+ Mientras ,leo, otra vez, Sepulcro en Tarquinia, un perro ladra unos pisos más abajo. Tiene ese ladrido la calidad mortecina y lluviosa que la tarde tiene. El paralelismo semeja alegórico, pero prefiero detenerme en la lectura y medir versos y escanciar el segundo que se acaba de marchar para nunca volver. Ay, estos volúmenes negros, con la imagen que el verso ilumina con precisión. Este acompañar la tarde, el acompasado sonido de los cacharros en la cocina, el zumbido de un electrodoméstico, la lejana televisión que sólo es rumor o viento. La tarde del jueves acoge en su pequeña realidad todo el avispero de lo vivido. La semana se aproxima a su fin y un recuento innecesario se agolpa entre mis dedos: los destierro para volver al libro: «se abrieron las cancelas de la noche».
+ He conducido con reconcentrada atención. La música era electrónica un tanto anticuada, y no es un contrasentido: los años pasan tan rápido. Siento esa punzada elegante de lo vivido con intensidad, con la precisión de un relojero judío en el centro de Praga, me digo sin saber lo que digo. Son imágenes que me arropan en el conducir y luego pienso en alegorías y metáforas, como si hubiese desde aquí una posibilidad de lectura. Leer los espacios, leer a las personas. Me dejo llevar hasta llegar al silencio de los bosques que se orillan en la carretera. Tengo la estela de algunos versos, pero no quiero pensar en nada más que el itinerario. Lo consigo y sé que es un triunfo. Con qué poco me conformo en este final de la semana, en su agotamiento: lo laboral, lo festivo, lo literario.
+ Sobre las opiniones acerca de la literatura como terapéutica. «Lo bueno de no tener personalidad es que uno puede suplantar a cualquiera, y ese es el talento de Ripley, el de ser capaz de hacerse pasar por cualquier otro», José Luis Pardo en Estética de lo peor (De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida). Si copio esta cita es para establecer un puente entre literatura y terapéutica. Pero es un puente que se construye para ser dinamitado inmediatamente, una voladura controlada y con la intención de preservar la literatura de usos no deseados. La literatura no tiene objeto y por eso es posible su uso para tantos propósitos, tan diversos como espurios. En el tomar un relato como percha para escalar a la cumbre y establecer un discurso hay un algo perverso que es preciso determinar, pues esta utilización interesada rebaja la narración ya que la desposee de su anclaje en la realidad. Ay, la realidad, qué palabra. Cierro este periódico donde leo el comienzo de la crónica cultural, el apartado libresco: «Si X no existiese, habría que inventarlo, porque es necesario que todo…»
+ Exposición de Luis Gordillo en el CGAC.
+ Repaso fotografías e intento apreciar la huella del tiempo en ellas, en mí. Yo soy tiempo y la fotografía es tiempo. Destacar esta característica de la fotografía es destacar lo obvio, pero lo obvio contiene una verdad que se hace auténtica en la propia constatación, en su reflejo. Como en tantas expresiones artísticas, el paso del tiempo es el tema, quizá el único tema. Se plantea y se necesita una definición de tiempo, de aburrimiento, de entretenido (pasa-)tiempo. Aburrirse es lo insoluble, carente de capacidad para la dilución, permanece sin alterarse, sólido y opaco es el aburrimiento. Hay fotos que captan con precisión la naturaleza de los momentos banales y aburridos. Así, veo las fotos de Nan Goldin y me dejo llevar por innecesarias suposiciones. Pesar la intuición y rechazar sus atisbos, por qué se debe reflexionar y establecer un medio acuso donde flotar sin consecuencias. No, no es posible. Pero ahí está el aburrimiento para elevar la angustia. El mal de nuestro tiempo, ¿debe ser rechazado el aburrimiento o debemos centrarnos en él? Alguien me decía que para que se esfume el aburrimiento lo mejor es pensar en él, hacerlo girar, describirlo, definirlo, asumir su función de carencia y espanto, pero, claro, eso ya es un trabajo: el antagonista del aburrimiento. Estudio detenidamente las agujas del reloj y veo mi propio rostro. La baja calidad de la foto resuelve la certeza que atesora en lo que pronto será arte, casi como una religión, casi como una fe. I’ll be your mirror, dice N.G y yo lo suscribo.
+ N.G dice preferir para las fotos el libro, como mejor formato para mostrar las fotos. Pienso en ello y creo que está acertada. La habitación como recinto para ver las fotos, para pesarlas, para reconstruir o destruir. Pero ¿y esos grandes formatos que, precisamente, son por el formato? Y así recuerdo unas gigantescas fotos de unas zapatillas. Cada día tiene su afán.
+ [¿Sabias que a finales del siglo xix un libro amarillo se entendía como un libro ‘licencioso’? ¿?licencioso’ se equipara a lo atrevido en materia sexual, lo abiertamente inmoral? Sin duda, ese es el significado y en ese sentido apunto lo que apunto, este sentido y no en ningún otro].
+ Imagen: lo fragmentario de nuestra existencia.