sábado, 28 de octubre de 2017
Biblionauta
+ Vuelvo a preguntarme por la biblioteca, por el archivo. Me ciño a lo que yo construyo, a la acumulación en torno a unos haces conceptuales. Una idea de vida, la historia como posible comprensión, la poesía y sus cimientos en el pasado, desentrañar la ciencia y trasladarla al ámbito de la lectura, la mitología, el Siglo de Oro, Foucault. Libros sobre música o sobre pintura, que se subordinan a las posibilidades anteriores. Toda biblioteca tiene un algo arquitectónico, cada libro es un ladrillo que suma en la composición del volumen. Los vemos y los apreciamos, los apreciamos y se constituyen en vaga y vaporosa identidad. Pero la identidad no nos interesa demasiado, salvo como un contenedor que se llena o se vacía, según la necesidad. La ausencia de estabilidad define un punto de vista que alcanza, cómo no, a la lectura, a la acumulación de libros. ¿Componen un retrato? Sin duda. Ahí podría rastrear momentos de mi vida, victorias, derrotas y tiempos muertos. Sobre todo tiempos muertos, porque las victorias son pocas, pero tampoco son muchas las derrotas. Libros que encontramos y no pagamos por ellos casi nada, dispendios onerosos, regalos, hallazgos en librerías en línea. No es una bibliografía, pero hoy por hoy, la disposición sí es bibliográfica, mejor: temática. Yo comprendo ese orden, pero me niego a explicarlo porque prefiero que se mantenga el aspecto de archivo, algo que todavía está por recibir un sentido. Y de sentidos se trata, como un hermeneuta.
+ Sueño con bosques de bambú, la lluvia fina y persistente. Japón, un grabado, tintoreros que tiñen la seda de un azul profundo. Despierto, llueve y saldré a correr. Persiste la sensación cristalina de las mañanas de la infancia, que se enlazan con el sueño. Un bucle, un círculo, una curva parabólica. Regreso de correr y el vapor de lo soñado se desvanece definitivamente cuando entro en el portal del edificio: del bar llegan los olores de la fritanga matutina (pan tostado y cruasanes a la plancha, propicios para la mantequilla y la mermelada) que me retrae a un Londres no tan lejano). Cada paso anuncia una nueva sinestesia.
+ En G. Genette: «Le choix de ce nom est en lui-même une œuvre d’art».
+ Una potencialidad en las relaciones personales que se hace materia en la posibilidad que ofrecen los aviones, la ausencia de fronteras o el dominio de los idiomas. Es esto lo que me interesa preservar, pero no es esta una prioridad común. Dejo a un lado la divagación. Mientras, música de Nino Rota, el paisaje tras el incendio y una nostalgia de veraneos no vividos. La fuerza del sueño hace transparente la mañana. Los árboles quemados dibujan lo que fueron inhóspitas lenguas de fuego ante las que las palabras nada pueden, esas sensibleras palabras que decaen en los periódicos del viernes. No puedo ver más allá de la niebla. Y la niebla es hermosa, sobre el río Miño, sobre el río Avia. Se filtra la música, me pliego a la densidad de un acorde menor que se sostiene en las cuerdas graves de un piano. Pienso en relatos que escuché en la infancia, relatos sobre veraneos en Lira (La Coruña), playas y casas de piedra casi en la arena. La vegetación de la mediana está seca, fue arrasada por el fuego, también. Las relaciones personales trazan un dibujo agradable: dos cafés, una charla y un silencio que no resulta incomodo, sino que es el resultado de lo anterior: los cafés y la charla. El viento agita la furgoneta y no hay nada extraño, a esta hora, en ese deslizarse por la autovía con tanta pericia. Escribo, me paro y cierro el ordenador. Ya es jueves.
+ Imagen: la habitación que no se reconoce a sí misma porque la falta de foco la equipara a cualquier habitación. Ese es nuestro destino.
