sábado, 15 de julio de 2017
Duplicado
+ El regreso. Lluvia, un diluvio que avanza en línea recta, se quiebra y regresa. El coche responde bien, pero parece imposible que el limpia-parabrisas consiga apartar tantísima agua. Lluvia infinita y extraña. Las calzadas y el aire son una masa gris que se enfrenta a otra indeminada masa: la calzada y su deslabazado desenfoque. Desdibujadas formas. Adivinar y sortear a los otros vehículos se convierte en la tarea. No se debe pensar. El vacío que se encierra en la posibilidad de un accidente acrecienta la incertidumbre. ¿Estoy duplicado?, me pregunto impasible mientras me rebasa un todo terreno azulado. La lluvia remite, por poco tiempo. Regreso a la velocidad máxima [120 Km / h] y la música de los Beatles comienza a resultar odiosa [llevo horas con ella y no tengo ganas de oír más estas canciones, pero tampoco quiero cambiar]. Opto por el silencio que no es silencio sino el crepitar de la lluvia contra los cristales y las chapas. Primera morada, primera estación de este via crucis.
+ [Dos días más tarde, a salvo, en casa, tirado sobre la cama]. Reviso el blog y me encuentro con que he insertado dos veces la misma imagen. ¿Qué decir? ¿Por qué esta imagen y no otra? Unas cercas, algo de vegetación y una medianera en desnudo ladrillo. Mi imagen se eleva y me habla: eres tú y la inconsistencia que quiere ser solida y eres líquido aire. Hermoso líquido aire. Vienen desde el pasado explicaciones que no deseo escuchar, que hablan de lo que fui y no quería ser, aquel mi otro yo que se pegaba a este que emerge cada día. Encontré el vacío y un grado cero del yo. Comencé a avanzar, pero no busqué el triunfo y no encontré el triunfo. No era esa la geometría que planificada cuando viré la nave. Creo que esto es lo que magnifica la reiteración de la imagen, pero podría dudar, pero no desplazarme de este cero que es élite y que es suelo o plebe. Ahí estoy ahora.
+ Durante unos minutos me quedo a observar con detenimiento los libros que se agrupan en los estantes de la tienda de segunda mano, mejor, de la tienda de empeños. No hay un orden, no hay una intención. Junto a manuales de mecanografía se pueden encontrar las memorias de una concursante de Gran Hermano, los sonetos de Lope o de Góngora, un prontuairo de mecánica para motos BMW o una partitura de Eric Satie, guías para un curso de Derecho Civil en la Uned, normas para la pesca en los ríos o sistemas de clasificación de piedras y conchas con el objeto de hacer una ‘bonita’ colección. ¿Tiene sentido? ¿Hay una forma de reconstruir los espacios donde hasta hace poco estos libros ocupaban una casilla, su casilla? ¿Es un orden espontáneo o un simple desorden o un desorden simple? Nadie responde. Quién podría responder. No se han ordenado, es un archivo sin criterio o con un criterio implícito que no se dejará descubrir. Buscar los nexos de unión y su geometría penetraría en una hermenéutica inútil y fantasmal, que no conduce a ningún lugar, salvo a lo incierto de la postura, esa postura que no es ya indagación, sino literatura en sí misma. Un argumento. Desvelar las posibilidades, las junturas o costuras, el ensamblaje de unos libros con otros: yuxtapuestos y opuestos, tangentes y cortantes, similares y disímiles. Sin más criterio que la elaboración de la historia de los anteriores propietarios de esa truncada biblioteca. Ya es literatura esta suposición, pero se queda en apunte, en el reflejo que arroja el charco que se evapora. Libros, humo y ceniza.
+ La propuesta anterior duda sobre sí misma. Nada hay en su superficie espejada. Las mañanas de los sábados caen, en ocasiones, en un torbellino de desocupadas alucinaciones. Parte de un poema y se detiene, como un tren averiado, un poema que es más que forma, un poema sobre que se eleva sobre su suelo. Sin más.
+ Alguien dice conocerme y yo sé que eso no es posible, pero dejo que trate de adivinar. No soy yo al que cree reconocer. Esa confusión hace que dude. No soy yo, repito en mi interior: es extraño y agónico: ¿un reflejo, una multiplicación, un renacimiento? No soy yo el desaparecido o yo soy el que se duplicó. Me vuelve a preguntar si nos conocemos de algo y yo le digo que no, finalmente. No está convencida, no entiendo muy bien su insistencia y regreso a mi silencio.
+ Bach y poco más. Después, un silencio espeso que subraya la densidad del calor. El aire no es fuego, aunque vibre como las brasas vibran. No me gusta el calor, como tampoco le gusta el calor a algunos perros. Bach deja sus huella en el aire, la leve sentencia, el hilo que se difumina, como en el otoño las hogueras ascienden su humo, pero ahora el calor me atenaza. El silencio llega y me tranquiliza.
+ Imagen: el coche, la lluvia, la carretera.