sábado, 22 de julio de 2017

El impostor.

   
 + Un disfraz, una máscara, el embozo de una capucha. Se desliza por la noche en tu dormitorio e intercambia aliento y razones en tu sueño. Insufla su veneno. El impostor se hace con el personaje, llega a imitarte hasta el punto que deja de ser imitación y se transforma en sustancia. La ropa, la música de la voz, los gestos, el movimiento. No es un actor, es un vampiro. La seducción traspasa sus palabras, el discurso es acero o hielo, oleaje o viento, la suavidad del verde prado, la cálida arena dentro del puño.

+ La acumulación de libros dice muy poco en mi beneficio. Yo impongo razones a mis rutinas, pero éstas se rebelan en mi contra. Hoy, domingo, soy incapaz de leer. El calor, la sed, un sordo dolor de cabeza. Algo me impide concentrarme en la lectura. Los libros son testigos mudos [toda lectura es muda, necesariamente], y recuerdo el Fedro de Platón y el descrédito de la escritura, aquellas objeciones que se hacen mediante el mito. La lectura no es una actividad, aunque tenga esa apariencia útil. Sé de patológicos vagos que se han erigido en grandes lectores. Una vida dedicada a la lectura de La Montaña Mágica. ¿Siete veces, ocho veces, diez veces la ha leído? Esta entrega es enfermedad y retraso en la asunción de responsabilidades, una isla en medio de la nada. Poco hace falta: silencio, una taza de café, una luz bien dirigida. Leer es dormir, dormir el sueño de otro. Vuelve el Fedro y sus meandros. Y su apariencia de asunto serio la convierte en un veneno. Novelas, ensayos, poemas interminables. Así el día amanece para el que ha pasado toda la noche enfrascado en lecturas baldías: cementerios y humaredas, el sueño llega como una afección.

+ Cruzaba la Meseta y no podía dejar de pensar en mi condición mortal, con perpleja ironía, en el filo de lo paradójico, en la sonrisa que se acerca a la risa. Las carreteras muestran la fragilidad de nuestra existencia y no está de más detenerse en ello. El aire acondicionado era un regalo divino, la música propicia y el destino venturoso. La lectura era el tema que me llevaba a Ávila durante tres días. Tres días de charlas sobre la lectura, la cuestión académica y su taxonomía. La taxonomía es fundamental, sobre ella se erigen las teorías, se modulan hipótesis y los argumentos escriben el desarrollo circular de algunas conversaciones, conversaciones sin fin. No podría encontrar un pasatiempo más extravagante y dinámico. Qué apariencia de labor. Notas, preguntas y esquemas, dibujos o fantasías y arabescos discursivos. Mi fastuoso entender se pliega sobre sí mismo y ofrece vueltas y revueltas sobre el tema: el autor como parte integrante del texto, sin el que es imposible llegar a un sentido sólido o duradero (?). El contexto hace la lectura o es sólo en una visión formalista donde cabe el desnudo texto y su verdad más aquilatada. Ay, la verdad y sus nombres. La lluvia torrencial amenaza las variaciones, en la ciudad de la Santa, otra lectora, otra escritora, todo es según el cristal con el que se mire, [el paisaje].

+ Paisajes infinitos, la muralla y su geometría, campos, tejados, ángulos y aristas, perfiles, la más austera de las artes encuentra el idóneo acomodo en esta ciudad, tan desconocida para mí: desconocida antes de llegar, mucho más desconocida tras abandonarla en medio de la lluvias infinitas. Atravesaba sus calles y no me detenía en nada, pues encontrar un camino correcto era la tarea. Escaparates, vidrieras, campanarios o juegos infantiles en el margen de un parque. Son las nueve y media de la mañana y el calor es una amenaza cierta, pero tras él palpita la lluvia, es un presentimiento que no ha de errar. La lectura me guía en este laberinto. Desentraño las canciones que recuerdo y reposan en el reproductor que duerme en mi mochila. Hoy no pondré música. El tableo de una cigüeña me devuelve a una otra Salamanca, tan libresca como esta Ávila donde duermo, pero tan distinta en las lecturas y las expectativas mostradas. ¿Soy otro? Sin duda. ¿Soy un impostor? Algo de ello hay, como en todo lector que se precie: una transformación instantánea, pero pasajera. La impostura es parte del juego y el juego es disfraz y fiesta y apropiación.

 + Y ahora copio el soneto que Góngora le dedicó al Conde de Villamediana con motivo del Faetón de este segundo. Las razones me las guardo, pues recónditas son, y en llegando a Ávila:


En vez de las Helíades, ahora
coronan las Pïérides el Pado,
y tronco la más culta, levantado,
suda electro en los números que llora.

Plumas vestido ya las aguas mora
Apolo, en vez del pájaro nevado
que a la fatal del joven fulminado
alta rüina voz debe canora.

¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma
les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento,
a cuantos dora el sol, a cuantos baña

términos del océano la espuma,
dulce fía? Tu métrico instrumento,
oh Mercurio del Júpiter de España.

  
[Faetón es un emblema, sin duda. Yo lo tomo prestado, pero más como advertencia que como definición. Aquí queda y suspendo la razón de su presencia en esta entrada, pensada de camino a Ávila, en los límites de la A-6].

+ Imagen: sombras que desean manifestar un sentido y se quedan en la abstracción lábil de su geometría incierta.