sábado, 19 de agosto de 2017

Matriz

 

+ Miro hacia atrás: me dedico durante un buen rato a ver las fotos que he disparado de un tiempo a esta parte. Y veo que hay un hilo que aparece y desaparece, es una foto recurrente: disparo a los pies de algunas personas, nunca más arriba de sus rodillas, quizá hacia los muslos, pero nada más. Con estos mimbres el cesto psicoanalítico se erige en el centro de una comedia. Un cesto ocupa el escenario, un gran cesto (…) Me detengo y pienso: pies, zapatos, medias, calcetines, la fragilidad del pie que se contiene en un disparo sin proyecto. Qué frágil, qué delicado es el pie. Qué significado tiene o sólo es un significante que reclama ser completado.

+ Un error: fijarse en el resultado y no en el procedimiento para llegar a ese resultado.

+¿Mi tiempo? Se resume esta cuestión en la diatriba que me lleva asaltando durante días, semanas quizás. [Ahora pongo música electrónica que se descarga de una página de una radio en línea: expansión, incendios, el viejo julio de 2017 ya ha muerto y agosto en la mitad del camino correrá su misma suerte]. ¿Expresión? Otra cuestión donde se baten las ideas y su vestido. El ropaje es un fin en sí mismo o esto ni siquiera resulta una marca de calidad. La literatura es un haz de ideas o una expresión de unas ideas con independencia de su pertinencia o impertinencia. Creo haber navegado durante mucho tiempo en el mar del psicologismo y de la impresión, pero nunca fui un vasallo de estos criterios, muy al contrario. Si una característica positiva tiene mi posición es la duda. ¿La razón, el racionalismo? Está bien un método firme, pero una excesiva rigidez o una ausencia de la oportuna flexibilidad incapacita el criterio, para llegar a una conclusión aceptable las posiciones deben ser variables. ¿El arte supone una realidad segunda? En verdad los referentes se pueden rastrear hasta llegar a una conexión con lo visible, lo perceptible, pero no estoy seguro si merece la pena. Sabido es que todo discurso supone una posición de partida y que establecer una relación de igualdad entre ciencia, ciencia social y humanidades es peligroso, porque conduce a una confusión extrema. La ciencia tiene capacidad de predicción, esta es una de sus razones: cuando se utiliza la física para calcular las cargas que un puente puede soportar es con el objetivo de que el puente no se caiga cuando un determinado peso transite [futuro] sobre su tablero; y qué decir de la predicción del tiempo atmosférico, que se apoya igualmente en la física, los modelos matemáticos y se auxilian con la potencia informática. ¿Se pueden igualar en la razón la física y el estudio teórico de la literatura o son razones distintas la una y la otra?  ¿Todo pasa por una formalizar los fenómenos? ¿es posible reducir la literatura a matemática? Tengo serias dudas, siendo amable. La cuestión palpita todavía porque tampoco se puede resumir una posición materialista acerca de la literatura con cuatro trazos, con comparaciones, aunque bien traídas, incompletas. ¿Continuará esta investigación?

+ [Tras lo anterior]. Entro en la tienda de segunda mano, revuelvo y encuentro un libro de Luis Magrinyà: Los dos Luises, en edición del Círculo de Lectores. 3 €. No lo dudo y pago los tres euros que cuesta. La novela tiene una capacidad de evasión muy necesaria, pero también es una vía de conocimiento. ¿Un saber sólido, muy sólido? Ay, la teoría y sus venenosos meandros, en cada curva acecha el líquido que nos fulmina, nos debilita, que postrados nos deja. En un primer momento no me gusta la portada (?), pero acabo por apreciar una idea de un otro tiempo, un algo de los años ochenta o noventa. Lo compruebo y sí: años noventa, en su grandeza y colorido. Aquí se debate mi nostalgia, ¿pero dónde está esa patria a la que volver, a la que no volveremos? ¿los años noventa del pasado siglo? No sé qué me deparará el libro, no sé si lo terminaré, pero está aquí, frente a mí. Es una promesa o una advertencia. [Horas más tarde]. Avanza la lectura y un espesor indeterminado me atrapa. Con suavidad reconstruyo una época que fue mía y hoy no es ni siquiera historia [con minúscula, obviamente]. Se mezcla esta percepción, este perfume antiguo, con la imágenes de un conocido: a bordo de un velero, rubio, seguro, un mascarón, un doble de sí mismo, el juego se sirve en los laberintos de la red; pero la novela tiene una mayor presencia que aquél que no recuerda mi rostro, ni mi nombre. Avanzo y percibo una calidad de prosa que me devuelve mi biografía como un intento fallido; esto explica muchas cosas. Asuntos que se enlazan con el párrafo anterior. La teoría y la intención de penetrar en secretos y motivos que se organizan en función de una vocación no culminada, pero que no se ha abandonado. Sí, no creo que la teoría de la literatura sea una ciencia, es más: dudo que pueda alcanzar ese estatuto y pretender tal estatuto es desvirtuarla. Pero la novela está aquí y en ella me resuelvo. Avanzo y el sabor del café es una baliza en todo el cúmulo de sensaciones que la tarde de agosto me aporta: elementos para el olvido, elementos para la nostalgia [la construcción del nostos].

+ [Arte]. Se contraponen dos exposiciones vistas en los últimos días. Abstracciones de otro mundo ya. El tiempo pasa sobre ellas y las transforma. Lo que ayer fue actual hoy es arqueología. Las salas determinan la visión y no se puede pervertir ese recorrido, aunque se intente. Los formatos, el color, su ausencia, el silencio roto con timidez por el deslizarse de una ninfa recién tatuada. Hay una lírica invisible en el Museo de Arte Contemporáneo y ya no nos preguntamos por el futuro de todo ‘esto’. Ella lo sabe y su vaporosa presencia atestigua la cadencia de los cuadros, que se ordenan cronológicamente y muestran un envejecer que a todos nos atañe, también a ella, también a su flamante tatuaje, que será testigo del paso del tiempo en la propia degradación de la piel. Así, los lienzos, algunos, no todos, han perdido tersura y las depresiones que se forman en el entorno de los bastidores son evidentes signos del paso del tiempo, el color negro parece polvoriento y se ve que son cuadros con su cotización y su salón burgués o su sala de consejo de dirección [se me ocurre que podrían estar en la recepción de una boyante naviera con expansión internacional]. El pintor tiene sus años, es un anciano ya. Las fotos de su juventud nos muestran la promesa de una vocación que se alcanza, que culmina en esta muestra donde se acumula su obra. La obra. Pero hay algo que desafina y no logramos acertar. Lo sé: se percibe con evidencia el paso del tiempo sobre los cuadros, han quedado embalsamados en los años ochenta del pasado siglo, pero no consiguen que aquel momento renazca. Ay, qué gran diferencia con los de Luis Gordillo de un otro día, que respiraban el mismo aire que nosotros respirábamos ante ellos, que eran tan siglo XXI como lo podría ser el mismo Velázquez. Pero nada es eterno, salvo el mismo tiempo. Yo soy esa historia con minúscula que no puede regresar a su tiempo, los cuadros vistos constatan esa incapacidad.

+ Imagen: el trazo soberano que la cámara describe sobre el Museo de Arte Contemporáneo: es arte todo lo que puebla sus salas, ¿y lo que atrapa esta razón, es también arte?