sábado, 4 de noviembre de 2017
En el inicio de noviembre
+ Guardo los boletos de la lotería que no han sido premiados. Con un rotulador rojo trazo una equis sobre su dorso y sobre su envés. Luego tendrán otra función: servir de marca-páginas. El uso posterior otorga una sensación intemporal. Hay en ello un rito, que practico también con otros papeles. Así, se ven transformados en señaladores las hojas volanderas que caen en el buzón, la publicidad que me entregan en la calle o restos de facturas. La marca que se hace en el libro es importante, tanto como el subrayado. Mi convencimiento establece la posibilidad de reconstruir una persona mediante sus notas, señalamientos y subrayados. ¿Hay alguien que desde la academia realice este tipo de estudios sobre las bibliotecas de escritores? Sí, los hay.
+ Salgo temprano y en el portal se condensa el olor de la plancha del bar de al lado. Olor a pan y mantequilla. Cierro los ojos y me retrotrae a Londres. El olor de las ciudades puede ser muy gastronómico o anti-gastronómico, pero en muchas ocasiones la relación con la comida define todo un territorio. La mañana es limpia y entro la panadería. Un bollo integral, solicito. El olor del pan es el olor de la honestidad. El pan, su textura, su peso, su densidad, sus insinuaciones. Camino y llego al lugar convenido, donde mi compañero de trabajo me espera. Hablamos y la mañana comienza, ahí, en ese punto cuando se inicia la primera conversación del día. Lo anterior es un preparativo, el prólogo necesario. Creo que con esto hablo de sonambulismo.
+ Comienza la semana y en la radio suena Led Zeppelin. Es lunes y esta semana toca todos los santos. El sistema de sucesión de los días y las noches resulta perfecto, adaptamos a él nuestra rutina y hay una rítmica sintonía. La música certifica esa comunión: los horarios, las tareas propuestas, las tareas completadas, libros, libretas y agendas. La mañana, el trabajo; la tarde, el estudio. El balance recompone las desoladas certezas que nos arroja el paso del tiempo. Es un todo que ayuda a comprender o sobrellevar, pero la comprensión no es posible. Cierro al ordenador y me dirijo al trabajo: la mañana es clara.
+ Escucho un podcast sobre Julio Camba. Había muchas cosas que desconocía sobre el articulista gallego. Su pereza, la desgana, las estrecheces del final de su vida. Yo pensaba que vivía a cuerpo de rey en el Palace, pero no era así; vivía en el último piso, en una pequeña habitación, en la que lo único que hacía era leer y dormitar. Me llaman la atención sus pasatiempos, que se pueden reducir a observar a la gente: desde una silla, desde un sillón, con la mirada perdida. No sé si leeré alguno de sus artículos, pero me parece que el personaje contiene una realidad histórica que rebasa el contexto meramente literario. En J.C. se encarna una personalidad española: ese no gustar el oficio, pero realizarlo con maestría, el reflejo de vida a contrapelo, sin ganas pero con acierto; lo muy español de J.C. persiste en muchos comportamientos y maneras. Un estilo muy español. La desgana, la pereza y la genialidad sin desarrollo. ¿Veo ahí mi reflejo? En cierta medida, sí. Pensaré detenidamente en ello, pero sin prisa, con pereza, sin la idea de encontrar un resultado. La satisfacción del camaleón.
+ Día de cementerios y un otoño no usual. Los cementerios crean una arquitectura que no admite discusión. He visitado cementerios más allá de donde vivo y todo me resulta dado. Hay un reiteración en el olvido, en la semilla que germinará de la putrefacción y mientras esa circunspecta certeza de la muerte, sus grises, sus aristas, los árboles dormidos. Veo la lápida de mi madre y me acuerdo de ella y sonrío como ella sonreiría porque, a veces, cuando estoy ante el espejo mis labios son sus labios. La materia de la poesía que palpita más allá de la muerte. Luego, una tradición de comidas y banales conversaciones, el mismo espesor de la casa de comidas rural, con un punto francés, con otro punto muy de la desgana y falta de oficio de la tierra. Buena comida, pésimos postres, servicio escaso y una factura razonable. Se acaba el día y transitamos a lo largo de cien kilómetros, una breve parada en Santiago, unos cuadros que nos interesan y una conversación escasa e interesante, con esos agradables silencios de cuando te encuentras bien con alguien. Noto que crece un resfriado, pero el paracetamol parece detenerlos. Regresamos a casa y sé que dormiré bien.
+ Imagen: un árbol. Elegante y preciso en su realidad más allá de lo biológico.
