sábado, 26 de diciembre de 2020

Como el océano

 

Caminha

Caminha

Caminha

+ En la última entrega, con el título El malestar, colgué como ilustración una foto de unas casas en Caminha, donde me gustaría resaltar las dos puertas y el aspecto contrapuesto de ambas fachadas. Son casas humildes en los márgenes del pueblo. Con todo, creo que merece ser explicado esta unión entre título e imagen, porque no es obvia ni admite ningún tipo de conexión que esclarezca la razón, en principio absurda, de este matrimonio. Cuando disparé la foto, yo no estaba bien: por un lado unos problemas con mi teléfono y con la compañía que dispensa el servicio y la sensación de fin que invadía aquellos días, determinada por el mal humor y una sensación amarga que lo impregnaba todo. Lo sentía por C., ya que esa tristeza y malhumor que en ocasiones me embarga me lleva cerrarme y establecer silencios incómodos y sin una aparente razón. La foto la disparé en un paseo por una parte del pueblo por la que nunca antes habíamos ido a pesar de visitarlo en numerosas ocasiones y no ser este muy grande. Se traba de uno esos lugares a los que nadie va. La foto se podría describir como la oposición entre la fachada caleada y ajada y la fachada recubierta con un extraño pero hermoso azulejo (bien verde, bien azul) y enlucidos sus marcos. Dos realidades opuestas, una luminosa y otra cansada, tal como yo estaba en aquel momento, pero ambas sumidas en ese límite del pueblo, ya con la proximidad del campo y con el paisaje de la desembocadura del río Miño. Hoy todo lo veo de otra manera, pero persiste ese malestar, persiste porque no deja de ser una parte de mi persona a la que no puedo renunciar y con la que debo vivir, atenuada, tal vez, vibrante en ocasiones, vacía o llena, plena de palabras que se deslizan y parecen no comunicar nada, salvo el abismo de la finitud. ¿Es tal el abismo o es solo un punto de vista? Me gustaría que la foto diese cuenta de la doblez que sentí, de ese decir: estaba amargado y no veía salida cuando la salida solo de mí dependía. En ese sentido no puede menos que recordar palabras de Marco Aurelio que me indican cómo y dónde debía buscar el origen de mis tribulaciones. En mi interior. Releo lo escrito y me hago cargo de que la foto adquiere otro sentido y es un sentido que me gusta más, pero ese sentido se ha dado porque han pasado dos meses y su verdad es otra, muy distinta, más próxima al proyecto que nos embarga a C. y a mí. ¿Triunfo? No se trata de eso, solo son dos puertas de dos humildes casas, la una caleada, la otra revestida de azulejo verde o azul (quién sabe, quién lo puede afirmar).

+ Esos dos días que pasamos en Caminha dimos un largo paseo por la playa de Moledo. Caminamos por la arena, descalzos, con un viento agradable que nos acariciaba el rostro, con el horizonte nítido del océano, entre conversaciones, con preguntas sin respuesta y respuestas que llevaban tiempo pendientes de su emergencia, pero, paradójicamente, se sumergían una vez más, pues resultaban inconsistentes y sin la suficiencia precisa. Vimos a algunos pescadores que se permanecían en su espera paciente, como si siempre hubieran estado allí, algo estatuario, algo poético. Tal vez. Un aliento de felicidad y dulzura, una suerte de pausa, una pausa necesaria. Hablamos de mis problemas pero no le encontrábamos solución porque, como suele suceder, el problema es interno y no  circunstancial. Lo sé, Ortega dice otra cosa pero yo no la admito, la circunstancia es inferior, está en un nivel inferior del que no se puede depender porque ello es imposible. Así, esta lectura es la misma lectura del párrafo anterior. Me reflejo en ambas y dejo escrito cómo los cráteres del momento condicionan el presente y el futuro y contra esto es contra lo que hay que revelarse. ¿Tan nefastos son los libros de autoayuda?

+ Observo que últimamente escribo mucho sobre mi estado de ánimo. ¿Qué queda al margen? ¿El estado de ánimo es un reflejo de la realidad o construye la propia realidad? ¿Qué es la realidad? ¡Qué pregunta! La realidad como configuración personal, recurro a Marco Aurelio como el que recurre a un fármaco porque sabe que allí encontrará alivio a su dolor o a su malestar. Como decía aquel poeta, leo mucho y no recuerdo nada; a lo que yo añadiría que el poso de las Meditaciones permanece, en concreto, hoy concretamente, una cita donde se da luz a una idea: deja el saber erudito y vuelve hacia el saber que contiene en fármaco, el que te habrá de ayudar en el tránsito, el que de ayudará a alcanzar la tan deseada tranquilidad. ¿Por qué escribo tanto sobre mi estado de ánimo, apesadumbrado y doliente? Porque me revelo en su contra, porque no acepto la postración y deseo recuperar la alegría. Poco a poco regresa la alegría, se dibuja en el horizonte diario y en ella espero. Sumo materiales que me han de socorrer y los ordeno sobre esa imaginaria mesa de trabajo, duermo, comienzo el día y las rutinas me van regalando una disciplina necesaria. Vale.

+ Leo la introducción de un libro de un profesor donde da cuenta de un reencuentro con los compañeros, supongo, del bachillerato. Parece ser que le da reparo decir que estudió filosofía, y las razones son conocidas y giran sobre el eje de lo práctico y lo inútil. Poco importa. Nos dice que en la mesa había “científicas, psicólogos, médicos e incluso artistas de diferentes ideologías políticas, sensibilidades sociales y creencias religiosas”. Detengo la lectura y me planteo que la ausencia de oficios y ocupaciones laborales menores parece restarle valor a las afirmaciones. Siempre se ven excluidos los albañiles, los mecánicos, los fontaneros […] de cualquier debate intelectual. Sí, es cierto; no tienen la formación necesaria para poder debatir, pero eso no le resta cojera al debate mismo porque hay un sentido común que se impone tanto sobre la erudición como sobre la pericia que otorga el peritaje, a no ser que todo lo cifremos en la caligrafía retórica. Me gusta recordar a los filósofos que reclamaban el regreso al lenguaje ordinario para evitar problemas que sólo son problemas creados por el mismo lenguaje al retorcerse sobre sí mismo. La filosofía, que no es solo “una manera de ganarme la vida”, nos dice el autor; pero la manera de ganarse la vida nos condiciona sin remedio y en ello me sitúo. Si no se tiene contacto con otras realidades fuera de la nuestra (sociocultural, económica, familiar) se puede decir que estamos un tanto ciegos. Pienso en posibles cenas con compañeros de bachillerato: primero, no asistiría, segundo no sé si el contraste con mi realidad tendría un saldo positivo o negativo, o si existe la posibilidad de realizar contabilidades o arqueos. A estas alturas, me siento un tanto perplejo y un tanto alejado de tantos y tantos debates que termino por desistir de la posibilidad de réplica. Dejo el libro en suspenso.

+ Rescato de algún lugar Infierno de Strindberg. ¿Debería leerlo?

+ Imagen: las tres imágenes, solapadas, dan cuenta de un agradable día en Moledo, hacia mediados de octubre; ¿qué queda de aquello, un misterio que no desea ser desvelado? ¿A qué respondían aquellas cabañas desmanteladas, cabañas de pescadores, un resto del verano, un espacio para el juego? Las tres imágenes retienen la alegría del día que se opone al amargor de la circunstancia, circunstancia que ha desaparecido: soy otro, soy el mismo: como el océano. Volveremos a Caminha.

sábado, 19 de diciembre de 2020

El malestar

 

Caminha

+ ¿Debemos someter nuestro malestar a estudio, hasta que se diluya en función del desgaste que efectúa sobre él  el cansancio reflexivo? Alguien me dijo hace ya tiempo que una buena manera de combatir en el aburrimiento es analizarlo minuciosamente, describirlo y situar su origen con precisión. Lo he practicado en ocasiones [esperas, aeropuertos, trayectos indefinidos con un destino claro pero con un recorrido difuso] y siempre me ha dado un buen resultado. ¿Es aplicable esta fórmula al malestar? Creo que sí. Todo aquello que sea restar importancia a las contrariedades que se nos presentan es una senda correcta. Reconozco el origen pero no sé si realmente se trata de un nacimiento en un punto determinado o un desarrollo que se entreteje con determinadas mitologías personales que oscilan entre el elitismo y la figura snob del dilectante provinciano. Tal vez, medio entre mi yo del ayer y mi yo de hoy; al tiempo, trato de restarme importancia. El malestar no responde a causas materiales, porque estas están cubiertas en su totalidad, sino a un punto estético y fútil. Me rio cuando describo ciertos comportamientos del pasado, tan paralizantes, tan ridículos. ¿Se han desvanecido? El malestar habita en diversas regiones del pasado que lanzan su tentáculos hacia el presente, ¿se deben amputar esos brazos? El triunfo, el deseo, el fracaso, la abulia; vértices de un mismo rectángulo que nos atrapa. Analizo el malestar y se disuelve, lo describo y se evapora, su origen incierto pasa a resultarme indiferente. ¿He encontrado el remedio? Lo ignoro mientras ni siquiera sé de qué hablaba hasta hace un momento.

+ Cumplí con mis propósitos durante mi mini-break y se aproxima otro mini-break para el que tengo, más que menos, los mismos planes. Postergadas, debido a la pandemia, las visitas a las bibliotecas cercanas, me sumerjo en la disposición analítica que me ocupa. La lectura y la recolección de datos. Datos, valoraciones y conclusiones. Triadas que se reproducen sin cesar, como la constatación de una infinitud de posibilidades que debo acotar. Resulta entretenido, pero nada más. Aunque, bien pensado, qué más se puede pedir. Que el tiempo se deshilache, que se transforme en olvido, es un regalo sin parangón.

+ Mi tendencia a la dispersión acentúa la huella del malestar. El malestar se reproduce en estos saltos y en la indeterminación de muchas decisiones. Lo pienso mientras oigo en RNE-5, Documentos, un programa sobre Pedro Casariego Córdoba, el poeta. Los detalles de su vida me llevan a una comparación que difiere en muchos aspectos pero que posee rasgos en común, (en mi persona, sin duda, mucho menos acusados). Por ejemplo, la tendencia a la contemplación y el rechazo al envejecimiento, la tendencia a la extravagancia y al silencio, al fingimiento, propio de los poetas (Pessoa). Pero mi dispersión es definitoria, cosa que no encuentro en el poeta y no se muestra en la biografía radiofónica. Si algo supiese sobre la mente humana, afirmaría que tenía una severa e incurable depresión, pero no lo haré y quedaré solo en la piel del relato, en su perfil tan nítidamente romántico, el malditismo y la vida en el margen que tan atractiva y venenosa resulta. Dinero, cultura, heridas. Chalets en las afueras, nutridas bibliotecas, pinturas y muebles nórdicos en las partes altas, donde los chicos se encierran a leer. Cómo todo tiende a la narración, cómo somos producto de esta y cómo nos moldea a lo largo de nuestra vida, que parece no tener otro objeto que completar esa imagen, el hilo que recorre nuestro desarrollo y fin. Me centro y dejo mi dispersión a un lado, si esto fuese posible. Vale.

