sábado, 10 de octubre de 2020

Oscilaciones

Rouen

+ Disfruto la llegada del otoño. Las primeras manifestaciones son casi imperceptibles pero actúan sobre el paisaje con contundencia. Detengo el coche en un arcén y estudio como se dispersan las hojas que duermen en el asfalto, las agita un viento suave que anuncia un próximo temporal del que han hablado en las noticas; luego veo las nubes sobrevolar las montañas, el dibujo de las cumbre se difumina; llega la noche y la perfección de las siluetas me subyuga, también la oscilación de las luces en el horizonte. Hace tiempo que lo decidí: mi estación preferida del año es el otoño. Esta elección se relaciona con mi carácter, con una tendencia a una lírica fundamental, poesía y paisajes, así hemos viajado en otoño: en la busca de otros escenarios que siempre se unen a lo poético. El otoño se impone sobre el verano.

+ Conducir en silencio, con el ruido del motor, centrado en la conducción. Conducir en silencio se ha convertido en una suerte de meditación que he encontrado casi por casualidad, cuando la radio del coche del trabajo se estropeó. Ahora recupero ese estado de vez en cuando. No sé por qué, pero me parece estar sumergido en una narración cinematográfica de mediados de los noventa; todo el ámbito de la carretera se resuelve en un celuloide y sus colores saturados. Ay, cómo engañar a la rutina para que ésta no hiera con su filosa verdad.

+ Hay dos o tres escritores que sigo y espero que publiquen relativamente pronto. El juego de la espera aporta reflexiones que se influye en la lectura presente. Todo hecho lector se ve condicionado por múltiples vectores, la espera es uno entre muchos. Uno de ellos es, sin duda, Michel Houellebecq. He vuelto a leer poemas suyos, algún fragmento de alguna novela, entrevistas y artículos en revistas que he comprado en internet. Su visión del mundo me resulta más que próxima particularmente inspiradora: una mezcla de presente y sociología, el tacto de la técnica y la permanencia del amor y su carnalidad, las soledades que compartimos los hombres y el silencio de la palabra, la incomunicación, tal vez. Por eso espero, para darle un sentido o un orden a lo que vivimos desde marzo: la pandemia, que parece arrancada de una de sus novelas. Me gustaría ver publicados, también, algunos poemas nuevos de Luis Alberto de Cuenca, poemas de la senectud, con ese tamiz que otorgan lo tebeos, los paisajes, el amor y los temas constantes de su poesía, tan bien atrapados en la lógica del endecasílabo, en los bien medios versos. Para terminar, sumo a los anteriores, las narraciones de Agustín Fernández-Mallo. También espero un libro, un aliento que me devuelva una lírica del siglo XXI en el marco de una narración. He tomado de la estantería su novela Limbo y leo la primera página. Leo el primer párrafo, cierro el libro y lo vuelvo a abrir, al azar. “Los días siguientes se sucedieron entra la minuciosas grabación del resto de los temas y la ingesta compulsiva de tarrinas de helado de té verde, que, una vez vacía, íbamos dejando sobre mesas, sintetizadores o en el propio suelo”. Devuelvo el libro a su lugar. He pensado en ello, en la lecturas que me interesan, en el cuerpo narrativo que compone un autor y sobre la persistencia del mismo. Si comparo las novelas con los cuadros o con las fotos veo que hay un mayor protagonismo individual tanto en los pintores como en los fotógrafos. Creo entender que esto se podría deber a que la participación del receptor en el caso del arte literario es mucho mayor y por lo tanto su papel pugna con el del escritor. Yo no espero cuadros o fotos, yo espero novelas o poemas que me ayuden a construir mi visión del mundo; otros esto mismo lo buscarán en la música o en la pintura o en la fotografía. Me da la impresión que responde esta querencia a una jerarquía establecida mediante renuncias y propias incapacidades, que me configura tanto como espectador, observador como persona en el magma del inicio del siglo XXI. Y la pandemia extiende su sombra, que debilita y transforma la historia anterior pues toda narración parte siempre desde un punto de vista. Así, aguardo yo el punto de vista que me podrán dar los relatos futuros.

+ El corrector no admite tarrinas pero tampoco terrinas. Los correctores marcan un rumbo que no siempre se debe seguir

+ Decía una canción de Radio Futura: a un amigo desconocido aún. En esas monedas de oro que brillan en mi mano me mantengo [por seguir en la estela de aquellas canciones del grupo madrileño].

+ «Más de uno. como yo sin duda, escribe para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trate de escribir.» M. Foucault en La arqueología del saber.

+ [¿La política?] C. y yo volvíamos de Vigo después de una agradable tarde de domingo, que culmina con una cena sencilla y satisfactoria. La carretera, la música, la conversación están en esa línea de bondad que nos abraza a los dos. Hay paz en todo lo que nos rodea y comenzamos a hablar de unos conocidos y de sus hijos, de su extraña y extravagante radicalización revolucionaria. Nuestra conversación se centra en la afirmación de la hija sobre la necesidad de la lucha armada para conseguir unos fines políticos que ella estima justos. La afirmación es sorprendente, pero, en realidad, causa desasosiego y pena. Ir al núcleo de sus razones es alcanzar una suerte de cala social en la que se descubre como la ausencia de diques conduce a la brutalidad. Son una familia que por sus ingresos y su nivel de formación pertenecen a la clase media, que se han crecido al calor del adosado y las vacaciones en el extranjero, universidad, idiomas y música moderna, cierto snobismo de casino provinciano donde entraría esa querencia revolucionaria y leninista, como un acento más en un proyecto de identidad. Ay, la identidad. Ni C. ni yo podemos transigir con la brutalidad del asesinato, con la frivolidad de la violencia, pero ni siquiera creemos que sean capaces de llegar al término que proponen, pero lo que nosotros creamos tiene poca importancia ya que todo lo expresado es susceptible de convertirse en acción. En una ocasión C. me dijo que la hija tenía una gran colección de zapatos, que se muestra muy coqueta, como si la rodease una nube de pequeños corazones rosas. ¿Es compatible una cosa con la otra? Sin duda, eso mismo lo vimos en los campos de concentración: leer poesía, deleitarse con inocentes lieds, extasiarse ante la mirada del pasado o la risa de una niña, pero al tiempo cometer ignominiosos crímenes bajo la égida de un programa burocrático muy documental y muy brutal. Guardamos silencio y descubrimos que la maldad y la estupidez se pueden equiparar en una inocente frivolidad de asamblea y poder que se traduce en bobas e impetuosas manifestaciones de identidad, ese manto que nos va rodeando y con el que debemos tener una precaución extrema.

+ Imagen: una vez más recojo de la calle abstracciones que traslado a este ¿espacio? [la foto se tomó en Normandía,en Rouen].