sábado, 30 de septiembre de 2017
Contra el abismo
+ Lo diario esconde misteriosos meandros, la vida cotidiana precisa un ejercicio de extrañamiento. La lejanía lo es todo. Conduzco y la música traza un otro paisaje.
+ Tontas tardes de los domingos lluviosos. A veces leo en inglés y otras en francés, pero después me dejo llevar y pierdo el tiempo con los vídeos de Morrissey en aeropuertos en los que nunca estaré. Recuerdo, ahora, aquel tiempo cuando descubrí a los Smiths y me pregunto qué quedará de todo aquello, mientras veo estos vídeo en línea. Morrissey es otro y yo también soy otro yo, pero algo permanece: eso me gustaría creer. ¿El fundamento del destino: el carácter? Sobre ello algo reflexioné la semana pasada a raíz de dos encuentros, dos charlas. Dos personas que se guían por el mismo discurso de lo útil y lo conveniente me trasladan a todas las posibilidades taxonómicas que la personalidad ofrece. Somos susceptibles de ser clasificados (qué intención hay en esta pasiva). Tenemos una casilla preparada para la guía de nuestros actos. Veo al cantante en el aeropuerto: tiene sobre peso, el pelo cano y escaso y un atuendo que no casa con una adolescencia nunca enterrada. El sexo, el fracaso, todo un día perdido en la cama, libros de Wilde, estuches, colegios grises, aquella ciudad, sus reglas, sus castigos. Aquí el reflejo se traslucía en la lujuriosa melancolía que hacíamos nuestras. Volvería a hacer lo mismo, me dijo alguien con mucha razón. El carácter es el destino, decía Heráclito, el Oscuro; una vez más, lo suscribo.
+ Cuando corro, las canciones rebasan su condición de acompañamiento y se transforman en etiquetas del pasado, etiquetas variables. Como la sugerencia de un perfume, el sabor de un alimento, una palabra que nos devuelve a aquella tarde. Así las utilizo. Así las elijo. Qué inestable resulta el pasado y qué condicionado está por el presente, por lo que hoy somos sin olvidar lo que ayer fuimos. Es el cambio, que tan acertadamente los budistas localizan (aunque no únicamente, nadie se olvide de Heráclito, el Oscuro). Las canciones no son un ornamento, ni un regalo, sino, más bien, algo nuclear y definitivo, que se une a nuestra biografía y en momentos inesperados, emergen para constituir aquel mundo que solamente vuelve a existir en esa fracción: lo rememorado. Corro entre los árboles y escucho a Adele, y me siento un agente secreto, arropado por las volutas del celuloide fílmico, ¿es parte de mi pasado? Yo elijo y decido que sí, pues su flexible naturaleza me sirve para establecer diques, canales y playas, inmensas playas a la manera de la Ile de Ré.
+ Recorro las lecturas obligatorias, por mi marcadas. La disciplina impone su ritmo. Ineludible, un ritmo ineludible. Títulos. Las constelaciones que arropan el deseo y el proyecto. Sólo el trabajo diario traerá una astilla de luz. Un solo destello.
+ Abro esta pequeña libreta de tapas negras duras. Tomar notas y desechar notas, me digo. Una vez en Francia no escribí nada allí, en el avión dos notas. Una sobre escribir en los aviones y otra sobre el libro que leía un joven en la otra fila, más allá del estrecho pasillo. ¿El mito de Sísifo de Albert Camus? Podría ser. Era un libro de bolsillo, de la editorial Folio. Un joven entre lo intelectual y lo alternativo, con más de lo primero que de lo segundo. No alcanzaría los treinta años y su barba, sus gafas y su pelo rizo y desordenado formaban un conjunto muy bien equilibrado. ¿Estábamos ya en Francia? Creo que sí, para constatarlo vi que la mujer que estaba a mi lado escuchaba en el teléfono Death Cab For Cutie. Bueno, una cuestión de estilo, me dije y cerré los ojos: soy un curioso sin remedio. Estas eran las notas, acabo de romperlas y me preparo para ir al trabajo. Las notas ya no son asunto del presente.
+ Imagen: nos detiene el desorden, lo observamos y habla del momento, del presente. No hay una clara intención en el disparo y cuando emerge en la patalla creemos encontrar un sentido: no hay tal sentido, todo permanece abierto (ayer y hoy).