+ [La caída del arte contemporáneo]. Hemos visto C. y yo algunos reportajes sobre la última feria de arte contemporáneo ARCO. Yo he ido allí en dos ocasiones y lo que se transmitía en los documentales se aproximaba bastante a la sensación de desidia que me embargó cuando fui por última vez. El rey desnudo se mostraba ante mí. Hubo un tiempo en que todo esto era algo en lo que creía y, al contacto con el espíritu crítico, se desmoronó, no en su totalidad, pero sí cayó una gran parte del edificio. He visitado museos, salas de exposiciones, facultades de Bellas Artes, he leído mucho, he charlado sobre el tema en demasía, me he convencido de que había un sentido y he descubierto el mercado y, más tarde, de regreso, se me apareció cierta mística que me devolvía un sentido curativo del arte [algo tan lejano a día de hoy]. Repasar este proceso de descreimiento me da pistas para lograr perfilar los límites y la silueta del malestar. El malestar es producto, en mi caso así lo veo, de confusiones entre el deseo, la realidad y una cierta ensoñación; un desfase entre las expectativas y los logros; en concreto, la necesidad de comprender y alcanzar un cierto peritaje en arte, el peritaje en el significado absoluto. Hoy me resisto a dejar que estas creencias naufraguen, aunque sé que soy otro, con los mismos cimientos, pero con otra visión. Se recogen todos los cascotes y construimos una chabola que esperamos que nos abrigará del frío del nihilismo. ¿Es simbólico este naufragio?

+ En relación con lo anterior, el presentador entrevista a una joven. Ella explica su obra mediante un críptico discurso y el entrevistador le dice que no la entiende, que le diga cómo resulta la conexión entre el objeto y el discurso. Ella es guapa, sofisticada, muy en su momento. Se gusta, sin duda se gusta. Observo la obra y no me dice nada, mucho menos cuando la artista habla de recorridos y evoluciones aleatorias de la materia que constituye la obra, donde ella solo aporta la estructura; y la característica propia de la espuma que solidifica, el resto. El entrevistador sonríe con cinismo, un leve cinismo que me resulta más comprensible que la explicación de la creadora. En la línea de lo anterior, creo que el malestar se conecta con este fingimiento, con la impostura del arte, tan necesaria para el negocio, que tanto me desagradó en su momento, por desafiante, por vacua. ¿Continuaremos con el naufragio de las creencias?

+ ¿Conjuros contra el malestar? La voluntad. La voluntad mide y ordena la realidad, la única herramienta válida para salvar los desajustes que a diario se presentan. La disciplina como remedio al hastío, tan propio del tiempo de pandemia, tan propio de la edad madura, un hastío al que no cabe contra él sino la lucha mediante las tareas y las pequeñas metas. Así, mi programa se basa en el ejercicio diario, el estudio y los momentos de asueto, las conversaciones y la música. Este orden no es inamovible, pero sí posee una estabilidad cierta. En esa estabilidad descanso y me oriento. Finalmente, otro conjuro, contra los efectos del malestar es la posibilidad de ser transformado en relato […], pero no deseo escribir relatos biográficos con capas espesas de ficción y fantasía, prefiero el ámbito de esta bitácora que no es bitácora sino diario, pero con ella tiene en común la singladura, la partida y la llegada. La voluntad, la disciplina y el olvido. Luces en la noche, balizas contra el insomnio.

+ ¿Realmente abjuro del tono confesional cuando no veo otra cosa que confesión o se trata, simplemente, de una constante tendencia a la paradoja?

+ Imagen: puertas en Caminha.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Regreso a lo indeterminado

Buda

 

+ Comienza un breve período de vacaciones. Será un tiempo dedicado al estudio y a la lectura. Los paréntesis en la labor diaria son necesarios para lograr un equilibrio y una estabilidad que conduzca a la tranquilidad. La tranquilidad como objetivo vital. Piedra, hierba, severas e impasibles nubes. Me detengo mientras escribo y pienso en la palabra tranquilidad una vez más, en la ausencia de perturbaciones, y caigo en la cuenta de que cualquier estado está sometido a la posibilidad de ser interrumpido por lo inesperado, pero, ahora, dejamos a un lado su necesaria verdad. Lo inesperado es parte sustancial de la vida, la ruptura de los planes y los proyectos. He proyectado estudiar y leer, pero eso solo es una pretensión de la que se podrá dar cuenta una vez que forme parte del pasado y se termine su serie, la planificación, los proyectos. Me hago demasiadas preguntas sobre el futuro y eso no deja de ser un problema, otra vez me hago cargo de ello mientras releo el primer enunciado que se refiere a este mini-break en el que ya estoy inmerso. Me digo que es un estado de melancolía que me asalta y contra el que lucho, yo sé que es temporal [o eso quiero creer] y me recuerdo cuando bajo la lluvia corro, y pienso en que se terminará el frío y la lluvia y pronto estaré bajo el agua caliente de la ducha [pero en el momento corro y me mojo]. No sé a dónde me conducen estos planteamientos, y, al tiempo, me doy cuenta de que no tiene sentido la formulación, tan solo es un intento de cura, la posibilidad de recuperar lo que nunca se ha tenido, una suerte de engaño y aflicción que se desvanece.

+ Que todo se desvanece es un hecho, lo indeterminado se impone porque es allí a donde regresamos, repito en la línea de Anaximandro de Mileto y me dejo en el descanso de la tarde de diciembre: fría, afilada, aburrida.

+ El ir y venir del estado de ánimo resulta esclarecedor, arroja explicaciones que, quizá, no resultan agradables. Primero, quién se esconde tras los altibajos;¿soy yo?, me pregunto ante el espejo y no puedo contestar otra cosa que sí, que sin duda soy yo, pero durante un tiempo limitado soy ese y luego se desvanecerá, aunque algo permanezca. ¿Qué se mantiene en los tránsitos, después de los cambios? Supongo que Marco Aurelio tiene la respuesta y esta es que lo que se mantiene es un principio rector. Segundo, es el pasado que se enfrenta al presente, que combate la estabilidad del hoy con los demonios del ayer. Como una pesadilla, el que fui hiere al que soy; me enfrento a ello y me levanto no sin dolor.

+ Reviso viejos papeles y me encuentro con un cuento que escribí hace, al menos, quince o veinte años, quizá más. Me asomo al relato con cierta prevención y según avanza esta se desvanece. Está bien estructurado, tiene un tono fluido y constante, hay una moraleja difusa y variable. Lo termino y me gusta. Ahora me pregunto la razón por la qué dejé a un lado una posible carrera literaria, en la que confiaba, que deseaba en aquel momento. Ahora lo sé, tanto he aprendido. Tras el arte está el arte del negocio y esto yo ni lo dominaba ni me apetecía dominarlo. Se conecta este punto con el párrafo anterior. Es mi principio rector, su naturaleza que tiende a la soledad y al aislamiento.

+ Llueve, llueve con una persistente intensidad, el viento se oye y, luego, en la lejanía, un gallo canta, entre el sonido del agua que cae de las bajantes del tejado. Sonidos en la oscuridad que llenan el sueño de una extraña certeza, el paso del tiempo y su unión con el tiempo metereológico. Estoy dormido y casi despierto, el recuerdo del sueño es un baño en un lago: el agua cálida y el paisaje boscoso en el fondo: elegantes y perfectas coníferas. Lo sé, no es un paisaje es una sensación: la agradable sensación de las sábanas contra mi cuerpo. La lluvia es un estado que nos invade y contamina de tristeza, contra ella lucho y lo consigo con una voluntad dura y afilada, el campo está yermo y el invierno se adivina en estos días del mediado otoño.

+ Imagen: un Buda joven que se tapa las orejas, para no oír, un Buda joven que permanecía en un extremo del escaparate de una tienda de antigüedades. Creo ver que su cara transmite dolor o crispación, pero no lo podría asegurar, y me gusta relacionarlo con el malestar que produce el tiempo nublado, la lluvia y la grisalla que se ha instalado, por alcanzar cierta unidad.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La cartografía desechada

Boat
 

+ Cuando hice la mudanza y comencé a ordenar mis pertenencias [ropa, libros y admíniculos] decidí que una colección de mapas y planos, atesorada a lo largo de más de treinta años, debía ser desechada. Así lo hice y me arrepentí; por lo tanto intenté recuperarla, pero cuando llegué a ella me di cuenta de que no había sido una decisión errónea sino, al contrario, se trataba de una depuración. No indagué más en ello y alcancé lo que podríamos denominar un estado de paz, pero que no se corresponde totalmente con la ataraxia que me embarga ahora mismo. Me refiero a la circunstancia que nos envuelve, a la posibilidad de prescindir de ella y entregarse a una disolución de la identidad, a llegar a un cierto grado cero de la persona. Paralelamente, estoy con el escrutinio de los libros que he reunido a lo largo de los años, de las décadas, en los que me veo reflejado con nitidez. Veo ahí otra cartografía y me doy cuenta de que la que antes cité era un deslavazado conjunto de planos de metro, folletos turísticos y viejas guías de viaje sin interés alguno, papeles en los que confiaba sin mucho fundamento; si enfrento los libros a los mapas, sucesión de acumulaciones finalmente, percibo borrosamente ciertos rasgos de mi persona, pero, como el camino no todo es un emboscarse de la identidad, reconozco mi evolucionar en los libros. Esos libros, aquellos libros, todo el tiempo que acumulan en sí mismos, las lecturas posibles e imposibles, libros en los que he estudiado y me he entretenido, los contraste que me otorgan, las estrategias y las derrotas, el triunfo de la lectura sobre la escritura y mi rostro. El rostro que reconozco en el espejo y que se corresponde con el que realiza el escrutinio, camino de una otra biblioteca, tan diferente a la anterior aunque los mimbres sean los mismos. Los planos y la guías se pudren en un prado, son pasto de la humedad y cobijo de los caracoles, son humo que se disuelve en el aire límpido de noviembre, este noviembre que se termina.

+ La semana pasada, mencioné, en algún momento, el carácter epigonal que se manifiesta en diversas novelas y ensayos que se van publicando día tras día, semana tras semana, mes tras mes, o pasando los años. Temas muy actuales, temas que describen o que conforman una suerte de visión de la realidad. Ay, la realidad y sus multiformes manifestaciones. No es un mérito este descubrimiento, no tengo un antena bien afinada o enfocada al núcleo de la actualidad, sino que se trata de una evidencia. Las curvas y sus oscilaciones eran previsibles, la acumulación de títulos es un hecho, su emerger y sumergirse habla más del momento que los propios libros. Para que nazca algo nuevo debe prodigarse en extenso toda una colección de autores y obras marcadas por un mismo patrón, en línea con la misma guía o carril. Temas que percibo como persistentes: el abandono del campo, los feminismos, la autoficción, urbanismo, razones políticas, la pandemia o el desdoro de la música moderna. ¿Qué nacerá, quién escribirá la crónica de este presente? Debo continuar con la labor de explorador de fin de semana, que tanto se centra en su trabajo, en su investigación, como en el escrutinio de la actualidad, en esa parcela que es la publicación de libros, esa saturación, es hipérbole editorial.

