+ Es viernes, un viernes luminoso de finales de octubre. Lo dije alguna vez, el otoño es mi estación preferida. Lo repito mientras observo el paisaje y pienso que fuera de este recinto acotado está la pandemia, la ignoro y escribo, leo y estudio. La música barroca que me acompaña hace que recuerde en el retiro de Michel de Montaigne. La lectura es otra distancia respecto de la realidad porque inaugura una realidad personal y dúctil [en un primer momento;, ya que toda lectura tiene un algo de veneno, plena de efectos imprevisibles y sorprendentes]. Tengo ante mí el calendario con las tareas pendientes y las tareas cumplidas, lo miro sin mucho convencimiento. La luminosidad del día aclara el tránsito del tiempo hacia la nada y termina por disolverlo en los suaves colores del otoño. Estoy más cerca de la naturaleza y eso se refleja en mi ánimo: una mayor quietud y reposo, una tranquilidad serena y profunda, reflexiva. Es viernes y comienzo unas cortas vacaciones, que no son otra cosa que un cambio de actividad; su verdadera razón: la acción con antídoto, la lectura como lenitivo, el equilibro como meta imposible pero deseable.
+ Rescato en Pierre Bourdieu unas ideas sobre el campo del arte restringido. Se relacionan estos rasgos con una cierta distinción, un cierto empate entre gusto y elitismo, una aristocracia excluyente y exclusiva. Normas, repertorios, preguntas y respuestas elaboradas con el propósito de clasificar al interlocutor y, más tarde, situarlo en un mapa de lo in y lo out. ¿Pertenecemos a ese club o sólo fue un deseo no cumplido que habla más de nosotros de lo que sospechamos? La necesidad de alcanzar un punto de individualidad que nos diferenciase de la masa se convirtió en un objetivo vital. Lo puedo estudiar en mi propia persona y en otros que he conocido, que he tratado o que tenido cierta intimidad. Pasado el tiempo, esos asomos de la tardía adolescencia se han desvanecido y permanece el esqueleto que los sostenía. La desnudez que ahora se nos ofrece es demasiado verdadera como para poder soslayarla. ¿Tan importante es la circunstancia? Recordaba un maltratado violinista en una entrevista radiofónica la segunda pare de la cita de Ortega: yo soy yo y mi circunstancia; la segunda parte: …y si no la salvo a ella no me salvo yo. Bien. Pero la cualidad de la circunstancia es su empecinada tendencia al cambio a la impermanencia. ¿Eran esos atisbos elitistas de nuestra prolongada adolescencia circunstancias o eran esencias de la persona? Sé que han desaparecido y con ella un dolor extraño y banal, pero profundo e hiriente, una percusión que se cifra en los éxitos ajenos y los fracasos propios, cuando ni siquiera había tales fracasos. Ay, el arte restringido, esa tendencia a la referencias y a las posturas, a un dandismo provinciano de alcohol y lumpem, de galería de arte y periódico de provincias regido por directores más en el ámbito de la zarzuela que en el de la actualidad. Ahora todo es narración, un relato que me entretengo en comentar aquí y allí, pero que no tiene la importancia que sospechaba que tenía. La circunstancia ha variado y con ello mi persona gana, otros han perdido, otros, también, han ganado; pero ya no clasifico, solo observo, solo estudio.
+ [Expurgo]. Las mudanzas son limpieza y orden y uno se da cuenta de cuán pesados y poco manejables resultan ser los libros; manifiesta forma de fetichismo, encumbrado en un engañosa utilidad: hay en atesorar libros, y ,como sucede con cualquier colección posible, el cachorro se convierte en monstruo. Así, los volúmenes se apilan, forman torres imposibles, muros imposibles, visten una casa, aparentan estabilizar la tendencia a la caducidad, se transforman en balizas con las que orientarse en el tráfago de la vida y nada de esto se cumple. Sin embargo, llega un momento, ese momento del desplazamiento de la biblioteca, en que los colores de los lomos y el formato de sus tapas resultan amenazantes, complejos, un traslado que, como una obra de ingeniería, requiere de cálculo y planificación. Después de reflexionar sobre el asunto, he llegado a la conclusión de la necesidad de realizar una donación de una gran cantidad de libros a una biblioteca rural. Quizá allí sean leídos, la mayoría de ellos yo nunca los volveré a abrir. Este adelgazamiento es un adelgazamiento espiritual, una necesidad o un ejercicio ascético que nos dirige hacia una nueva vida: ordenada, serena y estable. Los tres adjetivos anteriores conjugan con un proyecto donde no caben los estilemas anteriores, todo ha cambiado aunque parezca ser lo de siempre. Ay, estilema: conjunto de los rasgos característicos de un autor. Empleamos el término cuando dejamos de creer en el monolito que le da cobijo, se desmorona su peana, se desvanece su aura para dar paso a otra realidad, a una profunda realidad más próxima a cierta idea temprana que resurge y se impone. ¿Somos otro? Nadie se baña dos veces en el mismo río, repito tras la última frase, como una oración que invita a la contemplación, ese estado, esa condición. Los libros no me condicionaran como objetos que son, otra cosa muy distinta es su estela, que permanece y se transforma, me transforma.
+ Mientras la abogada nos da cumplida cuenta de un asunto urbanístico de nuestro particular interés, yo no dejo de fijarme en los tatuajes diseminados por sus muñecas y antebrazos [discretos, pero elocuentes]. No puedo dejar de pensar en el tatuaje como amuleto, conjuro o fetiche, no puedo de dejar de pensar en lo ajeno que me resulta y la relación que tienen con este nuestro presente y con la amplitud y extensión que han tomado, más próximos a la cosmética que al lumpen entrevisto en nuestra infancia y adolescencia. Que la abogada lleve tatuajes [frases, pájaros, peces…] resulta un punto más allá de lo representativo y paradigmático; se trata de una tendencia que ya es característica de este nuestro tiempo, un rasgo de nuestra época. El tatuaje ahora es variedad que oscila entre lo profundamente significativo y lo meramente frívolo. Yo no tengo tatuajes y muy probablemente no los tendré, pero no por una razón específica, sino por los usos y costumbres de mi infancia y mi adolescencia, por la educación recibida y por un cierto envaramiento [el mismo que me impide usar chandal o bermudas, por poner dos ejemplos de atuendos prohibidos]; sin embargo, también sé que hay algo que no comprendo, algo que tiene que, por un lado, ver con mi edad y, por otro lado, con una posición estética que trata de alejarse de todo aquello que implique multitud, moda o costumbre fosilizada. Vuelo a pensar en la abogada y su atildado aspecto, en su fular Burberrys y en su tatuaje en el empeine embutido en un zapato de ante negro y tacón bajo, en como ya no soy el que fui y no soy el que seré, pero permanecen ciertos rasgos más propios del dandy o del snob que del mero estudioso de la realidad, sumido en la observación, sumido en el estudio. Ese soy yo.
+ [Las razones de los expurgos continuaran en nuevas entradas].
+ Imagen: Las puertas constituyen una de mis obsesiones fotográficas; por geometría, variedad y rasgos comunes. Las puertas hablan y solo hay que saber escucharlas, pero yo no tengo más propósito que reflejar lo que fue una mañana en Honfleur; cuando paseabamos encontramos la casa de Erik Satie, después esta puerta. Vale.
