sábado, 14 de noviembre de 2015

Emblemas



+ El avión aterriza en Madrid sin incidencias. Un martes cualquiera de un noviembre cualquiera y el aeropuerto es una pausa en la vida, como si nos hubiesen desconectado, convertidos en mercancía. La estabulación es precisa y nuestro caminar fluye: entrar, salir, la cinta mecánica, entrar y salir, la escalera mecánica, los controles, los puestos de comida y de objetos de lujo, un recorrido que es resultado de muchos saberes y extensas experiencias. Entrar y salir de pasillos y recibidores grandísimos y muy luminosos, tan cegadores a veces. Todo se nos escapa y nuestra visión se condiciona, intencionadamente, por los siglos XVI y XVII. La poesía es de gran ayuda o, se puede decir, un manual para encarar el desasosiego que aporta el viaje en el low-cost: henchido de vanidades y asperezas. Espejos y trucos. Nunca tiene demasiada importancia. Madrid es el destino.

+ Los poetas malditos. Camino por los pasillos que comunican los andenes de las estaciones de metro con otras estaciones. Lo que carece de personalidad nos sitúa ante la nuestra: el vacío. Los rostros son un espectáculo en sí mismo y nuestro rostro es uno más entre mil, en su sucesión, en el efecto yuxtapuesto que resulta de su contemplación. Sin demasiada esperanza me dirijo a la biblioteca central. He de encontrar unos libros y proceder a entresacar información y datos. Son labores subalternas que me resultan muy agradables: el viaje, la localización del edificio y la petición de los libros. En la soledad, en la penumbra que ofrece la biblioteca me paro a pensar en si es el estilo de vida deseado el que marca una vocación. El ejemplo más claro es el de los poetas malditos, que navegan entre lo excelso y el hambre. Esa distinción, esa libertad que tiene un precio alto y extraño. El precio, el coste y el beneficio. Alguien decía que la vida es un negocio que no cubre las pérdidas. La biblioteca, los lectores, el bibliotecario, libros, luz tamizada. En la biblioteca central el tiempo se ha detenido y carecen de importancia las preguntas que hace un momentos nos llenaban de un ácido desasosiego. ¿Una esquirla de luz y paz?

+ "Que necio era yo antaño /aunque hogaño soy un bobo", decía el romance de Góngora. Hay enfermedades que no se curan, cómo lo sabemos.

+ El bar de los emblematistas. Resultaba interesante escuchar cómo se expresaban aquellos tres hombres. Uno decía "es usted muy inteligente" y el otro replicaba "sólo es cultura general". Su conversación trataba de la belleza. Mujeres bellas, hombres bellos, bellas melodías de hermosísimos conciertos en el Auditorio Nacional. Mencionaron a Malher y se conmovieron. Qué inteligente. Sólo es cultura general. Vestían ropa vieja y remendada, bebían de pequeños vasos de cerveza y masticaban las patatas fritas como si de un manjar se tratase: y tal vez sí era un manjar, ya que la posición del gourmand es la que determina la calidad de la delicatessen . El bar era un bar asturiano en el centro de Madrid, una isla en un mar de gastronomía y pijerío tras el trabajo semanal: esos bares de la distancia y el saber sin fundamento, con sus decoraciones y la acumulación sintáctica de adjetivos y sustantivos elevados y contradictorios. Pero no. Se atesoraban allí lecciones que no se pueden llevar al papel porque giraban en una comunión perfecta de voces e imágenes. La belleza de Audrey Hepburn, su estilo, la elegancia hecha mujer. Y pregunta uno, sin venir a cuento, cuántas cuerdas tenía la guitarra de Narciso Yepes. Otro responde que ocho y que le dio clases particulares de dibujo técnico a uno de sus hijos. Qué inteligente es usted. Culto, te ha dicho que culto, no inteligente. Todos ríen con ganas, sin imposturas. ¿Cuál es la diferencia? La noche de noviembre era inverosímilmente cálida, la cerveza helada recogía todas esas verdades y otras: el fracaso, el emblema del fracaso, pero con una alegría de vivir muy doméstica, muy castiza, traspasada de serenidad y asunción. 

+ El metro. Hablan sobre sus proyectos de futuro y son jóvenes, muy jóvenes. Un máster, una boda, el trabajo y las posibilidades que se les ofrecen. "Pagaremos por trabajar y así tener experiencia para poder trabajar y cobrar un sueldo de mierda", se rieron. "Yo lo tengo claro, voy a hacer el máster de bioquímica, que me abrirá las puertas de la investigación". "Te pedirán un ocho, como mínimo". Trato de argumentar que podría entrar "ya que...", pero el otro negó con seguridad: sabía de lo que hablaba y esto le otorgaba autoridad. No puedo olvidar cómo su cara se ensombreció, poco antes de llegar a la estación de Moncloa. Todavía era joven, muy joven. Tercero o cuarto de carrera. Conozco estas desilusiones y el tiempo me ha enseñado que no merece la pena sumergirse en ese estanque de aguas putrefactas. Bajó la cabeza y no volvió a hablar.

+ Un hombre de luto habita en mi interior. Me examina y me explica cuáles son mis irreparables culpas. Es exhaustivo y certero. Desgrana el pasado sin piedad. A veces crece, otras mengua. Es alto y afilado, tiene un espeso bigote negro y un sombrero siniestro. Le escucho y hablo con él: qué error. Parece que lo hubiese dibujado con trazos nerviosos un hábil ilustrador de periódico, de chistes paradójicos y tristes. El hombre de negro no permite el descanso. Pero, cuando subo al coche, cuando enciendo la radio, suena Bach y puedo observar como ese hombre de traje oscuro de raya diplomática, se desvanece, se difumina, se hunde en su propia hiel. El viernes es luminoso.

+ Imagen: las sombras, la luz, el atardecer y esa geometría que no promete nada ni nada significa. La reparación de lo vivido, se podría poner allí: pero sería inexacto y las líneas hablan de lo contrario: lo exacto. Lo certero.