Leo a Gerardo Diego y entreveo una vocación, su construcción y el edificio que de ella se eleva. Me corrijo y tal vez no se trate de un edificio, sino de algo orgánico y necesario, con una estructura espontánea. La elevación se origina en el hecho mismo de la escritura y por esta razón la suma de los pasos dados resultan ser mayor que las dimensiones del camino. Son frontera y apertura, los pasos. Veo que hay una similitud entre el poeta joven y el piloto de motos joven: la temeridad. Algo que se pierde, que se transforma, que restituye la conservación de la vida, alargada ya en el verso encuadernado y la silla en la cátedra, la placa en la ciudad natal, la veneración del periodista deportivo. Pero sigo leyendo y me maravilla la sonoridad y certeza que tiene el español en manos del virtuoso Gerardo Diego. La actualidad, el ritmo, el verso bien medido y sorpresivo. Como la cierva entrevista en el bosque. El bosque, la bahía, la ciudad, Góngora o el el Conde de Villamediana. El privilegio de la lectura me devuelve mi primigenia aristocracia sin poder alguno ya.
+ Así como lo digo, en una cafetería tan elegante como pasada de moda vemos al periodista deportivo. Ya no es joven pero conserva vitalidad: es su bigote abundante, el pelo espeso, el modernísimo casco de la moto, el reloj carísimo y actual, la chaqueta entre cámel y amarilla, las botas de motero. Toma su café y su croissant con parsimonia, abre un periódico y pasa la hojas con indiferencia, pero sin desgana. La luz de la mañana acuchilla los blancos quebrados de la cafetería. Las atildadas camareras de piel brillante y morena parecen tener una confianza que no apea el usted con el periodista deportivo. Me paro durante un momento y recibo la impresión de que todo el decorado es idóneo para un retrato que ilustraría la entrevista en la revista dominical: ese género. Pero ya no es así, ya no es esto. La vida ha cambiado mucho desde que yo idolatraba esas revista, ese tiempo en que leía sus páginas y estudiaba sus fotos. La vida ha cambiado mucho. El periodista consulta el Iphone y todo semeja intercambiable. Quien tiene un teléfono tiene el mundo, lo que nos iguala porque rebaja o elimina las diferencias [aparentemenet]. Lo que decía Warhol: nadie puede beber una Coca-Cola mejor que otra. Eso lo sabe él y lo sé yo. Nos miramos y creemos reconocernos, pero es una ficción: yo sé quién es él, pero él no sabe quién soy yo. Fuera Madrid relata una certeza: nadie se baña dos veces en el mismo río.
+ Sin duda uno de los grandes placeres de la vida es sentarse en una cafetería cualquiera en Oporto, pedir un pingo o un abatanado, una torradas y sentir cómo el tiempo se desliza por las costuras de la conversación, tal que el agua que se escurre por un tejido: lino o seda, el agua que continua su camino. El café y el pan tostado retienen en sí la honradez del trabajo bien hecho, me digo. Oporto, una vez más. Oporto, siempre.
+ A vueltas sigo con el Libro complido en los judizios de las estrellas. Mi intuición me dice que el pasado existen luminarias que desentrañan nuestro presente. Sigo lo que Umberto Eco decía: tratar a los clásicos como contemporáneos y a los contemporáneos como clásicos. Este ejercicio de cambio de perspectivas es lo que busco con el libro citado, y todo viene desde que leí esa unión entre la agudeza y el ingenio con la necedad; asuntos que aunque no lo parezca, no son incompatibles.
+ Imagen: recortes. La intencionada fractura que del edificio hacen los disparos fotográficos trata de atrapar ese momento, el encuentro en Madrid, la continuidad y la serena entrega del sí verdadero. El edificio como una nave perdida en la ciudad, así reconstruimos la travesía.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Sinestesia
+ La tarde se complica y tengo que quedarme en un taller durante una hora y media. Qué hacer. Sin intención previa, me entretengo en estudiar el espacio, la disposición de los objetos y el movimiento de los que allí trabajan. Los mecánicos, su atuendo, la grasa en sus manos. Las columnas blancas y azules, los techos altos, las escuadras que sostienen la cubierta. Unas gafas para leer o el destornillador neumático, las bombillas o el dedo que actúa con precisión sobre el tornillo, la palabra y la respuesta. No deja de ser un escenario y, al tiempo, una representación, me digo y estimo que el precio que me van a cobrar no es el adecuado. Un precio elevado, pero tengo prisa y no encontré otra opción. Prefiero no darle importancia. A renglón seguido, pienso en el uso de la cámara fotográfica como instrumento de documentación. En qué punto estoy yo: espectador o participante, ¿tal puedo elegir mi papel según mis intenciones? El juego abate el aburrimiento y devengo una resuelta realidad: la inflación de las fotografías tiene un punto de anulación.
+ Más tarde. Acudo a un hospital cercano y no puedo dejar de pensar en el espacio anterior. Una comparación sin método que me conduce a un ligero torbellino de paradojas. Ahora, se yuxtaponen los escenarios. Y digo escenario porque de eso se trata y no de otra cosa. La comparación es la misma que hago cuando estoy en el cine y me centro en cómo van desplazándose los personajes por los escenarios. Vivimos en el ámbito de un teatro doméstico y no tenemos esa certeza. Un pantalla que nos arroja paralelas historias a las que se nos ofrecen a diario. Pero el hospital es limpieza, luz hiriente y la palpable verdad de la muerte. Esas líquidas transparencias, el plástico, el azul, el verde o el blanco de las batas. Bandejas donde se atesora la alimentación del enfermo, el acero brillante, quirúrjico y carísimo. El quirófano, la luz, las perfección de las líneas. La limpieza y el dolor. Nos interrogamos en el dédalo de los pasillos, las camillas y las televisión que palpitan como analistas de la última hora. ¿El taller, el hospital? ¿Dónde estaremos en la próxima escena?
+ Sí, el precio del cambio de neumáticos ha resultado ser excesivo. No me altero, no volveré a este taller.
+ [2º Taller, jueves]. Las razones que no expondré me llevaron a cruzar la provincia para llegar a un gran taller dedicado a la reparación de camiones. Las dimensiones estrangulaban el recuerdo del taller que visité el martes. ¿Cuál es la diferencia si la función es la misma, cantidad o calidad? Creí ver algo escultórico en todo ello, por encima de la trama teatral. Un algo que tiene que ver con las proporciones y con la certeza de que el camión es una prolongación o prótesis de lo humano. En la cabina todo se adapta a las manos y a los pies, a la configuración del cuerpo, todo para lograr que la máquina o el monstruo se deslice por el asfalto con seguridad y tan veloz como las leyes de tráfico lo permitan. Una exactitud embebida en grasa y acero, eso se reflejaba en los ojos fieros de los mecánicos, en las chispas que saltaban desde la soldadura, firmes resortes que funcionaban acompasadamente con la electrónica. Otro espacio que se presta al análisis son las oficinas: su disposición, dimensiones, mobiliario, ordenadores e impresoras, cuadros y otros ornamentos, la acumulación de papeles, teléfonos y agendas. Cuando entro en esa oficina recuerdo la otra e intento encontrar un nexo de unión. Qué es lo aquello que tienen en común. El frío. La frialdad es la nota que une ambas oficinas. Baldosas, cristaleras como el hielo recién cortado, el tono amarillo de las paredes. Quiero obtener un resultado de la lectura de los espacio. Conduzco en solitario con música electrónica de fondo y me paro a pensar en esta mención: la lectura de los espacios. Seguiré en esta senda.
+ «Agudo con nesciedat», encontrado en Alfonso X en el Libro complido en los judizios de las estrellas. ¿A quién se lo aplicaremos, pues candidatos hay muchos? Por lo tanto, la necedad y la habilidad dialéctica no son necesariamente etiquetas opuestas. Al contrario, en la habilidad dialéctica hay una renuncia a la verdad ya que el objetivo de todo combatiente es vencer. No veo me veo yo en la lucha. Y no es por debilidad, pero si no lo crees, puedo admitir lo contrario. Renuncio con alegría.
+ Imagen: el recorte de la entrada de una tienda de alquiler de disfraces. Por un lado, la constructivista cristalera; por otro, la oferta que es ilusión y verdad, la verdad del teatro, la verdad del carnaval. Disparo y desaparezco.
sábado, 25 de noviembre de 2017
Suma(-s)
+ No puedo dejar de pensar en aquéllos que vi de regreso a sus casas. En el metro, a las seis de mañana, ángeles sin luz, sombras sin perfil. Sus rostros dulces atravesados por la ebriedad temblorosa, huérfanos por un instante, henchidos de olvido. Son las poéticas del amanecer, confusas y torpes. Palabras esbozadas, bostezos, humo gelatinoso, alcohol, el alcohol dulce y penetrante, perfume espeso y sin aliento. Ya nada más que la palabra exacta puede derrotar esta ficción. La luz, todos lo sabemos, destroza a los vampiros, jugamos a estar en consonancia con el desafiante relámpago de la verdad automática: la que el espejo arroja a las siete y cinco, antes de embozarse en el oleaje de la cama. Los padres ya no duermen, los libros de la facultad esperan sin esperanza, el bolígrafo es un estilete o no es nada. La indefinición se constituye en emblema y el sueño alcohólico comienza su travesía de sudor, pesadilla y, sin memoria, viaje neutro o transparente. Yo ya estoy en el avión y las nubes son tan reales como mis pensamientos para aquéllas que a mi lado viajaron en el metro.
