+ He puesto en reproducción continua el sonido de las olas que mueren en la playa. Es una monotonía que invita al sueño y a la profundidad del olvido. En el olvido me hallo. Poco poco, dejo que se disuelvan los pensamientos recurrentes sobre el pasado, recuerdos que cercan la tranquilidad de la tarde. Se hunden los recuerdos en ese mar imaginario que se compone de oscuridad y Mp3. La carrera ha sido provechosa y tranquila, la fina lluvia concentró el esfuerzo, la lucha contra mi tendencia a no hacer ejercicio. Las olas son otra constatación de lo impermanente, su ritmo y su geometría que yo no puedo atrapar, que no sé cómo se atrapa.
+ ¿Debe la tipografía adecuarse al momento histórico en que fue publicado el libro; una tipografía romántica, una tipografía gótica, barroca, neoclásica (…) según el autor fuese un autor del romanticismo, medieval, barroco (…)? Es ésta una pregunta que se compone con las sugerencias que la lectura de Seuils que G. Genette nos ofrece.
+ [Hacer y deshacer la maleta]. El armar un objeto tiene alguna relación con el orden que se le debe imponer al equipaje: la distribución, la elección, lo que se admite y lo que se desecha. Luego están los libros que se llevan de viaje y no se leen, como si fuesen talismanes o amuletos, superficiales supersticiones con una cínica intención. Libretas, lápices, bolígrafos. ¿Tomar notas? Notas que se quedaran en ese simple hecho del escribir, por rellenar huecos o por darle un sentido a lo que no debe tenerlo. El tiempo en suspenso del turista (que es lo que todos somos) precisa de simulacros. Las fotos, las notas, los mapas. Veo la maleta a medio terminar en el suelo y sé que recoge en sí el dibujo de mi persona, pero no quiero indagar en ella a miedo de ver en el espejo algo que no me guste. Es mi tendencia, la falta de concreción, el equilibrio entre fuerza e indecisión [repetido últimamente, robada a una canción de Radio Futura que empleo en mis rutinas deportivas: la carrera sosegada y sin reloj]. Flota la incertidumbre que el viaje contiene, aunque no sea viaje sino turismo y sus límites están perfectamente definidos y acotados por la tarjeta de crédito, las reservas y las direcciones en línea, también los correos electrónicos. Yo soy el equipaje, me digo y la frase no acaba de cuajar porque no sé si me gusta o no me gusta: fuerza e indecisión.
+ [Francia - Aquitania]: conducir por autopistas con un preciso control sobre la velocidad, música electrónica, la niebla, los pájaros. Vemos un gran grupo de cisnes. La ruta es agradable y el mundo es nuestro. El paréntesis vacacional nos traslada a otro mundo. Hay un proceso: el viaje en coche hasta Porto, el avión, aterrizamos en La Rochelle, recogemos el coche de alquiler y nos dirigimos a la casa de nuestra anfitriona. Hay un espíritu del lugar que comienza a empaparnos. No se trata de postales ni de reconstruir melancólicas intuiciones, ni de ver un aspecto artístico ni cultural. Se trata de nuestras vidas y el tiempo que llevamos juntos, de la verdad de nuestros sentimiento, a veces sin palabras, otras veces con gestos, pero en la cercanía del paisaje, que ilustra la relevancia y la solidez que algunas relaciones alcanzan con el tiempo. Ay, el paso del tiempo en estas marismas es equiparable al paso del tiempo en nuestra casa, pero aquí se impregna de una parte de nosotros que se nos oculta, que palpita y no se deja ver con facilidad. Comprar libros, parar en albergues a la vera de carreteras secundarias, pasear sin rumbo, comprar un periódico y no leerlo, practicar el idioma, buscar y encontrar, bajo la lluvia, la casa natal de M. Foucault y sentir pena por él, a pesar de la magnificencia de la casa de su padre, el dolor se focalizaba allí: en el hogar (debería releer la biografía de Didier Eribon, pero no hay tiempo en este momento).
+ Imagen: las pistas de un pequeño aeropuerto, bajo la lluvia del final del verano. Melancolía.