sábado, 9 de septiembre de 2017

Una silla, la lectura y un intermedio



+ Me tiro en la cama de mi estudio y leo poemas en inglés, poemas que tratan de cómo desde Dover se puede ver la costa francesa. Ruge la marea, que está alta, hay calma y la luz es un rastro de melancolía. Me remito a interpretaciones sobre el poema y me vuelvo a preguntar si es posible una única lectura del poema, o las variaciones se contienen ya en el poema. Prefiero no buscar el significado de las palabras que desconozco y dejar un margen a la indeterminación, ¿son estos los indicios difusos de los que hablaba Foucault? El hecho de no completar la lectura de un poema no deja de ser una experimentación lectora: lleno los huecos con mi propia experiencia, con mis lecturas, con mi ‘realidad’, algo que no deja de pervertir el sentido originario, pero ¿qué importancia puede tener en este instante? Estoy jugando y sé que cada momento de lectura constituye una obra distinta al momento anterior. Y qué es la obra si no una sucesión de lecturas: de lo sincrónico a lo diacrónico. Y así todo lo que se constituye en arte dentro del contenedor del canon. El canon es el problema y hasta este poema aquella cuestión me llevó. Se diluye en la certeza de la costa de Dover, como si yo hubiese estado allí en alguna ocasión. No, nunca estuve, pero sí vi una película que protagonizaba Nick Cave, 20.000 días en la tierra, en la que aparecía Dover o unos paisajes similares, para el caso me vale, sea o no sea Dover.

+ Un vídeo sobre los acantilados de Dover: esa blanca pared. Nada añade al poema, porque la relación es meramente literaria. [El poema: «Dover Beach» de M. Arnold].

+¿Mutación y diversidad? Entresacado de B H. Smith desde Pozuelo Yvancos

+ «With tremulous cadence slow, and bring  / The eternal note of sadness in.» (cita del poema citado, sin ningún tipo de rigor, como es propio de quien se quiere desprender de las capacidades adquiridas, siempre inferiores al talento innato, que tampoco posee). La noche, el mar, sonidos o rumores. El poema cobra sentido en boca del crítico, pero nosotros hemos permanecido en la intuición impresionista: la menos válida de las aproximaciones a un poema, pero era lo que deseabamos: recrear interesadamente.

+ Compro el periódico Público en Porto. Lo leo con calma, en casa, después de regresar, y termino por quedarme en un suplemento de viajes y gastronomía. Al final del citado suplemento, hay un artículo de Miguel Esteves Cardoso sobre el Dry Martini. Yo no bebo, pero el artículo me interesa mucho: lo recorto y lo guardo dentro de un tomo del mismo autor que poseo desde hace dos o tres años, que abro cada cierto tiempo para leer un artículo: con calma y en la espera de capturar algo que sé que se me escapa. Me gusta mucho la sensualidad con la que se aborda la elaboración del brebaje, el detalle, la cuidada selección, la nota crítica sobre las ginebras con una graduación inferior a 40º. Es importante ritualizar nuestras aficiones, en el caso de la bebida muchísimo más. Yo no bebo, pero lo entiendo; no fumo, pero comprendo a los que fuman. ¿Por qué? Porque el vapor que aporta la ebriedad no es muy diferente al que aportan ciertas lecturas y ayer en Porto sentí esa punzada de la desautomatización, el descorrerse el velo y ver como todo es rarísimo. Las gentes, el turismo, el hecho nada vulgar de comer y respetar las reglas que imprime el entrar en un restaurante, el discurrir de los vehículos; sistemas, maneras y modos que se hacen institución y no somos capaces de cuestionarlos porque son tan nuestros como nuestro propio respirar. El turismo me llama la atención y disparo fotografías con un incierto automatismo. Pero, finalmente, lo que hace que desemboque en la extrañeza es el artículo de M.E.C. Es que el artícuol me lleva a Lisboa, a una casa con libros y a un sofá donde dos amigos comienzan a beber sabedores de una próxima y melancólica borrachera. La teatralidad me subyuga. El poder que tiene el teatro se manifiesta en estos mis gustos por el personaje y su entorno. Veo una Lisboa que nunca vi pero que imagino entre sorbos de mi aguado café, una Lisboa que es muy moderna sin olvidarse de su pasado, entre Pessoa y el Mp3, entre los Fados y la electrónica y el sabor del gin y del vermut blanco con el perfume cítrico de la transparente monda del limón. Una letra dorada y caligráfica sobre la escena que compongo. Dejo el tomo en su estante [literatura, historia, sociedad y política portuguesa] y me dirijo a la cocina: hay que recoger el lavavajillas, otro rito.

+ Un poco más de N.F. Sobre los momentos ingenuos que toda ciencia tiene. ¿El estudio sistemático de la literatura posee ese estatuto de ciencia? ¿Qué importancia puede tener en estas horas previas a volar hacia Francia? Bien sé que libro llevaré, lo que es lo mismo: bien sé que libro no leeré en Francia. Caligráfico emblema de mi mismidad.

+ Imagen: la silla que se ha colocado junto a los contenedores de la basura y bajo un grafiti. Nada tan propicio como la nostalgia para iniciar unas vacaciones, una narcótica nostalgia. Una propuesta para el futuro, parace marcar la silla desechada. Con el encuadre recortamos la silla y la aislamos de los contendores y del grafiti, que le restan verdad, que le imprimen sentidos no deseados por el que dispara, que el que dispara es el dios del momento: minúsculo y transitorio.