+ Conversación en un café sobre las rutinas, la disciplina y el paso del tiempo. Son temas que nos arropan sin dejar entrever lo profundo de su dimensión. Simas que transitamos sin tener conciencia de su alcance, cómo nos condicionan. Hablamos y el café lo es todo.
+ Como un barco ebrio, el tranvía surca Lisboa. Lo veo pasar y siento una alegría incontestable. Luce el sol, los niños ríen y la cerveza es brillante y transparente, espumar los vientos parece susurrar y una brisa se levanta con acierto. No leo los poemarios que se premian, prefiero tomar un libro de una estantería y dejarme sorprender por los caminos que se abren. Vuelvo a lo mismo: sólo leo autores muertos (o eso intento). El tranvía está congelado en la fotografía que el turista ha disparado hace meses, el turista la recupera en la intimidad de su hogar y se hace cargo que ya no es turista, sino que está al otro lado del espejo. El turista es un otro (siempre somos un otro, secuencialmente). Es él el que ahora observa a los turistas que visitan su ciudad. Nada permanece y todo es cambio, es la lección que llega desde el pasado, la que se instala en el presente.
+ Ay, esos pueblos que se muere ¿a dónde se van las historias que allí tuvieron lugar? ¿no es su olvido, a caso, una otra muerte?
+ A veces leo a Joan Magarit, a veces la introducción de la antología, otras veces leo los poemas, una veces en catalán, otras en la traducción al español. Nunca son los mismos versos. Y, como muestra, rescato una cita: «Despintat i tancat, un vell club nàutic / mira el sol rovellat sorgint del mar.» [Despintado y cerrado, hay un viejo club náutico / mirando el herrumbroso sol que surge / despacio del mar].
+ Los lobos seguían y vigilaban a los vecinos por caminos paralelos, tras los campos de cebada. Estos vecinos entraban en el pueblo y los lobos se diluían en el paisaje. Recuerdo una tarde hace dos años, una cierva saltó para perderse luego en el espesor de la maleza. La maleza se ha comido las praderías, los caminos están cerrados, ya no hunden sus patas la vacas en los pantanosos barrizales de las fuentes. Una vez vi sus huellas en el barro y me gustó esa forma, la materia y la forma: barro y pezuña. Cada años dos casas se derrumban. Una vez hubo aquí trescientos vecinos, hoy son siete, y ninguno tiene menos de ochenta años. Qué fiero viento ha barrido estos pueblos.
+ Tras la cena, mientras regresábamos a nuestra casa, no podía de dejar de pensar en los que en el metro vi, pero también pensaba en los pueblos que se abandonan, que se hunden sus tejados, que sólo restan los muros espesos y grises de las casas. Fraguas, escuelas, cuadras y serrerías. Hoy se han igualado en su ruina. Mientras, las fiestas en la ciudad nunca terminan y a las seis de mañana pueblan el metropolitano de falsa alegría, sueño hipnótico y sonrisas de erotismo sin amor. ¿De dónde han huido estos que ahora se esconden en el embozo de sus anoraks?
+ Imagen: la elección es aleatoria, sin premeditación. [Madrid, Nov. 2017, En El Matadero]
sábado, 18 de noviembre de 2017
Significados, sentidos y olvido
+ En un momento, por asalto, comienzo una conversación sobre cómo influye el carácter en el discurrir de la biografía, en sus calas, en sus crestas. Cómo la soberbia conduce al desastre. Pero, ¿no habría que cuantificar antes el desastre, definirlo con precisión? El fracaso adquiere especial preponderancia en función de los objetivos, cuánto mayor es la ambición mayor es el pozo donde se hunde el desdichado. El desdichado, me digo, la dicha y su contrario. El triángulo funciona: hamartia, hybris y némesis. Faetón se eleva con el carro del sol y su osadía le destruye, Ícaro sigue su camino, los vemos fundirse en el agua, diluirse en el olvido, la muerte.
+ No lo sabía, el corazón de Chopin está conservado en coñac. En qué sentido debemos entender la noticia. ¿Debemos buscar un sentido? Todo tiene un sentido, nosotros se lo damos.
+ Automáticamente, el ordenador guarda las fotos y hace que emerjan para subrayar con la palabra ‘recuerdos’ momentos del pasado, fotos que tienen una fecha incrustada. Confusión que se mece en la arbitrariedad de la fecha. El 7 de noviembre del 2014 yo estaba en Santiago y al día siguiente partiría hacia Madrid, hoy, tres años después, me encuentro en una situación similar: mañana viajo a Madrid, conduciré de madrugada hasta el aeropuerto de Santiago y volveré a Madrid. Si el ordenador no me hubiese recordado la circunstancia del pasado, la del presente estaría aislada. Realmente hay un significado o éste surge espontáneamente cuando regresan a la superficie las fotos olvidadas. No lo sé, pero ahora tengo la sensación de lo vivido, esa muerte oculta que palpita entre nuestras diarias acciones y omisiones. Veo el equipaje y sé que siempre es el mismo equipaje, que no es una metáfora, que no hay elementos elididos, que es una realidad que le da forma mis sentidos y mi memoria. Podría dudar de todo menos de mi propio pensamiento, incluso de la configuración del triángulo, decía aquel filósofo. Yo no dudo de la certeza de mi equipaje, porque ese mi pensar: tal vez.
+ [IR] Extraño es escuchar la radio a las 4:30 de la madrugada. Historias que se mezclan con el humo del sueño recién extinto. Un guardia jurado, un cocinero, hablan de Mohamed Alí. Pronto cogeré el coche y me encaminaré hacia el aeropuerto. Acciones y protocolos. La perplejidad de la noche con la longitud en la lejanía de la ebriedad. Las noches hoy son transparentes y luminosas. [Atención, sobre el oxímoron que se refleja en la hora prima].
+ [INTERIOR] En Madrid: se desarrollará (?) en otra entrada. [Ramificaciones, tangentes, conversación y un posterior silencio (agradable)].
+ [VOLVER] Es el primer metropolitano. Su geometría del futuro que es este presente me seduce. Me siento y ellas suben. Se sientan a mi lado. Huelen a humo, alcohol y a sudor adolescente. Se preguntan cuál es la ruta más corta para regresar a sus casas. Pero la duda es si conviene más la corta o las más rápida. Mientras, yo sigo leyendo la introducción a la poesía de Joan Margarit. La vida pasa y yo, yo me desvanezco. De qué hablan que yo no entiendo su castellano o español. Son las seis y diez, voy a coger una avión que me devuelve a casa. ¿Y ellas? Su juventud, su ropa, su olor de niñas y alcohol: dulce, penetrante, venenoso. Ahora, viernes ya, los vampiros regresan a sus ataúdes.
+ Cuatro provechosos días en Madrid. Una certeza de otoño, comida japonesa y comida regional, cerveza, conversaciones, paseos, libros. No deja de ser una baliza en el transcurso del año. Ahora, en la tarde de domingo, sólo es recuerdo, pero una solida certeza atesora su sentido. La amistad en el tránsito de los años. Noviembre.
+ Imagen: un portal, en Madrid. Ese vacío, la melancolía y la respuesta a la pregunta no formulada. Paradojas que se diluyen en la fotografía que me remite a exposiciones visitadas, conversaciones y silencios.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Scroll en inglés, voluta en español; nuestro tiempo
+ Veo los teléfonos del día de hoy y los comparo con la cámaras fotográficas que ya están fuera de circulación. Cuando estos teléfonos se hayan quedado obsoletos serán poco más de una lámina, más o menos gruesa, más o menos brillante. Pero, por otro lado, las cámaras que duermen en oscuros cajones esconden una lírica que hablan de una artesanía necesaria en el olvido. Lo creo con firmeza: los teléfonos contienen esa imprecisa verdad de nuestro tiempo, su líquido fluir, el reflejo en lugar del original. Cada objeto traza un dibujo de su tiempo, ese dibujo habla y se escucha. No son palabras, no es música, sino el rumor de lo que extingue.
+ Trenes y estaciones de tren. Como una posibilidad de escrutar lo no creíble, lo no evidente. Trenes en los que no viajamos y mientras escribimos continúan su desplazamiento. Estaciones plenas de personas camino de sus trabajo, de su ocio, el olvido y la esperanza.
