+ Cuando hice la mudanza y comencé a ordenar mis pertenencias [ropa, libros y admíniculos] decidí que una colección de mapas y planos, atesorada a lo largo de más de treinta años, debía ser desechada. Así lo hice y me arrepentí; por lo tanto intenté recuperarla, pero cuando llegué a ella me di cuenta de que no había sido una decisión errónea sino, al contrario, se trataba de una depuración. No indagué más en ello y alcancé lo que podríamos denominar un estado de paz, pero que no se corresponde totalmente con la ataraxia que me embarga ahora mismo. Me refiero a la circunstancia que nos envuelve, a la posibilidad de prescindir de ella y entregarse a una disolución de la identidad, a llegar a un cierto grado cero de la persona. Paralelamente, estoy con el escrutinio de los libros que he reunido a lo largo de los años, de las décadas, en los que me veo reflejado con nitidez. Veo ahí otra cartografía y me doy cuenta de que la que antes cité era un deslavazado conjunto de planos de metro, folletos turísticos y viejas guías de viaje sin interés alguno, papeles en los que confiaba sin mucho fundamento; si enfrento los libros a los mapas, sucesión de acumulaciones finalmente, percibo borrosamente ciertos rasgos de mi persona, pero, como el camino no todo es un emboscarse de la identidad, reconozco mi evolucionar en los libros. Esos libros, aquellos libros, todo el tiempo que acumulan en sí mismos, las lecturas posibles e imposibles, libros en los que he estudiado y me he entretenido, los contraste que me otorgan, las estrategias y las derrotas, el triunfo de la lectura sobre la escritura y mi rostro. El rostro que reconozco en el espejo y que se corresponde con el que realiza el escrutinio, camino de una otra biblioteca, tan diferente a la anterior aunque los mimbres sean los mismos. Los planos y la guías se pudren en un prado, son pasto de la humedad y cobijo de los caracoles, son humo que se disuelve en el aire límpido de noviembre, este noviembre que se termina.
+ La semana pasada, mencioné, en algún momento, el carácter epigonal que se manifiesta en diversas novelas y ensayos que se van publicando día tras día, semana tras semana, mes tras mes, o pasando los años. Temas muy actuales, temas que describen o que conforman una suerte de visión de la realidad. Ay, la realidad y sus multiformes manifestaciones. No es un mérito este descubrimiento, no tengo un antena bien afinada o enfocada al núcleo de la actualidad, sino que se trata de una evidencia. Las curvas y sus oscilaciones eran previsibles, la acumulación de títulos es un hecho, su emerger y sumergirse habla más del momento que los propios libros. Para que nazca algo nuevo debe prodigarse en extenso toda una colección de autores y obras marcadas por un mismo patrón, en línea con la misma guía o carril. Temas que percibo como persistentes: el abandono del campo, los feminismos, la autoficción, urbanismo, razones políticas, la pandemia o el desdoro de la música moderna. ¿Qué nacerá, quién escribirá la crónica de este presente? Debo continuar con la labor de explorador de fin de semana, que tanto se centra en su trabajo, en su investigación, como en el escrutinio de la actualidad, en esa parcela que es la publicación de libros, esa saturación, es hipérbole editorial.
+ No dejo de estar condicionado por la ordenación de mis libros, por el expurgo que supone este orden nuevo, pero anclado en el anterior [algo hay que permanece en todo cambio]. Se trata de un descubrimiento, de una revelación que me afecta y transforma la realidad, o su percepción [que en cierto sentido no deja de ser lo mismo]. En paralelo, no dejo de hacer recuento de los años y de las calas biográficas. Como una penitencia, me asomo al pasado y rechazo ese carácter penitencial. ¿Se trata de culpas y absoluciones? Creo que no, pero una cosa es el deseo y otra su concreción en, por ejemplo, un estado de ánimo adecuado. Las mañanas son limpias y el ejercicio a primera hora del día me devuelve la alegría del trabajo bien hecho. No tengo miedo, pero me veo en el espejo y soy yo, siempre he sido yo, aunque la variación sea grande. Bach suena en el ordenador y creo haber recuperado su presencia, como si se tratase de un dios lar. Cumpliré con mi tarea.
+ Se acerca un período vacacional. Tendré que hacer recuento de las tareas de la investigación con el propósito de encauzar el desarrollo necesario de la misma. Continua Bach en el reproductor en línea, se entrecruza con la labor necesaria y pendiente. Algo creo entender de mi propia disciplina, de su reflejo en el estado de ánimo. Desechada la melancolía toca luchar contra ella y esa programación de las tareas no deja de ser un antídoto más en las reservas que atesoro contra la tristeza. Veo el calendario y me lanzo a su consecución. ¿Una manía? Tal vez, pero me resulta útil, muy útil.
+ La cartografía desechada comienza su descomposición. La metáfora está por todas partes, solo queda otorgarle cuerpo y substancia. Una labor acompasada con el discurrir del tiempo, el tiempo como única realidad, como materia de la vida. Hay descansa la idea de la cartografía desechada. Me remito a mis renuncias y en ellas descanso. Esa descomposición de los rasgos biográficos.
+ Imagen: desde el muelle de Viana do Castelo disparo sobre un velero que se aleja entre la niebla. Lo recuerdo ahora. Esa misma tarde volamos hacia Berlin. ¿Su sentido metafórico? Pensaré mañana, mientras corro, en ello. La carrera le dará el tono, su ligazón con otras realidades.
