sábado, 10 de octubre de 2015

Vapor


 + Las noches de los viernes acentúan una magia subterránea, aunque esto no tiene, necesariamente, un sentido positivo. Esa magia consiste en su raíz en que se ven descubiertos fantasmas, del pasado y del presente, fantasmas que profetizan un futuro indeseable. En otras palabras, el cruzarse con un conocido visiblemente deteriorado no deja de causar inquietud. Le vemos un poco más delgado, pero con un extraño sobrepeso que se localiza en su vientre, que parece caer, como un peso muerto: una balón redonde y, tal vez, negro. No se ha afeitado, pero tampoco se puede decir que tenga barba. Sus ojos están alucinados, camina con pasos pequeños y hay algo hierático en su expresión que no se concreta, que no se identifica, que resulta desagradable a la observación. Le conozco más de lo que deseo. Sus palabras fueron algo incomprensible en un primer momento, como un reguero de acertijos y dobles sentidos, luego llegó un punto sin retorno en que vi que todo aquello era una pantalla tras la cual no había nada, sólo un simulacro de ingenio y oportunidad. Ahora está gravemente enfermo, enfermo de sí mismo y su alcoholismo y su tendencia a la cocaína. Y, regreso al comienzo, es una magia lo que se aloja en su deambular, en la levitación sobre el pavimento de piedra, algún truco que desconocemos y no tenemos intención de indagar en él. Son fragmentos del pasado que emergen sin una cualidad moral clara: no hay una enseñanza, salvo la descomposición de la persona: gradual y exacta. ¿Cómo estará la próxima vez que le crucemos, cuál será su mácula? ¿Y la mía, y la tuya?

+ Sin un lugar determinado a dónde ir [No particular place to go, Chuck Berry]. El otro día llegó la música de Chuck desde algún lugar profundo del reproductor de Mp3 que tengo en el coche, que funciona continuamente cuando conduzco. No recuerdo qué canción emergió, sí recuerdo la primera hora de la mañana, su luz y una vana tristeza sin motivo: Chuck Berry consiguió que me animase. Cómo se lo agradezco, de la misma manera que hay poemas que consiguen que se afine la mirada sobre el día o se oscurezca el brillo deslumbrante, obsceno y barato de la soberbia estúpida. Por eso, hoy domingo, cuando han comenzado las lluvias su trabajo, su zapa que se desliza por la piel áspera del asfalto y engasta en plomo viejo las farolas y los metales sin apresto. Total, suena la canción y me embelesa ese robar el beso a la novia, ese conducir con alegría sin un destino determinado, la luna dorada, ella le dice que conduzca despacio y el viaje es un fin en sí mismo. Kokomo, Indiana, es el destino; tal vez. Ay, quién pudiera escribir un soneto que diese con esta intensidad; mientras tanto: No particular place to go.

+ Por la noche, antes de dormir, El cuaderno de vacaciones, de Luis Alberto de Cuenca. Ay, qué mundos. No sé si participo en ellos, pero sé que disfruto, que su lectura reconforta sin ser empalagosa, hiriente, entrometida. Qué clásico, qué moderno, qué equilibrio. Aquí vive la lírica y su perfil claro, la línea clara tan amada [por Luis Alberto y por mí]. Tintín me ayudará, una vez más, a conciliar el sueño.

+ Preparación. Primero se reduce la ingesta: sólo arroz blanco, carnes blancas y ausencia de lácteos. Un juego de blancos. Luego, el último día, se llega al ayuno, salvo un poco de caldo transparente y agua. La comida se aleja y su carencia ilumina partes de la realidad que no estaban ocultas pero sí enmascaradas. Así, un paseo por las calles nos muestra cómo la gente se comunica con sus teléfonos 'inteligentes', cómo comen, beben y charlan. Hay una distancia que desautomatiza lo ordinario y lo lanza a una red de perplejidades. No importa, el curso de la vida es poco o nada reflexivo, como el que pedalea: si piensa se cae. Pero el hambre es un estilete. Permanece la visión, cuando ya la performance está en lo diario y su concreción artística es residual y museística: todo es puesta en escena, escenario y sin un lugar determinado a donde acudir, toda visión se fundamenta en lo diario, me digo. La violenta atracción que produce lo cotidiano se refleja en el espejo del hambre.

+ ¿Es el mismo cuadro que yo veo que el que tú ves, el que ve el que no le interesa la pintura o la desprecia o el que se ha pasado años en su compañía mediante visitas, contemplaciones y lecturas? ¿Qué hay por encima de ella? No lo sé, pero ese algo está mucho más allá de las intenciones del autor y al mismo tiempo es inaprensible, como lo demuestra la historia de la crítica en materia de arte o literatura, cada época y sus variaciones, ese diálogo, al menos, una interpretación, cuando no innumerables. Así me asomo al estimulo del centro de salud, donde me harán la prueba. Tantos rostros, tantos afanes. Observo. Es un entretenimiento portatil, auténticamente portatil. Atuendo, maquillaje, relojes, zapatos, uñas pintadas, gafas, batas, ropa interior que emerge en una transparencia, bastones, disposición, gesto, postura o posición, escorzo o decúbito, luz perpendicular, luz mortecina, ascensores y ojos clavados en el techo de celofán, la mujer que camina despacio, la mujer joven que se resguarda en una esquina y solloza, el hombre que sonríe levente tras salir de la consulta, llaves, taquillas, camisones hospitalarios, camillas, visitadores médicos, mujeres con maletín y tableta electrónica, teléfonos 'inteligentes', cielos de neón, cielos fluorescentes, armonía y belleza, vida y transición. El cuadro no necesita ser pintado, en cada visión hay un gran fresco: en este caso renacentista: según mi criterio y gusto, con un surtido de claves e insinuaciones. Luego, algo fauvista, después el desorden de una secuencia televisiva atrapada en un cuarto oscuro en el vientre del museo. Cuánto se contiene en quince minutos, que realidad tan inabarcable. El reloj se detiene, por un momento, aunque sólo sea una fantasmagórica apariencia.

+ Escribía para los pocos, hoy plural y arborescente: puebla bibliotecas. Comenzamos con su lectura, desde el respeto, pero sin miedo. Ahí estamos, aquí estamos.

+ Littera gesta docet; quid credas alegoría. Moralis quid agas; quo tendas, anagogia. Lo literal te enseña los hechos, lo alegórico lo que hay que creer; el sentido moral lo que has de hacer, la anagogia [= paso de lo literal a una esfera superior: topos uranus: lugar celestial] a dónde has de tender.

+ En Italia hay un rapero que titula uno de sus discos: Anagogia. Lo plural, lo múltiple, lo inasible.

+ Hoy viernes se presenta el otoño con el aspecto independiente de un gato aventurero, pero con necesidad de cariño y caricias. La tarde establece un cálido filo de compras, terrazas y madres e hijos en el comienzo del fin de semana. Se presiente, una vez más, la lluvia y esto no deja de invitar al disfrute, a tomar el valor del momento y olvidar su precio: es precario. Cada enseñanza se incrusta en la edad alcanzada, como la carrera hacia la nada.


+ Imagen: el fantasma que se hace carne en la imagen de Eduardino, esa etiqueta. Qué miedo transmite ese payaso, que invita a beber y casi es una advertencia. Qué ebriedades, qué vapor.