+ No me reconoce, pero yo a ella sí. Creo que no me reconoce, pero no estoy seguro; quizá sí, quizá no. Paso junto a ella y miro hacia el frente, mientras, ella se fija en los perfiles de la pasarela y tira de la correa que ata a su pequeño perro: como una bolita de pelusa. Ella es la madre de alguien que fue mi amigo en la infancia. A los catorce años desapareció y nunca más lo volvía ver, ni a él ni a sus hermanos. Hace unos ocho o nueve años, mi madre me dijo que la había visto. Hablaron, pero mi madre por prudencia no le preguntó por sus hijos. Me pareció bien. Yo tampoco lo haría, yo no quiero saber nada del presente de aquel pasado. Cómo las personas se sumergen en mar de indefinición, como el tiempo va limando todas las aristas. Sigo mi camino y no tengo una idea clara. No sé cómo era su rostro, ¿lo reconocería si lo volviese a ver? Quién sabe, qué importa. La materia poética palpita en todos los actos y acciones del día, pero lo que la hace es poesía es una forma, que busca y no encuentra. Así, dormirá otro soneto que nunca escribiré, pero el materia que vestiría el armazón aquí queda.
+ El arabesco del tiempo.
+ «… para la conciencia romántica (…) el lenguaje nunca alcanza el misterio último e indescifrable de la persona individual», Gadamer. La cita queda en suspenso y me detengo en los márgenes de mi entendimiento, en la posibilidad de completar el proceso de dotar de sentido a las acciones, a las palabras y a los gestos con los que a diario me enfrento. No puedo satisfacer al ansia taxonómica que me embarga, desisto y me enfrento a la verdad: no existe posibilidad de una comprensión absoluta. Fuera luce el sol.
+ La tarde declina. En el cenit del otoño la lectura es un refugio, un escapismo. La actualidad política me aburre y me preocupa porque hay intuiciones que se van transformando en certezas, y esto no es agradable. El mensaje corto y contundente suplanta a la posibilidad de la lectura y la reflexión. El poder siempre ejerce su fuerza con determinada exactitud, en cualquier sentido. Pensar sobre como las palabras pierden su peso es una tarea necesaria. Filosofía, cultura, democracia, paz, diálogo (…), las palabras se desdibujan y ese el mensaje: una niebla de supuestas garantías y legitimidades. No soy capaz de establecer los referentes a los que se deberían de dirigir estos significantes. Una ciénaga se ha elevado desde la realidad informativa, las palabras se sumergen y su sumisión tiene un elevado coste. Me aburre, me inoportuna y regreso a los periódicos digitales, pierdo el tiempo, me enfado y pierdo la concentración. Vuelvo a la lectura y hay claridad en el fondo del camino. Como agua limpia, bebo y me remito a lo complejo, a las dificultades que me ofrecen mis tareas diarias. ¿Escapismo, repito en el silencio de mi estudio, el silencio roto por el reloj: los segundos?
+ Accidentes. Recuerdos coches retorcidos, expulsados de la vía, empotrados en una cuneta. Los coches son frágiles porque la velocidad los debilita. El impacto resuelve su geometría y arroja una masa sin forma, ya. El automóvil encierra metáforas no desarrolladas. Es la alegoría de nuestro tiempo. Hay una obsesión por desentrañar el sentido de lo ‘nuestro’ y ese sentido está ahí: un despiste y la muerte aparece, transparente y certera. Hoy es lunes y pronto cogeré el coche, nadie piensa en ello y ahí está. Como la circulación sanguínea, el tráfico alimenta la economía. Sale el sol.
+ Imagen: un disparo sin intencio que se llena de intención al rescatar la foto del archivo. Dónde está el sentido, antes o ahora.
sábado, 4 de noviembre de 2017
En el inicio de noviembre
+ Guardo los boletos de la lotería que no han sido premiados. Con un rotulador rojo trazo una equis sobre su dorso y sobre su envés. Luego tendrán otra función: servir de marca-páginas. El uso posterior otorga una sensación intemporal. Hay en ello un rito, que practico también con otros papeles. Así, se ven transformados en señaladores las hojas volanderas que caen en el buzón, la publicidad que me entregan en la calle o restos de facturas. La marca que se hace en el libro es importante, tanto como el subrayado. Mi convencimiento establece la posibilidad de reconstruir una persona mediante sus notas, señalamientos y subrayados. ¿Hay alguien que desde la academia realice este tipo de estudios sobre las bibliotecas de escritores? Sí, los hay.
+ Salgo temprano y en el portal se condensa el olor de la plancha del bar de al lado. Olor a pan y mantequilla. Cierro los ojos y me retrotrae a Londres. El olor de las ciudades puede ser muy gastronómico o anti-gastronómico, pero en muchas ocasiones la relación con la comida define todo un territorio. La mañana es limpia y entro la panadería. Un bollo integral, solicito. El olor del pan es el olor de la honestidad. El pan, su textura, su peso, su densidad, sus insinuaciones. Camino y llego al lugar convenido, donde mi compañero de trabajo me espera. Hablamos y la mañana comienza, ahí, en ese punto cuando se inicia la primera conversación del día. Lo anterior es un preparativo, el prólogo necesario. Creo que con esto hablo de sonambulismo.
+ Comienza la semana y en la radio suena Led Zeppelin. Es lunes y esta semana toca todos los santos. El sistema de sucesión de los días y las noches resulta perfecto, adaptamos a él nuestra rutina y hay una rítmica sintonía. La música certifica esa comunión: los horarios, las tareas propuestas, las tareas completadas, libros, libretas y agendas. La mañana, el trabajo; la tarde, el estudio. El balance recompone las desoladas certezas que nos arroja el paso del tiempo. Es un todo que ayuda a comprender o sobrellevar, pero la comprensión no es posible. Cierro al ordenador y me dirijo al trabajo: la mañana es clara.
+ Escucho un podcast sobre Julio Camba. Había muchas cosas que desconocía sobre el articulista gallego. Su pereza, la desgana, las estrecheces del final de su vida. Yo pensaba que vivía a cuerpo de rey en el Palace, pero no era así; vivía en el último piso, en una pequeña habitación, en la que lo único que hacía era leer y dormitar. Me llaman la atención sus pasatiempos, que se pueden reducir a observar a la gente: desde una silla, desde un sillón, con la mirada perdida. No sé si leeré alguno de sus artículos, pero me parece que el personaje contiene una realidad histórica que rebasa el contexto meramente literario. En J.C. se encarna una personalidad española: ese no gustar el oficio, pero realizarlo con maestría, el reflejo de vida a contrapelo, sin ganas pero con acierto; lo muy español de J.C. persiste en muchos comportamientos y maneras. Un estilo muy español. La desgana, la pereza y la genialidad sin desarrollo. ¿Veo ahí mi reflejo? En cierta medida, sí. Pensaré detenidamente en ello, pero sin prisa, con pereza, sin la idea de encontrar un resultado. La satisfacción del camaleón.
+ Día de cementerios y un otoño no usual. Los cementerios crean una arquitectura que no admite discusión. He visitado cementerios más allá de donde vivo y todo me resulta dado. Hay un reiteración en el olvido, en la semilla que germinará de la putrefacción y mientras esa circunspecta certeza de la muerte, sus grises, sus aristas, los árboles dormidos. Veo la lápida de mi madre y me acuerdo de ella y sonrío como ella sonreiría porque, a veces, cuando estoy ante el espejo mis labios son sus labios. La materia de la poesía que palpita más allá de la muerte. Luego, una tradición de comidas y banales conversaciones, el mismo espesor de la casa de comidas rural, con un punto francés, con otro punto muy de la desgana y falta de oficio de la tierra. Buena comida, pésimos postres, servicio escaso y una factura razonable. Se acaba el día y transitamos a lo largo de cien kilómetros, una breve parada en Santiago, unos cuadros que nos interesan y una conversación escasa e interesante, con esos agradables silencios de cuando te encuentras bien con alguien. Noto que crece un resfriado, pero el paracetamol parece detenerlos. Regresamos a casa y sé que dormiré bien.
+ Imagen: un árbol. Elegante y preciso en su realidad más allá de lo biológico.
sábado, 28 de octubre de 2017
Biblionauta
+ Vuelvo a preguntarme por la biblioteca, por el archivo. Me ciño a lo que yo construyo, a la acumulación en torno a unos haces conceptuales. Una idea de vida, la historia como posible comprensión, la poesía y sus cimientos en el pasado, desentrañar la ciencia y trasladarla al ámbito de la lectura, la mitología, el Siglo de Oro, Foucault. Libros sobre música o sobre pintura, que se subordinan a las posibilidades anteriores. Toda biblioteca tiene un algo arquitectónico, cada libro es un ladrillo que suma en la composición del volumen. Los vemos y los apreciamos, los apreciamos y se constituyen en vaga y vaporosa identidad. Pero la identidad no nos interesa demasiado, salvo como un contenedor que se llena o se vacía, según la necesidad. La ausencia de estabilidad define un punto de vista que alcanza, cómo no, a la lectura, a la acumulación de libros. ¿Componen un retrato? Sin duda. Ahí podría rastrear momentos de mi vida, victorias, derrotas y tiempos muertos. Sobre todo tiempos muertos, porque las victorias son pocas, pero tampoco son muchas las derrotas. Libros que encontramos y no pagamos por ellos casi nada, dispendios onerosos, regalos, hallazgos en librerías en línea. No es una bibliografía, pero hoy por hoy, la disposición sí es bibliográfica, mejor: temática. Yo comprendo ese orden, pero me niego a explicarlo porque prefiero que se mantenga el aspecto de archivo, algo que todavía está por recibir un sentido. Y de sentidos se trata, como un hermeneuta.
