sábado, 26 de diciembre de 2015
Coleccionismo
+ El regalo del día consiste en el aroma que desprende el café recién hecho a las seis de la mañana de un sábado de diciembre. El café resulta una droga liviana, que aporta una alegría extraña y que se va introduciendo por capilaridad en el tracto de la lectura y la escritura. Son ritos, una conjura contra lo diario. Sin normas, pero con un pacto entre la alegría y la verdad que se transforma y se construye en cada despertar. Hay una clara influencia de lo leído en las últimas semanas, con intensidad: Sobre los ángeles. La forma establece el dominio de la totalidad. La música nos traslada a la Edad Media y no admitimos una oscuridad absoluta, eso es ignorar la sustancia de los tiempos: no hay absolutos. Todavía palpita la noche y esa música trae consigo paisajes, animales y figuras que se han visto en cuadros, que se han elevado sobre crónicas, romances y poemas. El café es una conexión exacta con algo que no queremos terminar de definir por miedo a que se rompa.
+ No hace demasiado pasamos junto a unos aerogeneradores. Su imponen figura en la cercanía explica nuestro momento y nos acerca a las fábulas del momento, que son un hervidero bajo lo cotidiano. Como los jardines botánicos arropados por acero inoxidable mate, como las estaciones de metro, como lo hipertecnológico en el centro de la naturaleza. Hemos llegado a la ciencia ficción y ya todo es ascender. Veo el aerogenerador y me sobrepasa. Son esos ejercicios de desautomatización. A su lado las ovejas pastan indiferentes, con ese aire medieval, de tabla flamenca o de pintura al huevo alemana. Retratos posibles, con estos elementos al fondo: los descomunales molinos, las ovejas, mi soledad en el campo.
+ [El que no llega]. Y pienso en Cambridge Circus, durante un día lluvioso, en octubre. Poco antes de llegar habíamos visitado Denmark Street, para ver guitarras eléctricas y acústicas y bajos eléctricos. Caminamos con indiferencia bajo la lluvia, sin dar importancia a nada de lo que nos rodeaba, con un aire cosmopolita y banal. Las salidas de los teatros y restaurantes iluminados levemente, una delicuescente cascada de faroles dorados. Llueve y Londres es un escenario en sí mismo y eso contribuye con nuestra actitud: el fingimiento. Esa sensación peliculera y fatal, un sueño atravesado por insinuaciones y paraguas sospechosos. Espías y dobles agentes, triples agentes. Creo encontrar en ese momento una razón poética: el inicio de un soneto para agentes secretos, cenas caras y escasas, copas de vino en las estaciones de tren del norte de la ciudad. Un viaje rápido a Oxford: la autopista, los campos, caballos, un viejo avión de época: los años veinte del siglo veinte. Ahora, mientras escribo, llueve intensamente y leo algo sobre Kim Philby, sobre Guy Burguess. Suenan canciones de soul, tamizadas por la intensidad del café que hierve en la cocina. Llueve y los golpes de las gotas contra el cristal son un ritmo ajustado al momento, sincopas que hablan del confort y los placeres minúsculos: la lectura, el café, la música. No mucho más: regreso a los espías y recuerdo como Londres me fascina. Tinker Tailor Soldier Spy. Alec Guinness. Quizá por eso en uno de los estantes reposa una matriuska, de color naranja, pero nadie conoce el significado de la matriuska: ahora lo desvelo con intencionada novelería. Etc.
+ "Se puede hacer un poema épico de la lucha que sostienen los leucocitos en el ramaje aprisionado de las venas." Federico García Lorca, 1932
+ Imagen: Londres a media tarde, en el momento en que un sueño se despierta y se emprende el camino al salón de té: té tibio y tartas de chocolate. El vuelo del espía comienza, pronto el ámbito de la cama acogerá la cosecha del día.
sábado, 19 de diciembre de 2015
Lámina de diamante, alma de diamante
+ La semana comienza con una supuesta localización en un ría gallega de la Segunda Soledad de Góngora. Resulta muy interesante conducir sin prisas junto a la ría de Vigo con esta idea en la cabeza. Se hace materia el poema y los tránsitos de las últimas semanas, de los últimos meses. Islas, piscatores, nudosas texturas, el verde profundísimo, los esteros. Ese color ocre, el viento suave de la tarde de los últimos días del otoño. Allá a lo lejos se detiene el tiempo, pero no es un asunto nuestro, ya. Sólo somos lectores, en contra tenemos el tiempo. Pero son las imágenes que se incrustan en el imaginario personal las que han de perdurar: desde ese cristal se ve la ría, su extensión, la geometría de bateas y el Puente de Rande, como resto de un tiempo que ya fue nuestro y poco a poco se olvida.
+ Una reflexión sobre la basura. Son objetos que un día tuvieron otra vida, pero ahora se amontonan en esquinas y rincones. Lugares a donde nadie mira. Casas abandonadas, cunetas, fosos. La vegetación silvestre engulle esos restos de todos los naufragios: hilos, envoltorios, llaves sin cerradura, cerraduras sin llave, la herrumbre y el gasto de las vidas, sin recompensa. La contemplación estremece, pero no es momento de detenerse. Caminar y olvidar. Quién tiene mala memoria alcanza un espejismo: la felicidad.
+ "… en el primer caso la serpiente es directamente el diablo, en el segundo es un simple vehículo del diablo…"
+ Contemplar las nubes, estudiarlas, tal vez, pastor de nubes. Es como una fuerza insondable, algo que crece tras las montañas, algo superior a ellas mismas y más antiguo. Ver esas gruesas nubes, inabarcables, trae consigo la insinuación de grandes cuadros, cuadros inteligentes y certeros. Algo más que un ornamento. Espero en una cuneta y las nubes se desplazan con rapidez, dibujan un atisbo de épica. La mitología y el recuento de versos y libros. Es tan sumamente literario. En campo abierto y los molinos de viento eléctricos diseminan el paisaje. No hay preguntas.
+ Las canciones de los Smiths no están anticuadas, pero no son ya de este tiempo. Hoy las cosas son bien distintas, se hace de noche y esas afiladas guitarras tienen un poder evocador, que me alejan de este momento. Y llueve, es una lluvia cadenciosa y rítmica. Cada anécdota es un triunfo sobre el pasado, se escuchan con atención, se ríen, ensayan y lo intentan otra vez. Son certezas que riman con la lluvia.
+ La muerte, en lo diario. Me lo cuentan, con pena. Se cayó y permaneció en el suelo durante más de veinticuatro horas, ensangrentada. ¿Cuántos años tenía? Sobrepasaba los noventa, pero no puedo determinar exactamente su edad. Vivía sola, en el interior de su madriguera, con poca luz y sin calefacción, casi no necesitaba comer, apenas dormía y su tiempo transcurría entre la ventana, la cama y una pocas compras que realizaba cada dos o tres días: un cartón de leche, pan y fruta: una manzana, un plátano, una naranja. Y la vida se iba en su sorda vibración: atenuada. Se cayó y permaneció más de un día tirada en el suelo, a nadie está dado reconstruir esa angustia. Cuando dos vecinos entraron en la casa tiritaba nerviosa. Sus piernas sin carne ensangrentadas hablaban sin palabras: la ves, un día fue una niña. La llevaron al hospital y allí murió, sus hijos no dijeron nada, la funeraria se encargó de todo. Como si no hubiese existido nunca. Una esbelta columna de humo asciende en el crematorio. Esos mundos que desaparecen con cada muerte, la vida común, el tránsito cotidiano. No volverá a la tienda, ni abrirá su buzón, tampoco estará para ver como comienza el año desde su ventana. Ni siquiera eso, las persianas están bajas.
+ Incansable, suena Sibelius.
+ Imagen: nubes.
sábado, 12 de diciembre de 2015
Escucha
+ La sensación placentera de una tarde noche de conversaciones, cerveza y pequeños y humildes manjares detiene el tiempo. Es un instante de luz y verdad. La verdad construida y necesaria, en nuestro propio interés. Son momentos cargados de poesía y oportunidad. El viento es suave y el otoño no es otoño, sino una prolongación del verano. Las calles transmiten alegría y deseo de vivir, no es la Navidad, hay algo diferente en esa noche de sábado. La palabra vibra en el ambiente, pero se resiste a ser capturada.
+ Una burbuja de poesía barroca y música de ese momento. Un laúd que suena, una tirada de octavas reales que se leen sin prisa. Y fuera llueve, suavemente llega el sonido del golpeteo sobre una tejadillo. No se detiene el tiempo, pero la sensación es esa
+ Historia de la fotografía. Abro el libro y dejo que fluya su vida en mis manos. Así llego a esos extraños paisajes en sepia. Pyramid, se titula uno: unas rocas en el Lago Pirámide de Nevada, en 1868; montañas de Uintah, en Utah, 1869. Me quedo un largo rato estudiando las fotos. El color y la presencia que ese estatismo me otorga en la tarde del miércoles festivo. La música de Bach abre un camino que hace que la irrealidad del momento se acreciente. Una burbuja, un puente entre una sensibilidad y la mía. Aquí estoy ante el grueso tomo que se abre en las páginas 198 y 199, ese aspecto de metal gastado en el uso en el taller o en el trabajo diario que añade brillo y restos de grasas y costurones: así se me asemeja. Pero no. El referente es otro. Días luminosos en paisajes que serían una plenitud de azules y verdes intensos, pero eso no se corresponde con la representación. Dudo que en la intención del fotógrafo estuviese la idea que hoy transmiten las fotos: un paisaje desolado y profundo, en el que la ausencia de figuras y animales nos hace participar de una inquietante realidad del tiempo: todo pasa y nada permanece. Ese agrio paisaje lunar es nuestro hábitat: la recuperación de la memoria, que se sumerge, otra vez, en la estantería. [Antes de regresar a la estantería, el tomo me regala la estampa de una japonesa que muestra sus pechos: colores desvaídos sobre el mismo sepia, la certeza de que ya no vive y en la foto es una adolescente, y no cabe otra respuesta: las fotos en su hieratismo son finitud]
+ Ejercicios diarios para no perder el punto de vista, la posición privilegiada: no olvides que eres mortal, subrayan.
