sábado, 5 de diciembre de 2015

Banquetes




+ El gusto por lo paradójico se manifiesta con mucha frecuencia, más de lo deseable. Por ejemplo, en las conversaciones de sobremesa, en los previos a la comida. Hablar del perro que caza salmones, del candidato y su guitarra eléctrica, las capacidades ornamentales de aquél que ya no está, de sus hermosas y descarriadas hijas. El ejemplo, la sentencia, la conseja. Así, la conversación deriva hacia lo íntimo, donde la paradoja también tiene cabida. Ese salto entre lo que se espera y el deseo se hace carne mortal en esas apreciaciones que el vino y el licor impulsan. Observar su desarrollo, el ámbito de expresión y la consecución es un entretenimiento empalagoso. Llegado un momento, todo es sabido. Los chistes, las risas, los gestos. Se han visto en demasiadas ocasiones y no reflejan más que una arista iluminada: vidas que consisten en digestiones y trabajo, trabajo y sueño, el tránsito de los días y las noches. Émulo del tiempo, la mirada se disuelve. No volveré más, me digo y la tarde es transparente en su camino hacia la noche, hacia su oscuridad y su certeza.

+ El dialogo y el banquete van de la mano. La mesa bien puesta, los platos bien cocinados y el vino abren los sentidos e iluminan el ingenio. Pero también la maldad, la maldad que crece contra los ausentes. Al que llaman espantapájaros, el otro que es un borracho o jugador, que dilapida el pan de sus hijos, y el de las deudas y el del sexo rápido y el que vaguea y que el paga sin preguntar. Total, conforme avanza la comida se aprecia como los muros se derrumban. El que no bebe resulta inquietante, como todos los abstemios. En ausencia de alcohol, cuando los otros beben, se llega al centro de las personas, que hasta ellos desconocen: cuando la maledicencia los desnuda y les traiciona, sin percibirlo siquiera.

+ [1 Corintios 1:28, Biblia de Jerusalem]: "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es".

+ [Las vestimentas, el vestuario del héroe]. El cambio de aspecto contiene subterráneas razones, también la persistencia en un estilo alcanzado: años atrás, quizá en la adolescencia. Qué es lo que se puede esperar, qué es lo conveniente: agitaciones sinuosas y fluidas. Detalles en el atuendo, fosilizaciones de antiguos gestos, su renovación, el rubro y la sentencia que se materializa en lo diario. Ayer parecía aniñado, en el viento que desorienta, pero una ráfaga lo transforma todo: un hombre, con su madurez y su peso, delgado y afilado, sin sonrisa ya. Vierte el tiempo su sentencia y ésta es peligro y certeza.

+ Imagen. El autobús trata de salir de Bath, con destino Londres. Desde esa altura se ven las luces de las casas: se traspasa la intimidad: el salón, la habitación, el momento de la lectura, la charla, el televisor en soledad. Un semáforo detiene el autobús y se ofrece el hervidero de un restaurante, en un primer piso, a la altura de los asientos de los pasajeros. Qué realidades engastadas en el espacio que las comprime, disímiles y simultáneas. Así es el observador y el observado.