+ Sueño con bosques de bambú, la lluvia fina y persistente. Japón, un grabado, tintoreros que tiñen la seda de un azul profundo. Despierto, llueve y saldré a correr. Persiste la sensación cristalina de las mañanas de la infancia, que se enlazan con el sueño. Un bucle, un círculo, una curva parabólica. Regreso de correr y el vapor de lo soñado se desvanece definitivamente cuando entro en el portal del edificio: del bar llegan los olores de la fritanga matutina (pan tostado y cruasanes a la plancha, propicios para la mantequilla y la mermelada) que me retrae a un Londres no tan lejano). Cada paso anuncia una nueva sinestesia.
+ En G. Genette: «Le choix de ce nom est en lui-même une œuvre d’art».
+ Una potencialidad en las relaciones personales que se hace materia en la posibilidad que ofrecen los aviones, la ausencia de fronteras o el dominio de los idiomas. Es esto lo que me interesa preservar, pero no es esta una prioridad común. Dejo a un lado la divagación. Mientras, música de Nino Rota, el paisaje tras el incendio y una nostalgia de veraneos no vividos. La fuerza del sueño hace transparente la mañana. Los árboles quemados dibujan lo que fueron inhóspitas lenguas de fuego ante las que las palabras nada pueden, esas sensibleras palabras que decaen en los periódicos del viernes. No puedo ver más allá de la niebla. Y la niebla es hermosa, sobre el río Miño, sobre el río Avia. Se filtra la música, me pliego a la densidad de un acorde menor que se sostiene en las cuerdas graves de un piano. Pienso en relatos que escuché en la infancia, relatos sobre veraneos en Lira (La Coruña), playas y casas de piedra casi en la arena. La vegetación de la mediana está seca, fue arrasada por el fuego, también. Las relaciones personales trazan un dibujo agradable: dos cafés, una charla y un silencio que no resulta incomodo, sino que es el resultado de lo anterior: los cafés y la charla. El viento agita la furgoneta y no hay nada extraño, a esta hora, en ese deslizarse por la autovía con tanta pericia. Escribo, me paro y cierro el ordenador. Ya es jueves.
+ Imagen: la habitación que no se reconoce a sí misma porque la falta de foco la equipara a cualquier habitación. Ese es nuestro destino.
sábado, 21 de octubre de 2017
Lo mínimo
+ Estilos que se imponen, que determinan un instante, una época (tal vez). Escucho en el coche I Need You, de los Beatles y no puedo evitar pensar a quién se dirige la canción. Quién es la interlocutora o la destinataria de la canción. ¿Existe una interlocutora/destinataria? termino por preguntarme y conozco la respeusta. La canción es de Georges Harrison y tiene el sello personal de equilibrio y melancolía, un retorno a una infancia no vivida, deseos no alcanzados. Sí, en varios lugares se atestigua que la destinataria de la canción es Pattie Boyd, y es verdad, pero sólo en un sentido. En nuestra búsqueda de lo paradójico, quizá, eso no tiene ninguna importancia, ya que al final es la forma la que otorga el sentido y el sentido se abre a la interpretaciones y, al tiempo, el autor pierde su dominio. ¿Un rechazo de la lectura recibida? Recuerdo, simultáneamente, a Petrarca, a Garcilaso, a Lope. Sus hallazgos transcienden a la amada y se constituyen en contenedores vacíos donde todos podemos incluir lo que deseamos: su naturaleza es la flexibilidad. Los estilos se imponen y determinan instantes y épocas, pero no son eternos porque su naturaleza es el cambio y la impermanencia. ¿Que cosa no está sometida al dictado del cambio? El reinado es efímero desde el nacimiento, lo que hoy es actual ya ha comenzado a morir. Allá van las razones de una interpretación, suplantada por su hija: el momento.
+ Lo anterior viene a subrayar la importancia de la forma, sobre todo cuando uno se asoma a crónicas periodísticas donde se alaban libros en función de extrañas insinuaciones, libros con versos mal medidos, torpemente trabados y desagradablemente sensibles. Y, lo sé y no me entristece, no tiene importancia alguna.
+ Patria: no dicen España y dicen Estado Español, en lugar de molestarme, me agrada. Prefiero la realidad que expone la construcción aburrida y burocrática que las buenísimas posibilidades del peor romanticismo, mostradas por las palabras patria o nación. Estos días de aburrimiento y temor. Pero, como siempre, no tengamos miedo.
+ Un endecasílabo (Lope): «fuerza será mariposear el hielo»
+ Tres colecciones: sombreros y gorros, máscaras de cartulina y marca páginas. Ninguna de las tres responde a plan previo. Son espontáneas y sin destino, no hay nada que completar. Su naturaleza quebradiza impide considerarlas como propias colecciones, sólo son porque se constituye una categoría automática: el sombrero, la máscara, el marca páginas. Bien, ¿y los libros? ¿son también una colección o tienen un marchamo que los elevan a un estadio superior: la biblioteca?
+ ¿Biblioteca o archivo?
+ Los incendios respiran el aire del infierno, el infierno abre sus puertas y ese horno siniestro hace que el sueño sea pesadilla y la pesadilla, realidad palpable en el humo, el resplandor y el miedo. Veremos los bosques arrasados y arrojará el paisaje una idea de la humanidad, de la compleja concatenación de hechos que lleva hasta este horror.
+ Imagen [4]: una vez más, lo que queda después de desposeer el esquema del detalle. Dos colores, cuatro objetos, su silueta, el recorte. Todavía se puede ir más allá: la ruptura del foco, pero no.
sábado, 14 de octubre de 2017
Música de cámara
+ ¿Por qué nos interesa un autor, por qué detestamos a otro? ¿Qué buscamos? Los motivos son variados, pero dos, en especial, me interesan hoy: la reafirmación de nuestras opiniones y la posibilidad de leer en contra de nuestras opiniones. Qué ejercicio el buscar aquello que no conviene a nuestro punto de vista, el envés de aquello que aflora en contra de nuestros argumentos y los puede desarmar. No es un ejercicio de estilo sino el indicio de una capacidad oculta. Llevar hasta la tensión nuestras certezas nos puede dar una victoria sobre nosotros mismos. Descabezar a la soberbia. [En el párrafo hay una intencionada inflación de pronombres de primera persona del plural, ni es la modestia ni lo académico lo que vibra en su intención, sino una maniobra de ocultamiento: tras el nosotros, nadie está].
+ En la soledad de la librería, dejo a un lado el repaso a lo lomos de la sección de filosofía, me siento en un sofá y comienzo a observar a las personas que por allí transitan. Padres e hijos, mujeres solas, hombres con zapatillas y americana. El silencio se rasga por la caída de una pluma sobre la espumosa alfombra verde agua mar. Hay algo cálido y sensual. Un rito, una espera, el velo neutro de la luz del otoño, lechosos fluorescentes y una inhabilitada máquina de café. Ay, esos objetos olvidados e inútiles, qué cerca estoy de vosotros. Me hundo en la butaca. La butaca me devora.
+ [Gente que se retrata con gente famosa]. La celebridad es un imán. El hombre o la mujer célebre se constituyen en emblemas donde se contienen las más variadas cualidades y ornamentos. Las características disfrazan a la persona o crean una persona más allá de su verdad cotidiana, de su ámbito íntimo, del reflejo en el espejo al final del día. Durante tiempo he observado fotos en las que se ve al admirador y al admirado en un destello instantáneo. Un hilo recorre estos retratos: el admirador sonríe y está contento, el admirado ni sonríe ni parece feliz. Hay una resignación mineral, que se puede denominar aburrimiento, cansancio o resignacón. En ocasiones es muy acusada esta circunstancia, otra veces es algo leve y casi impalpable. Nuestro tiempo acumula detalles que lo transcienden, pero localizaros y subrayarlos no es fácil, una vez que se encuentran se les debe buscar un sentido, pero ese sentido es incierto e inestable. Este es nuestro tiempo. Nuestras pantanosas realidades nos ofrecen entretenimientos en forma de observación que circunvalan lo diario en una atroz certeza: el coleccionismo es una forma de vida, con sus diferentes concreciones, con sus derivadas en la vida ordinaria. Los retratos dobles (generalmente dobles: el anónimo y el célebre) habitarán las pantallas de los teléfonos y ahí se esconderá un mensaje: pesada losa es la fama, la muerte la intimidad, la vida del selfie, la dura arista que ilumina el anónimo admirador.