+ Y escucho a Sibelius, al tiempo: hay una suerte de otoño teñido de días luminosos, nieblas en las primeras horas y estrellas en la últimas horas de la noche. Escucho a Sibelius y recuerdo su afirmación de cómo llegan las primeras nieves. Hace frío a primera hora y la niebla asciende desde los arroyos. Es una imagen fantasmal que de alguna manera ha de pervivir durante el resto del día: los luminosos y extraños días de diciembre. Una grulla sobrevuela la ría y pienso en que alguien dijo que las Soledades de Góngora se podrían localizar en las Rías Bajas. Estudio la bajamar y trato de establecer un paralelismo. No hace falta. Parece que la ascensión de Sibelius habla de la muerte, de la proximidad de la muerte. Se dibuja el vuelo de un cuervo, un gato traspasa un muro vegetal, las ovejas pastan medievalmente. El viernes está esmaltado de fuego y alegría. Profundos acordes de piano nos recuerdan quiénes somos, tal vez.
+ Imagen. Durante un paseo por Madrid, a última hora, el estudio de tatuajes. A través de un escaparate se ve la escena y tiene algo de interior holandés, de laboriosidad burguesa anclada en inicio de la modernidad. El camino continua y el trabajo no se detiene. Los días son hermosos en su sucesión acorde con sus ritmos.
sábado, 5 de diciembre de 2015
Banquetes
+ El gusto por lo paradójico se manifiesta con mucha frecuencia, más de lo deseable. Por ejemplo, en las conversaciones de sobremesa, en los previos a la comida. Hablar del perro que caza salmones, del candidato y su guitarra eléctrica, las capacidades ornamentales de aquél que ya no está, de sus hermosas y descarriadas hijas. El ejemplo, la sentencia, la conseja. Así, la conversación deriva hacia lo íntimo, donde la paradoja también tiene cabida. Ese salto entre lo que se espera y el deseo se hace carne mortal en esas apreciaciones que el vino y el licor impulsan. Observar su desarrollo, el ámbito de expresión y la consecución es un entretenimiento empalagoso. Llegado un momento, todo es sabido. Los chistes, las risas, los gestos. Se han visto en demasiadas ocasiones y no reflejan más que una arista iluminada: vidas que consisten en digestiones y trabajo, trabajo y sueño, el tránsito de los días y las noches. Émulo del tiempo, la mirada se disuelve. No volveré más, me digo y la tarde es transparente en su camino hacia la noche, hacia su oscuridad y su certeza.
+ El dialogo y el banquete van de la mano. La mesa bien puesta, los platos bien cocinados y el vino abren los sentidos e iluminan el ingenio. Pero también la maldad, la maldad que crece contra los ausentes. Al que llaman espantapájaros, el otro que es un borracho o jugador, que dilapida el pan de sus hijos, y el de las deudas y el del sexo rápido y el que vaguea y que el paga sin preguntar. Total, conforme avanza la comida se aprecia como los muros se derrumban. El que no bebe resulta inquietante, como todos los abstemios. En ausencia de alcohol, cuando los otros beben, se llega al centro de las personas, que hasta ellos desconocen: cuando la maledicencia los desnuda y les traiciona, sin percibirlo siquiera.
+ [1 Corintios 1:28, Biblia de Jerusalem]: "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es".
+ [Las vestimentas, el vestuario del héroe]. El cambio de aspecto contiene subterráneas razones, también la persistencia en un estilo alcanzado: años atrás, quizá en la adolescencia. Qué es lo que se puede esperar, qué es lo conveniente: agitaciones sinuosas y fluidas. Detalles en el atuendo, fosilizaciones de antiguos gestos, su renovación, el rubro y la sentencia que se materializa en lo diario. Ayer parecía aniñado, en el viento que desorienta, pero una ráfaga lo transforma todo: un hombre, con su madurez y su peso, delgado y afilado, sin sonrisa ya. Vierte el tiempo su sentencia y ésta es peligro y certeza.
+ Imagen. El autobús trata de salir de Bath, con destino Londres. Desde esa altura se ven las luces de las casas: se traspasa la intimidad: el salón, la habitación, el momento de la lectura, la charla, el televisor en soledad. Un semáforo detiene el autobús y se ofrece el hervidero de un restaurante, en un primer piso, a la altura de los asientos de los pasajeros. Qué realidades engastadas en el espacio que las comprime, disímiles y simultáneas. Así es el observador y el observado.
sábado, 28 de noviembre de 2015
Señales
+ Caligrafía. A veces me gusta observar la letra de otras personas, sin intención de llegar a ningún punto, sin el objetivo de desvelar su personalidad o el estado de ánimo que les condujo hasta esos trazos, esos quiebros, la ruptura o el continuismo. Luego, me fijo en la mía y en su evolución. La letra es algo tan personal como lo son las huellas dactilares, en donde se reúnen estados de ánimo y avances de una intención. La caligrafía es la sublimación de un estilo, la transformación del gesto en una suerte de arte menor, pero con su gran importancia. Plumas, papeles, tintas. La tinta rojo o la tinta verde, el trazo seguro y la curva de un gesto. Decían los calígrafos chinos que todo surge del interior y que la mano sólo es el último punto antes de llegar a su destino: el ideograma recorre el cuerpo y se hace materia en el último momento; mientras, es un espíritu, un fantasma que vuela a través de las entretelas misteriosas del que escribe. Cuánta ignorancia se atesora en el que desprecia la letra, el oficio manual del escribiente y prefiere un teclado en su geometría y exactitud.
+ Con cuánta frecuencia mi letra no se entiende, con cuánta frecuencia.
+ Dibujo. Unas limpias líneas que duermen tras el cristal, brilla el cristal por la luz que incide sobre él con una violencia leve, pero constante. Líneas que tallan una mano y esa mano es la vida que resiste tras el tránsito del tiempo. Ya no está aquél que dibujó con maestría esa suerte de metáfora de la totalidad: la mano como herramienta, que junto al lenguaje forma y conforma lo humano, lo verdaderamente humano: la herramienta y la comunicación. Sí, es redundante dibujar una mano: pues es un gesto que se hace así mismo, como el ouroboros que nos posee: aunque lo ignoremos. Ese círculo que se cierra y habla de sí: el inicio es el principio, el principio es el inicio. Salgo de la sala y contemplo mi mano bajo las cuchillas de luz que traspasan los ventanales y caen sobre mí, sobre el enlosado de fría piedra gris. Ahí está todo: para el amor, para el asesinato. "¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra que cuando siega, el del amor que el del asesinato?", escribía Claudio Rodríguez. Eran otros tiempo, pero algo permanece y lo hemos visto en el dibujo de la mano, que es mi mano y no es mi mano.
+ Como un koan: es mi mano y no es mi mano, cuando la luz cae sobre ella y la dibujo, sin prisa.
+ Fotografías. Otro tiempo, otra edad. Fotos en blanco y negro. Rescato del álbum familiar una en concreto, se ve a nuestros padres cuando eran jóvenes, en una fiesta en la que se finge una boda: una fiesta de disfraces. Son muy jóvenes y se ríen ante la cámara. Ay, esa entrega de la certeza: mi madre ya no está y eso es un punto de dolor constante y sordo, como un zumbido. La foto establece una frontera, una barra infranqueable. ¿Dónde está aquel momento, dónde se ha ido aquella felicidad? ¿Es posible rescatarla? Esas preguntas flotan sin descanso, ahora y siempre. Mejor sería no plantear estos y otros imponderables. ¿Se trata de acallar las voces del homúnculo que nos habita, que quiere recordarnos quién somos, qué no somos? Hoy ha comenzado a hacer frío y vuelvo a ver la foto, yo ya soy mucho más mayor que ellos en ese momento: veinte, veinticinco años. Tengo edad suficiente para ser el padre de unos jóvenes como ellos: en la foto, en el vértigo del tiempo. No sé, aquí se ve próximo el fin del otoño y la entrada del invierno. Luego, por teléfono, hablo con mi hermano de exposiciones de fotos, de la Barcelona de los años cincuenta, de gitanos y hogueras, de un flamenco esmaltado y verdadero. Pero las fotos están ahí, como recuerdo de nuestra caducidad, el tiempo limitado y feliz que se derrama en cada inspiración, expiración. Cierro los ojos y vuelve a mí aquella fiesta de disfraces en la que mis padres fueron tan felices.
+ Imagen: última foto que tomo cuando me voy de Madrid a principios de noviembre. El pasillo del metro, deshabitado, gris, vibrante. Soy yo o es el viento que llega de la meseta, no hay nadie más allá de las luces, me digo y me encamino hacia el andén, donde el convoy me llevará al aeropuerto. Una vez más.
sábado, 21 de noviembre de 2015
Huesos mortales, alma inmortal
+ Hay algo inesperado en los museos, siempre. Es una sorpresa que aguarda y que se relaciona con el estado de ánimo del visitante. Es imposible la duplicidad, un día la visita se compone de aburrimiento o tedio, días después se descubre, una vez más, el deslumbrante misterio de la pintura. La pintura: reina sobre la abulia del día y transforma el vacío en luminosa certeza. Así buscaba yo en el Prado La caída de Faetón. Como una chispa que salta en el bando de trabajo del metalúrgico, me di cuenta de que no era posible, que es un cuadro que no está expuesto. Sin embargo, el azar me llevó, otra vez, hacia La Condesa de Vilches: su carnalidad, su acuosa y penetrante mirada: el cielo de sus ojos. Lo admito, tengo enmarcada una pequeña reproducción del cuadro, que cuelga en mi cápsula de lectura, desde donde esto escribo; a veces abandono la lectura y me centro en el cuadro: un momento, un instante. En fin, qué gozoso encuentro: un emblema y un amuleto. Lo recuerdo, la calles de Madrid me había sobrepasado, un cansancio delicuescente y antiguo me lleva al fondo de mi mismidad: donde los posos son oscuros y satinados se agitan, pero ella, Amalia, la condesa, me rescató, me liberó del hombre de luto. Ese ámbito francés, la lejanía en lo oscuro, la luz, esa posición del cuerpo, la línea de las manos, qué cercanía, qué enamoramientos. La luz que se desliza por la piel desplaza la tristeza, la curva del retorno. Una medicina.
+ Rescato de la estantería Los huesos del poeta, de Pedro Flores.
