sábado, 2 de diciembre de 2017
Sinestesia
+ La tarde se complica y tengo que quedarme en un taller durante una hora y media. Qué hacer. Sin intención previa, me entretengo en estudiar el espacio, la disposición de los objetos y el movimiento de los que allí trabajan. Los mecánicos, su atuendo, la grasa en sus manos. Las columnas blancas y azules, los techos altos, las escuadras que sostienen la cubierta. Unas gafas para leer o el destornillador neumático, las bombillas o el dedo que actúa con precisión sobre el tornillo, la palabra y la respuesta. No deja de ser un escenario y, al tiempo, una representación, me digo y estimo que el precio que me van a cobrar no es el adecuado. Un precio elevado, pero tengo prisa y no encontré otra opción. Prefiero no darle importancia. A renglón seguido, pienso en el uso de la cámara fotográfica como instrumento de documentación. En qué punto estoy yo: espectador o participante, ¿tal puedo elegir mi papel según mis intenciones? El juego abate el aburrimiento y devengo una resuelta realidad: la inflación de las fotografías tiene un punto de anulación.
+ Más tarde. Acudo a un hospital cercano y no puedo dejar de pensar en el espacio anterior. Una comparación sin método que me conduce a un ligero torbellino de paradojas. Ahora, se yuxtaponen los escenarios. Y digo escenario porque de eso se trata y no de otra cosa. La comparación es la misma que hago cuando estoy en el cine y me centro en cómo van desplazándose los personajes por los escenarios. Vivimos en el ámbito de un teatro doméstico y no tenemos esa certeza. Un pantalla que nos arroja paralelas historias a las que se nos ofrecen a diario. Pero el hospital es limpieza, luz hiriente y la palpable verdad de la muerte. Esas líquidas transparencias, el plástico, el azul, el verde o el blanco de las batas. Bandejas donde se atesora la alimentación del enfermo, el acero brillante, quirúrjico y carísimo. El quirófano, la luz, las perfección de las líneas. La limpieza y el dolor. Nos interrogamos en el dédalo de los pasillos, las camillas y las televisión que palpitan como analistas de la última hora. ¿El taller, el hospital? ¿Dónde estaremos en la próxima escena?
+ Sí, el precio del cambio de neumáticos ha resultado ser excesivo. No me altero, no volveré a este taller.
+ [2º Taller, jueves]. Las razones que no expondré me llevaron a cruzar la provincia para llegar a un gran taller dedicado a la reparación de camiones. Las dimensiones estrangulaban el recuerdo del taller que visité el martes. ¿Cuál es la diferencia si la función es la misma, cantidad o calidad? Creí ver algo escultórico en todo ello, por encima de la trama teatral. Un algo que tiene que ver con las proporciones y con la certeza de que el camión es una prolongación o prótesis de lo humano. En la cabina todo se adapta a las manos y a los pies, a la configuración del cuerpo, todo para lograr que la máquina o el monstruo se deslice por el asfalto con seguridad y tan veloz como las leyes de tráfico lo permitan. Una exactitud embebida en grasa y acero, eso se reflejaba en los ojos fieros de los mecánicos, en las chispas que saltaban desde la soldadura, firmes resortes que funcionaban acompasadamente con la electrónica. Otro espacio que se presta al análisis son las oficinas: su disposición, dimensiones, mobiliario, ordenadores e impresoras, cuadros y otros ornamentos, la acumulación de papeles, teléfonos y agendas. Cuando entro en esa oficina recuerdo la otra e intento encontrar un nexo de unión. Qué es lo aquello que tienen en común. El frío. La frialdad es la nota que une ambas oficinas. Baldosas, cristaleras como el hielo recién cortado, el tono amarillo de las paredes. Quiero obtener un resultado de la lectura de los espacio. Conduzco en solitario con música electrónica de fondo y me paro a pensar en esta mención: la lectura de los espacios. Seguiré en esta senda.
+ «Agudo con nesciedat», encontrado en Alfonso X en el Libro complido en los judizios de las estrellas. ¿A quién se lo aplicaremos, pues candidatos hay muchos? Por lo tanto, la necedad y la habilidad dialéctica no son necesariamente etiquetas opuestas. Al contrario, en la habilidad dialéctica hay una renuncia a la verdad ya que el objetivo de todo combatiente es vencer. No veo me veo yo en la lucha. Y no es por debilidad, pero si no lo crees, puedo admitir lo contrario. Renuncio con alegría.
+ Imagen: el recorte de la entrada de una tienda de alquiler de disfraces. Por un lado, la constructivista cristalera; por otro, la oferta que es ilusión y verdad, la verdad del teatro, la verdad del carnaval. Disparo y desaparezco.
