+ Los trabajos se adaptan a la variaciones que me vienen impuestas. La flexibilidad no es virtud, es obligación. Un obligación que se relaciona con la supervivencia. Lo rígido termina por romper y la ruptura siempre es traumática. Los días traen cambios y el horario de mis tareas se debe amoldar a estas nuevas delimitaciones. En realidad, así, el tiempo se anula, en esa movilidad de los asuntos a los que nos hemos entregado sin mayor recompensa que la satisfacción del deber cumplido. Estrategias para soportar la vida y su espesor, su contundencia, la falta de sentido, porque el sentido es un otro trabajo al que someterse. Qué atareado me veo y con que facilidad adapto mis ocupaciones a los vaivenes de lo diario.
+ Espesor: dimensión más pequeña de un cuerpo de tres dimensiones (DRAE).
+ Leo una entrevista con una actriz. Se suman sus vanas afirmaciones a una espiritualidad frívola y adelgazada, pero con una consistencia que atraviesa la entrevista y la dota de una especial alegría, una alegría que se confunde con una posición ante el mundo. La toma de posición, qué cosa tan importante. Me llaman la atención y me interesan, a partes iguales, estas manifestaciones declarativas de su identidad y la reflexión sobre su propia persona: una idea frente al envejecimiento, la depresión como enfermedad del siglo, la crisis de la pareja, el mejor momento de mi vida, la maternidad, el yoga o la meditación. Su sonrisa es un espejo, el alma una realidad incontestable. Pienso que es un poco boba y hay cosas que no se deben airar, pero su profesión le viene dada, es el medio en el que ha nacido y nada pudo detener su carrera. Se llama promoción y conseguir que se muerda el anzuelo es fundamental, de ahí estas afirmaciones alocadas, ingenuas o, en una palabra, tontas. Ese es el personaje al que se debe, que no tiene porque coincidir necesariamente con la persona ordinaria que ella es. Al momento, ante una pregunta, dice no creer en la determinación, todos somos responsables de nuestra vida y está en nuestra voluntad el modificarla, hundirla o elevarla. Lo dudo, me digo mientras veo su gusto alegre, de una alegría bovina y rancia. Ha pasado el tiempo y un rescoldo de su ingenuidad permanece, pero, ahora, esa ingenuidad se ha trasformado en tontería, porque ha perdido el brillo de la juventud y ya no la redime, pero, vuelvo a lo mismo, es un personaje el que habla, no una persona. Un hilo que se aleja en el horizonte.
+ A posteriori me doy cuenta de que la mujer que vi ayer paseando sola por las calles era una periodista y escritora de cierto renombre, que llegó a este rincón para pronunciar una conferencia . Tenía algo especial, un aura que, yo creo, estaba determinada por su marmórea soledad y el extravío en la pequeña capital de provincias. Caminaba con un aire de pasmo, en la concentración tan especial que da el paseo nocturno en medio de la pandemia por una ciudad que nunca antes se ha hollado. Su aire tenía algo decimonónico o, al menos, demodé. Vestía de negro existencialista y el pelo incendiado de tintes rojos, que le daba aspecto de heroína romántica, algo muy ajeno a su persona, sin duda, pero yo no hablo de la persona sino de una imagen que vi en las calles y, ahora, que conozco una incierta verdad, me debela con absoluta contundencia. La observé en la distancia y me pregunté por su vida, tal es la tarea del que observa, pero me decidí por descabalgar las aventuradas suposiciones porque no se adivinaba nada. Ahora que sé quién era aquella mujer me puedo hacer cargo de lo frágil que es la persona que escribe, lo volátil que resulta en la distancia, cuando las palabras han perdido fuerza o los que escuchan no le dan esa autoridad. Se transforma, una vez más, mi percepción y me resisto a perder idea que han otorgado frutos y trabajos.
