sábado, 12 de diciembre de 2015
Escucha
+ La sensación placentera de una tarde noche de conversaciones, cerveza y pequeños y humildes manjares detiene el tiempo. Es un instante de luz y verdad. La verdad construida y necesaria, en nuestro propio interés. Son momentos cargados de poesía y oportunidad. El viento es suave y el otoño no es otoño, sino una prolongación del verano. Las calles transmiten alegría y deseo de vivir, no es la Navidad, hay algo diferente en esa noche de sábado. La palabra vibra en el ambiente, pero se resiste a ser capturada.
+ Una burbuja de poesía barroca y música de ese momento. Un laúd que suena, una tirada de octavas reales que se leen sin prisa. Y fuera llueve, suavemente llega el sonido del golpeteo sobre una tejadillo. No se detiene el tiempo, pero la sensación es esa
+ Historia de la fotografía. Abro el libro y dejo que fluya su vida en mis manos. Así llego a esos extraños paisajes en sepia. Pyramid, se titula uno: unas rocas en el Lago Pirámide de Nevada, en 1868; montañas de Uintah, en Utah, 1869. Me quedo un largo rato estudiando las fotos. El color y la presencia que ese estatismo me otorga en la tarde del miércoles festivo. La música de Bach abre un camino que hace que la irrealidad del momento se acreciente. Una burbuja, un puente entre una sensibilidad y la mía. Aquí estoy ante el grueso tomo que se abre en las páginas 198 y 199, ese aspecto de metal gastado en el uso en el taller o en el trabajo diario que añade brillo y restos de grasas y costurones: así se me asemeja. Pero no. El referente es otro. Días luminosos en paisajes que serían una plenitud de azules y verdes intensos, pero eso no se corresponde con la representación. Dudo que en la intención del fotógrafo estuviese la idea que hoy transmiten las fotos: un paisaje desolado y profundo, en el que la ausencia de figuras y animales nos hace participar de una inquietante realidad del tiempo: todo pasa y nada permanece. Ese agrio paisaje lunar es nuestro hábitat: la recuperación de la memoria, que se sumerge, otra vez, en la estantería. [Antes de regresar a la estantería, el tomo me regala la estampa de una japonesa que muestra sus pechos: colores desvaídos sobre el mismo sepia, la certeza de que ya no vive y en la foto es una adolescente, y no cabe otra respuesta: las fotos en su hieratismo son finitud]
+ Ejercicios diarios para no perder el punto de vista, la posición privilegiada: no olvides que eres mortal, subrayan.
+ Y escucho a Sibelius, al tiempo: hay una suerte de otoño teñido de días luminosos, nieblas en las primeras horas y estrellas en la últimas horas de la noche. Escucho a Sibelius y recuerdo su afirmación de cómo llegan las primeras nieves. Hace frío a primera hora y la niebla asciende desde los arroyos. Es una imagen fantasmal que de alguna manera ha de pervivir durante el resto del día: los luminosos y extraños días de diciembre. Una grulla sobrevuela la ría y pienso en que alguien dijo que las Soledades de Góngora se podrían localizar en las Rías Bajas. Estudio la bajamar y trato de establecer un paralelismo. No hace falta. Parece que la ascensión de Sibelius habla de la muerte, de la proximidad de la muerte. Se dibuja el vuelo de un cuervo, un gato traspasa un muro vegetal, las ovejas pastan medievalmente. El viernes está esmaltado de fuego y alegría. Profundos acordes de piano nos recuerdan quiénes somos, tal vez.
+ Imagen. Durante un paseo por Madrid, a última hora, el estudio de tatuajes. A través de un escaparate se ve la escena y tiene algo de interior holandés, de laboriosidad burguesa anclada en inicio de la modernidad. El camino continua y el trabajo no se detiene. Los días son hermosos en su sucesión acorde con sus ritmos.
