+ En la última entrega, con el título El malestar, colgué como ilustración una foto de unas casas en Caminha, donde me gustaría resaltar las dos puertas y el aspecto contrapuesto de ambas fachadas. Son casas humildes en los márgenes del pueblo. Con todo, creo que merece ser explicado esta unión entre título e imagen, porque no es obvia ni admite ningún tipo de conexión que esclarezca la razón, en principio absurda, de este matrimonio. Cuando disparé la foto, yo no estaba bien: por un lado unos problemas con mi teléfono y con la compañía que dispensa el servicio y la sensación de fin que invadía aquellos días, determinada por el mal humor y una sensación amarga que lo impregnaba todo. Lo sentía por C., ya que esa tristeza y malhumor que en ocasiones me embarga me lleva cerrarme y establecer silencios incómodos y sin una aparente razón. La foto la disparé en un paseo por una parte del pueblo por la que nunca antes habíamos ido a pesar de visitarlo en numerosas ocasiones y no ser este muy grande. Se traba de uno esos lugares a los que nadie va. La foto se podría describir como la oposición entre la fachada caleada y ajada y la fachada recubierta con un extraño pero hermoso azulejo (bien verde, bien azul) y enlucidos sus marcos. Dos realidades opuestas, una luminosa y otra cansada, tal como yo estaba en aquel momento, pero ambas sumidas en ese límite del pueblo, ya con la proximidad del campo y con el paisaje de la desembocadura del río Miño. Hoy todo lo veo de otra manera, pero persiste ese malestar, persiste porque no deja de ser una parte de mi persona a la que no puedo renunciar y con la que debo vivir, atenuada, tal vez, vibrante en ocasiones, vacía o llena, plena de palabras que se deslizan y parecen no comunicar nada, salvo el abismo de la finitud. ¿Es tal el abismo o es solo un punto de vista? Me gustaría que la foto diese cuenta de la doblez que sentí, de ese decir: estaba amargado y no veía salida cuando la salida solo de mí dependía. En ese sentido no puede menos que recordar palabras de Marco Aurelio que me indican cómo y dónde debía buscar el origen de mis tribulaciones. En mi interior. Releo lo escrito y me hago cargo de que la foto adquiere otro sentido y es un sentido que me gusta más, pero ese sentido se ha dado porque han pasado dos meses y su verdad es otra, muy distinta, más próxima al proyecto que nos embarga a C. y a mí. ¿Triunfo? No se trata de eso, solo son dos puertas de dos humildes casas, la una caleada, la otra revestida de azulejo verde o azul (quién sabe, quién lo puede afirmar).
+ Esos dos días que pasamos en Caminha dimos un largo paseo por la playa de Moledo. Caminamos por la arena, descalzos, con un viento agradable que nos acariciaba el rostro, con el horizonte nítido del océano, entre conversaciones, con preguntas sin respuesta y respuestas que llevaban tiempo pendientes de su emergencia, pero, paradójicamente, se sumergían una vez más, pues resultaban inconsistentes y sin la suficiencia precisa. Vimos a algunos pescadores que se permanecían en su espera paciente, como si siempre hubieran estado allí, algo estatuario, algo poético. Tal vez. Un aliento de felicidad y dulzura, una suerte de pausa, una pausa necesaria. Hablamos de mis problemas pero no le encontrábamos solución porque, como suele suceder, el problema es interno y no circunstancial. Lo sé, Ortega dice otra cosa pero yo no la admito, la circunstancia es inferior, está en un nivel inferior del que no se puede depender porque ello es imposible. Así, esta lectura es la misma lectura del párrafo anterior. Me reflejo en ambas y dejo escrito cómo los cráteres del momento condicionan el presente y el futuro y contra esto es contra lo que hay que revelarse. ¿Tan nefastos son los libros de autoayuda?
+ Observo que últimamente escribo mucho sobre mi estado de ánimo. ¿Qué queda al margen? ¿El estado de ánimo es un reflejo de la realidad o construye la propia realidad? ¿Qué es la realidad? ¡Qué pregunta! La realidad como configuración personal, recurro a Marco Aurelio como el que recurre a un fármaco porque sabe que allí encontrará alivio a su dolor o a su malestar. Como decía aquel poeta, leo mucho y no recuerdo nada; a lo que yo añadiría que el poso de las Meditaciones permanece, en concreto, hoy concretamente, una cita donde se da luz a una idea: deja el saber erudito y vuelve hacia el saber que contiene en fármaco, el que te habrá de ayudar en el tránsito, el que de ayudará a alcanzar la tan deseada tranquilidad. ¿Por qué escribo tanto sobre mi estado de ánimo, apesadumbrado y doliente? Porque me revelo en su contra, porque no acepto la postración y deseo recuperar la alegría. Poco a poco regresa la alegría, se dibuja en el horizonte diario y en ella espero. Sumo materiales que me han de socorrer y los ordeno sobre esa imaginaria mesa de trabajo, duermo, comienzo el día y las rutinas me van regalando una disciplina necesaria. Vale.
+ Leo la introducción de un libro de un profesor donde da cuenta de un reencuentro con los compañeros, supongo, del bachillerato. Parece ser que le da reparo decir que estudió filosofía, y las razones son conocidas y giran sobre el eje de lo práctico y lo inútil. Poco importa. Nos dice que en la mesa había “científicas, psicólogos, médicos e incluso artistas de diferentes ideologías políticas, sensibilidades sociales y creencias religiosas”. Detengo la lectura y me planteo que la ausencia de oficios y ocupaciones laborales menores parece restarle valor a las afirmaciones. Siempre se ven excluidos los albañiles, los mecánicos, los fontaneros […] de cualquier debate intelectual. Sí, es cierto; no tienen la formación necesaria para poder debatir, pero eso no le resta cojera al debate mismo porque hay un sentido común que se impone tanto sobre la erudición como sobre la pericia que otorga el peritaje, a no ser que todo lo cifremos en la caligrafía retórica. Me gusta recordar a los filósofos que reclamaban el regreso al lenguaje ordinario para evitar problemas que sólo son problemas creados por el mismo lenguaje al retorcerse sobre sí mismo. La filosofía, que no es solo “una manera de ganarme la vida”, nos dice el autor; pero la manera de ganarse la vida nos condiciona sin remedio y en ello me sitúo. Si no se tiene contacto con otras realidades fuera de la nuestra (sociocultural, económica, familiar) se puede decir que estamos un tanto ciegos. Pienso en posibles cenas con compañeros de bachillerato: primero, no asistiría, segundo no sé si el contraste con mi realidad tendría un saldo positivo o negativo, o si existe la posibilidad de realizar contabilidades o arqueos. A estas alturas, me siento un tanto perplejo y un tanto alejado de tantos y tantos debates que termino por desistir de la posibilidad de réplica. Dejo el libro en suspenso.
+ Rescato de algún lugar Infierno de Strindberg. ¿Debería leerlo?
+ Imagen: las tres imágenes, solapadas, dan cuenta de un agradable día en Moledo, hacia mediados de octubre; ¿qué queda de aquello, un misterio que no desea ser desvelado? ¿A qué respondían aquellas cabañas desmanteladas, cabañas de pescadores, un resto del verano, un espacio para el juego? Las tres imágenes retienen la alegría del día que se opone al amargor de la circunstancia, circunstancia que ha desaparecido: soy otro, soy el mismo: como el océano. Volveremos a Caminha.