+ La poesía como técnica expresiva, pero sobre todo: es una forma. ¿Cuánto poemas, en los últimos años, hemos leído que estaban mal medidos? Ah, sí, pero tenían mucho sentimiento y resultaban ser ‘la cartografía de la ilusión’. Luego remató con ‘lo hermoso y lo intenso’. Yo he dimitido de casi todo, pero me niego a dar por buenos versos mal medidos, mal acentuados. Sin fin.
+ El pianista, frente a la plaza, interpreta El amor brujo (La danza del Fuego) de Falla. Es una adaptación para piano, pero recoge la fuerza de la orquesta. Arropa la plaza y eleva su geometría a un ámbito imprevisto. Me asombra su destreza y su concentración, sin embargo, otras veces, le he visto contestar mensajes de texto mientras con la mano izquierda sostenía con maestría un bajo contundente, con una elegante indiferencia y una neutralidad distante, un estilo que contrasta con la anomia de la pantalla del intercambiable smart-phone. Es polaco y una vez conversamos [en francés, mucho mejor él que yo], entre cafés y sus afilados cigarrillos rubios. Yo creo que en la escudilla siempre hay una buena recaudación y, al mismo tiempo, disfruta con el piano: una conexión necesaria y gratificante. De Lou Reed a Mahler, Bach o Eric Satie, quizá Listz, los Beatles. Le digo a C. que es muy agradable escuchar a Falla a esta hora, cuando la noche es ya certeza, y le digo también que un día se irá y nunca más lo volveremos a ver. Ella se ríe y yo me doy cuenta, de inmediato: eso mismo se puede decir de cualquier persona. La última nota sostenida es profunda y hermética, una nota grave que retumba en las piedras y en los cristales de los ventanales de la plaza. Materia poética sin la obligada forma: sería el momento del trabajo del poeta, que, como el compositor, precisa silencio, estudio e intuición. Es hora de regresar.
+ Imagen: puertas. Puerta (-s). La puerta es recurrente en la fotos que disparo allí donde voy. Las puertas son algo más que su función porque hay una suerte de ornamentos y formas que expresan el deseo de transcender. Sin embargo, elijo una puerta que no posee ese rédito, pero su belleza se la da la salitre, el sol y el paso del tiempo. Cómo se deshace el color para ser otra cosa, como las arrugas de un rostro, como la huella de un cuerpo en un sofá. Colores deseables que hablan de esa música de cámara, los colores que no se improvisan porque son fruto de lo orgánico.
sábado, 7 de octubre de 2017
Divergencias
+ Nieblas matutinas que ilustran la entrada del otoño. Comienzan las hojas de los árboles a tomar un tono lustroso, el amarillo que es más que amarillo, un color profundo y sin transparencia. El paisaje transmite el sentido del tiempo. Conduzco como el que reza y sólo se detiene en el ritmo de la oración, pero no en sus posibles aperturas significativas, esos huecos que no se llenan. El coche es un habitáculo recursivo que se nutre de la música que lo adorna. La música, el pensamiento de mi finitud, la compañía no deseada que quiebra el equilibrio entre la máquina, el hombre (yo) y el paisaje. Trato sin conseguirlo de suspender mi atención. Tengo una gran resistencia. La niebla continuará ahí cuando yo ya no esté. Ni tú, tú tampoco estarás.
+ Ante los hechos: la historia, contada por un idiota furioso, carece totalmente de significado.
+ El viaje se prolonga durante meses. Son los libros, las revistas y los periódicos que se han comprado. También, los billetes de autobús, los tickets de los estacionamientos, las facturas de los restaurantes. Restos, esquirlas, bagatelas. Pero aquí reside una suerte de realidad que trasciende al desplazamiento. Por un momento pertenecimos a aquella realidad. Ahora el ticket del estacionamiento en Poitiers sirve de marca-páginas. La ciudad natal de Foucault, la casa de sus padres, la lluvia fina y la bandera francesa. Constatamos una intuición y sentimos una elegante tristeza que duró un minuto o dos; aquí reconocí una mi frívola tendencia estética. Ese soy yo, desde siempre: un flâneur, un dilettante. Esta dualidad se vuelve a mostrar en todo lo que se atesora durante tres días, un algo que extiende su reinado más allá de lo temporal y se instala en una memoria fingida y vagabunda. Horas en la habitación, tras el estudio y la derrota de cada jornada: ay, quién parará el reloj.
+ ¿En qué idioma se habla de metales de color y metales grises? Los primeros serían el oro o el cobre, los segundos el hierro o la plata. No deja de haber un sentido en el hallazgo, un misterio sobre que construir una lectura posible. Las bifurcaciones ofrecen siempre explicaciones a la multiplicidad cambiante de la vida. La vida como reflejo, el reflejo como ficción.
+ Atesorar libros que no se leen es un vicio como otro cualquiera. Lo sé y no lo abandono. Más fácil fue abandonar el tabaco. .
+ ¿Torino, Milano, Genova…? Las propuestas cobran fuerza y un día cualquiera estamos en el aeropuerto, las maletas, los libros y la convicción de que ninguno de esos libros se leerá, así funciona el proyecto. Lo repito ¿Torino, Milano, Genova…? ;-)
+ Imagen: lo que tras las ventanas habita tiene per se misterio y posibilidad. El maniquí expone su verdad que imitación del cuerpo humano, de discreto proyecto, de esbozo. [Bath, UK]
sábado, 30 de septiembre de 2017
Contra el abismo
+ Lo diario esconde misteriosos meandros, la vida cotidiana precisa un ejercicio de extrañamiento. La lejanía lo es todo. Conduzco y la música traza un otro paisaje.
+ Tontas tardes de los domingos lluviosos. A veces leo en inglés y otras en francés, pero después me dejo llevar y pierdo el tiempo con los vídeos de Morrissey en aeropuertos en los que nunca estaré. Recuerdo, ahora, aquel tiempo cuando descubrí a los Smiths y me pregunto qué quedará de todo aquello, mientras veo estos vídeo en línea. Morrissey es otro y yo también soy otro yo, pero algo permanece: eso me gustaría creer. ¿El fundamento del destino: el carácter? Sobre ello algo reflexioné la semana pasada a raíz de dos encuentros, dos charlas. Dos personas que se guían por el mismo discurso de lo útil y lo conveniente me trasladan a todas las posibilidades taxonómicas que la personalidad ofrece. Somos susceptibles de ser clasificados (qué intención hay en esta pasiva). Tenemos una casilla preparada para la guía de nuestros actos. Veo al cantante en el aeropuerto: tiene sobre peso, el pelo cano y escaso y un atuendo que no casa con una adolescencia nunca enterrada. El sexo, el fracaso, todo un día perdido en la cama, libros de Wilde, estuches, colegios grises, aquella ciudad, sus reglas, sus castigos. Aquí el reflejo se traslucía en la lujuriosa melancolía que hacíamos nuestras. Volvería a hacer lo mismo, me dijo alguien con mucha razón. El carácter es el destino, decía Heráclito, el Oscuro; una vez más, lo suscribo.
+ Cuando corro, las canciones rebasan su condición de acompañamiento y se transforman en etiquetas del pasado, etiquetas variables. Como la sugerencia de un perfume, el sabor de un alimento, una palabra que nos devuelve a aquella tarde. Así las utilizo. Así las elijo. Qué inestable resulta el pasado y qué condicionado está por el presente, por lo que hoy somos sin olvidar lo que ayer fuimos. Es el cambio, que tan acertadamente los budistas localizan (aunque no únicamente, nadie se olvide de Heráclito, el Oscuro). Las canciones no son un ornamento, ni un regalo, sino, más bien, algo nuclear y definitivo, que se une a nuestra biografía y en momentos inesperados, emergen para constituir aquel mundo que solamente vuelve a existir en esa fracción: lo rememorado. Corro entre los árboles y escucho a Adele, y me siento un agente secreto, arropado por las volutas del celuloide fílmico, ¿es parte de mi pasado? Yo elijo y decido que sí, pues su flexible naturaleza me sirve para establecer diques, canales y playas, inmensas playas a la manera de la Ile de Ré.
+ Recorro las lecturas obligatorias, por mi marcadas. La disciplina impone su ritmo. Ineludible, un ritmo ineludible. Títulos. Las constelaciones que arropan el deseo y el proyecto. Sólo el trabajo diario traerá una astilla de luz. Un solo destello.
