sábado, 30 de diciembre de 2023

Psicopompo

+ [Psicopompo: entidad que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la utratumba, cielo o infierno]. Aquí incluiría el avión, como animal mitológico de nuestro presente, presente que se remonta a los años sesenta del siglo pasado, pues al Boing 737 me refiero. Sea.


+ No sé si Madrid es la ultratumba, pero a veces sí me lo ha parecido. Por ejemplo, cuando subo al metro en las horas punta, tanto a la ida como a la vuelta del trabajo. Los rostros fijos en la pantalla del teléfono, las caras serias, ausentes, una cierta resignación, un cierto desapego. No me hago preguntas. Llevo la música barroca en mis auriculares. La música proviene de una emisora francesa que no tiene ni comentaristas ni publicada, sin tengo una duda consulto la pantalla. Sonaba Bach. Fue entonces cuando me sentí lejano y diferente, se acentuó mi condición de observador, pensé. Sí. De eso se trataba y no lo veía como un rasgo de superioridad, sino que se trataba de una línea paralela, ajena a aquella realidad del commuter. Yo, aunque en apariencia sí, era ajeno a todo aquello. Mi viaje no era de ocio, pero carecía de premuras y urgencias. Pensé en la fotografía, en la pintura, en la descripción de la escena. Pensé en la sociología, en la política o en el urbanismo. Pero no pensé en la religión, pues en ese momento, y a riesgo de equivocarme, me pareció superada. La ultratumba, me dije. No es el infierno en vida, pero tampoco el paraíso. El sentido de la vida no cabe en este vagón. Todo está en suspenso, el no lugar y el no tiempo. La desconexión certifica la realidad cotidiana. Yo no soy nada, no soy nadie. El avión me ha traído hasta aquí y la ciencia ficción es esto: la anulación, la anomia, el cansancio. Pensé en el avión, en mi libreta de notas y en la tarea que debía acometer. La mitología me ayuda a comprender donde estoy, pero no me da respuestas ni soluciones. Tampoco las busco. El convoy de metro sigue su camino hacia el centro.


+ Dentro de ese mundo estaba la Biblioteca Nacional de España. Rimbombante. Maderas nobles, mullidas moquetas, brillantes herrajes de latón o bronce.  Grandes lienzos con escenas históricas, confort, un ruido blanco que invita a la concentración, mullidas butacas, pupitres inclinados, con su luz roja para los recados, con su flexo de perfecta iluminación. Un techo tan alto, una luz mortecina y perfecta. La lectura, las notas, el latido de los tiempos eternos. No estaba solo, conmigo vibraban todos los que fui. La vida convergía en aquellos instantes, en un perfecto equilibrio, el balance entre las ambiciones, las derrotas y los triunfos. Por un momento, todo daba igual, solo contaban aquellos libros, las notas en la libreta que a tal efecto tengo, el bolígrafo, el portaminas, la libreta de los dibujos, con sus tapas rojas. Los ritos cimientan los trabajos y los días. Vale.


+ Los mundos contemplados lo son en función del espectador, del observador. Yo soy el que los crea. Así, cuando compongo un cuadro que nunca se pintará, elijo personajes y descarto posibilidades, estoy en plena construcción de la visión. La visión se acrecentó los días de Madrid porque me vi sumido en una extraña catarata de nervios y expectativas, que terminó por pasarme factura. El orden, la organización y la estructura constituyen la esencia, aunque no sean visibles y yo rompí mis lazos con esa realidad. La realidad de la estructura. Eso fue, y no otra cosa, lo que me derribó. La visión de mí mismo mientras me desmayaba me llevó hasta el núcleo de la muerte. Entendí que me podría haber muerto y el proceso hubiera sido el mismo. Resucité. Vi los rostros de dos hombre trajeados y con corbata que me auxiliaron. Aquel pasillo inmenso y desangelado. Era la vida, otra vez, y yo dormía plácidamente. El sueño es la imagen de la muerte. En ella me encontré sin reflexionar demasiado. Extensa carreteras bordeadas de bosque de coníferas, cabañas en el centro del bosque, jugadores de tenis que se habían retirado a esa inmensidad, la línea clara, poemas que recuerdo, poemas que no olvido, la mano amiga, la voz del jugador de póker, el silencio del bosque, un pájaro que cruza sobre los árboles, un ave de presa, el coche se desliza, siento frío, el frío del invierno. El frío de la muerte. Pero resucité. Vi la plaza de toros, sentí dolor por los animales maltratados, subí la cuesta y era yo otra vez, pero más viejo. La edad se refleja en nuestro rostro, más tarde: en nuestra voz. Me cedieron el asiento en el metro y me hizo gracia, por primera vez me cedieron en el asiento.


+ Ha pasado la mañana con la resolución de gestiones. Papeles, correos electrónicos, errores y enmiendas. Alguna opinión que vuela a la hora del café. Juicios. Una noticia que leo y olvido. Hay una retórica que le da sentido al discurso, es la retórica misma, el fin es el discurso. No me parece mal. No estoy yo para elegir, lo que me dan lo tomo y lo valoro. La justa medida. No mido, observo. Otros miden y yo me alejo. En la primera hora hacía un frío provocado por la humedad. La presiento. Crece y se resolverá en lluvia intensa. La lluvia no me gusta. Es la incomodidad. Si estuviese todo el día en cama, si la única obligación fuese el perezoso placer de la lectura. No es así. Luego el ambiente se templo y había silencio, un silencio confortable. Llegaron noticias del avance de la gripe, que los servicios de urgencia están al límite. Alguien me comentó algo sobre los problemas de los coches eléctricos. Leí una noticia y entendí que el redactor no sabía mucho del tema. Conocer los límites ayuda. Las horas pasaban sin desmayo. Llegó el momento de apagar el ordenador y regresar a casa. Estaba cansado y no había razón. El clima me mata.