+ Los barrios del extrarradio. Los veo desde el avión, sé que por alguno he paseado: hace tiempo, unos años atrás. Llegar en autobús o en un metro lejano y transparente, a la luz del paisaje, lejos de los túneles y las estaciones oscuras. Edificios repetidos hasta la nausea, sus torres clonadas, el vacío de los parques humildes y pelados, otras veces no: parques altivos y con árboles enhiestos y arqueológicos. Las calles peinadas por el trabajo diario y la obligación regular de los hijos y los matrimonios que perviven más allá de la jubilación. Pasear aquellas calles, beber el coñac honrado de las horas vespertinas, fumar tabaco rubio y ver cómo los mercadillos se extendían hasta los inicios del campo. Eran otros tiempos, otros afanes. La poesía se transforma en poética, en tesis y explicación. Hay una pérdida en todo ello y eso está bien, el cambio es único significado posible que se puede entrever desde el avión. El cambio es la única respuesta posible. Se extienden esos barrios y son nuevas edificaciones, nuevos matrimonios, renovados afanes. Siempre lo mismo: cambio.
+ Petrarca y su desenterramiento. ¿Es ese el tema, los ladrones de cadáveres sublimes? Petrarca, por ejemplo, Cervantes como complemento de esa cacería de turismo y oportunidad: como dicen los cursis: poner en valor. La muerte del escritor, del músico, del pintor. Las exequias y el cadáver: inflado polvo gris, dador de dineros y escultor de progresos y turísticos faros. Estamos ante el parque temático total, que necesita de nuevas atracciones que hagan de cebo para los turistas: esa industria. El barrio de las letras, los viejos y los jóvenes creen verse reflejados en esas biografías, con el testimonio del ataúd, de la cripta, las monjas que custodian al muerto celebre. Pero no, el libro es una larga reflexión sobre el amor no correspondido, sobre el amor, su sentencia. Esa distancia que establece la figura de Laura. La vemos en la iglesia, vemos al poeta, nos vemos a nosotros: como lectores de ese juego de espejos. Pero esto parece no interesar, se trata de hablar de cajas registradoras y de recuerdos de plástico malo, de fotos junto a la tumba y de cafés con el nombre del poeta a tres euros cincuenta. No es el mal, es la banalidad.
+ Baraka: la suerte, la racha, quizá el carisma en un sentido de triunfo y comunión con los otros: casi como una capacidad para enamorar. No creo que esta defición sea todo lo precisa que deba, pero a mí me vale. Baraka es una palabra que proviene del árabe y es muy del gusto de los jugadores de poker. Tener baraka es que todas las cartas vengan con su particular bendición: el triunfo sobre las otras manos. Así hay políticos con baraka o actores o empresarios: cualquier puede estar ahí. ¿Cualquiera? Es algo que he aprendido en el casino de la vida cotidiana: se tiene o no se tiene y oponerse o intentar forzar la situación sólo produce perjuicios. Por qué éste y no aquél, no es algo de lo que ocuparse. Es complejo cuantificarlo, determinar la cantidad de trabajo o éxito que compone ese triunfo, pero está ahí y se puede ver, cómo llega, cómo cuaja. Así se aproximan las elecciones, en clima que reina más la oportunidad que la capacidad. Mientras, se dan las cartas: una vez más. Baraka 2015, sería el título de la película
+ Imagen: a la entrada del museo: con una contenida emoción, con una contenida impaciencia: ¿seremos más cultos a la salida? Ahí está la lista de los más grandes. Qué unión, qué certezas.
sábado, 14 de noviembre de 2015
Emblemas
+ El avión aterriza en Madrid sin incidencias. Un martes cualquiera de un noviembre cualquiera y el aeropuerto es una pausa en la vida, como si nos hubiesen desconectado, convertidos en mercancía. La estabulación es precisa y nuestro caminar fluye: entrar, salir, la cinta mecánica, entrar y salir, la escalera mecánica, los controles, los puestos de comida y de objetos de lujo, un recorrido que es resultado de muchos saberes y extensas experiencias. Entrar y salir de pasillos y recibidores grandísimos y muy luminosos, tan cegadores a veces. Todo se nos escapa y nuestra visión se condiciona, intencionadamente, por los siglos XVI y XVII. La poesía es de gran ayuda o, se puede decir, un manual para encarar el desasosiego que aporta el viaje en el low-cost: henchido de vanidades y asperezas. Espejos y trucos. Nunca tiene demasiada importancia. Madrid es el destino.
+ Los poetas malditos. Camino por los pasillos que comunican los andenes de las estaciones de metro con otras estaciones. Lo que carece de personalidad nos sitúa ante la nuestra: el vacío. Los rostros son un espectáculo en sí mismo y nuestro rostro es uno más entre mil, en su sucesión, en el efecto yuxtapuesto que resulta de su contemplación. Sin demasiada esperanza me dirijo a la biblioteca central. He de encontrar unos libros y proceder a entresacar información y datos. Son labores subalternas que me resultan muy agradables: el viaje, la localización del edificio y la petición de los libros. En la soledad, en la penumbra que ofrece la biblioteca me paro a pensar en si es el estilo de vida deseado el que marca una vocación. El ejemplo más claro es el de los poetas malditos, que navegan entre lo excelso y el hambre. Esa distinción, esa libertad que tiene un precio alto y extraño. El precio, el coste y el beneficio. Alguien decía que la vida es un negocio que no cubre las pérdidas. La biblioteca, los lectores, el bibliotecario, libros, luz tamizada. En la biblioteca central el tiempo se ha detenido y carecen de importancia las preguntas que hace un momentos nos llenaban de un ácido desasosiego. ¿Una esquirla de luz y paz?
+ "Que necio era yo antaño /aunque hogaño soy un bobo", decía el romance de Góngora. Hay enfermedades que no se curan, cómo lo sabemos.
+ El bar de los emblematistas. Resultaba interesante escuchar cómo se expresaban aquellos tres hombres. Uno decía "es usted muy inteligente" y el otro replicaba "sólo es cultura general". Su conversación trataba de la belleza. Mujeres bellas, hombres bellos, bellas melodías de hermosísimos conciertos en el Auditorio Nacional. Mencionaron a Malher y se conmovieron. Qué inteligente. Sólo es cultura general. Vestían ropa vieja y remendada, bebían de pequeños vasos de cerveza y masticaban las patatas fritas como si de un manjar se tratase: y tal vez sí era un manjar, ya que la posición del gourmand es la que determina la calidad de la delicatessen . El bar era un bar asturiano en el centro de Madrid, una isla en un mar de gastronomía y pijerío tras el trabajo semanal: esos bares de la distancia y el saber sin fundamento, con sus decoraciones y la acumulación sintáctica de adjetivos y sustantivos elevados y contradictorios. Pero no. Se atesoraban allí lecciones que no se pueden llevar al papel porque giraban en una comunión perfecta de voces e imágenes. La belleza de Audrey Hepburn, su estilo, la elegancia hecha mujer. Y pregunta uno, sin venir a cuento, cuántas cuerdas tenía la guitarra de Narciso Yepes. Otro responde que ocho y que le dio clases particulares de dibujo técnico a uno de sus hijos. Qué inteligente es usted. Culto, te ha dicho que culto, no inteligente. Todos ríen con ganas, sin imposturas. ¿Cuál es la diferencia? La noche de noviembre era inverosímilmente cálida, la cerveza helada recogía todas esas verdades y otras: el fracaso, el emblema del fracaso, pero con una alegría de vivir muy doméstica, muy castiza, traspasada de serenidad y asunción.
+ El metro. Hablan sobre sus proyectos de futuro y son jóvenes, muy jóvenes. Un máster, una boda, el trabajo y las posibilidades que se les ofrecen. "Pagaremos por trabajar y así tener experiencia para poder trabajar y cobrar un sueldo de mierda", se rieron. "Yo lo tengo claro, voy a hacer el máster de bioquímica, que me abrirá las puertas de la investigación". "Te pedirán un ocho, como mínimo". Trato de argumentar que podría entrar "ya que...", pero el otro negó con seguridad: sabía de lo que hablaba y esto le otorgaba autoridad. No puedo olvidar cómo su cara se ensombreció, poco antes de llegar a la estación de Moncloa. Todavía era joven, muy joven. Tercero o cuarto de carrera. Conozco estas desilusiones y el tiempo me ha enseñado que no merece la pena sumergirse en ese estanque de aguas putrefactas. Bajó la cabeza y no volvió a hablar.
+ Un hombre de luto habita en mi interior. Me examina y me explica cuáles son mis irreparables culpas. Es exhaustivo y certero. Desgrana el pasado sin piedad. A veces crece, otras mengua. Es alto y afilado, tiene un espeso bigote negro y un sombrero siniestro. Le escucho y hablo con él: qué error. Parece que lo hubiese dibujado con trazos nerviosos un hábil ilustrador de periódico, de chistes paradójicos y tristes. El hombre de negro no permite el descanso. Pero, cuando subo al coche, cuando enciendo la radio, suena Bach y puedo observar como ese hombre de traje oscuro de raya diplomática, se desvanece, se difumina, se hunde en su propia hiel. El viernes es luminoso.
+ Imagen: las sombras, la luz, el atardecer y esa geometría que no promete nada ni nada significa. La reparación de lo vivido, se podría poner allí: pero sería inexacto y las líneas hablan de lo contrario: lo exacto. Lo certero.
sábado, 7 de noviembre de 2015
Permanencia
+ Qué fatiga: autobuses, trenes, estaciones, aeropuertos, aviones. Gente con su aislamiento en manera de teléfono y auriculares, barritas de chocolate, gominolas, café cargado, o un bollo con regusto a mantequilla rancia y un poco de mermelada de fresa o melocotón. El agua fría y reparadora de la fuente de acero espejado que se encuentra en un pasillo, un pasillo sin identidad ni pretensiones. El desplazamiento. El metro, las paradas y los rostros cansados ajenos a los días de ocio y aventura urbana que nos regalamos: el senderismo de las aceras y las avenidas, el tránsito de la conversaciones y el cansancio honesto al final de la jornada ante un televisor al que se le ha quitado la voz. La fatiga del viaje la compensa la compañía y la amistad. Una vez oí una compañera de oficina decir que el hecho de entrar en el aeropuerto levanta su ánimo: ese era el comienzo del viaje y lo múltiple y modernísimo del recinto la trasladaba a algo similar a una película, donde ella, por supuesto, era la protagonista. No lo asumía en aquel momento, ahora lo aparto y sé que era más un deseo que el poso filtrado de sus experiencias. Es un tránsito lleno de perplejidades que van desde quitarse el cinturón y las botas a sufrir las incomodidades de la presión artificial de la cabina, los precios elevados de los puestos de comida y bebida de las terminales o los sillones incomodos y escasos que se disponen en hilera: emblema de la espera. Pero la fatiga tiene su recompensa, que es la que nos impulsa: bien el amor, bien la amistad.
