sábado, 24 de octubre de 2015
Transiciones, permanencia e intución
+ La carrera. El domingo por la mañana acompaño a mi hermano a una carrera, una media maratón. El color del cielo es el gris que trae la lluvia y la niebla, un plomo viejo y pesado. Este plomo tan otoñal hace que los atuendos de los corredores destaquen con fuerza: amarillos, azules electrizantes, naranjas, verdes explosivos. Zapatillas de ciencia ficción en el presente inmortal. La entrega es clara y certera. Más de mil participantes. Sus verdades y mi enmascaramiento tras la pantalla que traza la música del Mp3. Observo y no sé si soy observado, pero me dispongo a estudiar la carrera, sus liturgias y sus ritos, la función social y el acervo que se atesora en estas gestualidades. Un sociólogo de fin de semana, el envés del filólogo que finjo ser: un pensador de ocasión. Nada. No es una cuestión de respuestas, ni siquiera de plantear preguntas, observar sin motivo y lanzar una mirada hacia el fondo del asunto, obviarlo y dejarse mecer por una tristeza dulce y falsa, sin esperar mucho. Que el tiempo se deslice y nuestra indiferencia lo enaltezca . Y así es. Me sorprende ver a conocidos lanzarse con el rostro desencajado al final de la prueba. Una velocidad, un estilo, una razón de ser. Pienso en los que tienen hijos, en sus ilusiones y en el paso de los días, en la razón del trabajo y la reproducción. Pero, lo dicho, no encuentro nada. De regreso hablamos de la mujer de uno que falleció hace unos días, decía ella que le gustaría creer, en ese momento, pero pronto rectificaba y se entregaba a la tarea de asimilar la ausencia de su marido y la crianza de los dos hijos. Creer, ahí es donde todo se resume: la carrera, los hijos, el trabajo, el placer de ver sin ser visto. El placer y el dolor van unidos y en la carrera se percibe con claridad, la muerte es la prueba final. Todos ellos morirán, del primero al último, pero no es momento de pensar en ello, nadie ni nada se puede detener.
+ [El cambio es el motor. El motor es el cambio. No hacer nada. La inactividad]. He leído algo sobre una intervención artística: una falsa becaria, Pilvi Takala, artista finlandesa, 1981, es admitida en una empresa de auditorias. Pilvi lleva a cabo su proyecto: a la manera del escribiente Bartleby permanece en las oficinas sin hacer nada: en un rincón, en el ascensor, en un archivo. Casi nadie en la empresa sabe cuál es su propósito. ¿El resultado? Un inquietante malestar y nerviosismo entre sus supuestos compañeros de trabajo. La inactividad no se puede tolerar, ese espacio que se abre abismalmente, en el gozne del tiempo, el tiempo que se rompe y la jornada laboral comienza a perder sentido por esta manera de subrayar lo convencional que recubre la totalidad del día: horarios, tareas y responsabilidades. Como siempre, el tema es el tiempo y, por ende, la guadaña. La guadaña resume todo hacer artístico, humano: también.
+ [Tarea]. Imponerse tareas y comprometerse con ellas es una medicina, un fármaco: en su doble sentido: lo que cura, lo que envenena. Así, dedico diariamente quince minutos a leer La Cartuja de Parma, así me dejo mecer por la textura de la obra de arte que se eleva sobre la narración. La narración como materia, su inconsistencia y el peligros equilibrio entre la medicina y el veneno. Ay, cuánto se ha dicho ya, cuánto se dirá. Y otra vez, en el tópico, pienso en Fabrizio del Dongo y en la batalla de Waterloo, que él no sabe que está allí, que no sabe que es el final de su admirado Napoleón, en resumen: desconoce lo que sucede. Pienso en ello en el comienzo del día y me digo que todos somos un poco Fabrizio, y no sabemos dónde estamos y solamente comprenderemos con la distancia, una vez que todo haya sucedido y tengamos la perspectiva necesaria y suficiente. La lectura, también, es un arte; en ello estoy.
+ Y decía Valcárcel Medina: "la vida bien vivida, es arte". Para tomar nota, para recordar durante todo un día, para glosa o, tal vez y mejor, para permanecer en silencio.
+ Imagen: la abstracción de un disparo fortuito: tras la lluvia aparecen claros y las sombras se recortan con dureza, sin templanza: metafóricas estelas del paso del tiempo.