+ No dejo de estar condicionado por la ordenación de mis libros, por el expurgo que supone este orden nuevo, pero anclado en el anterior [algo hay que permanece en todo cambio]. Se trata de un descubrimiento, de una revelación que me afecta y transforma la realidad, o su percepción [que en cierto sentido no deja de ser lo mismo]. En paralelo, no dejo de hacer recuento de los años y de las calas biográficas. Como una penitencia, me asomo al pasado y rechazo ese carácter penitencial. ¿Se trata de culpas y absoluciones? Creo que no, pero una cosa es el deseo y otra su concreción en, por ejemplo, un estado de ánimo adecuado. Las mañanas son limpias y el ejercicio a primera hora del día me devuelve la alegría del trabajo bien hecho. No tengo miedo, pero me veo en el espejo y soy yo, siempre he sido yo, aunque la variación sea grande. Bach suena en el ordenador y creo haber recuperado su presencia, como si se tratase de un dios lar. Cumpliré con mi tarea.

+ Se acerca un período vacacional. Tendré que hacer recuento de las tareas de la investigación con el propósito de encauzar el desarrollo necesario de la misma. Continua Bach en el reproductor en línea, se entrecruza con la labor necesaria y pendiente. Algo creo entender de mi propia disciplina, de su reflejo en el estado de ánimo. Desechada la melancolía toca luchar contra ella y esa programación de las tareas no deja de ser un antídoto más en las reservas que atesoro contra la tristeza. Veo el calendario y me lanzo a su consecución. ¿Una manía? Tal vez, pero me resulta útil, muy útil.

+ La cartografía desechada comienza su descomposición. La metáfora está por todas partes, solo queda otorgarle cuerpo y substancia. Una labor acompasada con el discurrir del tiempo, el tiempo como única realidad, como materia de la vida. Hay descansa la idea de la cartografía desechada. Me remito a mis renuncias y en ellas descanso. Esa descomposición de los rasgos biográficos.

+ Imagen: desde el muelle de Viana do Castelo disparo sobre un velero que se aleja entre la niebla. Lo recuerdo ahora. Esa misma tarde volamos hacia Berlin. ¿Su sentido metafórico? Pensaré mañana, mientras corro, en ello. La carrera le dará el tono, su ligazón con otras realidades.

sábado, 28 de noviembre de 2020

¿Hormigas?

Bicicleta

+ Por fin termino el documental que había comenzado a ver la semana pasada, se trata de Mi vida entre las hormigas, donde el protagonista es el cantante de Los Ilegales Jorge Martínez. No sé si me ha aportado algo, salvo una amarga sensación biográfica en relación con las drogas, el alcohol y las malas compañías. Algo lejano y nada memorable, sumido en el olvido pero con su garra afilada de presencia en ciertas acciones y actitudes. Vi reflejos del pasado en las declaraciones del cantante y de sus compañeros de escenario, en su manera de juzgar la realidad y de constituir un esquema moral, en la atribulada sensación de violencia y escapismo, ese medianía de una clase burguesa de provincias donde sus hijos están hartos de incorporarse el nicho laboral que se ha previsto para ellos y eligen ser ese Rimbaud portátil: un tanto atribulado, un tanto violento, con su inteligencia sumergida en alcohol y la ambición abotargada por el estilo, sumidos en la niebla triste de las tardes de domingo y las calles principales desiertas y melancólicas. Todo es pasado y ya no pesa, se olvida. Lo que se dice no me afecta, aunque me cause una cierta tristeza, casi agradable, casi imperceptible. Cuánto olvido es necesario para alcanzar la tranquilidad.

+ Viernes, viernes luminoso. Comienzo, como todos los días, con mi carrera de tres kilómetros, una ducha y el café recién hecho: aromático, negro, muy negro, vigoroso, energético, amargo, caliente, vehemente. Antes de la carrera, desayuné y repasé las novedades que me ofrece Twitter. Comienza el día y siento, me digo al cerrar el teléfono, el siglo XXI en la piel, con intensidad, la intensidad propia de una persona que, a conciencia, pertenece al segundo tercio del siglo XX. Suena en el reproductor en línea una extensa selección piezas para piano de Maurice Ravel. La música es música en línea, luce el sol y tengo mis dudas sobre algunas certezas extendidas. Acabo de ver en un twit un vídeo de un parlamentario que ensalza las bondades del comunismo y afirma que todo aquel que equipara comunismo y nazismo es porque es un fascista. No sé, me parece un pobre argumento aunque retóricamente su materialización resulta efectiva; se ve claramente que domina la escena, más que los hechos importa el envoltorio de la elocutio, vibra su convicción y la firmeza de su voz, los ejemplos que contraponen al buen comunistas con el malvado fascista son enternecedores, y en el olvido quedan crímenes sobre los que no cabe discusión. Me parece sospechoso, el comunismo me parece sospechoso, y también me lo parece la extrema derecha, los terroristas;  siniestros hombres que creen que el asesinato es una vía válida para alcanzar el paraíso. Esto no implica que abrace el liberalismo, ni el fascismo, ni la extrema derecha ni la moderada; sin embargo, esa idea de conmigo o contra mí flota en este discurso como también flota en la parte contraria. A lo que me lleva esta reflexión matutina es a mi alejamiento de la clase política, de sus artes, de estas y aquellas batallas dialécticas bajo las cuales, ajenos, estamos los ciudadanos; es algo que me lleva a saberme en al margen, en la duda, en la crítica. Suena Ravel y ahí me quedo durante un momento, un sobro de café y sé que debo regresar a mi investigación. La mañana luminosa de este viernes de noviembre es un regalo, sin duda, un magnífico regalo.

+ Hay una serie de temas que están la recámara. Van desde el carácter epigonal de la narrativa y el ensayo en la actualidad hasta la razón de la ciencia en el imaginario popular, con una sociología solapada que impide discernir lo que es opinión fundada de explicaciones para el momento que se guían por el ego y la oportunidad. Pero los temas quedan ahí, en la recámara, a la espera de un tiempo mejor, a que yo termine de ordenar mi biblioteca en su nueva ubicación. Qué trabajo, qué enseñanza este enfrentarse al que fui en el pasado y al que soy en este momento; qué variable resulta la persona, que inestables los gustos, pero qué guías definen una trayectoria. Como leía en tiempo no tan lejano en un libro de un filósofo del que ahora no recuerdo el nombre, el comienzo de una vida no se puede narrar hasta que la persona ha fallecido porque sin el relato cerrado la explicación no es posible. Así estoy, entre temas posibles y las tareas de este mi canon personal que se resume en el orden y escrutinio de mi biblioteca, con el expurgo necesario.

+ El filósofo es José Luis Pardo y el libro La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía. Vale.

+ Temas en la recámara para las próximas semanas; al menos es lo que espero.

+ Imagen: en mi indagación sobre los emblemas me encuentro con la posiblidad de la bicicleta, como relación entre lo uno y la identidad. Vale.

sábado, 21 de noviembre de 2020

¿Identidad, estilo y distinción?

Pompei

+ Parados en su sobrante de carretera, conversamos sobre diversas cuestiones, fundamentalmente sobre la evolución de la pandemia y la incertidumbre que se ha instalado en la realidad, de cómo esta la modifica y devuelve a la realidad, o al menos su percepción, a una nuclear verdad: el cambio y la falta de permanencia. Las nubes se habían retirado y elevé la vista a las alturas. Pude ver con claridad el dibujo de las estrellas en el cielo. Se lo hice saber y me dijo que la ausencia de contaminación lumínica era lo que permitía esa privilegiada visión, me señaló un monte cercano y me narró las caminatas que hacían con su padre cuando eran de niños para ir allí a ver las Perseidas. Nos despedimos y no pude dejar de meditar. En realidad lo minúsculo del virus se enlaza con las magnitudes siderales de las estrellas, realidades que nos atañen y que no podemos abarcar, bien por extensa, bien minúsculo. Bajé hacia los pueblos y la luz de las farolas sobre la carretera me devolvía a otra realidad, la realidad laboral que estaba a punto de finalizar. Ay, esos enlaces entre lo uno y lo otro y que devienen en lo mismo, en su reflejo. Soñé con perros y con lobos, soñé con mujeres que ofrecían pastelitos y un licor transparente, que podría ser ginebra o anís, soñé otras cosas que no recuerdo, aunque eran partes de realidades sin mayor entidad que mi descanso y mi olvido.

+  [Mañanas en la biblioteca]. No necesito madrugar mucho, pero me levanto a las siete de la mañana. Desayuno con calma y luego un leo un poco, preparo las bibliografías, los bolígrafos y las libretas, meto todo en mi mochila y espero un poco, hasta que son las ocho y media; entonces, me encamino a la biblioteca pública, que abre a las nueve de la mañana. Es un trabajo rutinario que consiste en pedir libros, buscar las referencias y fotografiar con la tablet las páginas donde se encuentran las referencia a nuestro autor. No hay ningún secreto, esta parte de la investigación que se centra en una labor mecánica tiene una suerte de lección sobre los desarrollos del proceso, que se extiende a los ámbitos que parecerían ajenos a su dominio. Las tareas rutinarias son cimientos de las tareas que semejan más elevadas. Estas tareas humildes son un asidero contra el desánimo, su reiteración nos libera de reflexiones amplias y profundas; lo veo yo como la oración, que se hermana con el ejercicio físico diario. Así, entré en la biblioteca y me dispuse a realizar lo que anteriormente había programado. Cumplí con lo previsto y sentí un cansancio honrado y sencillo, que me remite a mi relación con la rutina, con su ponderación sobre la aventura. Soy otro, me digo mientras avanzo por la calle con 145 capturas fotográficas de otras tantas páginas que se contienen en el dispositivo electrónico. Soy otro, pero soy el mismo.

+ Los desencuentros conmigo son oscilantes, intermitentes, variados. Creo conocerme y no es verdad porque me sorprende todavía mi incapacidad para afrontar nuevas realidades, pero no resulta ser una incapacidad paralizante ni definitiva, sino que se trata de un ligero malestar relacionado con mi querencia a la estabilidad, por otra parte, imposible por definición de lo que la vida en sí es. Sí he aprendido a aceptar el malestar a sabiendas de que será algo pasajero; este aprendizaje se basa en experiencias anteriores, que, aunque disímiles, guardan entre sí el parecido del cambio abrupto y la apertura a nueva situación, no peor, pero sí muy diferente. He dejado atrás un decorado y estoy inmerso en otro, la circunstancia no es baladí, al contrario: determina de una manera irremediable la vida cotidiana. La vida cotidiana, me digo tras escribir cada una de las letras en el teclado del ordenador, la vida cotidiana como única patria posible que prefiere a la persona o al individuo a la identidad. Los desencuentros son constantes pero pasajeros y su desvanecimiento es mi victoria, pero precisan cierta lucha, calma y paciencia. En ello estamos.

+ Dejo a un lado la identidad y me centro en los retratos de las personas. La identidad me parece en exceso un algo burocrático y gris, prefiero los retratos bien sean al óleo o en un potente estallido de colores en la portada de un dominical o una página web. Los ojos, la nariz y la boca, las orejas, las cejas y el pelo, ese intento de traducir ciertas armonías o su ausencia en razones para elaborar biografías imaginarias e imposibles. Queda el retrato, incluso el propio, que se enfrenta a la identidad y deja tras de sí el rastro del imaginar vidas, trabajos y milagros. Veo mi foto en un antiguo carnet y me pregunto si los desencuentros constantes conmigo se ven ahí reflejado y colijo que no, que no hay tal relación, pero me gustaría percibirla porque verla no dejaría de ser una cura. La cura, el cuidado, el olvido.

