+ Franco Battiato trae consigo el aire de un tiempo que no ha de volver. Aquel tiempo en que yo no entendía nada, y no quiere esto decir que ahora entienda algo, pero ahora lo sé: no entiendo nada. Paisajes, geometría, coches y cigarrillos. El licor helado y los campos sobre los que vuela un águila mientras unos chicos beben y fuman y hablan sobre filosofía, pintura y poesía. La juventud dura poco, pero se convierte en un espejo de la vida, un programa que se ha desarrollar durante década. No entiendo nada, puedo decir ahora con seguridad y arrogancia. Y robo una frase a una canción de Kiko Veneno: lo que sé lo sabe un tonto cualquiera. Hay un aire de inocencia en todo lo que me rodea y no creo que sea necesariamente malo. Como recuperar aquella inocencia que se sumergió en edades superadas, ¿he desandado el camino que asegura la verdad sobre las dimensiones de los viajes, o la técnica para alcanzar una posición en la vida, o lo que la lectura representa, por ejemplo? El espacio me sorprende como a un niño lo sorprende el funcionamiento de una linterna. De todo dudo y todo afirmo. Las lecturas que van dando estructura a este verano son determinantes en el proceso de ruptura y demolición de antiguas certezas y en la construcción de otras nuevas. Primero se contempla y estudia la montaña, se comienza la ascensión, se corona la cumbre y se termina por descender al valle. Ese movimiento oculta una metáfora o una alegoría sobre el aprendizaje: llenar y vaciar y en el vacío dejarse en suspenso. Flotar, nadar, dormir. Un campo léxico que se abre y una rosa que se muere.
+ Recuerdo un restaurante en Oporto para una cierta clase alta. Un portero, una escalera angosta, un luminoso recibidor, salas recoletas e inmaculadamente blancas, sin distorsiones, comida asiática, ese acento japonés, una amplia terraza con una luz tenue y lechosa. No recuerdo bien cómo llegamos allí ni por qué nos franquearon la entrada, pero allí estábamos. Recorrí los grupos de personas y me fijé en uno en el que había tres niños de corta edad. Recordar aquellas personas equivale a constatar la lejanía que el ser humano tiene respecto a sí mismo. El pescado hervido guarnecido con fresas heladas, champán, pantallas líquidas, niños con ropa carísima, mujeres hermosas, hombres apuestos, camareros tatuados y distantes. Se veía el río, su impasible presencia valía más que todo el oro del mundo. Poder estudiar las escenas de conversaciones banales y suspiros ausentes, establecidos con cierto cansancio estudiado, era un privilegio. Sus ropajes, los zapatos, los gestos, la tranquilidad de la situación. Fuera, aunque era verano, una brisa fría llegaba del océano. El tono poético se adentraba en la lírica de los primeros años del siglo XXI, lo que no aporta mucho, pero establece un sistema de coordenadas: música independiente, tres o cuatro tarjetas de crédito, viajes frecuentes a Londres y los buenos hoteles de la capital británica, el reloj carísimo, el BMW, la tradición familiar de los días en el campo, cierto aire mundano y la arrogancia de la aristocracia local. Me pregunté qué leerían, me pregunté si habrían leído Os Maias y me di cuenta que estas preguntas no tenían sentido: el chispazo del oro todo lo suple. A la luz de la luna sus risas traslucían la seguridad y un poso de olvido y desengaño que el juego de los niños atenuaba, los gritos y los berrinches trasladaban a los padres al centro de la verdad: la sucesión y crianza de las generaciones podría ser el único sentido de la vida, un otro algo que carece de interés. Una mucama apareció y la saludaron con una apreciable dulzura, se llevó a los tres niños y la calma regresó a la terraza, desde donde se podía ver con especial definición el puente de Arrabida: su arco reflejaba la flexibilidad de la escena como ningún otro retrato de grupo podría haber hecho. Tenían un aire de familia: el cansancio.
+ ¿Cuáles son las cosas que podemos cambiar y cuáles son las que no podemos cambiar? Esta pregunta se plantea en torno a lo que el día ofrece y las trazas de angustia que contiene [en tantas ocasiones], y la angustia no es otra cosa que miedo. Miedo, esa incertidumbre. Hay un rédito en cada aceptación, pero aceptar siempre no es lo correcto. No hay un manual de instrucciones o estas se van escribiendo según el día avanza y cuando se fijan, muchas de ellas, ya no son válidas. Dedicarse a una actividad y centrarse en ella sin pedir nada a cambio salvo la certeza de las rutinas que otorga, un horario, ejercicio, comida saludable, hablar poco, el amor, la amistad, el rechazo de la esperanza y el rechazo del miedo. Quizá no sea muy original, pero resulta útil. La lucha diaria contra la acedía transforma lo gris y plano en un paisaje conmovedor: niebla, destellos en el fondo [es una casa habitada por gatitos, quizá, gatitos felices], troncos, umbrías, la música de Bach, una pila de libros comenzados que comienzan a dejar de ser nebulosa para establecerse como galaxia tan ramificada como fuerte [hasta que se abandone la lectura]. ¿Es necesario tratar de cambiar lo que no se puede cambiar? De esfuerzos inútiles se nutre la melancolía. El regreso a una patria que nunca existió, me digo y veo como la noche se eleva sobre el día, los noctámbulos comienzan su periplo, se oye un ladrido y el sueño me acoge en su regazo. Dormir es un privilegio.
+ Despierto. Un lejano soniquete de de despertador me sobresalta, como campanillas agitadas por una sierra. No son todavía las seis menos cuarto. Todo comienza. Enciendo la radio y alguien hace una entrevista. Creo reconocer la voz, pero no estoy seguro, la voz es familiar, pero no acierto. Le resto importancia, sin embargo me carcome la curiosidad. Tengo una habilidad especial para reconocer voces, rostros o gestos. Me da impresión que es un atavismo del hombre cazador que todos llevamos dentro. Me intriga. Escucho sus opiniones sobre música, que es de lo se trata en la entrevista. Y, repentinamente, el entrevistado dice que aunque Camarón no entendía a García Lorca hizo unas grades interpretaciones de sus poemas. Eso me sobresaltó como me sobresaltaron las molestas campanillas-sierra de un otro despertador unos minutos antes. ¿Camarón no comprendió a García Lorca? Una cosa lleva a la otra y encontré, sin error, el nombre del entrevistado. Volqué el café en su taza, vertí el salvado de avena y la lecitina de soja, corté el pan, y me dispuse a comenzar mi desayuno, mientras olvidaba el nombre de aquel triunfador, un hombre de éxito, el hombre del momento, tan seductor, tan flojo.
+ Historias de banqueros o bancarios que se suicidan, una hilera de libros, el café sin azúcar, kilómetros por recorrer, pequeños hoteles lejos de la costa, pan recién horneado, el tema del autor y su muerte, ¿qué es un autor?, un poema, el sendero por el que correr todas las tardes, la actualidad, el amor, la amistad. Afloran las imágenes con perfección según la carrera toma su ritmo. Hay un rimo indiscutible, ese que permite llegar en el punto justo de cansancio. Hoy lo he logrado.
+ [Imagen]. Ver-observar-contemplar ciertas obras de arte del momento se revela como una transición perpleja hacia lo plano, lo acostumbrado, y quizá lo aburrido. La sorpresa está fuera del proyecto estético, o se ha sumergido hasta construir una suave y leve mentira. Pero con 17 años todo resulta diferentes: burbujas, chispas y renovación constante. Ahí está el centro de la diana.