+ Días de Madrid, días para la amistad. Días de Lisboa, días para el amor. Londres, el olvido o el recuerdo: por actualizar.
+ Extrañamientos. ¿Por qué las ovejas trasladan mis divagaciones al ámbito de lo medieval? Sí, sin duda es un extraño proceso. Las veo en una loma, en un prado, casi estáticas, bajo un sol dorado y suave de otoño, su pelaje que destaca contra el verde intenso, su forma, su queda mirada: entre la estupidez y la resignación. Nada les importa, pero ahí está lo medieval: me digo y es una intución pictórica, un pictorialismo centrado y verdadero. Ahí es donde reside la representación de la vida pastoril, del bucle del cuadro, la reiteración y el subrayado: son manías que uno atesora y, al tiempo, se acrecientan sin saber cómo. Y, en ese momento, recuerdo cuadros vistos de los que no rescato ni el nombre ni el autor, sólo las ovejas en un extremo, en un pequeño recuadro que forma una ventana al paisaje. El pastor y su rebaño. Allí están. ¿Lo medieval? La vida diaria se construye así, sin pausas y con un poco de alegría o imaginación, en el corolario y en el conjuro contra la muerte.
+ Hay una definición de lo qué es arte que se resume en la tautología: arte es todo aquello que se cuelga en las paredes del museo. Sí, tal vez sí o tal vez no, pero sólo es un enlace, una conexión con una idea que se vierte desde algún texto más o menos técnico sobre una cierta visión de la realidad en el Siglo de Oro: en este preciso momento. La vida como museo. Y ese museo, ámbito, en principio, permanente, está atravesado de una innegable sensación de transitoriedad. Nos gusta lo paradójico. Cuando uno se asoma a lo de hoy aparece ya no está.
+ El bosque es un lugar en el que pensar, un lugar que sirve de refugio en el momento que la desconexión con lo ordinario es algo más que necesaria. Sendas que se adentran en la espesura, la luz que desciende entre las hojas, la desnudez de las ramas en invierno, los árboles de hoja caduca, de hoja perenne. Todo ello y muchas otras cosas conforman unidades estables, que dan una pista por donde comenzar cuando de mantenerse al margen se trata: no pensar porque esto es una pérdida de tiempo. El tiempo supone un lastre, el mero nombrarlo es ya un lastre.
+ Imagen: callejón en Oporto. La presencia de la valla publicitaria establece una frontera con la realidad, pero cabe preguntarse qué realidad, porque ni es ésta única ni permanente.
sábado, 31 de octubre de 2015
Descanso
+ Abro el juego de cartas [Oblique Strategies] que propone Brian Eno para facilitar la elaboración de un disco cuando se está en la sala de grabación o en la postproducción de la obra. Barajo y me sale, fruto del azar que facilita ese barajar propio de la baraja, una sentencia, una pregunta sin plantear, un mandato: Be less critical more often. Ser menos crítico con mayor frecuencia, traduzco automáticamente. Una cierta evaporación, una levedad esencial, el trazo aéreo de la estela de un avión que se contempla desde la tierra con indiferencia, con la ignorancia absoluta de los que viajan en el avión. No tiene demasiada importancia, hay procesos de restauración lentos, pero seguros: la culpa no añade nada. Sin intención crítica, sin descensos, sin ascensos. El justo medio.
+ La ternura del monstruo. La criatura del Dr. Frankenstein nos sorprende, le vemos caminar, confundir a la niña con una flor y arrojarla al lago: ignorante de la brutalidad que acaba de cometer. La muerte lo acosa, pero el camina y parece no pensar, su camino ha sido trazado y no puede oponerse al proyecto. Su rostro, el rostro que nos hemos formado en la lectura, ahí está y ya forma parte de nosotros, somos indisociables, una unión de márgenes y fronteras: todos somos monstruosos, lo sé y lo admito y me ayuda. Ahora veo en una estantería a mi querido Herman Monster y le doy las gracias por hacerme reír y por ayudarme a tomarme menos en serio. Debes ser menos crítico, como recomienda Brian Eno, como susurra Herman.
+ Por razones que no vienen al caso, durante toda la mañana he estado contemplando la ría. Los undosos movimientos de la sedosa lámina de agua: primero suaves, luego agitados. Su observación aporta la certeza de lo minúscula que es la vida de un solo hombre, pero al mismo tiempo de la totalidad: qué ajenas son las mareas a los desvelos de los mariscadores, agricultores del mar, nada les importan sus vidas, sus desvelos, el frío y la humedad en sus cuerpos. Pero, ya de vuelta, sonó en mi selección aleatoria Anabel Lee en versión de Radio Futura musicada del poema, que realizó en el siglo pasado Santiago Auserón. La ilustración es precisa y me lleva a fantasías que anidaron en mi infancia sin consecuencias, salvo una cierta mirada romántica sobre la realidad, que ilumina sombras y oscurece luces. Lo sé y lo repito con frecuencia: como hijos del romanticismo, que no ha sido rebasado, ni siquiera en este momento de electrónicas y comunicaciones instantáneas. Sí: el amor, la fuerza de la pesadumbre, la amistad, el arrebatado impulso del arte, la certeza de una vida en dentro de nuestra vida: como cine, como novelas.
+ Más tarde, en un desliz, virtud de la casualidad, me encuentro con que existe la posibilidad de que la Segunda Soledad de Góngora esté localizada en la ría de Pontevedra. Me centro y trato de establecer un contexto que se aproxime al momento de la Ría de Pontevedra en el Siglo de Oro. Creo que sí hay una conexión: el cielo y el recorte de los montes, el agua que undosa aletea y hace cabriolas blancas de yeso y ceniza. No sé, quizá no se ajuste a nada esa propuesta que sitúa a Góngora en Galicia, pero es válida para elevar la circunstancia ordinaria del día. Llueve y la lluvia es eterna.
+ Una cita, un fragmento de un poema de Andrés Sánchez Robayna: "Madera de una silla rota,/ tirada, sin abrigo./ Fue fatiga y reposo, fue convivir pacífico." La verdad honrada de los muebles, su estampa, el hacerse a los cuerpos como los zapatos se hacen al pie. Y como un perro viejo, con crueldad se abandonan en los vertederos, se olvidan en las cunetas, en los sobrantes de las carreteras, cuando lo suyo, lo ideal, sería que se transformasen en leña y el fuego les diese una nueva y breve vida: plena de aristocracia y certeza. Sillas que un día fuisteis reposo y hoy sois basura. El viento del Sur, una vez más, trae lluvia y un calor espeso y sobrenatural [en clara exageración, se acerca el día de Difuntos].
+ Imagen: un hombre pinta los ornamentos que se superponen a las hojas de una puerta. Allí en lo alto de la escalera. Y un verso resuena, sin ser citado: "Descansa, al fin publicando sus penas; yo solo, mudo amante,/ los hierros callaré de mis cadenas". Sí, se trata de Las firmezas de Isabela de Góngora, ¿la relación con la escalera, con el pintor, con la puerta? Por determinar, pero en la senda del "mudo amante" y sus cadenas y la escalera como universo simbólico pleno y autónomo: o no.
sábado, 24 de octubre de 2015
Transiciones, permanencia e intución
+ La carrera. El domingo por la mañana acompaño a mi hermano a una carrera, una media maratón. El color del cielo es el gris que trae la lluvia y la niebla, un plomo viejo y pesado. Este plomo tan otoñal hace que los atuendos de los corredores destaquen con fuerza: amarillos, azules electrizantes, naranjas, verdes explosivos. Zapatillas de ciencia ficción en el presente inmortal. La entrega es clara y certera. Más de mil participantes. Sus verdades y mi enmascaramiento tras la pantalla que traza la música del Mp3. Observo y no sé si soy observado, pero me dispongo a estudiar la carrera, sus liturgias y sus ritos, la función social y el acervo que se atesora en estas gestualidades. Un sociólogo de fin de semana, el envés del filólogo que finjo ser: un pensador de ocasión. Nada. No es una cuestión de respuestas, ni siquiera de plantear preguntas, observar sin motivo y lanzar una mirada hacia el fondo del asunto, obviarlo y dejarse mecer por una tristeza dulce y falsa, sin esperar mucho. Que el tiempo se deslice y nuestra indiferencia lo enaltezca . Y así es. Me sorprende ver a conocidos lanzarse con el rostro desencajado al final de la prueba. Una velocidad, un estilo, una razón de ser. Pienso en los que tienen hijos, en sus ilusiones y en el paso de los días, en la razón del trabajo y la reproducción. Pero, lo dicho, no encuentro nada. De regreso hablamos de la mujer de uno que falleció hace unos días, decía ella que le gustaría creer, en ese momento, pero pronto rectificaba y se entregaba a la tarea de asimilar la ausencia de su marido y la crianza de los dos hijos. Creer, ahí es donde todo se resume: la carrera, los hijos, el trabajo, el placer de ver sin ser visto. El placer y el dolor van unidos y en la carrera se percibe con claridad, la muerte es la prueba final. Todos ellos morirán, del primero al último, pero no es momento de pensar en ello, nadie ni nada se puede detener.
+ [El cambio es el motor. El motor es el cambio. No hacer nada. La inactividad]. He leído algo sobre una intervención artística: una falsa becaria, Pilvi Takala, artista finlandesa, 1981, es admitida en una empresa de auditorias. Pilvi lleva a cabo su proyecto: a la manera del escribiente Bartleby permanece en las oficinas sin hacer nada: en un rincón, en el ascensor, en un archivo. Casi nadie en la empresa sabe cuál es su propósito. ¿El resultado? Un inquietante malestar y nerviosismo entre sus supuestos compañeros de trabajo. La inactividad no se puede tolerar, ese espacio que se abre abismalmente, en el gozne del tiempo, el tiempo que se rompe y la jornada laboral comienza a perder sentido por esta manera de subrayar lo convencional que recubre la totalidad del día: horarios, tareas y responsabilidades. Como siempre, el tema es el tiempo y, por ende, la guadaña. La guadaña resume todo hacer artístico, humano: también.
