sábado, 21 de noviembre de 2015
Huesos mortales, alma inmortal
+ Hay algo inesperado en los museos, siempre. Es una sorpresa que aguarda y que se relaciona con el estado de ánimo del visitante. Es imposible la duplicidad, un día la visita se compone de aburrimiento o tedio, días después se descubre, una vez más, el deslumbrante misterio de la pintura. La pintura: reina sobre la abulia del día y transforma el vacío en luminosa certeza. Así buscaba yo en el Prado La caída de Faetón. Como una chispa que salta en el bando de trabajo del metalúrgico, me di cuenta de que no era posible, que es un cuadro que no está expuesto. Sin embargo, el azar me llevó, otra vez, hacia La Condesa de Vilches: su carnalidad, su acuosa y penetrante mirada: el cielo de sus ojos. Lo admito, tengo enmarcada una pequeña reproducción del cuadro, que cuelga en mi cápsula de lectura, desde donde esto escribo; a veces abandono la lectura y me centro en el cuadro: un momento, un instante. En fin, qué gozoso encuentro: un emblema y un amuleto. Lo recuerdo, la calles de Madrid me había sobrepasado, un cansancio delicuescente y antiguo me lleva al fondo de mi mismidad: donde los posos son oscuros y satinados se agitan, pero ella, Amalia, la condesa, me rescató, me liberó del hombre de luto. Ese ámbito francés, la lejanía en lo oscuro, la luz, esa posición del cuerpo, la línea de las manos, qué cercanía, qué enamoramientos. La luz que se desliza por la piel desplaza la tristeza, la curva del retorno. Una medicina.
+ Rescato de la estantería Los huesos del poeta, de Pedro Flores.
+ Los barrios del extrarradio. Los veo desde el avión, sé que por alguno he paseado: hace tiempo, unos años atrás. Llegar en autobús o en un metro lejano y transparente, a la luz del paisaje, lejos de los túneles y las estaciones oscuras. Edificios repetidos hasta la nausea, sus torres clonadas, el vacío de los parques humildes y pelados, otras veces no: parques altivos y con árboles enhiestos y arqueológicos. Las calles peinadas por el trabajo diario y la obligación regular de los hijos y los matrimonios que perviven más allá de la jubilación. Pasear aquellas calles, beber el coñac honrado de las horas vespertinas, fumar tabaco rubio y ver cómo los mercadillos se extendían hasta los inicios del campo. Eran otros tiempos, otros afanes. La poesía se transforma en poética, en tesis y explicación. Hay una pérdida en todo ello y eso está bien, el cambio es único significado posible que se puede entrever desde el avión. El cambio es la única respuesta posible. Se extienden esos barrios y son nuevas edificaciones, nuevos matrimonios, renovados afanes. Siempre lo mismo: cambio.
+ Petrarca y su desenterramiento. ¿Es ese el tema, los ladrones de cadáveres sublimes? Petrarca, por ejemplo, Cervantes como complemento de esa cacería de turismo y oportunidad: como dicen los cursis: poner en valor. La muerte del escritor, del músico, del pintor. Las exequias y el cadáver: inflado polvo gris, dador de dineros y escultor de progresos y turísticos faros. Estamos ante el parque temático total, que necesita de nuevas atracciones que hagan de cebo para los turistas: esa industria. El barrio de las letras, los viejos y los jóvenes creen verse reflejados en esas biografías, con el testimonio del ataúd, de la cripta, las monjas que custodian al muerto celebre. Pero no, el libro es una larga reflexión sobre el amor no correspondido, sobre el amor, su sentencia. Esa distancia que establece la figura de Laura. La vemos en la iglesia, vemos al poeta, nos vemos a nosotros: como lectores de ese juego de espejos. Pero esto parece no interesar, se trata de hablar de cajas registradoras y de recuerdos de plástico malo, de fotos junto a la tumba y de cafés con el nombre del poeta a tres euros cincuenta. No es el mal, es la banalidad.
+ Baraka: la suerte, la racha, quizá el carisma en un sentido de triunfo y comunión con los otros: casi como una capacidad para enamorar. No creo que esta defición sea todo lo precisa que deba, pero a mí me vale. Baraka es una palabra que proviene del árabe y es muy del gusto de los jugadores de poker. Tener baraka es que todas las cartas vengan con su particular bendición: el triunfo sobre las otras manos. Así hay políticos con baraka o actores o empresarios: cualquier puede estar ahí. ¿Cualquiera? Es algo que he aprendido en el casino de la vida cotidiana: se tiene o no se tiene y oponerse o intentar forzar la situación sólo produce perjuicios. Por qué éste y no aquél, no es algo de lo que ocuparse. Es complejo cuantificarlo, determinar la cantidad de trabajo o éxito que compone ese triunfo, pero está ahí y se puede ver, cómo llega, cómo cuaja. Así se aproximan las elecciones, en clima que reina más la oportunidad que la capacidad. Mientras, se dan las cartas: una vez más. Baraka 2015, sería el título de la película
+ Imagen: a la entrada del museo: con una contenida emoción, con una contenida impaciencia: ¿seremos más cultos a la salida? Ahí está la lista de los más grandes. Qué unión, qué certezas.