+ El lunes comienza bien. Luego, leo algunas cosas sobre la verdad, la mentira y la política, sobre las capas que superponen sobre los hechos, tan difíciles de delimitar, mucho más en la distancia y en la suma de apariencias que tejen las imágenes y los sonidos de los programas de televisión o lo que por internet nos llega [cómo llama mi interés el relato de una pieza con el fondo acuciante de una música en exceso dramática, esas declaraciones de ultratumba que se muestran más lúgubres si cabe mediante una vibración casi eléctrica que no deja de causar nerviosismo, angustia, intranquilidad]. Un retórica encaminada a la imposición de una verdad más que a una desnuda comunicación [¿es posible y deseable el grado cero, la neutralidad informativa?] Reflexionar sobre nuestro papel como espectadores nunca está de más, tomar conciencia de nuestra posición resulta una obligación con la posibilidad de adquirir un lugar propio. Primeramente, la televisión no es información sino espectáculo y entretenimiento, dos actividades que, per se, ni son malas ni son buenas, pero que se deben etiquetar adecuadamente. Nunca son inocentes los formatos, la publicidad inserta entre declaración y declaración crea contexto y nos determina, la dialéctica de los invitados, la contundencia de los presentadores nos penetra con invisible e intensa persuasión. El lunes es un comienzo pero también una estación de llegada y en ella las noticias se disuelven en la cadencia del piano que me susurra desde la tablet, no me olvido de las noticias, no me olvido de los puntos de vista, tampoco de mis carencias, pero hay que regresar a las obligaciones.
+ Termino dos libros. ¿Realmente se terminan los libros, tiene fin en sí misma la lectura o es una manera de decir que hemos llegado a la última página y ante ella se abre otra realidad libresca que forma parte de la primera? A veces alcanzo el convencimiento de que hay un único libro, un extenso texto que construimos, demolemos y reconstruimos con cada tomo que nos llega a las manos. Una larga travesía que su final está unido al final de nuestra vida. En este sentido creo que no es posible terminar una lectura porque se integra en un texto más amplio, un texto al que se subordina toda lectura y que nunca será fijado en su amplia inmensidad. Aproximaciones, cartografías, catálogos, bibliografías, tesis y antítesis, síntesis, elecciones y rechazos que establecen el intento pero únicamente esbozan ese texto. Es el texto de nuestra vida lectora que se conecta con nuestra vida interior, social o biológica; la propia existencia. Los dos libros han ido a ocupar sus respectivos anaqueles [físicos y mentales], pero eso no se traduce en que hayan muerto, sino que comienzan una existencia sonámbula que admite ciertos despertares [la cita, por ejemplo], una existencia que alimenta las lecturas posteriores. Volveré sobre ambos tomos, lo sé, mientras: duermen y su sueño es mi sueño.
+ Después de mucho tiempo escuchó aquella canción sobre Sheffield que escribió Jarvis Cocker. Son esos saltos sorpresivos que ofrece el reproductor de Mp3 conectado al equipo de música del coche. La canción comienza con el recitado de los barrios de la ciudad, luego la voz de Candida lee un fragmento de un relato, la música crece desde la nada. Mientras escuchaba la canción, yo rebasaba la cementera que hay en el atajo que tomo todos los días para regresar del trabajo a casa. Allí dibujada contra la noche, con sus grandes reflectores que proyectan una violenta luz contra la explanada donde se distribuyen las cubas de cemento; tras la cementera, los pinos. La noche era profunda, sin luna, con las luces de las casas dibujadas con precisión. Los altos eucaliptos, la cercana geometría de la autopista, la pista asfaltada: estrecha, serpenteante, orlada de viñas y huertas. La electrónica de la canción aportaba un acento cinematográfico a la travesía. Las luces que llegaban de la autopista era toda una invitación a pensar en localizaciones cinematográficas. It’s a marvellous sound. Pensé en el bloque de viviendas cuando Candida tenía 11 años. Pensé en edificios entrevistos desde el tren en Inglaterra. Pensé en los viajes que hicimos, pensé en todo lo que queda atrás y en lo que permanece.
+ Imagen: esa melancolía de lo vivido: el viaje, Pompei.