+ Abro un canal de la televisión en línea después de encender la pantalla y sin mucho convencimiento busco documentales sobre asuntos y temas musicales. Encuentro dos que, en principio, parecen de mi agrado. El primero es sobre un irredento fan de Morrissey y el otro sobre Los Ilegales, el grupo asturiano. El primero pertenece a ese tipo de asuntos que comprendo perfectamente pero que no puedo aceptar y, sí, me producen cierto rechazo. Es decir, no acepto la rendición a otra persona aunque respete muchísimo su talento y su obra, porque solo veo una persona y no estoy dispuesto a rendirle pleitesía [lo que se iguala, en el caso del fan de Morrissey, con haber asistido a elevado número de conciertos del cantantes en primera fila; me digo: ya ves, qué triunfo]. Nunca atesoraría objetos y recuerdos de un artista hasta convertirse esta actividad en un motor de mi vida [memoria, viajes, discos, fetiches, ropa, peinado…]. Lo dejo porque no me interesan esas afirmaciones declarativas; me gustan mucho las canciones de los Smiths, me gustan, también, las canciones de Morrissey [aunque  un poco menos], pero en ningún caso me interesa su figura por sí misma sino una proyección de una idea que cuajó en la adolescencia y se prolonga en la edad madura pero que tiene relación con la literatura y lo que por ella entiendo y no con esa idea de personalidad. Lo dejo ahí porque no me interesan demasiado las posibilidades que ofrece. En el documental sobre Los Ilegales hay algo que me llama la atención poderosamente y me parece una flecha en el centro de la diana. Se trata de una afirmación de Mariscal Romero. Dice M. R. que todos aquellos grupos punk de finales de los setenta y principios de los ochenta estaban integrados por malos estudiantes que pertenecían a las clases medias y altas, jóvenes que encontraron en la música una razón de ser; entre ellos, cómo no, también, Jorge Martínez. Trato de unir ambas razones y extraer una conclusión, como dos premisas que me llevasen a una punto sin retorno, restituir una posibilidad en el hiato que he trenzado casi sin darme cuenta. Creo que la solución a la ecuación radica en la identidad. Cómo la identidad dirige vidas y haciendas hacia un malditismo próximo al movimiento romántico, que perdura en la manera de entender la vida desde la pedagogía que ofrece la música popular [tan influyente ayer como hoy, desde donde se esparcen consignas vitales y eslóganes propicios para lleva la existencia con estilo]. Cierro la sesión y me entrego al sueño con esa sensación de protesta y burguesía, falsas revoluciones y el estilo y la distinción como motores del prontuario vital de toda una generación, la mía en concreto. Todo se desvanece en el océano de la noche, en océano del profundo sueño y sé que no estoy equivocado.

+ Imagen: elijo esta imagen de Pompeya porque es la que tengo en mi perfil de la mensajería instantánea, mi identidad; me gusta percibir ese toque de neutralidad, el punto de estilo y distinción.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Sumas y restas

IKEA

+ Una vez más, llega el viernes. La sucesión de los días no tiene nada de especial, es la rutina, lo que se espera y no ofrece variación, pero mi curiosidad todavía se ve sorprendida. Quizá se trate de esto mismo. Centrarse en pequeños detalles que ofrecen posibilidades inusitadas; la sensación de avance, el deshacerse el proyecto y convertirse en realidad, la pasmosa imposibilidad de detener el tiempo. El viernes es el día deseado por el trabajador [si el fin de semana es para él feriado, porque de lo contrario se retrasaría al sábado, que, aunque similar, no resulta equiparable] para emprender su viaje al ocio, a la distancia, a la ficción del tiempo libre. Con la pandemia esto ha cambiado: ya no se trata de establecer un límite, sino de aguantar, dejar a un lado las horas y aprender a no esperar nada.

+ C y yo, ayer, vimos un documental en línea sobre el campo de concentración que visitamos en octubre de 2018, en las proximidades de Berlín. Sachsenhausen. Volver a ver otras vez aquellas edificaciones, la explanada, la entrada al propio campo, nos devolvió a la inquietud que supuso en el encuentro con esa conocida y despiadada brutalidad. Desde aquel momento, desde la visita a Sachsenhausen, el campo de concentración me sirve de piedra de toque cuando una situación me parece complicada. Nada resiste la comparación, reconozco. Recuerdo Sachsenhausen. Recuerdo un extraño silencio, recuerdo las vigas de hormigón sobre las que se ataba el alambre de espino, los árboles, el perfil de las torres de vigilancia, la quietud del serenidad del paisaje, el sonido del viento; sobre todo ello reinaba una presencia que percibíamos, la longitud de las dimensiones, ese saber de la vida y de la muerte, de la línea que separa al ser humano del monstruo; recordé, entonces, a la vista del documental, en una sala de exposiciones anexa al campo, las fotos de algunos de los guardianes, que eran casi adolescentes, con sus caras aniñadas resucitaban en el relato de la audio-guía que mostraba sus arrebatos de ira y la violencia acerada e imbécil que los dominaba. Antes de dormir me dediqué a pensar en ello, en una visita, en Madrid, con K., a una exposición sobre Auschwitz, pensé y regresó la frase en la entrada de los campos de concentración y exterminio: el trabajo os hará libres. No hace tanto y poco a poco se olvida, pero basta asomarnos a las noticias, al incremento de acciones antisemitas, al odio infundado sobre otras personas para hacernos cargo de que la estupidez y la brutalidad. Lo repito mientras me digo que descreo de lo colectivo y trato solamente de ver personas y no razas, credos u orígenes, religiones o ideas con o sin fundamento. Nada nos hace libres, salvo la libertad sin adjetivos, una libertad que se asienta sobre lo humano en el sentido condicional de la muerte, que da y quita sentido a todo lo vivido: ahí reside la libertad, en el respeto por cada persona, en su calidad de persona, sin adjetivos que la clasifiquen.

+ [Expurgo]. Todavía no empezado con la selección, el donoso y grande escrutinio de mis libros. El examen de la biblioteca nos lleva a un examen de nuestra realidad lectora y de nuestra biografía lectora, que por extensión es nuestra identidad en una vertiente no menor. ¿Cuánto libros he atesorado? ¿Mil, mil quinientos, dos mil? No tengo intención de hacer un recuento, pero sí una purga. La purga no se refiere exclusivamente a los volúmenes, sino que alcanza el corazón de la identidad, como si pudiese esta decantarse, diluirse, aclararse. Decido dejar a un lado las posesiones y establecer una distancia con todo aquello material que me condiciona, en la esperanza de mejorar, de alcanzar un otro estado más limpio y menos dependiente.

+ Etimología: barriga deriva de barrica, que no deja de ser un galicismo. Lo recojo de una nota de la Real Academia en Twitter. Tiene su gracia la evidente semejanza de las dos realidades. La metáfora como creadora de palabras, las palabras como creadoras de metáforas, entre ambos polos: la realidad cambiante, sin permanencia, dúctil e incontestable aunque sometida a contradictorios comentarios.

+ [Expurgo]. En lugar de empezar por los libros he comenzado por los objetos, fotos, cartas, aparatos electrónicos y un largo etcétera de diversos cachivaches acumulados durante décadas. La sensación es extraña porque los objetos se conectan con la persona y parecen ofrecer un retrato de aquél que fuimos que se relaciona con este que somos. No es necesariamente verdadero porque esa función de la identidad se define en cada momento y cada momento aporta y hurta razones. En este caso, es un distanciamiento. Decido expurgar sin contemplaciones. Postales de Lisboa, mapas de Berlín, guías de Normandía, libretas de notas que no deseo volver a ver, el ingenuo detalle de unas vacaciones reflejado en una suerte de diario, las tribulaciones de un escritor en ciernes que nunca llegó a alcanzar la publicación [qué tema para otra entrada], auriculares, púas para la guitarra, cables de amplificador y otro largo etcétera. Y así se van llenando las bolsas de basura que, luego, transportamos hasta un contenedor cercano. ¿Un antes y un después? Sé que es algo que debería haber hecho hace años, porque la limpieza es salud para el alma, ese desnudarse, ese desposeerse de objetos que creemos importantes y no lo son. Se libra una batalla con el pasado, un pasado que no existe, que nunca existió. Los lazos que me unen a aquel que fui son débiles y cada día que pasa la dispersión de las imágenes es más acusada, como el barco que se aleja de la costa y al pasajero, llegado un momento, le resulta imposible discernir qué son casas y qué son montañas porque el paisaje se transforma en una línea que se desvanece sin remedio. Carne de mercadillo, de rastro, de mercado de las pulgas, resulta ser toda esta acumulación; prefiero que vaya a la basura que verlo en el puesto del chamarilero, aunque llegado el momento, todo dará igual. Lo próximo serán los libros; capítulo aparte.

+  [Expurgo]. Me deshago de una colección de callejeros, planos y mapas atesorada durante más de treinta años. Queda en la huerta bajo la lluvia. El agua de la lluvia se comerá el papel mediante la putrefacción. Me interesa esa metáfora que esconde el proceso: el agua de la lluvia pudre los mapas que se coleccionaron a lo largo de treinta años, y nada cambia: allí siguen, las calles, las ciudades y la geografía. La representación sólo posee sentido cuando tiene utilidad, luego se convierte en una arqueología o en un fetiche, o ambas cosas a un tiempo. El agua de la lluvia y la tierra vegetal actúan conjuntamente como un hechizo.

+ Imagen: el almacén de muebles como habitat del deseo, el deseo como guía del pasado y del porvenir, imagen de sí mismo, relato vertebrador de la vida cotidiana; sin embargo, eligo la neutralidad del blanco y una composición geometríca con la esperanza de romper un sortilegio que me inclina hacia la acumulación, una tendencia que inagurar: el adelgazamiento. Un especio neutro y versatil.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Expurgos

 

 

+ Es viernes, un viernes luminoso de finales de octubre. Lo dije alguna vez, el otoño es mi estación preferida. Lo repito mientras observo el paisaje y pienso que fuera de este recinto acotado está la pandemia, la ignoro y escribo, leo y estudio. La música barroca que me acompaña hace que recuerde en el retiro de Michel de Montaigne. La lectura es otra distancia respecto de la realidad porque inaugura una realidad personal y dúctil [en un primer momento;, ya que toda lectura tiene un algo de veneno, plena de  efectos imprevisibles y sorprendentes]. Tengo ante mí el calendario con las tareas pendientes y las tareas cumplidas, lo miro sin mucho convencimiento. La luminosidad del día aclara el tránsito del tiempo hacia la nada y termina por disolverlo en los suaves colores del otoño. Estoy más cerca de la naturaleza y eso se refleja en mi ánimo: una mayor quietud y reposo, una tranquilidad serena y profunda, reflexiva. Es viernes y comienzo unas cortas vacaciones, que no son otra cosa que un cambio de actividad; su verdadera razón: la acción con antídoto, la lectura como lenitivo, el equilibro como meta imposible pero deseable.