+ [Tarea]. Imponerse tareas y comprometerse con ellas es una medicina, un fármaco: en su doble sentido: lo que cura, lo que envenena. Así, dedico diariamente quince minutos a leer La Cartuja de Parma, así me dejo mecer por la textura de la obra de arte que se eleva sobre la narración. La narración como materia, su inconsistencia y el peligros equilibrio entre la medicina y el veneno. Ay, cuánto se ha dicho ya, cuánto se dirá. Y otra vez, en el tópico, pienso en Fabrizio del Dongo y en la batalla de Waterloo, que él no sabe que está allí, que no sabe que es el final de su admirado Napoleón, en resumen: desconoce lo que sucede. Pienso en ello en el comienzo del día y me digo que todos somos un poco Fabrizio, y no sabemos dónde estamos y solamente comprenderemos con la distancia, una vez que todo haya sucedido y tengamos la perspectiva necesaria y suficiente. La lectura, también, es un arte; en ello estoy.
+ Y decía Valcárcel Medina: "la vida bien vivida, es arte". Para tomar nota, para recordar durante todo un día, para glosa o, tal vez y mejor, para permanecer en silencio.
+ Imagen: la abstracción de un disparo fortuito: tras la lluvia aparecen claros y las sombras se recortan con dureza, sin templanza: metafóricas estelas del paso del tiempo.
sábado, 17 de octubre de 2015
Simulacro (S)
+ [La carretera y su lírica]. Recojo de la estantería un libro, una antología de Gerardo Diego y encuentro un poema que pertenece a su libro Soria. El poema se titula "Por tus carreteras largas". Lo leo mientras un molesto dolor de espalda comienza a remitir, lo leo con interés mediante una volátil conexión entre lo dicho y lo que yo alcanzo a recuperar. Al mismo tiempo, he puesto la música de Leon Bridges en un modo aleatorio, en la página de streaming que suelo utilizar. Leon Bridges me lleva, también a pensar en carreteras: Viajes que recuerdo con mucho cariño, ya por la inspiración de la amistad, ya por la certeza del amor. Escribe Gerardo Diego: "Caminar por camina,/ sin voluntad ni destino,/ por el placer de tornar/ otra vez por el camino (…)". Conducir, en ocasiones, es un placer, un placer extraño: la música, el viento, el paisaje, la conversación, el desplazamiento sin destino ni obligaciones. Una patria sin territorio / un territorio sin patria.
+ En el Fedro de Platón, respecto a la escritura: "Apariencia de sabiduría y no sabiduría verdadera (…); … y serán fastidiosos de tratar, al haberse convertido, en vez de sabios, en hombres con presunción de serlo". Así he visto el pasado, me he visto a mí mismo y el ejercicio ha sido provechoso. Como una guía para corregirse, para permanecer en silencio: atraer hacia uno la posibilidad de callar ante lo que no se conoce o se conoce mal.
+ [Alberto García-Alix]. Decía el fotógrafo que se despertó una noche que llovía intensamente y sintió la necesidad de recorrer la M-30 con su moto, bajo la lluvia. ¿Por qué?, le preguntó el entrevistador. Alguien tenía que hacerlo (sic), contestó. Durante mucho tiempo me pareció una pose, sin embargo hoy para mí es un acercamiento a una definición de la oración: rezar. Por eso escribo yo aquí: alguien tiene que hacerlo, por los que no pueden, con independencia de ser leído o no.
+ [Relatos que parecen llegar desde el pasado, pero son presente y en el presente se desarrollan]. Después de un paseo cerca del mar, regresamos a la ciudad. Un agradable paseo: la ría, los pinos, la otra orilla y los perfiles del puerto y los barcos: descargas, estivas, grúas. Entonces, en una calle peatonal, secundaria, lo veo pasar con prisa, nervioso. Casi no lo reconozco, él no me reconoció. Está envejecido, colorado, gordo sin llegar a ser obeso. Ha perdido todo el pelo, lleva una beisbolera y una zamarra ajada por la lluvia y el sol. Continua en Londres, me dice y todavía no ha terminado de reconocerme, le llevará unos minutos todavía. Me dice que su padre ha muerto y tienen problemas para liquidar la herencia, baja los ojos y permanece en silencio. Hay algo sobre los liberales en el Reino Unido, sobre nuestros conservadores patrios. El liberalismo. Ha vivido en Londres mucho sobre los servicios sociales, pero no es culpable, no tiene maldad, ya no tiene maldad. Quedaron atrás noches eternas de alcohol y bailes, de madejas de amores e interminables cuestiones sobre el mundo greco-latino y la gloria pasada de España. Ahora suspira por un relato, una historia y me digo que ese es el momento literario que deseo, con una inflexión política, ¿con mensaje? Tal vez, pero el día es transparente y lo oscuro se remonta a años atrás, donde está el origen de todo, absolutamente de todo.
+ Cansancio de vivir. Los días son soleados, hay lecturas esperando, nada interrumpe la transición entre las noches y los días, también ha remitido el molesto dolor de espalda. Pero no. No es que vayamos a suicidarnos, nunca tan lejos de tal propósito, pero el disgusto se acrecienta y no ha motivo. Lo sé: esto dura un día y medio. Sé, también, que hay complacencia en ello, como una nota de elegancia que se rebela contra el tedio y los perfiles romos de lo diario. Ay, esa gente que se ve tan ilusionada con sus juguetes tan grandes y caros me desasosiegan. Yo no, nunca he sido así y sé que ahora soy el que soy por mis renuncias, por mi falta de interés en esos juegos y en otros juegos. El simulacro y la realidad se unen y yo no me intereso, estoy en un margen: y con Heráclito de Éfeso: el carácter es el destino.
+ Imagen: dos hombres toman café en A Casa da Música. El tiempo se ha detenido, el espacio no es una frontera y hay crédito: dinero para café y libros. ¿Es la felicidad?
sábado, 10 de octubre de 2015
Vapor
+ Las noches de los viernes acentúan una magia subterránea, aunque esto no tiene, necesariamente, un sentido positivo. Esa magia consiste en su raíz en que se ven descubiertos fantasmas, del pasado y del presente, fantasmas que profetizan un futuro indeseable. En otras palabras, el cruzarse con un conocido visiblemente deteriorado no deja de causar inquietud. Le vemos un poco más delgado, pero con un extraño sobrepeso que se localiza en su vientre, que parece caer, como un peso muerto: una balón redonde y, tal vez, negro. No se ha afeitado, pero tampoco se puede decir que tenga barba. Sus ojos están alucinados, camina con pasos pequeños y hay algo hierático en su expresión que no se concreta, que no se identifica, que resulta desagradable a la observación. Le conozco más de lo que deseo. Sus palabras fueron algo incomprensible en un primer momento, como un reguero de acertijos y dobles sentidos, luego llegó un punto sin retorno en que vi que todo aquello era una pantalla tras la cual no había nada, sólo un simulacro de ingenio y oportunidad. Ahora está gravemente enfermo, enfermo de sí mismo y su alcoholismo y su tendencia a la cocaína. Y, regreso al comienzo, es una magia lo que se aloja en su deambular, en la levitación sobre el pavimento de piedra, algún truco que desconocemos y no tenemos intención de indagar en él. Son fragmentos del pasado que emergen sin una cualidad moral clara: no hay una enseñanza, salvo la descomposición de la persona: gradual y exacta. ¿Cómo estará la próxima vez que le crucemos, cuál será su mácula? ¿Y la mía, y la tuya?
+ Sin un lugar determinado a dónde ir [No particular place to go, Chuck Berry]. El otro día llegó la música de Chuck desde algún lugar profundo del reproductor de Mp3 que tengo en el coche, que funciona continuamente cuando conduzco. No recuerdo qué canción emergió, sí recuerdo la primera hora de la mañana, su luz y una vana tristeza sin motivo: Chuck Berry consiguió que me animase. Cómo se lo agradezco, de la misma manera que hay poemas que consiguen que se afine la mirada sobre el día o se oscurezca el brillo deslumbrante, obsceno y barato de la soberbia estúpida. Por eso, hoy domingo, cuando han comenzado las lluvias su trabajo, su zapa que se desliza por la piel áspera del asfalto y engasta en plomo viejo las farolas y los metales sin apresto. Total, suena la canción y me embelesa ese robar el beso a la novia, ese conducir con alegría sin un destino determinado, la luna dorada, ella le dice que conduzca despacio y el viaje es un fin en sí mismo. Kokomo, Indiana, es el destino; tal vez. Ay, quién pudiera escribir un soneto que diese con esta intensidad; mientras tanto: No particular place to go.
+ Por la noche, antes de dormir, El cuaderno de vacaciones, de Luis Alberto de Cuenca. Ay, qué mundos. No sé si participo en ellos, pero sé que disfruto, que su lectura reconforta sin ser empalagosa, hiriente, entrometida. Qué clásico, qué moderno, qué equilibrio. Aquí vive la lírica y su perfil claro, la línea clara tan amada [por Luis Alberto y por mí]. Tintín me ayudará, una vez más, a conciliar el sueño.
+ Preparación. Primero se reduce la ingesta: sólo arroz blanco, carnes blancas y ausencia de lácteos. Un juego de blancos. Luego, el último día, se llega al ayuno, salvo un poco de caldo transparente y agua. La comida se aleja y su carencia ilumina partes de la realidad que no estaban ocultas pero sí enmascaradas. Así, un paseo por las calles nos muestra cómo la gente se comunica con sus teléfonos 'inteligentes', cómo comen, beben y charlan. Hay una distancia que desautomatiza lo ordinario y lo lanza a una red de perplejidades. No importa, el curso de la vida es poco o nada reflexivo, como el que pedalea: si piensa se cae. Pero el hambre es un estilete. Permanece la visión, cuando ya la performance está en lo diario y su concreción artística es residual y museística: todo es puesta en escena, escenario y sin un lugar determinado a donde acudir, toda visión se fundamenta en lo diario, me digo. La violenta atracción que produce lo cotidiano se refleja en el espejo del hambre.
