sábado, 23 de septiembre de 2017

Cae la noche

 
+ El accidente del que soy responsable y me supone un gasto considerable me hace pensar en lo banales que pueden llegar a ser las preocupaciones. Al mismo tiempo, recuerdo, esta mañana como me comunicaron que alguien permanece postrado en la cama sin dejar de perder peso, sin poder hablar, sin poder moverse. ¿Qué es el dinero ante eso? La misma imposibilidad que aquélla que tiene el que desea comprar el conocimiento del un idioma, la capacidad de tocar un instrumento, de nadar. Lo que el dinero soluciona, y lo que el dinero no soluciona. Etc.

+ «… el universo se resume en ese sol sobre un palacio en Venecia que nos hace elegir ese viaje» Proust en Contra Sainte-Beuve. No cabe hacer una glosa porque rescatar la cita de su habitáculo traiciona el espíritu de la tarde de lectura (un sábado cualquiera). Vibra esa idea del declinar del día en Venecia, como haber recorrido un largo camino para asistir a la falta de permanencia que tienen los paisajes. De la misma manera, en una autopista, entre marisma, vimos como el sol doraba el paisaje y tal vez transformaba aquellas varas elegante en una melena rubia o cenicienta, pero no era el pelo la mejor comparación, sino un algo por descubrir y que no lográbamos atisbar. Ay, los coches, las carreteras secundarias, los pequeños albergues donde comemos pato o salmón, huevo ligeramente hervido, brioches sin diéresis (como conviene), y crema al punto de la flor de la sal. Sin vino, sin ebriedad, con la lucida transparencia de un milagro sin concreción: la vida en sí, incluso en Venecia.

+ Alguien ha entrado en el tramo final. A primera hora de la mañana entro en la oficina y me dicen, en voz baja, que acaban de comenzar a sedarlo. Quien me lo dice tiene los ojos húmedos. Ahora lo recuerdo, recuerdo cómo se reía, cómo bebía vino blanco y explicaba aquello que le aportaba la natación, después nos contó algo de su hijo que había comenzado a estudiar Historia, porque le interesaba mucho la Historia del Arte. Debido a esto último, la familia realizó un viaje por Francia: catedrales, castillos y, como colofón, para que la más pequeña tuviese un premio, acabaron en Euro Disney. Tenía mucha gracia contándolo. Sentí una extraña pena, similar a cuando mi madre murió, pero con otra sensación de distancia y extrañamiento: como si mi propia muerte se acercase. El dolor, la transición, el viento leve de las tardes de abril. Ayer vi a su padre, en una cafetería, con el periódico, con el café con leche, en sus noventa y seis años; tendrá que enterrar a su hijo y alguien me preguntó esta mañana: ¿se lo contarán al padre? Qué responder.

+ Algunos de los vídeos de Katy Perry son todo un tema, una fuente de ideas que no llegan a tener concreción textual por falta de entusiasmo, debido  a un clima de tristeza que me embarga: la muerte en su realidad más palpable. Katy Perry tiene una de acidez crítica que enriquece el panorama de la planicie dominical, pero que no consigue de alejarme del pensamiento recurrente, la habitación impoluta donde él comienza a morir, como si los demás no muriésemos un poco en cada inspiración / exhalación. Katy Perry no me aleja de la realidad, cuando yo veo que hay un deseo de abrir la reflexión que se expande, que inserta en el baile y la diversión más o menos frívola una rédito de crítica. Ahí me quedo, a la espera de un momento más propicio. Mientras me quedo con el acertado sentido del espectáculo que K.P. tiene. (Mientras esto escribía el había muerto, nada cambia).

+ El accidente, el dinero, papeles que suponen una sanción, ministros, libros, calcetines, polizas, billetes de avión, sellos y timbres, ropa esparcida, gestos y malhumor, la tristeza, café, agua, tasas, un libro que acaba de llegar, el reloj y su ritmo, letanías, sobres, buzones, manuales, la carretera, un estanco, el olvidado vicio del tabaco, el siempre presente vicio de la bebida, instrumentos de medición que dan una idea de la vida y sus límites. Los límites vitales.

+ Leibniz citado por Deleuze & Guattari: «Je croyais entrer dans le port, mais… je fus rejeté en pleine mar». Así estamos, siempre en el mar, sin llegar a puerto, sin atisbar tierra. Se desmaya la tarde sobre sí misma y un sueño pesado nos alcanza, pero el café  ayuda a continuar la jornada: resistimos y leemos con desvanecida intención, con el auxilio del diccionario en línea (dicc. de francés). Son esquema previos que nos han dado una consistencia mínima, la que nos permite en el desasosiego inmenso del océano. La muerte lo alcanzó hoy a él, mañana me tocará a mí: tal vez no.

+ [La pequeña iglesia junto al atlántico astillero posee ese perfil de los joyeros o los estuches, en su interior la respiración de los allegados es una sola respiración, pero él ya sólo es un polvo gris, o ni siquiera eso: sus cenizas se diluyen en las profundidades de la ría, nada ni nadie hará que regrese; el astillero es descomunual y suenan las sirenas que anuncian el fin de la jornada: secas, profundas, como un bajo continuo, una sola nota que inunda la geometría de la costa].


+ Imagen: mi innegable tendencia a la abstracción o al informalismo.