+ Rescato en Pierre Bourdieu unas ideas sobre el campo del arte restringido. Se relacionan estos rasgos con una cierta distinción, un cierto empate entre gusto y elitismo, una aristocracia excluyente y exclusiva. Normas, repertorios, preguntas y respuestas elaboradas con el propósito de clasificar al interlocutor y, más tarde, situarlo en un mapa de lo in y lo out. ¿Pertenecemos a ese club o sólo fue un deseo no cumplido que habla más de nosotros de lo que sospechamos? La necesidad de alcanzar un punto de individualidad que nos diferenciase de la masa se convirtió en un objetivo vital. Lo puedo estudiar en mi propia persona y en otros que he conocido, que he tratado o que tenido cierta intimidad. Pasado el tiempo, esos asomos de la tardía adolescencia se han desvanecido y permanece el esqueleto que los sostenía. La desnudez que ahora se nos ofrece es demasiado verdadera como para poder soslayarla. ¿Tan importante es la circunstancia? Recordaba un maltratado violinista en una entrevista radiofónica la segunda pare de la cita de Ortega: yo soy yo y mi circunstancia; la segunda parte: …y si no la salvo a ella no me salvo yo. Bien. Pero la cualidad de la circunstancia es su empecinada tendencia al cambio a la impermanencia. ¿Eran esos atisbos elitistas de nuestra prolongada adolescencia circunstancias o eran esencias de la persona? Sé que han desaparecido y con ella un dolor extraño y banal, pero profundo e hiriente, una percusión que se cifra en los éxitos ajenos y los fracasos propios, cuando ni siquiera había tales fracasos. Ay, el arte restringido, esa tendencia a la referencias y a las posturas, a un dandismo provinciano de alcohol y lumpem, de galería de arte y periódico de provincias regido por directores más en el ámbito de la zarzuela que en el de la actualidad. Ahora todo es narración, un relato que me entretengo en comentar aquí y allí, pero que no tiene la importancia que sospechaba que tenía. La circunstancia ha variado y con ello mi persona gana, otros han perdido, otros, también, han ganado; pero ya no clasifico, solo observo, solo estudio.

+ [Expurgo]. Las mudanzas son limpieza y orden y uno se da cuenta de cuán pesados y poco manejables resultan ser los libros; manifiesta forma de fetichismo, encumbrado en un engañosa utilidad: hay en atesorar libros, y ,como sucede con cualquier colección posible, el cachorro se convierte en monstruo. Así, los volúmenes se apilan, forman torres imposibles, muros imposibles, visten una casa, aparentan estabilizar la tendencia a la caducidad, se transforman en balizas con las que orientarse en el tráfago de la vida y nada de esto se cumple. Sin embargo, llega un momento, ese momento del desplazamiento de la biblioteca, en que los colores de los lomos y el formato de sus tapas resultan amenazantes, complejos, un traslado que, como una obra de ingeniería, requiere de cálculo y planificación. Después de reflexionar sobre el asunto, he llegado a la conclusión de la necesidad de realizar una donación de una gran cantidad de libros a una biblioteca rural. Quizá allí sean leídos, la mayoría de ellos yo nunca los volveré a abrir. Este adelgazamiento es un adelgazamiento espiritual, una necesidad o un ejercicio ascético que nos dirige hacia una nueva vida: ordenada, serena y estable. Los tres adjetivos anteriores conjugan con un proyecto donde no caben los estilemas anteriores, todo ha cambiado aunque parezca ser lo de siempre. Ay, estilema: conjunto de los rasgos característicos de un autor. Empleamos el término cuando dejamos de creer en el monolito que le da cobijo, se desmorona su peana, se desvanece su aura para dar paso a otra realidad, a una profunda realidad más próxima a cierta idea temprana que resurge y se impone. ¿Somos otro? Nadie se baña dos veces en el mismo río, repito tras la última frase, como una oración que invita a la contemplación, ese estado, esa condición. Los libros no me condicionaran como objetos que son, otra cosa muy distinta es su estela, que permanece y se transforma, me transforma.

+ Mientras la abogada nos da cumplida cuenta de un asunto urbanístico de nuestro particular interés, yo no dejo de fijarme en los tatuajes diseminados por sus muñecas y antebrazos [discretos, pero elocuentes]. No puedo dejar de pensar en el tatuaje como amuleto, conjuro o fetiche, no puedo de dejar de pensar en lo ajeno que me resulta y la relación que tienen con este nuestro presente y con la amplitud y extensión que han tomado, más próximos a la cosmética que al lumpen entrevisto en nuestra infancia y adolescencia. Que la abogada lleve tatuajes [frases, pájaros, peces…] resulta un punto más allá de lo representativo y paradigmático; se trata de una tendencia que ya es característica de este nuestro tiempo, un rasgo de nuestra época. El tatuaje ahora es variedad que oscila entre lo profundamente significativo y lo meramente frívolo. Yo no tengo tatuajes y muy probablemente no los tendré, pero no por una razón específica, sino por los usos y costumbres de mi infancia y mi adolescencia, por la educación recibida y por un cierto envaramiento [el mismo que me impide usar chandal o bermudas, por poner dos ejemplos de atuendos prohibidos]; sin embargo, también que hay algo que no comprendo, algo que tiene que, por un lado, ver con mi edad y, por otro lado, con una posición estética que trata de alejarse de todo aquello que implique multitud, moda o costumbre fosilizada. Vuelo a pensar en la abogada y su atildado aspecto, en su fular Burberrys y en su tatuaje en el empeine embutido en un zapato de ante negro y tacón bajo, en como ya no soy el que fui y no soy el que seré, pero permanecen ciertos rasgos más propios del dandy o del snob que del mero estudioso de la realidad, sumido en la observación, sumido en el estudio. Ese soy yo.

+ [Las razones de los expurgos continuaran en nuevas entradas].

+ Imagen: Las puertas constituyen una de mis obsesiones fotográficas; por geometría, variedad y rasgos comunes. Las puertas hablan y solo hay que saber escucharlas, pero yo no tengo más propósito que reflejar lo que fue una mañana en Honfleur; cuando paseabamos encontramos la casa de Erik Satie, después esta puerta. Vale.

sábado, 31 de octubre de 2020

Emblemas y presencias

 

+ La pequeña figura de Tintin tiene un minúsculo golpe sobre la ceja izquierda. Le asoma lo que parece un corte pero no es un corte sino una rozadura fruto de la mudanza. La observo y me quedó durante un momento pasmado con la cara de susto del intrépido reportero, en ese gesto de salir a la calle mientras se coloca su gabardina porque un asunto importantísimo lo requiere, bajo la égida de la preocupación y el deber. La figura la compré en la Isla de Ré con la idea de hacer un regalo; sin embargo, finalmente, decidí quedarme yo con ella porque se había convertido en un fetiche portátil, ingenuo y amable. ¿Me protege contra algún mal?, me pregunto ahora que suena Mozart en la radio veneciana en línea que solo pone música y no realizan ni comentarios ni introducciones, ni siquiera presentan la música [si el oyente desea tener información sobre la pieza en curso debe acudir a la web o la aplicación para recabar título y autor]. Por una parte conozco la respuesta y por otra prefiero mantener a mi lado las posibilidades que ofrece la ausencia de explicaciones [una niebla que se preña de la magia de la ignorancia, ese territorio donde lo desconocido es un mar de sugerencias que no terminan de cuajar]. En un debate interno sobre qué es lo que nos protege del dolor me inclino por afirmarme en la capacidad que los ejercicios voluntariosos nos otorgan, como una extraña y potente droga que doblegase la incapacidad mediante la disciplina y el adiestramiento. La figura de Tintin entra dentro de este orden de cosas, no como un amuleto sino como recordatorio; es decir, como emblema. En este sentido, todas estas figuras que he acumulado a lo largo de muchos años me remiten a mi lucha contra el desánimo, siempre tan presente. Así, entre otras figuras, destacan los guerreros japoneses con una lanza que luchan contra dragones, mi Hermann Monster tan sonriente con su maletín camino de su trabajo, los dos tigres en actitud de caminar hacia su cumplido destino. Estos tres ejemplares me muestran la senda del buen humor, de un cierto optimismo con acentos escépticos. Por eso, ahora mismo, Tintin está donde está y yo doy cuenta de su presencia

+ He comenzado a programar las visitas a las bibliotecas para recabar información sobre el trabajo en que me he embarcado. Lo reconozco, es una osadía, pero sin arrojo nunca se alcanza nada. ¿Alcanzar? Pararse en un palabra y repetirla unas cuantas veces hasta que solo sea sonido y se convierta este en un algo extraño. Alcanzar. Podría, ahora, buscarla en el diccionario, pero prefiero la intuición a la exactitud de la definición precisa y acotada. Alcanzar me arroja al trabajo que emprenderé pronto y que tanto me va suponer [esfuerzo, dinero, desánimo]. He buscado los libros, están localizadas las referencias y ahora deberé visitar las bibliotecas, acomodarme y comenzar a recabar los datos en manuales, colecciones y antologías; anotaré los datos y fotografiaré con la tablet las páginas donde aparecen, las guardaré y regresaré a mi despachito. Luego sucederá otra tarea, el orden y su inserción en el desarrollo del discurso, ese largo discurso al que debo llevar mi investigación. Dentro de ese proceso de alcance es un paso más entre muchos, tan necesario como los que he dado, como los que daré. Y, ahora, para mí, alcance no deja de ser el vértice de una pirámide que estoy construyendo. Work in Progress.

+ Surgen otras ocupaciones y hay tareas que no se pueden posponer, que, al tiempo, interfieren o interrumpen la programación que se había establecido para las visitas a las bibliotecas. Es lo que las mudanzas tienen, los cambios, sus derivaciones. La obligación de liberar espacio, despejar aquel lugar donde habíamos vivido y que ahora ya no es nuestro, la razón que nos obliga a llevarnos nuestros objetos y, bien sabido es, los libros son objetos. Unos objetos que cuando se suman forman un conjunto voluminoso y pesado, difícil de manejar; molesto, incluso. Tengo que centrarme, lo sé, y tratar de expurgar el mayor número posible de volúmenes. Su destino, una biblioteca pública. Dejar constancia aquí de esta tarea tiene más que ver con mi concepción de la acumulación que con una anotación de lo diario. Todo se enlaza y forma una unidad, aunque no lo deseemos. Ocupaciones que nos alejan de la idea de la muerte, de la finitud a la que nos encaminamos, pero, simultáneamente, los cambios subrayan esa misma irrelevante naturaleza de las obras humanas. Todo nace, todo muerte. El mosaico que había construido con mis libros, ese muro, se ha derrumbado y ahora, con los fragmentos, toca construir otro; así hasta el final. Esa es la línea que prima en estos días.

+ Hay una canción que por la única razón que la tengo en mi reproductor de MP3 es porque a L. no le gusta. Desconozco la razón, pero resulta interesante indagar en las causas de este desacuerdo. La música está bien, la voz no me desagrada, pero creo que se trata de la letra y su tono tan arrogante y enfermizo; esto último es lo que a L. le desagrada: pienso. La escucho y noto como se dibuja ante mí, mientras corro, un panorama de adhesiones y renuncias, de traición y estilo desafiante y con una innegable tendencia a la exclusión. ¿Se trata de eso? El día está nublado y vuelve a sonar la canción. Pienso en L. y en sus ocupaciones, en la lejanía que impone la pandemia, en las distancias que no son tales aunque realizen su trabajo de zapa. ¿Por qué tener presente a una persona mediante una canción que le desagrada? Yo en ello veo mi gusto por lo paradójico, ese rasgo de mi carácter.