+ ¿Es el mismo cuadro que yo veo que el que tú ves, el que ve el que no le interesa la pintura o la desprecia o el que se ha pasado años en su compañía mediante visitas, contemplaciones y lecturas? ¿Qué hay por encima de ella? No lo sé, pero ese algo está mucho más allá de las intenciones del autor y al mismo tiempo es inaprensible, como lo demuestra la historia de la crítica en materia de arte o literatura, cada época y sus variaciones, ese diálogo, al menos, una interpretación, cuando no innumerables. Así me asomo al estimulo del centro de salud, donde me harán la prueba. Tantos rostros, tantos afanes. Observo. Es un entretenimiento portatil, auténticamente portatil. Atuendo, maquillaje, relojes, zapatos, uñas pintadas, gafas, batas, ropa interior que emerge en una transparencia, bastones, disposición, gesto, postura o posición, escorzo o decúbito, luz perpendicular, luz mortecina, ascensores y ojos clavados en el techo de celofán, la mujer que camina despacio, la mujer joven que se resguarda en una esquina y solloza, el hombre que sonríe levente tras salir de la consulta, llaves, taquillas, camisones hospitalarios, camillas, visitadores médicos, mujeres con maletín y tableta electrónica, teléfonos 'inteligentes', cielos de neón, cielos fluorescentes, armonía y belleza, vida y transición. El cuadro no necesita ser pintado, en cada visión hay un gran fresco: en este caso renacentista: según mi criterio y gusto, con un surtido de claves e insinuaciones. Luego, algo fauvista, después el desorden de una secuencia televisiva atrapada en un cuarto oscuro en el vientre del museo. Cuánto se contiene en quince minutos, que realidad tan inabarcable. El reloj se detiene, por un momento, aunque sólo sea una fantasmagórica apariencia.
+ Escribía para los pocos, hoy plural y arborescente: puebla bibliotecas. Comenzamos con su lectura, desde el respeto, pero sin miedo. Ahí estamos, aquí estamos.
+ Littera gesta docet; quid credas alegoría. Moralis quid agas; quo tendas, anagogia. Lo literal te enseña los hechos, lo alegórico lo que hay que creer; el sentido moral lo que has de hacer, la anagogia [= paso de lo literal a una esfera superior: topos uranus: lugar celestial] a dónde has de tender.
+ En Italia hay un rapero que titula uno de sus discos: Anagogia. Lo plural, lo múltiple, lo inasible.
+ Hoy viernes se presenta el otoño con el aspecto independiente de un gato aventurero, pero con necesidad de cariño y caricias. La tarde establece un cálido filo de compras, terrazas y madres e hijos en el comienzo del fin de semana. Se presiente, una vez más, la lluvia y esto no deja de invitar al disfrute, a tomar el valor del momento y olvidar su precio: es precario. Cada enseñanza se incrusta en la edad alcanzada, como la carrera hacia la nada.
+ Imagen: el fantasma que se hace carne en la imagen de Eduardino, esa etiqueta. Qué miedo transmite ese payaso, que invita a beber y casi es una advertencia. Qué ebriedades, qué vapor.
sábado, 3 de octubre de 2015
La entrada del otoño
+ La niebla toma la ría. Entre los pinos se desliza sinuosa y en silencio. Caminamos por el paseo de tablones, bajo los pinos, una pulverizada lluvia nos humedece la ropa y el pelo y casi no es lluvia, sino una concreción de la niebla. Resulta extraño. Hablamos y nos cruzamos con otras parejas. Allí abajo la playa es una estática metáfora de lo permanente: por encima de la fragilidad de lo humano: la obra caduca. Nada permanece, ni siquiera esa playa que parece dormir a la espera de otro verano. Aquella vieja frase tan manida: llegará un día en que el sol se apague. Con todo y después de todo, no alcanzamos a ver la isla. Siento no tener la cámara de fotos, y de alguna manera hay una enseñanza en ello, un emblema de tiempo y voluntad. Más tarde habré de oír en la radio que esta niebla se debe a un fenómeno relacionado con el viento del sur y la temperatura del agua y del aire, ese contraste que hace que se eleve la cortina opaca, que todo lo inunda. La belleza que contiene colabora con el momento, es un establecerse la complicidad del paseo y la inercia de los besos y los abrazos: vemos niños, padres, abuelos, coches que avanzan, árboles, bicicletas y jóvenes que se ríen, todo tiene un aire de irrealidad irrecuperable: nada lo puede contener, ni las fotos, ni las descripciones y pienso que su presencia es más musical que plástica, pero esto no se traduce en nada, salvo en la certeza de la fugacidad del momento. Avanza el día y comienza la noche, en su seno un gatito intenta dormir, así se presenta, hoy, el paso del tiempo: un leve maullido.
+ Otra vez de una balda recojo el libro de Nuno Ferreira Portugal de perto. Lo abro y leo unas frases suelta. Llega el sueño sin avisar y el libro me cae de las manos. Pero, antes, pienso en los viajes en coche que he hecho por Portugal, en las carreteras secundarias, en los pueblos y las cafeterías, los cafés, los bares. Es otro mundo, sin duda alguna. Al final, es una reflexión sobre un algo que nos une a un paisaje y a una idea de un país. Es la nostalgia de un tiempo indefinido, de un ámbito donde habita una suerte de magia o enamoramiento. La primera vez que estuve en Portugal me llamó mucho la atención un puente de hierro, creo que era en Viana do Castelo. Volví a pasar por allí muchas veces, eso creo, y una latente colección de imágenes estalla y me trasladaba al final de la infancia. Un valor acumulativo. El libro duerme en un estante, pero lo recupero, una y otra vez, sin prisa por terminarlo, pero es un libro muy breve y en cualquier momento llegará a su final. La relación con Portugal viene de muy lejos, así que he llegado a pensar que es anterior a mi nacimiento, como si existiese la posibilidad de una suerte de reencarnación: sin mucho convencimiento, no está mal concederse ese paréntesis que supone una fingida fe en la reencarnación.
+ Una fría sensación de hastío se instala en las primeras horas del día. Una desazón que se condensa en el lento avanzar de los coches hacia el trabajo, hacia el colegio, la ocupaciones y el olvido de lo fundamental: la muerte. Las luces de los pilotos son rojas, las luces del peaje de la autopista dibujan algo que semeja ciencia ficción: las veo desde la carretera y trazan un perfil elegante. Un brillo absurdo desciende de las farolas, la rutina y una niebla que se disipa. Aparece una luna enorme y teatral, imposible. El escario de todas la mañanas y la música de un Bach renovado. Es el momento del aquí y ahora, que se olvida tan fácilmente y con funestas consecuencias.
+ Alegría: en el modo aleatorio del reproductor de música salta la elegante caligrafía guitarrística de Chuck Berry, su voz y su estilo. Qué certeramente evocador.
+ Se aproximan las lluvias. En el aire se agita una certeza, vibra su anuncio. Decido aprovechar la tarde del viernes, en que luce el sol. Me voy a un parque para leer y escuchar unas grabaciones de María Callas, fragmentos de óperas. Estoy sentado en un banco corrido frente a la puerta de un instituto de enseñanza secundaria. Leo con atención, pero a veces levanto la vista y trato de estudiar a los adolescentes, su energía, su fuerza, la vitalidad indiferente a lo tangible. El libro me ayuda a centrarme en el momento, pues trata de los últimos años, del embate del neoliberalismo, de su asunción y la complejidad de su estructura. Los adolescentes parecen felices y no sé si son ajenos a toda la problemática del momento, es imposible saber qué piensa otra persona. Una mujer se sienta a mí lado, nos miramos y sonreímos, sin saber por qué, al menos yo. Continuo la lectura, con despreocupación. La mujer se levanta y corre hacia un chico, ella es mucho más joven que yo, coge un papel que le ofrece el chico y niega con la cabeza, pero acaricia con amor la cabeza del que es con total seguridad su hijo. Llega un viento con noticias de su amiga la lluvia, como decía la canción de Pete Doherty. El gesto recompone la percepción de la tarde, lo fragmentario cobra sentido o estructura. Cierro el libro y me dirijo a un café pastelería. Pido un café largo y me siento. La lectura es más dificultosa, ya que una pareja, a mi lado, habla en voz alta. Toda su conversación gira en torno a planes y a maneras de organizar el equipaje. Él está nervioso, ella habla muy rápido, No quiero oírles, pero hablan muy alto y sus voces se cuelan con claridad en la música de mi reproductor, mi viejo reproductor. Me detengo un momento y me digo que parecen seguir la moda, pero no lo logran, hay algo que les falta y otro tanto que les falla. Dan la impresión de sentirse especiales, yo sé que no lo soy y eso me reconforta. Cierro, otra vez, el libro, pago y emprendo mi camino hacia mi casa. No sé cómo, pero he conseguido conjuntar la proximidad y certeza de la lluvia.
+ Imagen: lector de periódico en el jardín de un museo. Mañana calurosa y húmeda. Cerveza sin alcohol y tranquilidad, esos momento ajenos a las prisas, las ocupaciones y la responsabilidad/esclavitud del reloj.
sábado, 26 de septiembre de 2015
Estalagem
+ Tea for two, me digo y recuerdo que Shostakóvich realizó una versión orquestal en una hora, en un vagón de tren: es cierto, pero si no fuese así, la anécdota contendría en sí toda la intuición en esa hora de la mañana. Lo he escuchado en el El mundo de la fonografía, que escucho mientras leo y leo y leo. Oh, este encierro voluntario, este hermetismo, este claustro hermético.
+ [Lisboa_B]. Días atrás, entre papeles y publicidades y tickets, encontré una postal promocional de unas colecciones de ropa fémina que se responden al adjetivo inglés Tiled, obviamente: en clara referencia a los azulejos, que una (im)posible traducción sería azulejados o no: azulejeados, tal vez. El caso es que me encontré con otra posible candidata a un poema no escrito: lo veo como un muestrario de poemas que se sustentan en la fascinación de poetas sin existencia. En esta ocasión sería la actriz lisboeta: Sandra Celas. La foto de la postal nos la presenta apoyada contra una pared recubierta de azulejos y la blusa que viste reproduce la geometría de esos azulejos. Hay algo en la mirada o en el estar que sobrepasa el propio rostro: hermoso y portugués. Luego, busco en la red y no es lo mismo: es otra mujer, muy diferente a la que me imaginado. Por esta razón el posible poeta varía, debe ser otro, más mundano, más conectado con las aguas tibias de las fiestas nocturnas dominadas por el control y el autocontrol. La idea primera, la entonación que arroja la postal es algo que viene del pasado y no tiene mayor conexión con el presente que el vapor de un sueño y su música olvidada. Aunque permanezca la letra, no es suficiente. Quién escribirá ese poema. Nadie, pues es un ejercicio de lo inútil, en ello estamos.
