sábado, 3 de octubre de 2020

Los inadaptados

Cine

+ Escucho la canción de Juan Perro, Santiago Auserón, Los inadaptados. La canción recrea la película homónima (The Misfits, traducida al español como Vidas rebeldes). La unión entre historia, letra y música es particularmente acertada. Sobre la espiral que la música crea se eleva ese sentimiento de fracaso que arropa toda la película. Beber a media mañana, el desencanto, el fracaso, el amor y sus meandros, la imposibilidad de la alegría o presencia de una alegría breve y quebradiza. Los actores condensan en su interpretación un sentimiento próximo al desastre. El símbolo de los caballos cimarrones, que son capturados para elaborar comida para perros, resulta importante: el caballo y su imagen de nobleza, fuerza y belleza, el caballo destinado a comida para perros. Todos los actores se reflejan en esa cacería a lazo de los caballos cimarrones. Marilyn llora al saber cuál será su destino, Clark Cable los libera, con la correspondiente pérdida de dinero que supone. Santiago Auserón captura en la canción la esencia de la película. “A media mañana, entrando en el bar /  Celebran con risas al dios del azar / Se beben el día, dorado licor / La vida como un resplandor”. El pozo del alcohol, la confianza en la suerte, la decepción cuando ésta, como suele ser habitual, no cumple sus promesas [promesas que quizá nunca haya pronunciado]. Me resulta complicado no identificarme con lo que la película y la canción contienen, un cansancio de vivir que no se traduce en otra razón que la propia voluntad que me lleva a luchar contra ese mismo cansancio [tal vez esta sea la diferencia, me digo y en ello confío, mucho más que en la suerte, pues por diversas vías sé cuál es el carácter de la Fortuna, su veleidad, la poca confianza que me ofrece la “varia diosa”]. La canción termina y termina el ejercicio diario, queda suspendido en el aire un sentido no oculto, accesible, traducible en la realidad diaria.

+ En relación con lo anterior, me pregunto por ese amargor del fracaso y sus conexiones con las biografías. Sé que el éxito no conoce medida, es decir: a veces pensamos que la persona que ha alcanzado unos objetivos, unos objetivos elevados, complejos y problemático, logra una suerte de felicidad o de ataraxia, siempre preferible a un embobamiento neutro. Pero no. No es así. La vida en sí misma es decepcionante, pero, al tiempo que hay que tenerlo presente, se debe invertir este rasgo y mostrar una risa desafiante a la razón, a la dialéctica de obligaciones, merecimientos y castigos. No hay otra cosa que presente y una actitud hacia ese mismo presente. ¿El triunfo? Recuerdo como medicamento el elogio de aldea y el menosprecio de corte. No hay premios, no hay castigos.

+ La pandemia se ha instalado como un huésped indeseado e indeseable y tiene algo de metafórico, un rasgo que influye en la gente de manera inesperada, no predecible, pero constante. Somos unos flâneurs impenitentes, con elementos propios de la literatura, en su versión más lírica, evaporada, romántica o tardíamente romántica. Así, paseamos el sábado a las diez de la noche por las calles de esta villa y las calles están desiertas, los bares comienzan a cerrar y un inexpresable sentimiento de tristeza se desliza por la piedras y  recubre la vegetación. Rostros embozados, pasos cansinos, alguna risa, algún cigarrillo hurtado a la normativa. En medio de un gran silencio una bicicleta baja por una cuesta, suena lejana una música casi inaudible, dos chicas se besan en un callejón. El silencio y la soledad se han instalado. En esta pequeña villa no dejan de crecer los casos y tiene algo como de tuberculosis, de clorótica transformación. Me encuentro a mí mismo en el reflejo de un escaparate y me veo un poco Baudelaire, incluso con ese gesto de enfado tan característico. Yo no soy Baudelaire pero me gusta sentir ese aliento de la literatura que se extiende a las horas dormidas de esta villa, de sus rincones y de sus egregios espectros. Me digo a mí mismo: una Venecia pétrea pero pronto me corrijo y pienso que es mejor mantener la esencia de los lugares y huir de las comparaciones que intentan elevar el primer término de la comparación y lo único que hacen es degradarlo. La pandemia, me digo y veo a alguien que embozado camina, la pandemia tiene algo esencial y ficticio, el sentido de todo ello será vertido en prescindibles ensayos que no leeré. Mi deseo es buscar un poema que destile sus verdades, sus mentiras y el resultado de la ficción que ha inaugurado. El autor no ha muerto, por el momento.