+ Imagen: una foto de la figura de Tintin a la que se refiere la primera parte de esta entrada.

sábado, 24 de octubre de 2020

Cambios

 

+ Es sabido: el cambio es el rasgo esencial de la vida, de la existencia, lo que hace que la naturaleza avance en su amplitud. Nada permanece, todo muta. Así lo leí y así lo memoricé. No me haré un tatuaje porque no creo en los amuletos, porque la suerte es más un trabajo constante y silencioso que una circunstancia que se imponga por obra del azar. Bien el budismo, bien Marco Aurelio, en sus Meditaciones, me lo habían comunicado. En un principio me costó asumir esta gran verdad ya que yo tiendo a una rutinaria disciplina y todo lo que haga que esta varíe me desconcierta e incomoda. Sin embargo, no hay otra. Quien hoy es joven mañana será un anciano, el árbol que vemos en su enormidad fue una semilla y un día se apagará el sol. Esta última verdad la escuché en un corrillo hace años donde yo asistía como oyente: durante muchos días repetí la frase sin dejar de reflexionar sobre la misma, una reflexión sobre la finitud que rodea cualquier acto o cualquier obra humana, sobre la idea de cambio que implica. Para resumir, y en virtud de lo dicho anteriormente, un tanto deslavazado, un tanto apresurado, improvisado tal vez, tiene su razón de ser porque yo he entrado en otra fase. C. y yo inauguramos una etapa nueva en nuestras vidas; una nueva etapa de convivencia. Pero este cambio, como todos los cambios, contiene sensaciones encontradas que se deben compensar: a partes iguales: incertidumbre y alegría, pero sé que resulta necesario tratar de establecer un equilibrio que permita trabajar, amar y vivir en armonía. Sé que lo conseguiremos porque creemos el uno en el otro.

+ Sé que mi prosa ganará.

+ Ahora escribo desde mi despachito con el fondo de una música electrónica que se desliza desde una emisora francesa. Una música reiterativa que se ve arropada por una narración en inglés y  en francés sobre tres días en la vida de Georges Perec. Pronto iremos a dar un paseo C. y yo. Hablaremos, tomaremos cerveza helada, regresaremos a nuestra casa y dormiremos para comenzar la semana con determinación y entusiasmo. Un ejercicio trufado de maravillas, tentativas de discurso, innovaciones en el texto, la programación de las visitas a las bibliotecas. Otro mundo, el mismo mundo. Cambio y continuidad, un hilo que uno el pasado con el presente y todo toma sentido mediante una trayectoria coherente. La coherencia y sus hijuelas. Sin cansancio, sin descanso, la prosa mejora porque la persona se perfecciona. Vale.

+ Veo las imágenes de otra manera, con otro sentido. La percepción se determina por la ampliación de mis relaciones con internet. Este ensancharse se traduce en aspectos de la realidad que se iluminan, que surgen de sombras que ni siquiera sospechaba, que condicionaba el peso de la edad. La investigación continua, la investigación continúa.

+ Imagen: la foto la tiré en algún lugar de Normandía, ahora la uso en un perfil que he abierto en una red social. Se une el pasado, el presente y el futuro; se diluye la persona y emerge la personalidad contra lo idéntico. Solo son juegos de espejos. Juegos de espejos, un título o un emblema.

sábado, 17 de octubre de 2020

Portugal

+ C. yo nos fuimos a pasar un largo fin de semana a la frontera de Portugal con España, en la desembocadura del río Miño, o mejor: no Rio Minho. Nos quedamos a dormir en un agradable hotel al pie de la murallas de Caminha, y así se llamaba el hotelito, como no podía ser de otra manera: Hotel Muralha. Muchas cosas pasaron y no pasó nada. Pequeños acentos en lo diario, pinceladas en los días de asueto. Tuvimos un accidente automovilístico, del que yo fui el único responsable, que se cerró, digamos, bien. Los actores del accidente nos enmarcamos en un contexto europeo, sin duda, y eso me causó una inusitada satisfacción. Amabilidad, mesura, precisión en el papeleo, los croquis, las fotos. No me encontré mal pero comprendí que no estaba del todo bien: algo por dentro me comía. Pensé que no era para tanto, pero resultaba imposible no pensar en el asunto constantemente. La infamia, la cobardía, la debilidad.

+ Noticias de la desocupación. Estar en el paro es asunto serio, doloroso y afilado. El trabajo no lo es todo, pero el dinero es más que necesario, muy importante y su evaporación nos muestra un paisaje inquietante: nada asusta más que aquello que toma cuerpo mediante su ausencia, que en su naturaleza paradójica ilumina en detalle el miedo que imprime. La calle, los bares, las vacaciones, el cine, los parques, las estaciones de tren. La presencia  del dinero es constante y una amenaza porque requiere del que no lo tiene su atención, le imposibilita la entrada a un mundo apetecible patrocinado por la publicidad y el deseo, pero, lo que es peor, por la necesidad. Todo se desvanece, todo lo que era sólido ahora resulta ser un líquido que pierde calidad. Todo se pudre. Así desaparecen los asideros en los que se anclaba la identidad, la maldita identidad. Una negativa, otro rechazo, una puerta cerrada más. El trabajo, un bien, una maldición. Se necesita la fuerza de un titán para no caer en el desánimo. La lección recibida es dura y se podría resumir en que el peso la apariencia tiene en nuestras vidas y la fragilidad de las mismas, los ornamentos se difuminan y los rasgos del estilo son solo un recuerdo extraño, una vida que no se sabe si se vivió o se soñó. Esta es la lección, lo fútil y lo efímero no conforman el núcleo de la vida. Bajo las cifras los dramas se repiten, en las noticias se hacen opacas sus realidades, y la opacidad se equipara con la invisibilidad. El oxímoron da la clave. No llega con la oración para volver a la luz.

+ Una situación complicada no es una coartada para el deshonor.

+ Una conferencia en línea sobre P. Ricoeur se dice que hay un mundo que no tiene porque coincidir con nuestros deseos. Me ratifico en lo dicho, la determinación no anula nuestros deseos: los subraya y los acentúa, pero no los hace tangibles, solo el esfuerzo nos puede llevar a su consecución, o no. Nada está dado.

+ Desde donde ahora escribo, mi nueva casa, se oyen los pájaros y todavía no es de día. Ayer comenzó otra etapa, que se atisba llena de ilusión y posibilidades. Todo es cambio y se debe celebrar, hoy se debe celebrar.

+ El título de la entrada responde a que la concebí en Caminha, entre el sueño y el despertar.

+ Imagen: la extraña plasticidad de algunos azulejos a la luz de las farolas, bajo el manto de las sobras. Caminha, enfrente de la estación de tren.

sábado, 10 de octubre de 2020

Oscilaciones

Rouen

+ Disfruto la llegada del otoño. Las primeras manifestaciones son casi imperceptibles pero actúan sobre el paisaje con contundencia. Detengo el coche en un arcén y estudio como se dispersan las hojas que duermen en el asfalto, las agita un viento suave que anuncia un próximo temporal del que han hablado en las noticas; luego veo las nubes sobrevolar las montañas, el dibujo de las cumbre se difumina; llega la noche y la perfección de las siluetas me subyuga, también la oscilación de las luces en el horizonte. Hace tiempo que lo decidí: mi estación preferida del año es el otoño. Esta elección se relaciona con mi carácter, con una tendencia a una lírica fundamental, poesía y paisajes, así hemos viajado en otoño: en la busca de otros escenarios que siempre se unen a lo poético. El otoño se impone sobre el verano.

+ Conducir en silencio, con el ruido del motor, centrado en la conducción. Conducir en silencio se ha convertido en una suerte de meditación que he encontrado casi por casualidad, cuando la radio del coche del trabajo se estropeó. Ahora recupero ese estado de vez en cuando. No sé por qué, pero me parece estar sumergido en una narración cinematográfica de mediados de los noventa; todo el ámbito de la carretera se resuelve en un celuloide y sus colores saturados. Ay, cómo engañar a la rutina para que ésta no hiera con su filosa verdad.

+ Hay dos o tres escritores que sigo y espero que publiquen relativamente pronto. El juego de la espera aporta reflexiones que se influye en la lectura presente. Todo hecho lector se ve condicionado por múltiples vectores, la espera es uno entre muchos. Uno de ellos es, sin duda, Michel Houellebecq. He vuelto a leer poemas suyos, algún fragmento de alguna novela, entrevistas y artículos en revistas que he comprado en internet. Su visión del mundo me resulta más que próxima particularmente inspiradora: una mezcla de presente y sociología, el tacto de la técnica y la permanencia del amor y su carnalidad, las soledades que compartimos los hombres y el silencio de la palabra, la incomunicación, tal vez. Por eso espero, para darle un sentido o un orden a lo que vivimos desde marzo: la pandemia, que parece arrancada de una de sus novelas. Me gustaría ver publicados, también, algunos poemas nuevos de Luis Alberto de Cuenca, poemas de la senectud, con ese tamiz que otorgan lo tebeos, los paisajes, el amor y los temas constantes de su poesía, tan bien atrapados en la lógica del endecasílabo, en los bien medios versos. Para terminar, sumo a los anteriores, las narraciones de Agustín Fernández-Mallo. También espero un libro, un aliento que me devuelva una lírica del siglo XXI en el marco de una narración. He tomado de la estantería su novela Limbo y leo la primera página. Leo el primer párrafo, cierro el libro y lo vuelvo a abrir, al azar. “Los días siguientes se sucedieron entra la minuciosas grabación del resto de los temas y la ingesta compulsiva de tarrinas de helado de té verde, que, una vez vacía, íbamos dejando sobre mesas, sintetizadores o en el propio suelo”. Devuelvo el libro a su lugar. He pensado en ello, en la lecturas que me interesan, en el cuerpo narrativo que compone un autor y sobre la persistencia del mismo. Si comparo las novelas con los cuadros o con las fotos veo que hay un mayor protagonismo individual tanto en los pintores como en los fotógrafos. Creo entender que esto se podría deber a que la participación del receptor en el caso del arte literario es mucho mayor y por lo tanto su papel pugna con el del escritor. Yo no espero cuadros o fotos, yo espero novelas o poemas que me ayuden a construir mi visión del mundo; otros esto mismo lo buscarán en la música o en la pintura o en la fotografía. Me da la impresión que responde esta querencia a una jerarquía establecida mediante renuncias y propias incapacidades, que me configura tanto como espectador, observador como persona en el magma del inicio del siglo XXI. Y la pandemia extiende su sombra, que debilita y transforma la historia anterior pues toda narración parte siempre desde un punto de vista. Así, aguardo yo el punto de vista que me podrán dar los relatos futuros.

+ El corrector no admite tarrinas pero tampoco terrinas. Los correctores marcan un rumbo que no siempre se debe seguir

+ Decía una canción de Radio Futura: a un amigo desconocido aún. En esas monedas de oro que brillan en mi mano me mantengo [por seguir en la estela de aquellas canciones del grupo madrileño].

+ «Más de uno. como yo sin duda, escribe para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trate de escribir.» M. Foucault en La arqueología del saber.