+ Abro esta pequeña libreta de tapas negras duras. Tomar notas y desechar notas, me digo. Una vez en Francia no escribí nada allí, en el avión dos notas. Una sobre escribir en los aviones y otra sobre el libro que leía un joven en la otra fila, más allá del estrecho pasillo. ¿El mito de Sísifo de Albert Camus? Podría ser. Era un libro de bolsillo, de la editorial Folio. Un joven entre lo intelectual y lo alternativo, con más de lo primero que de lo segundo. No alcanzaría los treinta años y su barba, sus gafas y su pelo rizo y desordenado formaban un conjunto muy bien equilibrado. ¿Estábamos ya en Francia? Creo que sí, para constatarlo vi que la mujer que estaba a mi lado escuchaba en el teléfono Death Cab For Cutie. Bueno, una cuestión de estilo, me dije y cerré los ojos: soy un curioso sin remedio. Estas eran las notas, acabo de romperlas y me preparo para ir al trabajo. Las notas ya no son asunto del presente.
+ Imagen: nos detiene el desorden, lo observamos y habla del momento, del presente. No hay una clara intención en el disparo y cuando emerge en la patalla creemos encontrar un sentido: no hay tal sentido, todo permanece abierto (ayer y hoy).
sábado, 23 de septiembre de 2017
Cae la noche
+ El accidente del que soy responsable y me supone un gasto considerable me hace pensar en lo banales que pueden llegar a ser las preocupaciones. Al mismo tiempo, recuerdo, esta mañana como me comunicaron que alguien permanece postrado en la cama sin dejar de perder peso, sin poder hablar, sin poder moverse. ¿Qué es el dinero ante eso? La misma imposibilidad que aquélla que tiene el que desea comprar el conocimiento del un idioma, la capacidad de tocar un instrumento, de nadar. Lo que el dinero soluciona, y lo que el dinero no soluciona. Etc.
+ «… el universo se resume en ese sol sobre un palacio en Venecia que nos hace elegir ese viaje» Proust en Contra Sainte-Beuve. No cabe hacer una glosa porque rescatar la cita de su habitáculo traiciona el espíritu de la tarde de lectura (un sábado cualquiera). Vibra esa idea del declinar del día en Venecia, como haber recorrido un largo camino para asistir a la falta de permanencia que tienen los paisajes. De la misma manera, en una autopista, entre marisma, vimos como el sol doraba el paisaje y tal vez transformaba aquellas varas elegante en una melena rubia o cenicienta, pero no era el pelo la mejor comparación, sino un algo por descubrir y que no lográbamos atisbar. Ay, los coches, las carreteras secundarias, los pequeños albergues donde comemos pato o salmón, huevo ligeramente hervido, brioches sin diéresis (como conviene), y crema al punto de la flor de la sal. Sin vino, sin ebriedad, con la lucida transparencia de un milagro sin concreción: la vida en sí, incluso en Venecia.
+ Alguien ha entrado en el tramo final. A primera hora de la mañana entro en la oficina y me dicen, en voz baja, que acaban de comenzar a sedarlo. Quien me lo dice tiene los ojos húmedos. Ahora lo recuerdo, recuerdo cómo se reía, cómo bebía vino blanco y explicaba aquello que le aportaba la natación, después nos contó algo de su hijo que había comenzado a estudiar Historia, porque le interesaba mucho la Historia del Arte. Debido a esto último, la familia realizó un viaje por Francia: catedrales, castillos y, como colofón, para que la más pequeña tuviese un premio, acabaron en Euro Disney. Tenía mucha gracia contándolo. Sentí una extraña pena, similar a cuando mi madre murió, pero con otra sensación de distancia y extrañamiento: como si mi propia muerte se acercase. El dolor, la transición, el viento leve de las tardes de abril. Ayer vi a su padre, en una cafetería, con el periódico, con el café con leche, en sus noventa y seis años; tendrá que enterrar a su hijo y alguien me preguntó esta mañana: ¿se lo contarán al padre? Qué responder.
+ Algunos de los vídeos de Katy Perry son todo un tema, una fuente de ideas que no llegan a tener concreción textual por falta de entusiasmo, debido a un clima de tristeza que me embarga: la muerte en su realidad más palpable. Katy Perry tiene una de acidez crítica que enriquece el panorama de la planicie dominical, pero que no consigue de alejarme del pensamiento recurrente, la habitación impoluta donde él comienza a morir, como si los demás no muriésemos un poco en cada inspiración / exhalación. Katy Perry no me aleja de la realidad, cuando yo veo que hay un deseo de abrir la reflexión que se expande, que inserta en el baile y la diversión más o menos frívola una rédito de crítica. Ahí me quedo, a la espera de un momento más propicio. Mientras me quedo con el acertado sentido del espectáculo que K.P. tiene. (Mientras esto escribía el había muerto, nada cambia).
+ El accidente, el dinero, papeles que suponen una sanción, ministros, libros, calcetines, polizas, billetes de avión, sellos y timbres, ropa esparcida, gestos y malhumor, la tristeza, café, agua, tasas, un libro que acaba de llegar, el reloj y su ritmo, letanías, sobres, buzones, manuales, la carretera, un estanco, el olvidado vicio del tabaco, el siempre presente vicio de la bebida, instrumentos de medición que dan una idea de la vida y sus límites. Los límites vitales.
+ Leibniz citado por Deleuze & Guattari: «Je croyais entrer dans le port, mais… je fus rejeté en pleine mar». Así estamos, siempre en el mar, sin llegar a puerto, sin atisbar tierra. Se desmaya la tarde sobre sí misma y un sueño pesado nos alcanza, pero el café ayuda a continuar la jornada: resistimos y leemos con desvanecida intención, con el auxilio del diccionario en línea (dicc. de francés). Son esquema previos que nos han dado una consistencia mínima, la que nos permite en el desasosiego inmenso del océano. La muerte lo alcanzó hoy a él, mañana me tocará a mí: tal vez no.
+ [La pequeña iglesia junto al atlántico astillero posee ese perfil de los joyeros o los estuches, en su interior la respiración de los allegados es una sola respiración, pero él ya sólo es un polvo gris, o ni siquiera eso: sus cenizas se diluyen en las profundidades de la ría, nada ni nadie hará que regrese; el astillero es descomunual y suenan las sirenas que anuncian el fin de la jornada: secas, profundas, como un bajo continuo, una sola nota que inunda la geometría de la costa].
+ Imagen: mi innegable tendencia a la abstracción o al informalismo.
sábado, 16 de septiembre de 2017
Flow
+ He puesto en reproducción continua el sonido de las olas que mueren en la playa. Es una monotonía que invita al sueño y a la profundidad del olvido. En el olvido me hallo. Poco poco, dejo que se disuelvan los pensamientos recurrentes sobre el pasado, recuerdos que cercan la tranquilidad de la tarde. Se hunden los recuerdos en ese mar imaginario que se compone de oscuridad y Mp3. La carrera ha sido provechosa y tranquila, la fina lluvia concentró el esfuerzo, la lucha contra mi tendencia a no hacer ejercicio. Las olas son otra constatación de lo impermanente, su ritmo y su geometría que yo no puedo atrapar, que no sé cómo se atrapa.
+ ¿Debe la tipografía adecuarse al momento histórico en que fue publicado el libro; una tipografía romántica, una tipografía gótica, barroca, neoclásica (…) según el autor fuese un autor del romanticismo, medieval, barroco (…)? Es ésta una pregunta que se compone con las sugerencias que la lectura de Seuils que G. Genette nos ofrece.
+ [Hacer y deshacer la maleta]. El armar un objeto tiene alguna relación con el orden que se le debe imponer al equipaje: la distribución, la elección, lo que se admite y lo que se desecha. Luego están los libros que se llevan de viaje y no se leen, como si fuesen talismanes o amuletos, superficiales supersticiones con una cínica intención. Libretas, lápices, bolígrafos. ¿Tomar notas? Notas que se quedaran en ese simple hecho del escribir, por rellenar huecos o por darle un sentido a lo que no debe tenerlo. El tiempo en suspenso del turista (que es lo que todos somos) precisa de simulacros. Las fotos, las notas, los mapas. Veo la maleta a medio terminar en el suelo y sé que recoge en sí el dibujo de mi persona, pero no quiero indagar en ella a miedo de ver en el espejo algo que no me guste. Es mi tendencia, la falta de concreción, el equilibrio entre fuerza e indecisión [repetido últimamente, robada a una canción de Radio Futura que empleo en mis rutinas deportivas: la carrera sosegada y sin reloj]. Flota la incertidumbre que el viaje contiene, aunque no sea viaje sino turismo y sus límites están perfectamente definidos y acotados por la tarjeta de crédito, las reservas y las direcciones en línea, también los correos electrónicos. Yo soy el equipaje, me digo y la frase no acaba de cuajar porque no sé si me gusta o no me gusta: fuerza e indecisión.