+ "As arvores, no seu alinhamento pelas avenidas, eram independente de tudo isto." Pessoa Livro do desassossego.
+ Sobre el Pessoa y Livro do desassossego: la multiplicidad y lo fragmentario se han instalado en una suerte de léxico de urgencia, una suerte de caja de herramientas. Esta semana será lo fragmentario el tema que gobierne el día a día y los momentos previos al sueño. Los treinta mil fragmentos de baúl de Pessoa llegan a mi curso diario. Veo autores que son una novela en sí mismos, la unión de la biografía y la obra se hacen una unidad consistente y pasan a ser relato. Narración arborescente según se penetra en ellos: "la bibliografía". Me sucede con Foucault, me sucedió con Pessoa y ahora éste último se hace presencia una vez más, presencia diaria. Es un conjuro. Recupero cada día un libro y leo las observaciones que tomé en la primera página y remiten al propio libro: página e idea. Veo el que fui y veo el que soy, comparo y reparto papeles en ese teatro vital: la propia novela de la vida. Aquella Lisboa que fue y esta Lisboa que es: la amistad y el amor. Sobre ambas transita Pessoa, sin mucha intención, distante y ocupado en sus quehaceres, obviando mi presencia. Pero le he visto, una vez más, en este septiembre hermoso de 2015.
+ A la espera de que llegue un repertorio bibliográfico, que no llega, que se retrasa muchísimo. Llamo al librero y me explica por qué se retrasa el pedido, doy por buena la explicación. A renglón seguido, me dice que recuerda perfectamente cuando compró el libro, que se lo compró a la hija del dueño anterior, que éste era un notable bibliotecario de la Biblioteca Nacional de España, una autoridad en bibliografías. No recuerdo el nombre, pero es una materia para una investigación que no emprenderé. Como tantas veces, hay una novela: todo libro la tiene una vez que se compra y comienza a circular, pues no son nuestros, son un préstamo. Toda biblioteca está destinada a ser revendida. Aunque, si nos detenemos un poco, se puede extender a toda posesión: una vajilla, una casa, una joya [v.gr.]. Ahí queda y sigo a la espera, ahora con el deseo incrementado.
+ Imagen: harinera, la geometría seca en una tarde de otoño. Castilla. Una suerte de enfrentamiento entre el cielo y la utilidad. Lo veo y disparo, encuentro la foto y la cuelgo aquí. Sin consecuencias.
sábado, 19 de septiembre de 2015
Lisboa_2015
Tatuajes, cerveza helada,
humedad. Una manifestación de taxis en contra de Uber, una manifestación que avanza
sonora y contundente por las calles del Barrio Alto: se enfrentan dos taxistas
a gritos: uno no quiere sumarse a la protesta y el otro le ofrece diez euros
para que pare: si es por dinero, toma, agita el billete en el aire y llega un
policía motorizado que los increpa ante una posible bulla: “vai embora, vai
embora“. Hay algo profético en ello y la
luz es especial, nunca antes vista, atlántica y metálica: una reverberación
azulada. Les oímos gritar otra vez, pero ya no entendemos lo que dicen y proseguimos
nuestro camino sin rumbo. La bulla parece quedar en nada y continua la
procesión de taxis negros y verdes, que colapsa el centro de la ciudad, que da
un tono extraño a nuestros pasos de turistas sin ganas de ser turistas.
Hablamos sobre ello y, finalmente, en un requiebro, llegamos a la misma
conclusión: Uber es capitalismo parasitario: eso lo leí yo en un artículo-entrevista
sobre Rafael Rojas, el profesor-ingeniero-mejicano que ejerce en Alemania.
(También dice Rafael Rojas que considera los smart phones innecesarios y redundantes, él
tiene un teléfono en el trabajo y otro en casa, y cuando no está allí el que lo
desee o lo necesite puede enviarle un correo electrónico; lo demás es marketing
o embrutecimiento). Esas cosas que tiene el conversar durante los paseos sin
rumbo en una ciudad querida y extraña, por descubrir: cómo se llega de la
lírica de Lisboa a los asunto del turbo-capitalismo.
Comemos en un bar muy pequeño,
imposiblemente pequeño. Bocadillos de atún con queso y cerveza sin alcohol. La
dueña ronda los treinta años y tiene unos hermosos ojos azules: insondables. Su
pelo es muy negro y habla lentamente, con oscilaciones, con sonrisas y elevaciones
cadenciosas de su tono de voz. Habla de sopas rusas y de postres caseros, es su
lenta parsimonia: me parece rusa, pero no lo aseguraría: no sería la primera
vez que confundo el ruso con el portugués: cuando me fijo un poco, sólo un
poco, me doy cuenta de que no entiendo nada, que es ruso y no portugués, ese
rumor que me llega.
El día es un don de encuentros y
casualidades, de retratos espontáneos y gratuitos. Una tienda de ropa, una
fábrica abandonada, el conservatorio de
danza clásica, un bar en la azotea de un garaje, el paisaje que se compone de
tejados y “o mar da paja”. El cielo es un azul engastado en cúpulas de iglesias
y bastiones de los bares de moda, terrazas para los últimos hipsters y litronas
para los primeros pijos. Algo canalla, algo melancólico en el declinar de la
tarde, cuando vuelvo a pensar en la mujer de los ojos azules, en su pequeño y
ordenado bar, en su ruego: escribid algo en las redes sociales, lleva poco
tiempo abierto este bar-restaurante, tan pequeño, algo, un comentario en las
redes sociales: pero yo no tengo de eso, no me alcanza, soy antiguo, tan
antiguo que cuando el metro que se detiene en una estación, en ese nombre de
estación de metro reconozco una parte de mi pasado y está tan desligada de este
presente que me siento parte de una novela, la novela de mi vida.
Mi pasado, mi biografía. Sin
mirar hacia atrás, sin perder el tiempo con el futuro. Pero siempre hay unos
cimientos, una base, un pedestal o un plinto. No sé, sin proyecto también se
llega. Ese es mi legado para los hijos que nunca tuve: etcétera.
Otro largo etcétera de tipos y
costumbres: la porcelana y el café, las pulseras y la mendicidad, deformidades
y aristocráticas letanías que ya no me interesan: soy, en verdad, otro, aunque
el mismo: un heterónimo de mi mismidad. Soy otro y soy mejor, lo sé y eso me
satisface, me otorga una paz invisible pero solida, que se aclimata a Lisboa. Lisboa
todavía es “un otro lugar”: un más allá dentro de la península, dentro de la
geografía sentimental de mi adolescencia: tan lejana, tan extraña como
hipnótica, rutinaria e incomprensible. A
pesar de todos los procesos de homogeneización, Lisboa continúa siendo “un otro
lugar”, me digo con satisfacción.
Pero, dónde está aquel mundo del
año del noventa y siete. Hoy, entre la selva de tatuajes y teléfonos
inteligentes, hay un algo que perdura
más allá del paso del tiempo. Casi veinte años después, vibra la misma cuerda,
en la misma longitud de onda. Se trata de esa melancolía que inspiran sus
calles y su luz lavada y cegadora. Todo ha cambiado para ser lo mismo, como
decía el aristócrata de la película de Visconti. Las figuras de las sardinas y
la presencia constante de Pessoa, emblema de la ciudad tan desconcertante como
fragmentaria. Y vuelvo al poeta, en este año quince: llama la atención que un
hombre que vivió en la frontera de la miseria a lo largo de su edad adulta hoy
sea una industria turística, un emblema indiscutible. So omnipresencia no se
corresponde con mi idea del personaje, que considero más ajustada que todo el
ritual en su entorno.
En fin, estas paradojas un tanto cervantinas
nos agradan, las hacemos nuestras sin darnos cuenta, como mención a un proyecto
inacabado: ese triunfo tras la muerte que ya de nada vale. Y, así, llegados a
los Jerónimos se comprueba que ahora está allí su tumba, que hay una
universidad con su nombre, que el perfil de su rostro es motivo para
envoltorios de chocolates o cervecerías o pastillas de jabón [carísimo]. El
rostro del poeta que vagó por estas calles entre la magia y el vapor alcohólico:
el alcoholismo: sumido en una marea de resonancias de ciencias ocultas y
poesía, de glorias pasadas y una extraña vanguardia integrada en exclusiva por
el mismo. Esas aristocracias de cartón piedra y humo y viento. El sombrero, el
paso nervioso, su bigote, sus gafas, la corbata. Todavía camina con paso
decidido por las calles, quiero pensar cuando estoy ante su incomprensible
tumba.
Lo dicho, los tatuajes son un
misterio y Pessoa es otro misterio, lo que no quiere decir que sean
equiparables. Su tumba es un monolito incrustado en una hornacina. Estamos ante
ella, lo comentamos y hacemos una foto: con dificultad, pues el público es
numerosísimo. Estudio el monolito con
dificultad, pues no dejan de pasar turistas uniformados [bermudas, sandalias,
camiseta y gorra], turistas que no cesan de fotografiar esa totalidad del
claustro: el autorretrato que ahora se llama selfie, que remite al egoísmo, la
cámara excesiva en manos del aficionado, la pequeña cámara para instantáneas y
la fugacidad del propio teléfono. Así contemplo la estela y me digo que
extraño; yo también soy otro, otro que finge ser el mismo: como el poeta: un
fingidor. Hago mi foto de ese recuerdo funerario. Bien: flota en la pantalla
del ordenador. Cristal líquido, amor nocturno, puentes rojos que vuelan sobre
el estuario. Año 1966.