+ No soy un inadaptado, pero a veces me gusta ponerme este disfraz y, como todo disfraz, con la luz del día se disuelve. El carnaval que no se para, saberlo es una ventaja. Son viejos restos de un pasado donde la estética pesaba demasiado, algo que era necesariamente malo. El estilo, la elegancia, un cierto dandismo conducen a posturas intransigentes y absurdas. El inadaptado encaja bien en este esquema de filias y fobias, rechazos y comuniones. Zapatos, música, conversaciones. Qué importante papel juegan los libros en estos intercambios. No se trata de los inadaptados de la canción de Auserón, es una pose. Un juego de maniquíes y bebedores de licor transparente, ácido, irónico. No merece la pena, hoy lo sé, pero también sé que forma parte de mí, a pesar del rechazo de este momento [desde donde hoy juzgo el pasado, el peso del pasado, el olvido y, al tiempo, me siento más inclinado a ser benévolo conmigo mismo, con el que fui, con el que no volveré a ser].

+ En el curso de la investigación me voy encontrando con nombres de autores que termino por buscar datos suyos en la red. Los resultados que arrojan estos nombres hoy casi vacíos de contenido, sin referentes que los identifiquen, corresponden a personas brillantes en su momento: escritores, doctores en letras o leyes, miembros de academias, historiadores, jurisconsultos, editores, magistrados […] En su momento ocupaban un lugar relevante en el mundo académico, político o cultural; personas con sus visicitudes, esperanzas, logros, alegrías y decepciones. Todo ese cúmulo de rasgos se disuelven en la marea de la historia, en el imparable impulso del tiempo, ciego y carente de finalidad. Válido para los notables como para la el pueblo llano, para los hombres, las mujeres, los niños y los viejos. Veo sus rostros, su expresión grave en la orla que les da ese prestigio que parece apuntar a la posteridad, leo sobre su nacimiento, su formación, su profesión y su muerte, ese arco entre la llegada al mundo y su partida. Hay un punto de vista en el perspectiva del investigador que conduce a la melancolía, no puede el investigador ser solamente un observador porque el que investiga navega sobre ese mismo mar, ese mar que terminará por engullirlo para depositarlo en ese fondo de olvido e igualación. Sólo hay presente, y el pasado es una lejanía , inescrutable es el futuro. ¿Tan difícil es centrase en el presente, lo único que realmente poseemos?

+ Se pregunta una analista política en Radio Inter:  ¿Somos ciudadanos o espectadores? La pregunta viene como conclusión al debate de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos. ¿Se puede añadir: ciudadanos, espectadores o consumidores?

+ El fin de semana se acerca y mi tía M. se ha contagiado. La pandemia nos acecha mientras incide en la realidad. Todo lo pasado adquiere otro aspecto bajo la percepción a la que obligan las medidas sanitarias. Su contagio no fue un accidente sino una negligencia de la persona que  trabaja en su casa. Yo creo que, ante todo, lo que subraya la pandemia es nuestra fragilidad, lo inconsistente que resulta el individuo. La enfermedad y sus extensiones morales. No deseo pensar mucho en ello, pero no es posible esquivar el aliento de la intranquilidad; sin embargo, me sobrepongo y me encomiendo al dios del momento, sin olvidar todas las precauciones necesarias. Suena la radio, oigo la campana extractora que trabaja en la cocina, un rumor de televisión llega amortiguado; es miércoles, no mucho más, salvo el palpitar de la vida cotidiana, con sus valles, mesetas y cumbres, discretas, pero siempre palpitantes.

+ Imagen: la proyección de una película en una sala de exposiciones pierde su carácter cinematográfico y se transforma en una otra cosa. El contexto da una medida, mientras hurta otra; quizá por esta razón dejo a un lado cualquier fotograma de la película que inspira el núcleo de la entrada, para que ésta se pervierta en la menor medida [¿el texto la pervierte?].