+ [Francia - Aquitania]: conducir por autopistas con un preciso control sobre la velocidad, música electrónica, la niebla, los pájaros. Vemos un gran grupo de cisnes. La ruta es agradable y el mundo es nuestro. El paréntesis vacacional nos traslada a otro mundo. Hay un proceso: el viaje en coche hasta Porto, el avión, aterrizamos en La Rochelle, recogemos el coche de alquiler y nos dirigimos a la casa de nuestra anfitriona. Hay un espíritu del lugar que comienza a empaparnos. No se trata de postales ni de reconstruir melancólicas intuiciones, ni de ver un aspecto artístico ni cultural. Se trata de nuestras vidas y el tiempo que llevamos juntos, de la verdad de nuestros sentimiento, a veces sin palabras, otras veces con gestos, pero en la cercanía del paisaje, que ilustra la relevancia y la solidez que algunas relaciones alcanzan con el tiempo. Ay, el paso del tiempo en estas marismas es equiparable al paso del tiempo en nuestra casa, pero aquí se impregna de una parte de nosotros que se nos oculta, que palpita y no se deja ver con facilidad. Comprar libros, parar en albergues a la vera de carreteras secundarias, pasear sin rumbo, comprar un periódico y no leerlo, practicar el idioma, buscar y encontrar, bajo la lluvia, la casa natal de M. Foucault y sentir pena por él, a pesar de la magnificencia de la casa de su padre, el dolor se focalizaba allí: en el hogar (debería releer la biografía de Didier Eribon, pero no hay tiempo en este momento).
+ Imagen: las pistas de un pequeño aeropuerto, bajo la lluvia del final del verano. Melancolía.
sábado, 9 de septiembre de 2017
Una silla, la lectura y un intermedio
+ Me tiro en la cama de mi estudio y leo poemas en inglés, poemas que tratan de cómo desde Dover se puede ver la costa francesa. Ruge la marea, que está alta, hay calma y la luz es un rastro de melancolía. Me remito a interpretaciones sobre el poema y me vuelvo a preguntar si es posible una única lectura del poema, o las variaciones se contienen ya en el poema. Prefiero no buscar el significado de las palabras que desconozco y dejar un margen a la indeterminación, ¿son estos los indicios difusos de los que hablaba Foucault? El hecho de no completar la lectura de un poema no deja de ser una experimentación lectora: lleno los huecos con mi propia experiencia, con mis lecturas, con mi ‘realidad’, algo que no deja de pervertir el sentido originario, pero ¿qué importancia puede tener en este instante? Estoy jugando y sé que cada momento de lectura constituye una obra distinta al momento anterior. Y qué es la obra si no una sucesión de lecturas: de lo sincrónico a lo diacrónico. Y así todo lo que se constituye en arte dentro del contenedor del canon. El canon es el problema y hasta este poema aquella cuestión me llevó. Se diluye en la certeza de la costa de Dover, como si yo hubiese estado allí en alguna ocasión. No, nunca estuve, pero sí vi una película que protagonizaba Nick Cave, 20.000 días en la tierra, en la que aparecía Dover o unos paisajes similares, para el caso me vale, sea o no sea Dover.
+ Un vídeo sobre los acantilados de Dover: esa blanca pared. Nada añade al poema, porque la relación es meramente literaria. [El poema: «Dover Beach» de M. Arnold].
+¿Mutación y diversidad? Entresacado de B H. Smith desde Pozuelo Yvancos
+ «With tremulous cadence slow, and bring / The eternal note of sadness in.» (cita del poema citado, sin ningún tipo de rigor, como es propio de quien se quiere desprender de las capacidades adquiridas, siempre inferiores al talento innato, que tampoco posee). La noche, el mar, sonidos o rumores. El poema cobra sentido en boca del crítico, pero nosotros hemos permanecido en la intuición impresionista: la menos válida de las aproximaciones a un poema, pero era lo que deseabamos: recrear interesadamente.
+ Compro el periódico Público en Porto. Lo leo con calma, en casa, después de regresar, y termino por quedarme en un suplemento de viajes y gastronomía. Al final del citado suplemento, hay un artículo de Miguel Esteves Cardoso sobre el Dry Martini. Yo no bebo, pero el artículo me interesa mucho: lo recorto y lo guardo dentro de un tomo del mismo autor que poseo desde hace dos o tres años, que abro cada cierto tiempo para leer un artículo: con calma y en la espera de capturar algo que sé que se me escapa. Me gusta mucho la sensualidad con la que se aborda la elaboración del brebaje, el detalle, la cuidada selección, la nota crítica sobre las ginebras con una graduación inferior a 40º. Es importante ritualizar nuestras aficiones, en el caso de la bebida muchísimo más. Yo no bebo, pero lo entiendo; no fumo, pero comprendo a los que fuman. ¿Por qué? Porque el vapor que aporta la ebriedad no es muy diferente al que aportan ciertas lecturas y ayer en Porto sentí esa punzada de la desautomatización, el descorrerse el velo y ver como todo es rarísimo. Las gentes, el turismo, el hecho nada vulgar de comer y respetar las reglas que imprime el entrar en un restaurante, el discurrir de los vehículos; sistemas, maneras y modos que se hacen institución y no somos capaces de cuestionarlos porque son tan nuestros como nuestro propio respirar. El turismo me llama la atención y disparo fotografías con un incierto automatismo. Pero, finalmente, lo que hace que desemboque en la extrañeza es el artículo de M.E.C. Es que el artícuol me lleva a Lisboa, a una casa con libros y a un sofá donde dos amigos comienzan a beber sabedores de una próxima y melancólica borrachera. La teatralidad me subyuga. El poder que tiene el teatro se manifiesta en estos mis gustos por el personaje y su entorno. Veo una Lisboa que nunca vi pero que imagino entre sorbos de mi aguado café, una Lisboa que es muy moderna sin olvidarse de su pasado, entre Pessoa y el Mp3, entre los Fados y la electrónica y el sabor del gin y del vermut blanco con el perfume cítrico de la transparente monda del limón. Una letra dorada y caligráfica sobre la escena que compongo. Dejo el tomo en su estante [literatura, historia, sociedad y política portuguesa] y me dirijo a la cocina: hay que recoger el lavavajillas, otro rito.
+ Un poco más de N.F. Sobre los momentos ingenuos que toda ciencia tiene. ¿El estudio sistemático de la literatura posee ese estatuto de ciencia? ¿Qué importancia puede tener en estas horas previas a volar hacia Francia? Bien sé que libro llevaré, lo que es lo mismo: bien sé que libro no leeré en Francia. Caligráfico emblema de mi mismidad.
+ Imagen: la silla que se ha colocado junto a los contenedores de la basura y bajo un grafiti. Nada tan propicio como la nostalgia para iniciar unas vacaciones, una narcótica nostalgia. Una propuesta para el futuro, parace marcar la silla desechada. Con el encuadre recortamos la silla y la aislamos de los contendores y del grafiti, que le restan verdad, que le imprimen sentidos no deseados por el que dispara, que el que dispara es el dios del momento: minúsculo y transitorio.
sábado, 2 de septiembre de 2017
Ready-made
+ No sin dificultad, avanzo en la lectura de los Cuatro ensayos de N. Frye. No sé, me propuesto leerlo en inglés y no tengo prisa. Con la ayuda de un diccionario en línea, logro avanzar unas páginas en la calurosa tarde de un sábado de agosto. Tengo la necesidad de encontrar una explicación a mi rechazo del veneno absorbido por osmosis durante las últimas tres semanas. No entiendo muy bien la necesidad de acudir a objetivaciones científicas en un camino crítico. N. Frye me da ideas y cierta seguridad (si este sustantivo se puede emplear en este contexto). Me interesa la manera cómo expone la consecución de un punto de vista crítico, la constitución de la persona como crítico. Incide en el aspecto necesario de establecer un criterio: leer literatura hasta conseguir un «make an inductive survey of his own field».
+ Como todo es saltar de una piedra a otra piedra y sortear así el riachuelo. De una historia a otra historia. La actualidad hace que broten esquirlas de vida, que componen un mosaico de narraciones yuxtapuestas que reclaman un sentido que no hemos de otorgar. Un famoso es padre con setenta años, un torero opina sobre el amor a los animales, otro le niega cualquier tipo de derecho a los animales ya que es ésta una cuestión privativa del animal humano y así justifica la tauromaquia, uno se de dice idealista y el otro materialista, un olor a podredumbre se esparce desde las palabras de aquel político que es incapaz de ver el sufrimiento del que trabaja y no llega a nada, del que no trabaja y sabe que nunca volverá a trabajar. Es el contexto. La historia se modula en el presente y nos preguntamos qué modulaciones sufrirá este nuestro presente. ¿Gloria, crecimiento, crisis, lucha, vencedores y vencidos, aislados, mentiras y medias verdades, legiones de ladrones que se han honrado en el crisol de los bailes de sociedad donde se convocan ramilletes de señoritas para el solaz de esos fumadores de puros, bebedores de whisky caro, ajardinados opinadores en las terrazas nocturnas de agosto? El panorama se establece por sí mismo, lo contemplo y acaba de mutar una vez más. Grandes fotos y pequeños libros de fotografía, prefiero lo segundo. Una vez más, Nan Goldin: nada busco en sus fotos y me encuentro con un retrato de mis otros años: la oscuridad y el deseo, un deseo insatisfecho y la larga carrera hacia la nada. ¿Todo ha quedado atrás? Regreso al principio: saltar de piedra en piedra para no llegar a ningún lugar, salvo cruzar el riachuelo sin mojarnos los pies. Abro el libro y estudio El almuerzo de las Drag Queens, todos estamos ahí: compartir comida y risas, hablar, reconocerse, el paisaje que se hace paisaje en nuestros ojos, la constatación del paso del tiempo que se captura en el disparo fotográfico. Así, oigo las opiniones racistas que se fundan en la expansión de la muerte, pero yo no miro para otro lado y guardo un silencio que desaprueba, que desarma el argumento porque no se permite su elaboración mediante la réplica. La vida no sólo es esto, pero esto también es la vida.