+ [¿La política?] C. y yo volvíamos de Vigo después de una agradable tarde de domingo, que culmina con una cena sencilla y satisfactoria. La carretera, la música, la conversación están en esa línea de bondad que nos abraza a los dos. Hay paz en todo lo que nos rodea y comenzamos a hablar de unos conocidos y de sus hijos, de su extraña y extravagante radicalización revolucionaria. Nuestra conversación se centra en la afirmación de la hija sobre la necesidad de la lucha armada para conseguir unos fines políticos que ella estima justos. La afirmación es sorprendente, pero, en realidad, causa desasosiego y pena. Ir al núcleo de sus razones es alcanzar una suerte de cala social en la que se descubre como la ausencia de diques conduce a la brutalidad. Son una familia que por sus ingresos y su nivel de formación pertenecen a la clase media, que se han crecido al calor del adosado y las vacaciones en el extranjero, universidad, idiomas y música moderna, cierto snobismo de casino provinciano donde entraría esa querencia revolucionaria y leninista, como un acento más en un proyecto de identidad. Ay, la identidad. Ni C. ni yo podemos transigir con la brutalidad del asesinato, con la frivolidad de la violencia, pero ni siquiera creemos que sean capaces de llegar al término que proponen, pero lo que nosotros creamos tiene poca importancia ya que todo lo expresado es susceptible de convertirse en acción. En una ocasión C. me dijo que la hija tenía una gran colección de zapatos, que se muestra muy coqueta, como si la rodease una nube de pequeños corazones rosas. ¿Es compatible una cosa con la otra? Sin duda, eso mismo lo vimos en los campos de concentración: leer poesía, deleitarse con inocentes lieds, extasiarse ante la mirada del pasado o la risa de una niña, pero al tiempo cometer ignominiosos crímenes bajo la égida de un programa burocrático muy documental y muy brutal. Guardamos silencio y descubrimos que la maldad y la estupidez se pueden equiparar en una inocente frivolidad de asamblea y poder que se traduce en bobas e impetuosas manifestaciones de identidad, ese manto que nos va rodeando y con el que debemos tener una precaución extrema.

+ Imagen: una vez más recojo de la calle abstracciones que traslado a este ¿espacio? [la foto se tomó en Normandía,en Rouen].

sábado, 3 de octubre de 2020

Los inadaptados

Cine

+ Escucho la canción de Juan Perro, Santiago Auserón, Los inadaptados. La canción recrea la película homónima (The Misfits, traducida al español como Vidas rebeldes). La unión entre historia, letra y música es particularmente acertada. Sobre la espiral que la música crea se eleva ese sentimiento de fracaso que arropa toda la película. Beber a media mañana, el desencanto, el fracaso, el amor y sus meandros, la imposibilidad de la alegría o presencia de una alegría breve y quebradiza. Los actores condensan en su interpretación un sentimiento próximo al desastre. El símbolo de los caballos cimarrones, que son capturados para elaborar comida para perros, resulta importante: el caballo y su imagen de nobleza, fuerza y belleza, el caballo destinado a comida para perros. Todos los actores se reflejan en esa cacería a lazo de los caballos cimarrones. Marilyn llora al saber cuál será su destino, Clark Cable los libera, con la correspondiente pérdida de dinero que supone. Santiago Auserón captura en la canción la esencia de la película. “A media mañana, entrando en el bar /  Celebran con risas al dios del azar / Se beben el día, dorado licor / La vida como un resplandor”. El pozo del alcohol, la confianza en la suerte, la decepción cuando ésta, como suele ser habitual, no cumple sus promesas [promesas que quizá nunca haya pronunciado]. Me resulta complicado no identificarme con lo que la película y la canción contienen, un cansancio de vivir que no se traduce en otra razón que la propia voluntad que me lleva a luchar contra ese mismo cansancio [tal vez esta sea la diferencia, me digo y en ello confío, mucho más que en la suerte, pues por diversas vías sé cuál es el carácter de la Fortuna, su veleidad, la poca confianza que me ofrece la “varia diosa”]. La canción termina y termina el ejercicio diario, queda suspendido en el aire un sentido no oculto, accesible, traducible en la realidad diaria.

+ En relación con lo anterior, me pregunto por ese amargor del fracaso y sus conexiones con las biografías. Sé que el éxito no conoce medida, es decir: a veces pensamos que la persona que ha alcanzado unos objetivos, unos objetivos elevados, complejos y problemático, logra una suerte de felicidad o de ataraxia, siempre preferible a un embobamiento neutro. Pero no. No es así. La vida en sí misma es decepcionante, pero, al tiempo que hay que tenerlo presente, se debe invertir este rasgo y mostrar una risa desafiante a la razón, a la dialéctica de obligaciones, merecimientos y castigos. No hay otra cosa que presente y una actitud hacia ese mismo presente. ¿El triunfo? Recuerdo como medicamento el elogio de aldea y el menosprecio de corte. No hay premios, no hay castigos.

+ La pandemia se ha instalado como un huésped indeseado e indeseable y tiene algo de metafórico, un rasgo que influye en la gente de manera inesperada, no predecible, pero constante. Somos unos flâneurs impenitentes, con elementos propios de la literatura, en su versión más lírica, evaporada, romántica o tardíamente romántica. Así, paseamos el sábado a las diez de la noche por las calles de esta villa y las calles están desiertas, los bares comienzan a cerrar y un inexpresable sentimiento de tristeza se desliza por la piedras y  recubre la vegetación. Rostros embozados, pasos cansinos, alguna risa, algún cigarrillo hurtado a la normativa. En medio de un gran silencio una bicicleta baja por una cuesta, suena lejana una música casi inaudible, dos chicas se besan en un callejón. El silencio y la soledad se han instalado. En esta pequeña villa no dejan de crecer los casos y tiene algo como de tuberculosis, de clorótica transformación. Me encuentro a mí mismo en el reflejo de un escaparate y me veo un poco Baudelaire, incluso con ese gesto de enfado tan característico. Yo no soy Baudelaire pero me gusta sentir ese aliento de la literatura que se extiende a las horas dormidas de esta villa, de sus rincones y de sus egregios espectros. Me digo a mí mismo: una Venecia pétrea pero pronto me corrijo y pienso que es mejor mantener la esencia de los lugares y huir de las comparaciones que intentan elevar el primer término de la comparación y lo único que hacen es degradarlo. La pandemia, me digo y veo a alguien que embozado camina, la pandemia tiene algo esencial y ficticio, el sentido de todo ello será vertido en prescindibles ensayos que no leeré. Mi deseo es buscar un poema que destile sus verdades, sus mentiras y el resultado de la ficción que ha inaugurado. El autor no ha muerto, por el momento.

+ No soy un inadaptado, pero a veces me gusta ponerme este disfraz y, como todo disfraz, con la luz del día se disuelve. El carnaval que no se para, saberlo es una ventaja. Son viejos restos de un pasado donde la estética pesaba demasiado, algo que era necesariamente malo. El estilo, la elegancia, un cierto dandismo conducen a posturas intransigentes y absurdas. El inadaptado encaja bien en este esquema de filias y fobias, rechazos y comuniones. Zapatos, música, conversaciones. Qué importante papel juegan los libros en estos intercambios. No se trata de los inadaptados de la canción de Auserón, es una pose. Un juego de maniquíes y bebedores de licor transparente, ácido, irónico. No merece la pena, hoy lo sé, pero también sé que forma parte de mí, a pesar del rechazo de este momento [desde donde hoy juzgo el pasado, el peso del pasado, el olvido y, al tiempo, me siento más inclinado a ser benévolo conmigo mismo, con el que fui, con el que no volveré a ser].

+ En el curso de la investigación me voy encontrando con nombres de autores que termino por buscar datos suyos en la red. Los resultados que arrojan estos nombres hoy casi vacíos de contenido, sin referentes que los identifiquen, corresponden a personas brillantes en su momento: escritores, doctores en letras o leyes, miembros de academias, historiadores, jurisconsultos, editores, magistrados […] En su momento ocupaban un lugar relevante en el mundo académico, político o cultural; personas con sus visicitudes, esperanzas, logros, alegrías y decepciones. Todo ese cúmulo de rasgos se disuelven en la marea de la historia, en el imparable impulso del tiempo, ciego y carente de finalidad. Válido para los notables como para la el pueblo llano, para los hombres, las mujeres, los niños y los viejos. Veo sus rostros, su expresión grave en la orla que les da ese prestigio que parece apuntar a la posteridad, leo sobre su nacimiento, su formación, su profesión y su muerte, ese arco entre la llegada al mundo y su partida. Hay un punto de vista en el perspectiva del investigador que conduce a la melancolía, no puede el investigador ser solamente un observador porque el que investiga navega sobre ese mismo mar, ese mar que terminará por engullirlo para depositarlo en ese fondo de olvido e igualación. Sólo hay presente, y el pasado es una lejanía , inescrutable es el futuro. ¿Tan difícil es centrase en el presente, lo único que realmente poseemos?

+ Se pregunta una analista política en Radio Inter:  ¿Somos ciudadanos o espectadores? La pregunta viene como conclusión al debate de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos. ¿Se puede añadir: ciudadanos, espectadores o consumidores?

+ El fin de semana se acerca y mi tía M. se ha contagiado. La pandemia nos acecha mientras incide en la realidad. Todo lo pasado adquiere otro aspecto bajo la percepción a la que obligan las medidas sanitarias. Su contagio no fue un accidente sino una negligencia de la persona que  trabaja en su casa. Yo creo que, ante todo, lo que subraya la pandemia es nuestra fragilidad, lo inconsistente que resulta el individuo. La enfermedad y sus extensiones morales. No deseo pensar mucho en ello, pero no es posible esquivar el aliento de la intranquilidad; sin embargo, me sobrepongo y me encomiendo al dios del momento, sin olvidar todas las precauciones necesarias. Suena la radio, oigo la campana extractora que trabaja en la cocina, un rumor de televisión llega amortiguado; es miércoles, no mucho más, salvo el palpitar de la vida cotidiana, con sus valles, mesetas y cumbres, discretas, pero siempre palpitantes.

+ Imagen: la proyección de una película en una sala de exposiciones pierde su carácter cinematográfico y se transforma en una otra cosa. El contexto da una medida, mientras hurta otra; quizá por esta razón dejo a un lado cualquier fotograma de la película que inspira el núcleo de la entrada, para que ésta se pervierta en la menor medida [¿el texto la pervierte?].

sábado, 26 de septiembre de 2020

Le lectorat

Wall

+ La traducción aproximada de lectorat podría ser el conjunto de los lectores de un autor, de una obra o de un género. ¿Lectores? ¿simplemente lectores? Tal vez. Pero la palabra en francés parece contener algo que en español se escapa. Tal vez, me digo con ciertas dudas, pero lo que sucede, finalmente, es que la palabra lectorat me gusta, me gusta en sí y me gusta para titular entrada. Así obro. El cuerpo de lectores exige clasificaciones sobre su naturaleza, la estabulación de los gustos y las preferencias, aunque no todo es gusto porque el libro también es una herramienta de trabajo y es otro negociado. Yo lo remito todo a la narración y a lírica, ahí es donde se dirige mi mirada cuando empleo la etiqueta. Vale.

