sábado, 31 de octubre de 2020

Emblemas y presencias

 

+ La pequeña figura de Tintin tiene un minúsculo golpe sobre la ceja izquierda. Le asoma lo que parece un corte pero no es un corte sino una rozadura fruto de la mudanza. La observo y me quedó durante un momento pasmado con la cara de susto del intrépido reportero, en ese gesto de salir a la calle mientras se coloca su gabardina porque un asunto importantísimo lo requiere, bajo la égida de la preocupación y el deber. La figura la compré en la Isla de Ré con la idea de hacer un regalo; sin embargo, finalmente, decidí quedarme yo con ella porque se había convertido en un fetiche portátil, ingenuo y amable. ¿Me protege contra algún mal?, me pregunto ahora que suena Mozart en la radio veneciana en línea que solo pone música y no realizan ni comentarios ni introducciones, ni siquiera presentan la música [si el oyente desea tener información sobre la pieza en curso debe acudir a la web o la aplicación para recabar título y autor]. Por una parte conozco la respuesta y por otra prefiero mantener a mi lado las posibilidades que ofrece la ausencia de explicaciones [una niebla que se preña de la magia de la ignorancia, ese territorio donde lo desconocido es un mar de sugerencias que no terminan de cuajar]. En un debate interno sobre qué es lo que nos protege del dolor me inclino por afirmarme en la capacidad que los ejercicios voluntariosos nos otorgan, como una extraña y potente droga que doblegase la incapacidad mediante la disciplina y el adiestramiento. La figura de Tintin entra dentro de este orden de cosas, no como un amuleto sino como recordatorio; es decir, como emblema. En este sentido, todas estas figuras que he acumulado a lo largo de muchos años me remiten a mi lucha contra el desánimo, siempre tan presente. Así, entre otras figuras, destacan los guerreros japoneses con una lanza que luchan contra dragones, mi Hermann Monster tan sonriente con su maletín camino de su trabajo, los dos tigres en actitud de caminar hacia su cumplido destino. Estos tres ejemplares me muestran la senda del buen humor, de un cierto optimismo con acentos escépticos. Por eso, ahora mismo, Tintin está donde está y yo doy cuenta de su presencia

+ He comenzado a programar las visitas a las bibliotecas para recabar información sobre el trabajo en que me he embarcado. Lo reconozco, es una osadía, pero sin arrojo nunca se alcanza nada. ¿Alcanzar? Pararse en un palabra y repetirla unas cuantas veces hasta que solo sea sonido y se convierta este en un algo extraño. Alcanzar. Podría, ahora, buscarla en el diccionario, pero prefiero la intuición a la exactitud de la definición precisa y acotada. Alcanzar me arroja al trabajo que emprenderé pronto y que tanto me va suponer [esfuerzo, dinero, desánimo]. He buscado los libros, están localizadas las referencias y ahora deberé visitar las bibliotecas, acomodarme y comenzar a recabar los datos en manuales, colecciones y antologías; anotaré los datos y fotografiaré con la tablet las páginas donde aparecen, las guardaré y regresaré a mi despachito. Luego sucederá otra tarea, el orden y su inserción en el desarrollo del discurso, ese largo discurso al que debo llevar mi investigación. Dentro de ese proceso de alcance es un paso más entre muchos, tan necesario como los que he dado, como los que daré. Y, ahora, para mí, alcance no deja de ser el vértice de una pirámide que estoy construyendo. Work in Progress.

+ Surgen otras ocupaciones y hay tareas que no se pueden posponer, que, al tiempo, interfieren o interrumpen la programación que se había establecido para las visitas a las bibliotecas. Es lo que las mudanzas tienen, los cambios, sus derivaciones. La obligación de liberar espacio, despejar aquel lugar donde habíamos vivido y que ahora ya no es nuestro, la razón que nos obliga a llevarnos nuestros objetos y, bien sabido es, los libros son objetos. Unos objetos que cuando se suman forman un conjunto voluminoso y pesado, difícil de manejar; molesto, incluso. Tengo que centrarme, lo sé, y tratar de expurgar el mayor número posible de volúmenes. Su destino, una biblioteca pública. Dejar constancia aquí de esta tarea tiene más que ver con mi concepción de la acumulación que con una anotación de lo diario. Todo se enlaza y forma una unidad, aunque no lo deseemos. Ocupaciones que nos alejan de la idea de la muerte, de la finitud a la que nos encaminamos, pero, simultáneamente, los cambios subrayan esa misma irrelevante naturaleza de las obras humanas. Todo nace, todo muerte. El mosaico que había construido con mis libros, ese muro, se ha derrumbado y ahora, con los fragmentos, toca construir otro; así hasta el final. Esa es la línea que prima en estos días.

+ Hay una canción que por la única razón que la tengo en mi reproductor de MP3 es porque a L. no le gusta. Desconozco la razón, pero resulta interesante indagar en las causas de este desacuerdo. La música está bien, la voz no me desagrada, pero creo que se trata de la letra y su tono tan arrogante y enfermizo; esto último es lo que a L. le desagrada: pienso. La escucho y noto como se dibuja ante mí, mientras corro, un panorama de adhesiones y renuncias, de traición y estilo desafiante y con una innegable tendencia a la exclusión. ¿Se trata de eso? El día está nublado y vuelve a sonar la canción. Pienso en L. y en sus ocupaciones, en la lejanía que impone la pandemia, en las distancias que no son tales aunque realizen su trabajo de zapa. ¿Por qué tener presente a una persona mediante una canción que le desagrada? Yo en ello veo mi gusto por lo paradójico, ese rasgo de mi carácter.

+ Imagen: una foto de la figura de Tintin a la que se refiere la primera parte de esta entrada.