+ ¿He localizado la tumba de M. Foucault? Cimetière de Vendeuvre du Poitou.
+ Las tumbas nunca dejan de ser el rescoldo de la vanidad, una joya que nada importa. Visitar tumbas es una afición que yo no practico, aunque sí he llegado hasta cementerios un poco por casualidad, con una pizca de intención. Tumbas anónimas, que tienen el mismo valor que las tumbas de las celebridades. Necrópolis londinenses, con su desorden vegetal, con la casualidad del paseo de los deseocupados no-viajeros.
+ Mujeres ante el café. Son mujeres que con veintitrés años eran señoras, con esa edad se casaron y abandonaron no sin tristeza la juventud. Tienen hijos, una hipoteca y amigas, amigas con las que toman café. Las veo y son tres y las tres fuman, las tres tienen pulseras de oro que tintinea con gracia de gato travieso y ladrón, las tres ven a sus hijos crecer y ninguna acaba de entenderlos. Una de ella mira al horizonte con aburrimiento. El humo es una voluta sin consistencia y sus ojos acuosos retienen una gracia leve y sensual, son quizá sus pechos, el dibujo de sus hombros, el perfil de los muslos o los gemelos bien tallados. Todavía soy joven parece pensar, pero sabe que eso depende de ella y no desea hacer el esfuerzo que supone volver a plantearse la vida como un juego y no como una administrativa rutina, fluida y previsible. Más cómodo es así, pronto regresará a casa y frente al televisor le parecerá que comprende el sentido de la vida. Y sí, lo comprende, en su acotado contexto comprende el sentido de la vida, de su vida. Su hijo ha llamado porque hoy no duermen en casa, hoy ha venido su novia, y este es el sentido de la vida: un fragmento el ciclo eterno.
+ La vida no tiene sentido y cada uno le debe dar un sentido, porque es algo abierto, porque nada está escrito. Ahí reside su grandeza. Con esta idea me acoge el sueño y quiero confiar en ella. Ay, debates entre la libertad y el determinismo, nunca me aclaro, siempre comienzo en el mismo punto y al mismo punto vuelvo. Rescato una paráfrasis de Radio Futura: soy mezcla de fuerza e indecisión. Voluntad y duda. La duda.
+ Imagen: estructuras sin nombre, estructuras que no participan y que su función está en suspenso. Sin contenido, el ensamblaje adquiere unos límites más allá de su geometría: el vacío.
sábado, 26 de agosto de 2017
Balizas
+ En los favoritos de mi navegador agrego blogs con una cierta asiduidad. Los visito sin orden, sin previsión, con una carencia de sistema que propicio. Sin llegar a estimar la razón, me resultan estos documentos presencias amistosas que me acompañan en la sucesión de los días. Yo tengo la esperanza de que esto suceda con el mío, pero no estoy seguro. Con todo, hay una ausencia que hoy ha cristalizado en una página en un absoluto blanco, como un paisaje nevado que se observa de cerca. Rafael Narbona no está, desde hace un largo tiempo, desde una lejana entrada sobre Unamuno. Me gustaba mucho leer su entradas, encontraba en ellas una fluidez de prosa que aprecio especialmente. La textura es importante. Después de esta temporada en el infierno [materialista] he regresado con una fuerza diferente, recóndita y sopesada. Rafael N. no está y no encuentro la manera de trazar una explicación. Pienso en sus desordenes y los comparo con los míos. Veo que mantener un blog es una tarea compleja que obliga a enfrentamientos interiores no siempre deseados ni agradables, pero existe algo que lo hace que se asemeje a nuestro ejercicio físico, a la ingesta de un medicamento, la observancia de una dieta saludable. ¿Para qué? No hay una respuesta providencial, al contrario: la cuestión se resume en una construcción diaria que se aproxima a la oración. La oración como remedio para los males del alma. Rafael N. ya no está, no sé si volverá o es un adiós definitivo. He participado de esos retazos de su vida, donde relataba sus problemas con su enfermedad, el recuerdo de su padre, me gustaba cuando hablaba del Parque del Oeste, cuando se acercaba a ciertos escritores, me gustaban sus entradas muy largas y bien estructuradas. Una pulcritud que condensa todo lo que puedo esperar de una noticia de un ‘ningún lugar’. Ay, tampoco aparecen entradas en el blog de Julio Martínez Mesanza, sin embargo creo que es una desaparición diferente. Qué vida, me digo, esta reclusión entre libros y pantallas, entre el Conde de Villamediana y los látigos de la crítica literaria y de la teoría de la literatura. Esta vida la he creado yo, sin duda, y a veces me agrada y otras veces no. Cuán variable soy en mis concatenaciones.
+«El trastorno bipolar es un pasillo con dos puertas. Si abres una, te encontrarás a los hermanos Marx, encabalgando disparates o jugando con un trombón. Si abres la otra, te toparás con Christopher Walken apuntando a su cabeza con un revólver». En una entrevista, Rafael Narbona.
+ La bipolaridad y el sufrimiento. El sufrimiento.
+ [Llego a un punto en que me encuentro con que R.N. sigue publicando regularmente sus artículos en el suplemento habitual. ¿Pierde sentido el primer párrafo? En ningún caso, incluso: al contrario, se establece una correlación entre lo que sucede y lo que podría suceder, que son planos de una misma realidad, pero con perspectivas diferentes: los errores pueden llegara a iluminar zonas de sombra y mostrarnos detalles insospechados].
+ Abriré el pequeño volumen donde se antóloga la poesía de J.M.M: Soy en mayo.
+ No puedo dejar de escuchar a Nina Simone. Durante casi una hora, el viernes, antes de salir a pasear, a tomar la cerveza helada, hablar y sentir el viento en la cara. Aquí, en el estudio, entre la somnolencia y un aroma poético de café y pan recién hecho, las cosas son distintas. No es vida, me digo, este sumergirse en la lectura y esperar que comience a llover, oír la lluvia y regresar a un poema, cualquier poema. Garcilaso, Góngora, Villamediana. Endecasílabos que se derraman entre las manos, a la busca de un sentido y la captura del ritmo, la estructura, el delicado esbozo de una rima. Antonio Colinas, Claudio Rodríguez, José Hierro. Otras listas, otros poemas. Todo lo que sé no vale nada, pero a mí me sirve. «Las cosas que yo sé las sabe un tonto cualquiera / mi corazón va solito por la carretera», decía Kiko Veneno en Salta la Rana. Un saber muy recóndito, que carece de reflejo en la vida ordinaria, pero la carretera es una realidad inapelable, geométrica. Con acierto, una vez dije: la carretera muerde. No estoy seguro. La voz de Nina Simone se asemeja a las carencias que observo en mi persona, que me hacen tan auténtico como débil. No sé si la voz de N. S. se corresponde con su personalidad. Yo y mis carencias somos uno y lo uno sin lo otro no se entiende. Aparco las canciones de N. S. y me dejo llevar por K. V. Es otra hora. El café es un milagro, la estela de la mañana es lejana, aquellas conversaciones telefónicas, papeles, croquis y mediciones, todo es humo. Guitarras en la noche que son la compañía del nostálgico que no encuentra el camino de regreso. Cierro el ordenador.
+ Imagen: tres mujeres y dos momentos, que se suceden en síncopa. La ruptura del ritmo, si se perpetúa, es un nuevo ritmo. Por otro lado, la fotografía atrapa el tiempo como ningún otro dispositivo lo puede atrapar [ni el cine, ni el vídeo, tampoco la música]. Es la razón nuclear de su evanescente prontitud, la baliza en la realidad para el que quiere ver. Yo veo y valoro las fotos que saqué desde lo alto en la plaza que hay frente al MNCARS. Las mujeres hablan entre ellas, sacan sus teléfonos, los guardan y desaparecen. Capto estas dos fotos y son testimonio de un momento, dos instantes sin relevancia, perdidos en el fondo de la historia (otra vez con minúscula). Luego, recuerdo, fui a la Estación de Atocha a esperar a un amigo que llegaba en el Ave. Todo se disolvió hasta que he abierto la capeta donde se contienen las fotos que cuelgo. Qué sentido ofrecen las estas fotos: son una invocación del pasado, como se ha dicho: balizas que marcan la trayectoria temporal de mis viajes, desplazamientos y amortizaciones vitales. Así queda.
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