sábado, 5 de septiembre de 2020

Rester vivant / To stay alive

Normandía

Normandía

Normandía

+ Las peregrinaciones a los lugares de los escritores que nos gustan o que nos interesan, sea por la razón que sea, tienen un aliento de vida especial porque dotar a la vida de ciertos ritos acompasa y atenúa su filosa crueldad. En resumen, se trata de construir una vida, de dotarla de una estructura de la que carece y la visita a los lugares de los escritores es una opción más entre muchas [y aquí podemos poner la entrega al comunismo como entretenimiento satisfactorio o la colección de bellos automóviles a escala, el rosario vespertino o la franca entrega a la patria, el carísimo reloj o la bella blusa estampada que tan cara ha costado y tanto la favorece]. Pero hay algo especial, algo que devuelve una parte de lo que la lectura nos ha otorgado. En ello me fijo y recuerdo cuando visitamos Ry como compensación tanto a Mme. Bovary como a G. Flaubert. Allí, ante la tumba de Veronique Delphine Delamare, de soltera Couturier, y de su marido Eugene Delamare, comprendimos algunos asuntos no sobre la novela de Flaubert sino sobre nosotros mismos y nuestra relación, lo que hasta allí nos había arrastrado y lo que nos mantendrá unidos. Dejando esto a un lado, nos hizo gracia como todo el pueblo estaba orientado a la figura de la novela, hasta el punto de haber puesto bajo el nombre de Veronique Delphine el rótulo de Madame Bovary. Quisimos visitar el museo de autómatas que da cuenta de la novela en una larga serie de cuadros animados, pero no fue posible porque, según rezaba un impreso: habían tenido que cerrar porque acometer las obras necesarias para permitir la accesibilidad, también había una queja hacia la intransigencia de las autoridades, su cerrazón burocrática y la gran pérdida que resultaba del cierre de la exposición. Paseamos por el pueblo y entramos en una casa de comidas. Resultó agradable. Compré dos viejas postales descoloridas, una de ellas la enmarqué: la iglesia de Ry, la otra no sé donde está [una vista aérea del pueblo sin interés: reiterativa, neutralmente intercambiable, más vieja que antigua]. Nos alejamos del pueblo camino de Beauvais y hablamos sobre la novela, que a ambos nos había subyugado, tanto en la primera lectura como en las posteriores. No habíamos visitado la Croisset de Flaubert, pero esto era algo que dejábamos para el futuro, como si nos obligase a regresar. Regresar, quizá esto sea la nostalgia, en su sentido menos laxo: el regreso a la patria: ¿Madame Bovary? El nostos.

+ Como provocación: Mi patria es Madame Bovary.

+ Pronto se cumplirá un año del viaje a Normandía. También en Normandía se desarrollaba Serotonine, algo tendrá que ver en todo aquello.

+ Una vez terminando un poemario de Luis Alberto de Cuenca comienzo con la Poesía completa de Borges. No sé si se trata de un desafío o un necesario ejercicio, una gimnasia para fortalecer diariamente la facción lírica de lo cotidiano. Tal vez una cierta dosis de irracionalidad, una escapada de la articulada selección de tareas y deberes, lecturas y obligaciones laborales. O, quizá, una cala en la soledad escogida, mimada por los resortes de lo predecible. Abro el libro el domingo por la mañana, poco antes de comer y leo el prólogo a Luna de enfrente y me descubro a mí mismo ante la sorpresa de la poesía en lo urbano, en esos límites del campo y la ciudad. ¿Podría hacer una foto para ilustrar esta idea que acaba de nacer tras leer un verso, tal vez un poema completo? No lo sé. Es hora de comer y tras la comida vendrá una siesta profunda, arropada por la música de Mozart. Lo sé, soy un eterno dilectante.

+ El miércoles se ha instalado una sensación de mareo que me impide ir a trabajar. Me quedo en casa. Hay una irrealidad que se corresponde con el estado de salud. Me llama mi doctora y ve que los recientes análisis de sangre y orina no arrojan una explicación. Quizá se trate de la pérdida de peso y una alimentación demasiado estricta. ¿Soy un exagerado, un maniático? Llega el cartero y trae un libro de Lezama Lima, que contiene dos breves textos: Sierpe de Don Luis de Góngora y Las imágenes posibles. Abro el paquete y estropeo la portada del libro. Lo reparo como puedo: cinta adhesiva. Comienzo la lectura y lo que del libro me interesa lo encuentro pronto. Lo dejo y regreso a mi postración, la cama me arropa mientras suena un arreglo para orquesta de Carmen de Bizet. Qué extraño escuchar una Carmen instrumental. Como en una estampa de la ebriedad me siento flotar, pero no resulta agradable. Ayer me llegó Paradiso. Qué extraño muro estoy construyendo. Una flauta aletea y puedo identificar el momento exacto que se da ese coro de niños en la opera antes citada. El día me parece que ha quedado vacío, pero, lo sé, no volverá, el tiempo no se acumula y la postración es un uso como otro cualquiera, que no nos libra de la delicuescente catarata.

