+ Comienza un breve período de vacaciones. Será un tiempo dedicado al estudio y a la lectura. Los paréntesis en la labor diaria son necesarios para lograr un equilibrio y una estabilidad que conduzca a la tranquilidad. La tranquilidad como objetivo vital. Piedra, hierba, severas e impasibles nubes. Me detengo mientras escribo y pienso en la palabra tranquilidad una vez más, en la ausencia de perturbaciones, y caigo en la cuenta de que cualquier estado está sometido a la posibilidad de ser interrumpido por lo inesperado, pero, ahora, dejamos a un lado su necesaria verdad. Lo inesperado es parte sustancial de la vida, la ruptura de los planes y los proyectos. He proyectado estudiar y leer, pero eso solo es una pretensión de la que se podrá dar cuenta una vez que forme parte del pasado y se termine su serie, la planificación, los proyectos. Me hago demasiadas preguntas sobre el futuro y eso no deja de ser un problema, otra vez me hago cargo de ello mientras releo el primer enunciado que se refiere a este mini-break en el que ya estoy inmerso. Me digo que es un estado de melancolía que me asalta y contra el que lucho, yo sé que es temporal [o eso quiero creer] y me recuerdo cuando bajo la lluvia corro, y pienso en que se terminará el frío y la lluvia y pronto estaré bajo el agua caliente de la ducha [pero en el momento corro y me mojo]. No sé a dónde me conducen estos planteamientos, y, al tiempo, me doy cuenta de que no tiene sentido la formulación, tan solo es un intento de cura, la posibilidad de recuperar lo que nunca se ha tenido, una suerte de engaño y aflicción que se desvanece.
+ Que todo se desvanece es un hecho, lo indeterminado se impone porque es allí a donde regresamos, repito en la línea de Anaximandro de Mileto y me dejo en el descanso de la tarde de diciembre: fría, afilada, aburrida.
+ El ir y venir del estado de ánimo resulta esclarecedor, arroja explicaciones que, quizá, no resultan agradables. Primero, quién se esconde tras los altibajos;¿soy yo?, me pregunto ante el espejo y no puedo contestar otra cosa que sí, que sin duda soy yo, pero durante un tiempo limitado soy ese y luego se desvanecerá, aunque algo permanezca. ¿Qué se mantiene en los tránsitos, después de los cambios? Supongo que Marco Aurelio tiene la respuesta y esta es que lo que se mantiene es un principio rector. Segundo, es el pasado que se enfrenta al presente, que combate la estabilidad del hoy con los demonios del ayer. Como una pesadilla, el que fui hiere al que soy; me enfrento a ello y me levanto no sin dolor.
+ Reviso viejos papeles y me encuentro con un cuento que escribí hace, al menos, quince o veinte años, quizá más. Me asomo al relato con cierta prevención y según avanza esta se desvanece. Está bien estructurado, tiene un tono fluido y constante, hay una moraleja difusa y variable. Lo termino y me gusta. Ahora me pregunto la razón por la qué dejé a un lado una posible carrera literaria, en la que confiaba, que deseaba en aquel momento. Ahora lo sé, tanto he aprendido. Tras el arte está el arte del negocio y esto yo ni lo dominaba ni me apetecía dominarlo. Se conecta este punto con el párrafo anterior. Es mi principio rector, su naturaleza que tiende a la soledad y al aislamiento.
+ Llueve, llueve con una persistente intensidad, el viento se oye y, luego, en la lejanía, un gallo canta, entre el sonido del agua que cae de las bajantes del tejado. Sonidos en la oscuridad que llenan el sueño de una extraña certeza, el paso del tiempo y su unión con el tiempo metereológico. Estoy dormido y casi despierto, el recuerdo del sueño es un baño en un lago: el agua cálida y el paisaje boscoso en el fondo: elegantes y perfectas coníferas. Lo sé, no es un paisaje es una sensación: la agradable sensación de las sábanas contra mi cuerpo. La lluvia es un estado que nos invade y contamina de tristeza, contra ella lucho y lo consigo con una voluntad dura y afilada, el campo está yermo y el invierno se adivina en estos días del mediado otoño.
+ Imagen: un Buda joven que se tapa las orejas, para no oír, un Buda joven que permanecía en un extremo del escaparate de una tienda de antigüedades. Creo ver que su cara transmite dolor o crispación, pero no lo podría asegurar, y me gusta relacionarlo con el malestar que produce el tiempo nublado, la lluvia y la grisalla que se ha instalado, por alcanzar cierta unidad.