+ Como una cosa lleva a la otra, se han sumado varias canciones de Jarvis y en la tenue y lluviosa tarde del sábado surge como una aparición. ¿Un espectro? Ballenas, el sonido de un violín, cajas de ritmo. Poder y fuerza, algo que se ha agazapado tras la borrascosa tarde: la melancolía. Dormí profundamente durante la siesta y el sabor del café resultó reconfortante. Siento que la frivolidad me hace daño, a veces, en otras ocasiones me ha salvado, como el ejemplo del cuchillo: ¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra que cuando siega, el de amor que el del asesinato? Son los versos de Claudio Rodríguez en el poema “Gestos” ¿Debería escuchar otras cosas más serias, leer libros más comprometidos, tal vez, sentir cierta cercanía a mis conciudadanos? Soy un misántropo: no me interesan las relaciones sociales o soy muy selectivo. No creo que sea un defecto. No ha quedado otra salida: afinar la persona y alejarse de los tóxicos amaneceres. Escucho la canción: Lost in the night of the living room  / Adrift in the world of interiors / It's serious. Paisajes nevados, paisajes industriales, paisajes en las soberanas telas de los museos olvidados. Libros sobre la mesilla que son demasiado gruesos para lo que contienen: qué libro es ese que se puede resumir en una única frase. Me desentiendo de todo aquello que me pareció sólido y no lo era. Música de club en la tranquila tarde de septiembre, un sábado más, un sábado como tantos otros sábados. Me gusta mi rostro en el espejo, me ha costado mucho llegar hasta aquí, pero el esfuerzo se ve recompensado con esta constatación: he acertado con mi plan y lo he cumplido punto por punto. It's serious.

+ La lectura de los poemas de Borges resulta irregular porque no está sometida a ningún sistema. Pero esto responde a un ritmo de lectura, a una deslavazada intención de crear un espacio de autonomía respecto a las encorsetadas tareas de la investigación. Un territorio, quizá, libre, con influencias subterráneas y evaporadas, que existen pero que no deseo percibir.

+ Muere Juliette Greco. Ahora recuperan una entrevista en Radio Inter. Habla de la libertad y de un Paris que ya no existe, salvo en la memoria, en los libros, en la lírica estancia del recuerdo. Habla de Sartre y de Camus, de otros escritores, de la música americana, del placer de la música. Su música suena e invade la estancia a esta hora de la mañana, son las nueve y cuarto y llevo adelantada mi tarea diaria. El acordeón, tan parisino, Saint-Germain-des-Prés, bares, cafés, pequeñas copas de licor, hermosos colores, palabras y personas que no volverán pero que habitan en el recuerdo, como una invitación a la magnética realidad de la vida: las historias, el relato de una existencia como salvación. Toda una imagen, la posibilidad del viaje, la restauración de la literatura y el espacio de libertad [que poco me hace falta, un libro y silencio]. El existencialismo y una bella voz, me digo con la nostalgia de lo no vivido. Toda una arqueología. Dice J. G.  en la entrevista que ahora lo único que escucha es música clásica, la comprendo y me identifico y creo que es algo que se debe a la edad, tanto en su caso como en el mío: una purificación del gusto. Ha muerto con 93 años, casi un siglo, una larga vida. Quede la necrológica.

+ Hay algo que no recuerdo, algo que deseaba anotar aquí y se ha desvanecido. Se ha desvanecido porque no escribí el apunte necesario en el momento preciso. Cómo se desvanece una idea, con qué facilidad. En el infructuoso proceso de recuperación apareció el recuerdo de Londres y su urbanismo. Viajes que hicimos diez años atrás. Compras, restaurantes, librerías. Quedan las fotos y la estela que dibujan. Busco el disco duro externo y comienzo a indagar. Me dan una idea de mi gusto por lo irrelevante, lo marginal, aquello en lo que nadie se fijaría: fragmentos minúsculos de la realidad. Qué tendencia al olvido, a la melancolía. Mi carácter, mi destino. Las fotos conforman un diario de viaje, lo reconstruyo y regreso a mis tareas libre de tóxicos y penitencias, sin culpa, sin arrepentimiento.

+ Imagen: Muro, Londres, 2010.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Lo que queda atrás

Pompei

+ Los trabajos se adaptan a la variaciones que me vienen impuestas. La flexibilidad no es virtud, es obligación. Un obligación que se relaciona con la supervivencia. Lo rígido termina por romper y la ruptura siempre es traumática. Los días traen cambios y el horario de mis tareas se debe amoldar a estas nuevas delimitaciones. En realidad, así, el tiempo se anula, en esa movilidad de los asuntos a los que nos hemos entregado sin mayor recompensa que la satisfacción del deber cumplido. Estrategias para soportar la vida y su espesor, su contundencia, la falta de sentido, porque el sentido es un otro trabajo al que someterse. Qué atareado me veo y con que facilidad adapto mis ocupaciones a los vaivenes de lo diario.

+ Espesor: dimensión más pequeña de un cuerpo de tres dimensiones (DRAE).

+ Leo una entrevista con una actriz. Se suman sus vanas afirmaciones a una espiritualidad frívola y adelgazada, pero con una consistencia que atraviesa la entrevista y la dota de una especial alegría, una alegría que se confunde con una posición ante el mundo. La toma de posición, qué cosa tan importante. Me llaman la atención y me interesan, a partes iguales, estas manifestaciones declarativas de su identidad y la reflexión sobre su propia persona: una idea frente al envejecimiento, la depresión como enfermedad del siglo, la crisis de la pareja, el mejor momento de mi vida, la maternidad, el yoga o la meditación. Su sonrisa es un espejo, el alma una realidad incontestable. Pienso que es un poco boba y hay cosas que no se deben airar, pero su profesión le viene dada, es el medio en el que ha nacido y nada pudo detener su carrera. Se llama promoción y conseguir que se muerda el anzuelo es fundamental, de ahí estas afirmaciones alocadas, ingenuas o, en una palabra, tontas. Ese es el personaje al que se debe, que no tiene porque coincidir necesariamente con la persona ordinaria que ella es. Al momento, ante una pregunta, dice no creer en la determinación, todos somos responsables de nuestra vida y está en nuestra voluntad el modificarla, hundirla o elevarla. Lo dudo, me digo mientras veo su gusto alegre, de una alegría bovina y rancia. Ha pasado el tiempo y un rescoldo de su ingenuidad permanece, pero, ahora, esa ingenuidad se ha trasformado en tontería, porque ha perdido el brillo de la juventud y ya no la redime, pero, vuelvo a lo mismo, es un personaje el que habla, no una persona. Un hilo que se aleja en el horizonte.

+ A posteriori me doy cuenta de que la mujer que vi ayer paseando sola por las calles era una periodista y escritora de cierto renombre, que llegó a este rincón para pronunciar una conferencia . Tenía algo especial, un aura que, yo creo, estaba determinada por su marmórea soledad y el extravío en la pequeña capital de provincias. Caminaba con un aire de pasmo, en la concentración tan especial que da el paseo nocturno en medio de la pandemia por una ciudad que nunca antes se ha hollado. Su aire tenía algo decimonónico o, al menos, demodé. Vestía de negro existencialista y el pelo incendiado de tintes rojos, que le daba aspecto de heroína romántica, algo muy ajeno a su persona, sin duda, pero yo no hablo de la persona sino de una imagen que vi en las calles y, ahora, que conozco una incierta verdad, me debela con absoluta contundencia. La observé en la distancia y me pregunté por su vida, tal es la tarea del que observa, pero me decidí por descabalgar las aventuradas suposiciones porque no se adivinaba nada. Ahora que sé quién era aquella mujer me puedo hacer cargo de lo frágil que es la persona que escribe, lo volátil que resulta en la distancia, cuando las palabras han perdido fuerza o los que escuchan no le dan esa autoridad. Se transforma, una vez más, mi percepción y me resisto a perder idea que han otorgado frutos y trabajos.

+ El lunes comienza bien. Luego, leo algunas cosas sobre la verdad, la mentira y la política, sobre las capas que superponen sobre los hechos, tan difíciles de delimitar, mucho más en la distancia y en la suma de apariencias que tejen las imágenes y los sonidos de los programas de televisión o lo que por internet nos llega [cómo llama mi interés el relato de una pieza con el fondo acuciante de una música en exceso dramática, esas declaraciones de ultratumba que se muestran más lúgubres si cabe mediante una vibración casi eléctrica que no deja de causar nerviosismo, angustia, intranquilidad]. Un retórica encaminada a la imposición de una verdad más que a una desnuda comunicación [¿es posible y deseable el grado cero, la neutralidad informativa?] Reflexionar sobre nuestro papel como espectadores nunca está de más, tomar conciencia de nuestra posición resulta una obligación con la posibilidad de adquirir un lugar propio. Primeramente, la televisión no es información sino espectáculo y entretenimiento, dos actividades que, per se,  ni son malas ni son buenas, pero que se deben etiquetar adecuadamente. Nunca son inocentes los formatos, la  publicidad inserta entre declaración y declaración crea contexto y nos determina, la dialéctica de los invitados, la contundencia de los presentadores nos penetra con invisible e intensa persuasión. El lunes es un comienzo pero también una estación de llegada y en ella las noticias se disuelven en la cadencia del piano que me susurra desde la tablet, no me olvido de las noticias, no me olvido de los puntos de vista, tampoco de mis carencias, pero hay que regresar a las obligaciones.

+ Termino dos libros. ¿Realmente se terminan los libros, tiene fin en sí misma la lectura o es una manera de decir que hemos llegado a la última página y ante ella se abre otra realidad libresca que forma parte de la primera? A veces alcanzo el convencimiento de que hay un único libro, un extenso texto que construimos, demolemos y reconstruimos con cada tomo que nos llega a las manos. Una larga travesía que su final está unido al final de nuestra vida. En este sentido creo que no es posible terminar una lectura porque se integra en un texto más amplio, un texto al que se subordina toda lectura y que nunca será fijado en su amplia inmensidad. Aproximaciones, cartografías, catálogos, bibliografías, tesis y antítesis, síntesis, elecciones y rechazos que establecen el intento pero únicamente esbozan ese texto. Es el texto de nuestra vida lectora que se conecta con nuestra vida interior, social o biológica; la propia existencia. Los dos libros han ido a ocupar sus respectivos anaqueles [físicos y mentales], pero eso no se traduce en que hayan muerto, sino que comienzan una existencia sonámbula que admite ciertos despertares [la cita, por ejemplo], una existencia que alimenta las lecturas posteriores. Volveré sobre ambos tomos, lo sé, mientras: duermen y su sueño es mi sueño.

+ Después de mucho tiempo escuchó aquella canción sobre Sheffield que escribió Jarvis Cocker. Son esos saltos sorpresivos que ofrece el reproductor de Mp3 conectado al equipo de música del coche. La canción comienza con el recitado de los barrios de la ciudad, luego la voz de Candida lee un fragmento de un relato, la música crece desde la nada. Mientras escuchaba la canción, yo rebasaba la cementera que hay en el atajo que tomo todos los días para regresar del trabajo a casa. Allí dibujada contra la noche, con sus grandes reflectores que proyectan una violenta luz contra la explanada donde se distribuyen las cubas de cemento; tras la cementera, los pinos. La noche era profunda, sin luna, con las luces de las casas dibujadas con precisión. Los altos eucaliptos, la cercana geometría de la autopista, la pista asfaltada: estrecha, serpenteante, orlada de viñas y huertas. La electrónica de la canción aportaba un acento cinematográfico a la travesía. Las luces que llegaban de la autopista era toda una invitación a pensar en localizaciones cinematográficas. It’s a marvellous sound. Pensé en el bloque de viviendas cuando Candida tenía 11 años. Pensé en edificios entrevistos desde el tren en Inglaterra. Pensé en los viajes que hicimos, pensé en todo lo que queda atrás y en lo que permanece.

+ Imagen: esa melancolía de lo vivido: el viaje, Pompei.