Libros y libros que tratan de
explicar la crisis, el liberalismo o los recortes que se han sucedido en las
diversas naciones del proyecto europeo. Recetas y responsos, lamentos que
dictan sentencia, aciertos y pronósticos. Libros que duermen en las estanterías
y en los mostradores junto a biografías de urgencia de políticos lusos,
estadistas europeos y nuevos políticos del otro lado de la ‘raya’: Monedero o
Pablo Iglesias tienen su particular altar en la librería Bertrand, que ya no me
parece lo que me pareció hace casi veinte años. Los veo y los ojeo y no me sorprendo, termino
por comprar una edición del Livro do Desassossego. Son treinta euros, una cantidad respetable. Me
interesa profundamente el escritor, me interesaba Pessoa antes de saber quién
fue Pessoa. Tal vez por que sé que hay un algo fragmentario e intangible que
comparto con el libro y con el autor, que tiene para mí un interés mayor que
aquello que se ajusta a la realidad más actual: la realidad como construcción
se ve reflejada en una pintada sorpresiva: no tienes que encontrarte ni
buscarte, debes construirte. Lo recuerdo mientras caminamos por las calles, sin
rumbo. Y en ese orden de cosas entra el libro de Pessoa: la falta de un
proyecto determinado, pero que poco a poco toma cuerpo casi por arte de magia,
por un conjuro.
En un aparte, más tarde, en
Oporto, leo le libro y percibo claramente como al tiempo que he cambiado hay un
algo que se mantiene más allá del tránsito de las edades: la indecisión y la
fortaleza, como la sombra y la luz (así rezaba la canción de RF [=Radio Futura],
que ahora hago mía).
Allá quedan las pensiones agrias
del noventa y siete, el licor, la ebriedad, el calor denso del alcohol fuerte:
A Gingihna y el Bernardino, la ginebra o el whisky malo y resultón. ¿Somos los
mismos, este que viaja en un cofre de erudición falsa y cámara de fotos, sin
tomar notas, sin opinar, abstemio y observante, y aquél que se deslizaba por
las calles, solitario, bajo una luz tangencial e hiriente, que fuma sin
descanso y con desesperado nerviosismo, que leía y tomaba notas y no esperaba,
en el claustro de la ebriedad, sin cuestiones que planear ni resolver?
En las mesas de los centros comerciales se
pueden ver grupos de hombres que discuten con pasión sobra la esencia de lo
portugués, las próximas elecciones y la crisis. La crisis es el catalizador de
todo pensamiento, me digo y desconfío de lo inmediato de esa conclusión. Lo
hacen con pasión e histrionismo, ante la nada de sus mesas vacías. Se alteran,
vociferan y caen en un silencio pasmoso y cargado de soberbia. No consumen nada
y unos periódicos gratuitos permanecen cerrados a su vera: los estrujan, a
veces. En otras mesas, algunos dormitan o escrutan al público que circula por
los pasillos del centro comercial, que vomitan la multitud en esa plaza
artificial, más allá: un grupo analiza resultados futbolísticos y los anota en
grandes libretas escolares, una tarea que semeja estéril y al tiempo exigente. Parecen
ilusionados, pero hay una falla en ellos, en el grupo, en cada individuo que lo
compone. Es como si llegase el sonido de una caja de música para colorear el
archipiélago de lo cotidiano. Hay algo fundamental en el centro comercial, en
sus tiendas cerradas y en el tránsito de lo turistas. Es la rutina y el latido
de un pueblo que se resiste a naufragar en el Atlántico, una vez más.
No es posible soslayar la meditación sobre
lo fragmentario que me lega Pessoa. Días más tarde, ya lejos de Portugal, releo
unos papeles pendientes y me encuentro con otra suma de elementos: textos de W.
Benjamin en los que subraya su incapacidad para lograr encajar sus textos en el
ámbito universitario. Llegado un momento, quizá esta mañana, en la radio
entrevistan a un director de cine joven: no tan joven: 40 años, algo más viejo
tal vez. Le oigo hablar y semeja que en su biografía hay una misión, un asunto
más religioso que artístico, donde pone más liturgia que trabajo. Su película
es una película de acción. Ha estado de viaje en Estados Unidos y le fascinó
encontrarse en una terraza a Al Pacino, lo relata detalladamente: no fue capaz
de dirigirse a él: es lo que gana, creo yo. Una cosa lleva a la otra y todo
termina por tejerse sin mi ayuda: es uno que triunfa entre mil, pero el acento
se pone en el primero y los restantes caen en el olvido o en la inexistencia.
Me interesa más la historia del que no es entrevistado, del que no llega al
puerto de la dirección, que todas sus esperanzas nunca llegan a plasmarse.
¿Fragmentariamente? Apuntes, notas, entradas en un diario. Lisboa es un hito en
mi biografía, una ciudad mágica, secreta, interna. Ahora, en la lejanía, la
añoro como un adolescente en invierno añora a su novia de verano.
+ Un triunvirato: el viaje, el verano y el turismo. El viajero, el veraneante y el turista. Cada cual en su nivel, con una suerte de programa que le llevará a encarnar un papel, como en una obra de teatro. El viajero es imposible, el veraneante muda con frecuencia de piel y es muy difícil captar su espíritu [ya que no tiene otro que el momento fugaz de la estación de las playas y los anocheceres alcohólicos y deterministas], el turista, finalmente, sólo obtiene desprecio: la masa no es del agrado de los snobs que constituyen el grupo de viajeros o veraneantes. ¿Dónde encuadrarnos, o, mejor, dónde nos encuadran: viajeros, veraneantes, turistas? De un tiempo a esta parte cada vez estoy convencido de que la mayoría somos turistas de nuestra propia vida, y ni quiera por decisión propia, sino por inercia. ¿Todavía hay margen para una estancia ajena a esta clasificación?
+ Imagene(s): 1. Desde el arco de A Praça do Comércio; 2. Un azulejo que resume una visión de la vida, un estado de vida; 3. Un un entorno fabril reconvertido en centro comercial, un tanto in, un tanto out; 4. Un restaurante: ¿Primeiro Andar? 5. A Praça do Comércio, también desde el arco. Etc.
sábado, 12 de septiembre de 2015
Noche oscura del alma
+ Hoy pensé en alguien que en este momento escribiese un poema para Amy Poehler. Sobre sus ojos, sobre su voz, sobre su presencia, sus pechos, la sonrisa, las manos o un gesto velado que incite a la lujuria. Un enamorado en la longitud de la pantalla del ordenador, en el esquema breve de lo mediático. Una singular obra: un soneto, tal vez, una décima, quizá, o una colección de silvas. El juego de estrofas le daría al objeto una altura insuperable, pero ¿dónde está ese poeta? No sé, la actriz encarna nuestro tiempo, me digo y no creo en la afirmación, sólo me interesa la posibilidad de un poema. Flota esta incerteza en el ambiente y en ella me descanso. Ve las fotos de Amy y encuentro un atractivo ambivalente y moderno, en el punto de su edad próximo a la cincuentena. Vuelvo a verla y me recuerda a una profesora de inglés que tuve hace ya unos años: su sonrisa, la voz, la mirada, una suerte de estructura de curvas y ademanes. La rememoración no es gratuita: vuelve aquel momento y creo ver en ese retorno la esencia de ese poema posible y no escrito y muy nocturno: la muerte es el tema, siempre es el tema. En las últimas semanas lo he repetido cínicamente: cuando comentes un poema, aunque sea tras el decorado, afirma siempre, explícita o implícitamente, que la muerte es el tema. En Amy Poehler encuentro esa certeza de la muerte, pero también la encontraría en cualquier otro rostro. Lo sé. Pero es ella, hoy es ella.
+ En el inicio de La arboleda pérdida de Rafael Alberti se hace una contraposición entre dos belenes. El primero es el que realiza un empleado de la familia, con mucho esmero y dedicación, sin admitir intromisiones. El segundo es obra de un tío del poeta, del que dice que era un belén "arisco y helador", algo que sorprende cuando se trata de algo tan inocente, infantil y hermoso. Pero es posible, las combinaciones se lanzan al infinito continuamente. En esta prosa tan rica y fluida, plagada de admirables hallazgos que cruzan con disimulo el curso del relato, la función de los belenes parece ser la de poner un acento en la oposición que hay entre lo popular y lo construido con intención de imitar lo primero, pero sin conseguir ese propósito: un belén todo de arcilla, "un planeta petrificado": la metáfora del derrumbe de una casa, de una familia. Abandono el libro por un momento y escribo esto que lees.. Mientras la idea aletea y se aleja, regresa nuestra infancia, pues resulta difícil no pensar en los belenes que se compusieron en aquellos años de niños, cuando nuestros padres nos llevaban a los montes próximos a la ciudad en busca de musgo y piedras, líquenes y arena, ramas y hojas con las que simular ese mundo tan fantástico como imposible pero con una razón auténtica y verosímil: el avance de los Reyes Magos, la espera de la llegada del Niño Jesús, el caminar diario de los pastores hacia el portal. La lectura de las experiencias de Rafael Alberti trae consigo recuerdos de infancia: como se ha dicho hace un momento, de una infancia feliz que nuestra madre se encargó de cuidar y preservar con la ayuda necesaria de nuestro padre. Qué satisfacción produce ver el panorama tras el tiempo, como el trabajo bien hecho de un artesano, la perfección de un botijo o de un cedazo, ese imponderable que no alcanza lo fabril, por muy exacto que éste sea. Ahí vive. Todavía, nuestra madre, los belenes, los niños que fuimos y que respiran en nuestro interior, aunque con frecuencia no queramos oír sus pasos: de nuevo, en este mes de septiembre.
+ Pájaro-cabra: un mote que no fui capaz de descifrar, tampoco quién lo citó lo logró. Qué regocijo en la mañana. Cuánto espacio para imaginar el relato del apelativo. ¿Una cabra voladora, un pájaro de cuidado que no está muy bien de la cabeza o una simbiosis emblemática entre el que vuela y la que cornea? A saber, pero la cita queda ahí.
+ Un hasta pronto [Foucault]: Copio una cita de (F.) del libro de Miguel Morey Lectura de Foucault: "En cuanto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante, me doy cuenta de que no he escrito más que ficciones. No quiero decir, sin embargo, que esté fuera de la verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad, 'fabrique' algo que no existe todavía; es decir, 'ficciones'. Se 'ficciona' historia a partir de una realidad política que la hace verdadera, se 'ficciona' una política que no existe todavía a partir de una realidad histórica" [Les rapports de pouvoir passent à l'intérieur des corps, entrevista con L.Finas 1977].
+ Recuerdo cuando disparé la foto. Hace ya casi un año, en Guadalajara, en busca de un acento abstracto: un banco en un paseo que se convierte en algo o futurista o constructivista. No sé. Hoy hubo un momento en que la abstracción fue requerida, aquí queda constancia de ello.
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