sábado, 29 de julio de 2017

Verano

 

+ La música me hace compañía cuando necesito esta escogida soledad. Apago la luz y escucho a Debussy. La mer. La sugerencia reside en la capacidad de imaginar paisajes de playas que se anclan en la infancia, las rocas y la arena, una opacidad verdosa del mar en las tardes veraniegas, cuando ya era hora de regresar a la ciudad. Algo quedaba allí, entre sueños, y mientras la noche caía y la ciudad era un decorado luminoso yo pensaba en lo que podía suceder en la playa. Vuelos inspirados. Ahora Debussy me traslada a aquel momento, al instante de caer en el sueño. Se trata, finalmente, de no pensar, o de pensar sin dirección, recuperar momentos intenso que no eran ni felices ni infelices, pero que fecundaban un principio narrativo: todo lo que o se cuenta es lo que engrandece el relato. Flecos como diamantes, diamantes como abrazos y el surrealismo entrevisto del tirante muslo de una muchacha: era mayor que nosotros y ya era una mujer y nosotros niños. Esa playa, el dibujo de los cuerpos, la razón de la música en este momento preciso, exacto y efímero. Los minutos candentes que se deshacen al contacto con la luz. Afilado entendimiento que se perdió con la infancia. ¿Recuperarlo? Ya no es posible o la tarea es otra bien distinta.

+ Repaso en un prontuario para profesores de español los niveles y graduaciones del dominio de una lengua. Me paro a romper el automatismo de la lectura cuando se refiere al dominio sobre hablar de uno mismo, de sus pertenencias, de las personas que conoce y las actividades que desarrolla. Siempre produce un cierto vértigo esta taxonomía que todo idioma arropa en su interior, mucho más cuando es necesario hacerla explícita. Cuando dejo el prontuario y retomo el Ruiz de Elvira, las genealogías de los dioses griegos me sumergen en un espacio nuevo, más denso, menos comprensible. Esta oscilación entre lo transparente, lo traslucido y lo opaco, condiciona la visión del viernes. Una cena con amigas. Hablaremos y nos reiremos, entre la anécdota intrascendente y la seguridad que toda biografía encierra en sí, a donde todo se dirige. Los niveles básicos de la vida y la elevación que el mito ofrece, como ejemplo, como enseñanza, como materia literaria que apunta a un disfrute netamente romántico [¿somos nosotros otra cosa que flecos del romanticismo?], me comprime, trato de poner en suspenso estas ideas y alejar el fantasma de la melancolía: nos fácil ya que mi principio rector tiene mucho de este veneno: el humor negro, el cólico negro. Vaya, son los esfuerzos infructuosos que cristalizan, pero para eso está la clasificación taxonómica: para equilibrar lo diario. No, no pensar, el grado cero de lo cotidiano, me digo y no pienso en R. Barthes.

+ Llego a Proust de una manera indirecta y me detengo en su figura, como escritor, como personaje. Veo esa necesidad de dividirse entre un yo ordinario y viviente y un yo supremo que se inclina hacia la escritura. Lo fútil frente a lo nuclear. Más tarde su larga descripción sobre cómo cae en el sueño me muestra un camino ya conocido y acostumbrado: yo también hago ejercicios para sumergirme en el sueño. Provoco yo esa entrada mediante la rememoración de espacios que en ese momento supongo desiertos, con el aleteo de una posibilidad en el paisaje y en el olvido: bosques, prados, plazas, iglesias, salas de museo o deshabitadas casas donde atisbamos la felicidad con formas y maneras adolescentes. Proust habla de la casa sumida en el sueño, en ese torbellino donde cobran vida los objetos, esa animación súbita se parece mucho a un delicado narcótico, agradable y levemente venenoso. Cierro el libro y vuelvo sobre ese paradójico Contre Sainte-Proust, que hace un juego con el libro de Marcel: Contre Sainte-Beuve. La circularidad en la lectura constituye el programa al me adhiero por momentos, pero del que siempre termino por desertar. Como una combinación no deseada. Definitivamente, cierro todos los libros y acompaño a mi padre a hacer las curas de la cicatriz que le han hecho para extirpar un pequeño tumor, benigno y molesto. Todo ese aparataje del dispensario, la presencia de la enfermera, la mesa y los bolígrafos, la impresión digital en la que un perro y un gato se entrelazan amorosamente. Lo repaso todo como el que elabora un preciso y detallado inventario. ¿Es Proust? Sugerencias que en los círculos se abrazan sin remisión. Ahora sí, ahora que todos los libros están cerrados, entro en el sueño.

+ La carrera hoy ha sido transparente. Sin esfuerzo, sin cansancio, lenta y segura. La música es la armonía interna de esta suerte de rezo. ¿Oraciones? Es la creencia en la salud que a todos nos alcanza. Correr es una religión, como casi todo lo que nos ocupa, una vez que dios ha muerto. Corremos y nos diluimos en la carrera, desaparece en el esfuerzo la preocupación o la tristeza, otorga sentido a nuestra velocidad la competición: qué hermosos colores brillantes en las pistas y los caminos: naranja, azul eléctrico, verde intenso de prado irlandés, amarillos fluorescentes. Zapatillas a 150 euros, camisetas a 40 euros, pantalones a 60 euros. El reloj que todo lo sabe sobre nuestra carrera y un largo y estéril etcétera. Yo no. Yo corro y no me gusta, sólo lo hago por no coger sobrepeso, porque menos que correr menos me gusta estar gordo y esa condición es responsabilidad del que la sufre. Bueno, lo acepto: en todo esto hay un acento moral que se cuaja en la satisfacción que produce la marca o la pérdida de peso. Qué livianas alegrías, que infundadas metas.

+ [Ayer vi un vídeo sobre la obra del filósofo coreano o alemán: Byung-Chul Han. Como en otras ocasiones, tras buscar su foto en internet, colijo que es atractivo y este un valor que fundamenta en gran medida de lo que dice; pero esto no importa y no es momento de establecer un excurso sin dirección. Simplemente: no estoy de acuerdo con su tono apocalíptico, este sí es el mejor de los mundos posibles en comparación con los anteriores, perfeccionable en gran medida, injusto, mentiroso, pero mucho mejor que los anteriores. La oportunidad hace el éxito del momento, pero es muy caduca. Han me parece viejo antes de nacer].

+ Imagen: campo de futbol. El deporte, ¿espectáculo o fármaco? En el olvido, el campo de futbol de la estepa se nos muestra como paradójico e inactual: el olvido. Ahí estoy yo y disparo.