sábado, 23 de diciembre de 2017
Desbordamientos [Spillover]
+ [Identidad]: busco que la idea de mí mismo se vea nutrida de los viajes que hacemos al otra lado del Miño. Los viajes a Oporto, por ejemplo. Como si se pudiese prolongar una manera de ser y de estar. La construcción de la persona transita por las afinidades electivas: un ámbito en constante construcción, un contexto que se eleva sobre lo dado. No es fácil, pero tiene una elegancia expositiva que contrasta con aquello que deseamos mantener a un lado. ¿Por qué no sumarse a un estilo más europeo donde tengan cabida nuestras ansias e intenciones, tamizadas por los años de lecturas, de deserciones y asunciones? El desbordamiento [spillover] nominalista que encabeza la entrada es el resultado del último viaje a Oporto, de la lectura de un libro de divulgación sobre la UE escrito por Eugénia da Conceiçao (O futuro da União Europeia) y de las conversaciones a bordo de nuestro Škoda (aka: Crazy Horse) sobre los viajes que hemos realizado y como lo europeo nos ha cambiado en las últimas décadas. Mientras esperaba para que me cortasen el pelo, en el libro de E. de C. encontré una idea que volaba desde tiempo atrás: una posible identidad transnacional. Debo indagar, pues todavía su estado es sumamente pobre, pero encuentro cierta identificación con la posibilidad de sentir la Península Ibérica como un cúmulo de posibilidades con una expansión al resto de Europa. Lecturas, periódicos, viajes, conversaciones, la intención de una comunidad de lectores que se unen en un invisible hilo representado por librerías, bibliotecas y cafés.
+ Retratos fuera de foco: son escritores, lingüistas, poetas, gacetilleros, periodistas, ensayistas, arcanos redactores de ministerios lúgubres en el vapor de los siglos, ya en el olvido. Los veo y no me hago preguntas. Se adivinan sus rostros, pero son solamente una insinuación y no permiten una segura identificación. A fuera llueve y pienso en Oviedo y en Gijón, más en Gijón que en Oviedo. El mar, un café, el Elogio del Horizonte, bicicletas, balandros que agita el viento, aburridos surfistas en el corazón de sus habitaciones: vídeos, guitarras y electricidad. El sentido de la tarde es su falta de sentido en la acumulación de libros sobre la cama, libros que se deben leer con atención y lápiz afilado, un portaminas tal vez. La lluvia repiquetea contra el cristal y le hace competencia al implacable reloj de pared que he colocado para saber siempre cuánto me queda. ¿Cuánto me queda? A continuación el imponderable dibuja la sonrisa del gato que desaparece, la sonrisa que flota. Los retratos fuera de foto tienen debajo el hombre y el oficio. Reconstruyo esas biografías y pienso en que Gijón me gusta, pero ahora no estoy allí. Conducir en Portugal es arriesgado, pero me gusta el país. Volveré a Oporto, volveré por esa autovía y saludaremos al paisaje y a las áreas de servicio: café aguado, natas y un vaso de agua. Tantas veces, tantas otras veces.
