sábado, 17 de octubre de 2020

Portugal

+ C. yo nos fuimos a pasar un largo fin de semana a la frontera de Portugal con España, en la desembocadura del río Miño, o mejor: no Rio Minho. Nos quedamos a dormir en un agradable hotel al pie de la murallas de Caminha, y así se llamaba el hotelito, como no podía ser de otra manera: Hotel Muralha. Muchas cosas pasaron y no pasó nada. Pequeños acentos en lo diario, pinceladas en los días de asueto. Tuvimos un accidente automovilístico, del que yo fui el único responsable, que se cerró, digamos, bien. Los actores del accidente nos enmarcamos en un contexto europeo, sin duda, y eso me causó una inusitada satisfacción. Amabilidad, mesura, precisión en el papeleo, los croquis, las fotos. No me encontré mal pero comprendí que no estaba del todo bien: algo por dentro me comía. Pensé que no era para tanto, pero resultaba imposible no pensar en el asunto constantemente. La infamia, la cobardía, la debilidad.

+ Noticias de la desocupación. Estar en el paro es asunto serio, doloroso y afilado. El trabajo no lo es todo, pero el dinero es más que necesario, muy importante y su evaporación nos muestra un paisaje inquietante: nada asusta más que aquello que toma cuerpo mediante su ausencia, que en su naturaleza paradójica ilumina en detalle el miedo que imprime. La calle, los bares, las vacaciones, el cine, los parques, las estaciones de tren. La presencia  del dinero es constante y una amenaza porque requiere del que no lo tiene su atención, le imposibilita la entrada a un mundo apetecible patrocinado por la publicidad y el deseo, pero, lo que es peor, por la necesidad. Todo se desvanece, todo lo que era sólido ahora resulta ser un líquido que pierde calidad. Todo se pudre. Así desaparecen los asideros en los que se anclaba la identidad, la maldita identidad. Una negativa, otro rechazo, una puerta cerrada más. El trabajo, un bien, una maldición. Se necesita la fuerza de un titán para no caer en el desánimo. La lección recibida es dura y se podría resumir en que el peso la apariencia tiene en nuestras vidas y la fragilidad de las mismas, los ornamentos se difuminan y los rasgos del estilo son solo un recuerdo extraño, una vida que no se sabe si se vivió o se soñó. Esta es la lección, lo fútil y lo efímero no conforman el núcleo de la vida. Bajo las cifras los dramas se repiten, en las noticias se hacen opacas sus realidades, y la opacidad se equipara con la invisibilidad. El oxímoron da la clave. No llega con la oración para volver a la luz.

+ Una situación complicada no es una coartada para el deshonor.

+ Una conferencia en línea sobre P. Ricoeur se dice que hay un mundo que no tiene porque coincidir con nuestros deseos. Me ratifico en lo dicho, la determinación no anula nuestros deseos: los subraya y los acentúa, pero no los hace tangibles, solo el esfuerzo nos puede llevar a su consecución, o no. Nada está dado.

+ Desde donde ahora escribo, mi nueva casa, se oyen los pájaros y todavía no es de día. Ayer comenzó otra etapa, que se atisba llena de ilusión y posibilidades. Todo es cambio y se debe celebrar, hoy se debe celebrar.

+ El título de la entrada responde a que la concebí en Caminha, entre el sueño y el despertar.

+ Imagen: la extraña plasticidad de algunos azulejos a la luz de las farolas, bajo el manto de las sobras. Caminha, enfrente de la estación de tren.