sábado, 26 de agosto de 2017

Balizas





+ En los favoritos de mi navegador agrego blogs con una cierta asiduidad. Los visito sin orden, sin previsión, con una carencia de sistema que propicio. Sin llegar a estimar la razón, me resultan estos documentos presencias amistosas que me acompañan en la sucesión de los días. Yo tengo la esperanza de que esto suceda con el mío, pero no estoy seguro. Con todo, hay una ausencia que hoy ha cristalizado en una página en un absoluto blanco, como un paisaje nevado que se observa de cerca. Rafael Narbona no está, desde hace un largo tiempo, desde una lejana entrada sobre Unamuno. Me gustaba mucho leer su entradas, encontraba en ellas una fluidez de prosa que aprecio especialmente. La textura es importante. Después de esta temporada en el infierno [materialista] he regresado con una fuerza diferente, recóndita y sopesada. Rafael N. no está y no encuentro la manera de trazar una explicación. Pienso en sus desordenes y los comparo con los míos. Veo que mantener un blog es una tarea compleja que obliga a enfrentamientos interiores no siempre deseados ni agradables, pero existe algo que lo hace que se asemeje a nuestro ejercicio físico, a la ingesta de un medicamento, la observancia de una dieta saludable. ¿Para qué? No hay una respuesta providencial, al contrario: la cuestión se resume en una construcción diaria que se aproxima a la oración. La oración como remedio para los males del alma. Rafael N. ya no está, no sé si volverá o es un adiós definitivo. He participado de esos retazos de su vida, donde relataba sus problemas con su enfermedad, el recuerdo de su padre, me gustaba cuando hablaba del Parque del Oeste, cuando se acercaba a ciertos escritores, me gustaban sus entradas muy largas y bien estructuradas. Una pulcritud que condensa todo lo que puedo esperar de una noticia de un ‘ningún lugar’. Ay, tampoco aparecen entradas en el blog de Julio Martínez Mesanza, sin embargo creo que es una desaparición diferente. Qué vida, me digo, esta reclusión entre libros y pantallas, entre el Conde de Villamediana y los látigos de la crítica literaria y de la teoría de la literatura. Esta vida la he creado yo, sin duda, y a veces me agrada y otras veces no. Cuán variable soy en mis concatenaciones.

+«El trastorno bipolar es un pasillo con dos puertas. Si abres una, te encontrarás a los hermanos Marx, encabalgando disparates o jugando con un trombón. Si abres la otra, te toparás con Christopher Walken apuntando a su cabeza con un revólver». En una entrevista, Rafael Narbona.

+ La bipolaridad y el sufrimiento. El sufrimiento.

+ [Llego a un punto en que me encuentro con que R.N. sigue publicando regularmente sus artículos en el suplemento habitual. ¿Pierde sentido el primer párrafo? En ningún caso, incluso: al contrario, se establece una correlación entre lo que sucede y lo que podría suceder, que son planos de una misma realidad, pero con perspectivas diferentes: los errores pueden llegara a iluminar zonas de sombra y mostrarnos detalles insospechados].

+ Abriré el pequeño volumen donde se antóloga la poesía de J.M.M: Soy en mayo.

+ No puedo dejar de escuchar a Nina Simone. Durante casi una hora, el viernes, antes de salir a pasear, a tomar la cerveza helada, hablar y sentir el viento en la cara. Aquí, en el estudio, entre la somnolencia y un aroma poético de café y pan recién hecho, las cosas son distintas. No es vida, me digo, este sumergirse en la lectura y esperar que comience a llover, oír la lluvia y regresar a un poema, cualquier poema. Garcilaso, Góngora, Villamediana. Endecasílabos que se derraman entre las manos, a la busca de un sentido y la captura del ritmo, la estructura, el delicado esbozo de una rima. Antonio Colinas, Claudio Rodríguez, José Hierro. Otras listas, otros poemas. Todo lo que sé no vale nada, pero a mí me sirve. «Las cosas que yo sé las sabe un tonto cualquiera / mi corazón va solito por la carretera», decía Kiko Veneno en Salta la Rana. Un saber muy recóndito, que carece de reflejo en la vida ordinaria, pero la carretera es una realidad inapelable, geométrica. Con acierto, una vez dije: la carretera muerde. No estoy seguro. La voz de Nina Simone se asemeja a las carencias que observo en mi persona, que me hacen tan auténtico como débil. No sé si la voz de N. S. se corresponde con su personalidad. Yo y mis carencias somos uno y lo uno sin lo otro no se entiende. Aparco las canciones de N. S. y me dejo llevar por K. V. Es otra hora. El café es un milagro, la estela de la mañana es lejana, aquellas conversaciones telefónicas, papeles, croquis y mediciones, todo es humo. Guitarras en la noche que son la compañía del nostálgico que no encuentra el camino de regreso. Cierro el ordenador.

+ Imagen: tres mujeres y dos momentos, que se suceden en síncopa. La ruptura del ritmo, si se perpetúa, es un nuevo ritmo. Por otro lado, la fotografía atrapa el tiempo como ningún otro dispositivo lo puede atrapar [ni el cine, ni el vídeo, tampoco la música]. Es la razón nuclear de su evanescente prontitud, la baliza en la realidad para el que quiere ver. Yo veo y valoro las fotos que saqué desde lo alto en la plaza que hay frente al MNCARS. Las mujeres hablan entre ellas, sacan sus teléfonos, los guardan y desaparecen. Capto estas dos fotos y son testimonio de un momento, dos instantes sin relevancia, perdidos en el fondo de la historia (otra vez con minúscula). Luego, recuerdo, fui a la Estación de Atocha a esperar a un amigo que llegaba en el Ave. Todo se disolvió hasta que he abierto la capeta donde se contienen las fotos que cuelgo. Qué sentido ofrecen las estas fotos: son una invocación del pasado, como se ha dicho: balizas que marcan la trayectoria temporal de mis viajes, desplazamientos y amortizaciones vitales. Así queda.