+ «Poco he modificado este libro. Ahora ya no es mío.» J.L. Borges en en el prólogo a Luna de enfrente (1925).

+ El título de la entrada se corresponde con la exposición que realizó Michel Houellebecq en el Palais de Tokio en Paris en 2016: Rester vivant / To stay alive. Abro el catálogo de la exposición y me detengo en las fotos, principalmente en las fotos que componen el cuerpo central. Paso por encima del texto y encuentro que las fotos dan cuenta de una parcela importante de nuestro mundo. Mi mundo. Ahora, en estado de postración, el juicio se ha visto ampliado. La distancia entre la cama, la música clásica y la realidad cotidiana me hacen recordar que la pandemia me pareció un escenario houllebequiano y este catálogo me lo confirma. Lo tengo abierto, en este preciso momento, por una página donde aparece una foto de un parque infantil y unas edificaciones blancas, con tejas de un ocre suave, con formas arquitectónicas muy españolas, muy sureñas, pero adaptadas a los años noventa del siglo pasado; la sensación de desolación y turismo se unen para comunicar algo indecible y nuclear: la levedad de nuestras vidas, lo líquido o lo gaseoso frente a la solidez de la vida de nuestros padres. Yo ya soy mayor, me digo mientras veo las fotos y la vida de las personas de treinta años se rige por otros patrones; pero el tiempo es el mismo, el tiempo se comparte, el instrumento de medida y la ordenación de los espacios son otros y esto importa poco. Sin embargo, la imagen de la salida de una aparcamiento en Francia, de lo que parece un área de descanso en una autopista, me dice que la lejanía con los jóvenes tampoco es tan grande. Altos pinos en primera plano, el bosque en el fondo, señales de tráfico, el asfalto y ese césped sucio y triste de las autopistas. Quién no siente desolación en este no-lugar, sin identidad pero tan cercano a cualquier viaje en coche por Europa, por España. La falta de identidad es un rasgo común que traspasa los límites de la edad. Me parece que es una foto lograda, y el interés parece radicar más en la geometría y la composición que en la temática en sí: el no-lugar [que no resulta, en ningún caso, despreciable]. Sigo pasando las páginas: un grafiti bajo el que figura el título: Tourisme #002; una playa en la que arena se transformado en nieve por el implacable sol de Andalucía: en la gran extensión coronada por un edificio de apartamentos se pueden observa figuras que caminan, pequeños puntos en la lejanía que son personas a las que no podemos identificar como personas, salvo por su silueta […] Tras pasar unas cuantas páginas, no muchas, me encuentro con la foto de la bajera de un autobús que contiene la imagen de una publicidad de un parque de animales marino; una saludable joven rubia embutida en un traje de neopreno extiende sus saludables brazos y tras ella salta una foca, sobre ambas se puede leer: bus gratis; en la página contigua me encuentro con un fragmento de La carte et le territoire. Es entonces cuando entiendo el éxito de la novelas de M.H. y la conexión con las fotos que escruto con curiosidad. Se trata de unas inteligentes y bien dispuestas observaciones sobre el mundo actual. La fotos no dejan de ser un subrayado del texto. Y cuando digo lo anterior pienso en las reflexiones que el narrador de La carte et le territoire hace sobre los folletos de las cámaras de fotos, los manuales de instrucciones de los automóviles Mercedes o sobre la conveniencia de adquirir productos coreanos: Kia, Hyundai, LG o Samsung. O la proposición de cambiar los programas de disparo: fuegos artificiales, playa, bebé 1 y bebe 2, por otros que sean: entierro, día de lluvia, viejo 1 y viejo 2. Dejo el catálogo en su lugar y me tiendo, escucho una canción de Paul Weller y trato de hacer un balance de los último días y no consigo centrarme, pero sé que no me he equivocado. Movin on, se titula la canción. Es decir, seguimos vivos, pero postrados.

+ Imagen (-es): Normandía.