+ ¿Debemos someter nuestro malestar a estudio, hasta que se diluya en función del desgaste que efectúa sobre él el cansancio reflexivo? Alguien me dijo hace ya tiempo que una buena manera de combatir en el aburrimiento es analizarlo minuciosamente, describirlo y situar su origen con precisión. Lo he practicado en ocasiones [esperas, aeropuertos, trayectos indefinidos con un destino claro pero con un recorrido difuso] y siempre me ha dado un buen resultado. ¿Es aplicable esta fórmula al malestar? Creo que sí. Todo aquello que sea restar importancia a las contrariedades que se nos presentan es una senda correcta. Reconozco el origen pero no sé si realmente se trata de un nacimiento en un punto determinado o un desarrollo que se entreteje con determinadas mitologías personales que oscilan entre el elitismo y la figura snob del dilectante provinciano. Tal vez, medio entre mi yo del ayer y mi yo de hoy; al tiempo, trato de restarme importancia. El malestar no responde a causas materiales, porque estas están cubiertas en su totalidad, sino a un punto estético y fútil. Me rio cuando describo ciertos comportamientos del pasado, tan paralizantes, tan ridículos. ¿Se han desvanecido? El malestar habita en diversas regiones del pasado que lanzan su tentáculos hacia el presente, ¿se deben amputar esos brazos? El triunfo, el deseo, el fracaso, la abulia; vértices de un mismo rectángulo que nos atrapa. Analizo el malestar y se disuelve, lo describo y se evapora, su origen incierto pasa a resultarme indiferente. ¿He encontrado el remedio? Lo ignoro mientras ni siquiera sé de qué hablaba hasta hace un momento.
+ Cumplí con mis propósitos durante mi mini-break y se aproxima otro mini-break para el que tengo, más que menos, los mismos planes. Postergadas, debido a la pandemia, las visitas a las bibliotecas cercanas, me sumerjo en la disposición analítica que me ocupa. La lectura y la recolección de datos. Datos, valoraciones y conclusiones. Triadas que se reproducen sin cesar, como la constatación de una infinitud de posibilidades que debo acotar. Resulta entretenido, pero nada más. Aunque, bien pensado, qué más se puede pedir. Que el tiempo se deshilache, que se transforme en olvido, es un regalo sin parangón.
+ Mi tendencia a la dispersión acentúa la huella del malestar. El malestar se reproduce en estos saltos y en la indeterminación de muchas decisiones. Lo pienso mientras oigo en RNE-5, Documentos, un programa sobre Pedro Casariego Córdoba, el poeta. Los detalles de su vida me llevan a una comparación que difiere en muchos aspectos pero que posee rasgos en común, (en mi persona, sin duda, mucho menos acusados). Por ejemplo, la tendencia a la contemplación y el rechazo al envejecimiento, la tendencia a la extravagancia y al silencio, al fingimiento, propio de los poetas (Pessoa). Pero mi dispersión es definitoria, cosa que no encuentro en el poeta y no se muestra en la biografía radiofónica. Si algo supiese sobre la mente humana, afirmaría que tenía una severa e incurable depresión, pero no lo haré y quedaré solo en la piel del relato, en su perfil tan nítidamente romántico, el malditismo y la vida en el margen que tan atractiva y venenosa resulta. Dinero, cultura, heridas. Chalets en las afueras, nutridas bibliotecas, pinturas y muebles nórdicos en las partes altas, donde los chicos se encierran a leer. Cómo todo tiende a la narración, cómo somos producto de esta y cómo nos moldea a lo largo de nuestra vida, que parece no tener otro objeto que completar esa imagen, el hilo que recorre nuestro desarrollo y fin. Me centro y dejo mi dispersión a un lado, si esto fuese posible. Vale.
+ [La caída del arte contemporáneo]. Hemos visto C. y yo algunos reportajes sobre la última feria de arte contemporáneo ARCO. Yo he ido allí en dos ocasiones y lo que se transmitía en los documentales se aproximaba bastante a la sensación de desidia que me embargó cuando fui por última vez. El rey desnudo se mostraba ante mí. Hubo un tiempo en que todo esto era algo en lo que creía y, al contacto con el espíritu crítico, se desmoronó, no en su totalidad, pero sí cayó una gran parte del edificio. He visitado museos, salas de exposiciones, facultades de Bellas Artes, he leído mucho, he charlado sobre el tema en demasía, me he convencido de que había un sentido y he descubierto el mercado y, más tarde, de regreso, se me apareció cierta mística que me devolvía un sentido curativo del arte [algo tan lejano a día de hoy]. Repasar este proceso de descreimiento me da pistas para lograr perfilar los límites y la silueta del malestar. El malestar es producto, en mi caso así lo veo, de confusiones entre el deseo, la realidad y una cierta ensoñación; un desfase entre las expectativas y los logros; en concreto, la necesidad de comprender y alcanzar un cierto peritaje en arte, el peritaje en el significado absoluto. Hoy me resisto a dejar que estas creencias naufraguen, aunque sé que soy otro, con los mismos cimientos, pero con otra visión. Se recogen todos los cascotes y construimos una chabola que esperamos que nos abrigará del frío del nihilismo. ¿Es simbólico este naufragio?
+ En relación con lo anterior, el presentador entrevista a una joven. Ella explica su obra mediante un críptico discurso y el entrevistador le dice que no la entiende, que le diga cómo resulta la conexión entre el objeto y el discurso. Ella es guapa, sofisticada, muy en su momento. Se gusta, sin duda se gusta. Observo la obra y no me dice nada, mucho menos cuando la artista habla de recorridos y evoluciones aleatorias de la materia que constituye la obra, donde ella solo aporta la estructura; y la característica propia de la espuma que solidifica, el resto. El entrevistador sonríe con cinismo, un leve cinismo que me resulta más comprensible que la explicación de la creadora. En la línea de lo anterior, creo que el malestar se conecta con este fingimiento, con la impostura del arte, tan necesaria para el negocio, que tanto me desagradó en su momento, por desafiante, por vacua. ¿Continuaremos con el naufragio de las creencias?
+ ¿Conjuros contra el malestar? La voluntad. La voluntad mide y ordena la realidad, la única herramienta válida para salvar los desajustes que a diario se presentan. La disciplina como remedio al hastío, tan propio del tiempo de pandemia, tan propio de la edad madura, un hastío al que no cabe contra él sino la lucha mediante las tareas y las pequeñas metas. Así, mi programa se basa en el ejercicio diario, el estudio y los momentos de asueto, las conversaciones y la música. Este orden no es inamovible, pero sí posee una estabilidad cierta. En esa estabilidad descanso y me oriento. Finalmente, otro conjuro, contra los efectos del malestar es la posibilidad de ser transformado en relato […], pero no deseo escribir relatos biográficos con capas espesas de ficción y fantasía, prefiero el ámbito de esta bitácora que no es bitácora sino diario, pero con ella tiene en común la singladura, la partida y la llegada. La voluntad, la disciplina y el olvido. Luces en la noche, balizas contra el insomnio.
+ ¿Realmente abjuro del tono confesional cuando no veo otra cosa que confesión o se trata, simplemente, de una constante tendencia a la paradoja?
+ Imagen: puertas en Caminha.