+ [De Barthes a Saenredam]: voy a la biblioteca hacia las once de la mañana. Llueve levemente y en el camino me entretengo, como tantas otras veces, en observar a las personas que por la calle caminan. Hay una luz cenicienta que me interesa, pero el interés vuela y el momento se abre a otras posibilidades. Son los elementos de lo que podemos considerar presente y que para mí es futuro, una ciencia-ficción en lo diario. Esto remarca mi edad. Esa sorpresa ante las pantallas planas, los teléfonos, el atuendo, las maneras, la extensión del tatuaje como emblema de una identidad, los anillos por el cuerpo, el cigarrillo electrónico, las posibilidades de la cartelería, la presencia invisible de internet (…) Incido en ello y me predispongo: condiciono mi visión para que subraye todo aquello que cuando yo fui joven lo hubiera visto como algo excepcional, un imposible viaje al futuro, la máxima expresión tecnológica, también la máxima expresión de los modos y maneras de la sociedad. Así camino. Ya sin música, apartados los cascos y el Mp3. El ruido de la calle penetra como la banda sonora del film que no se rueda. Me digo que spillover es derramamiento. En diferentes disciplinas alude a una saturación del sistema, a un colapso. Creo recordar que es en la biología donde mayor éxito ha tenido la palabra. Las palabras tienen flexión y amplitud, capacidad de ir de un extremo a otro sin perder su dimensión. Ahora la tomo y me sirve de óptica para caminar. El camino a la biblioteca: ¿es todavía posible escribir, tiene sentido? ¿cuántos libros habremos de leer? ¿es ya una cifra encerrada en un determinismo claustrofóbico o es una sentencia que tiende a la agorafobia? ¿en cualquier caso, una patología? La lectura persiste en ese punto de oposición que resulta ser la necesidad de consumir tiempo en su desarrollo, mucho tiempo, un tiempo y un silencio que paraliza y aparta de los demás. Los lectores tenemos un acento huidizo y reconcentrado, como se hubiese decidido permanecer recluidos porque la única posibilidad que ofrece la lectura es esta misma reclusión, tan exigente es la actividad. Camino y me adentro en la biblioteca. Ha cambiado mucho en los últimos años y es el viento tecnológico el que la ha impregnado de aceros y cristales, ascensor muy blanco y espejeado. Me veo en el espejo y soy un tipo curioso: la lectura me ha hecho así, como las marcas de un vicio. Llego hasta el mostrador y entrego dos libros y pido otros dos. A los lectores de periódicos y revistas los ha relegado hace un año al piso inferior. Ahora la sala de lectura está vacía. Curioseo en las recomendaciones de los bibliotecarios, en un enorme panel sobre Miguel Hernández, curioseo en la sección de historia y escruto los rostros de aquéllos que en los puestos gratuitos de internet ven películas, se ríen con los cascos puestos o redactan algo en un procesador de textos de licencia libre. Me entregan los Ensayos críticos de Roland Barthes y salgo después de dar las gracias. Abro, al salir a la calle, el libro y el primer ensayo trata sobre Saenredam, me digo que buscaré imágenes cuando llegue a casa. Así lo he hecho y al ver los cuadros sentí la necesidad de escribir esta nota, en este sentido: cómo hay elementos que se producen en un tiempo pero son intemporales: R.B. lo dice: «Saenredam es, poco más o menos, un pintor del absurdo, llevó a cabo un estado privativo del sujeto, más insidioso que las dislocaciones de la pintura moderna (…) Pintar con amor superficies insignificantes y no pintar más que eso es ya una estética muy moderna del silencio.»
+ Me asomo a la ventana para ver cómo el viento muestra su fuerza. Tengo presente los bosques por donde pasee, qué sucede allí ahora. Como una sentencia budista me remito al silencio y la impermanencia, todo es cambio. Ya hace tiempo alguien me dijo que las tormentas limpian los bosques: los árboles más viejos se tronzan, las ramas más débiles caen rendidas, las hojas que todavía resisten tras el otoño desaparecen definitivamente. La organización de la naturaleza nunca deja de sorprenderme. Una voluntad ciega, decía Schopenhauer. Desde la ventana veo otras ventanas, salones, habitaciones, cocinas. Pantallas de ordenador, televisores o el tintineo de los números azules de un microondas. Toda la tecnología es un espejo. Nos refleja y nos retrata, fuera el viento es ajeno a todas las posibilidades que el futuro nos ha dado. Un paraguas roto, una bolsa que vuela furiosa, el hombre que se refugia bajo un alero. El hombre que se refugia bajo un alero parece haber perdido el rostro y con ello su identidad: vestido de oscuro, replegado sobre sí, un minúsculo bulto en la amplitud de la calle. Bajo la persiana y regreso a lectura, como si un otro espacio fuese posible.
+ En cualquier momento salta un título para una novela: Great Madrid. Lo sé: eso no vale nada, sólo es una etiqueta, una bonita etiqueta.
+ Imagen: frente de casas en Gijón [Xixón]. La geometría se impone al color y el color pliega cualquier duda. Llovía débilmente y el café resultó ser excelente: aquí se resume.