+ Ha regresado la lluvia. 


+ Imagen: Recortes, sombras, un reflejo. La tarde de noviembre es luminosa. Vale.

sábado, 23 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (12)



+ Quizá en breve regrese a Madrid. O no. En el momento en que esto escribo no es una certeza, sino una posibilidad. Ha resultado imposible no realizar planes en este previo. Una lista de tareas, de trabajos, visitas y paseos esquinados. Cafeterías, calles, caminatas por El Retiro. Papelerías, librerías, tiendas de ropa. Y una reunión, el único motivo del viaje. Si allá llego espero ir a la Biblioteca Nacional, tomar apuntes, intentar entender quién soy. Nada tan agradable. El silencio, la luz tenue, la nobleza de la madera y la moqueta. Los procedimientos y el tarjetón donde se asigna el puesto de lectura. También está la imagen del tren, la lectura en el tren, la observación de los otros pasajeros. Sé la edad que tengo y la veo reflejada en las grandes cristaleras de los vagones. Establezco distancia. Nadie es insustituible, todo es pasajero, la vida es breve y lo obvio es nuestro reflejo en el cristal.


+ Escribo para completar lo que no he dicho o lo que nunca diré. Adivinanzas en las cartas al director del periódico que leo a media mañana, sentencias en los titulares, acompasadas reiteraciones en el malhumor de la camarera. No soy yo el que juzga. La conducta, decía uno que era la medida de las cosas. No lo creo. La palabra conducta no me gusta. Conducir o conducirse. Analizo la etimología y con facilidad llego al verbo latino, a las formaciones que en español da. Aquí lo digo, fuera no. Es un espacio y un tiempo que se adelgazan. La conducta decía mientras olvidaba los hechos que lo llevaron a la cárcel, pero sumido en su soberbia y en la falta, precisamente, de capacidad de conducir el carro que le habían encomendado, que a sí mismo se había encomendado. Recordé a Faetón y todo el despliegue simbólico que conlleva. No es una obra de arte, es la sabiduría, es conocimiento. La hibris y su contrario. Se completan los silencios, aquí, ahora, cuando se lea esto o cuando en el vació intercibernético se deslice su olvido. Como una oración, me digo. Un ejercicio semanal para reducir la distancia entre lo que soy y lo que fui, lo que seré. Sin invocar conductas ni deserciones, lejos del delito.


+ Expreso tres o cuatro ideas y me dan la razón, sin debatir. Entiendo que no tengo razón, sino que me dan la razón. ¿Por qué? Porque mi posición en el tablero ha variado y cuando uno alcanza un punto superior, aunque no elevado, uno se carga de autoridad. Yo lo observo y no me lo creo. Asumo este nuevo rol, pero no me interesa. El interés se centra en los poetas del siglo de oro, hoy. ¿Mañana? No lo sé.


+ Aparecen inconvenientes que dificultan el viaje a Madrid. Tuve dudas, lo vi y ahora no lo veo. Se ha desvanecido, pero puede regresar. Me sonrío y leo la palabra estoicismo, que luego reflexionaré sobre ella. Tenía cierta ilusión en ir, pero tampoco me siento decepcionado. Los ritmos son así y así se pasan las semanas, los meses y los años. Planes que no se concretan, proyectos que fructifican. Todo deriva en lo mismo. Tomo el soneto de Góngora que cite el otro día en otro espacio y recorto el último terceto: “[…] más tú y ello, juntamente, / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Este final del último terceto contiene la idea que ahora me embarga y me pregunto si es algo de ahora mismo o es un algo que se mantiene desde hace mucho tiempo. Esa tendencia a verlo todo desde este prisma de la caducidad. Sí, ese soy yo, el que se sabe mortal, el que se sobrepone a su condición mortal sin rechazar su finitud. En otro es defecto, en mí virtud. Llamo por teléfono. Se abre una posibilidad. Me resulta curioso como me intereso por el viaje. Cómo yo transito, cómo yo soy el que soy, en un alarde de soberbia. Sí, soy el que soy. No he vencido, tampoco pierdo, porque el juego me resulta indiferente en sus resultados y me centro en su evolución, en sus ornamentos, las volutas y los capiteles desnudos, el fuste y la basa. Mientras, suena Solsbury Hill en versión de Erasure.


+ A mi manera soy un clásico. Un exceso del empleo de la primera persona. Pero, ¿podría ser de otra forma cuando se trata de un diario?


+ El tacto de lo moderno me permite entender el pasado. El pasado como el restaurante automático o la perversión de los teléfonos convertidos en terminales de la personalidad. Leer el pasado es entender el presente, al menos en esta lectura reside esa voluntad de alcanzar el imposible y móvil destino de toda comprensión. Música electrónica, aplicaciones para comprar billetes, billetes mediante códigos en la pantalla, libros en línea, los repositorios de los libros digitalizados, el tren como expresión de la velocidad, la velocidad como guarida del desánimo. El desánimo que vibra en las conversaciones, la ilusión de los adolescentes, los bailes, la música de baile, las listas de reproducción, una queja, el precio de los alimentos, el precio del combustible. Hago recuento y bebo café. El café es mi modernidad. Taza de plástico rojo, termo de acero con un vacío que mantiene el calor del café durante horas, la disipada luz del flexo sobre un extremo del tablero que hace las funciones de mesa. Así, este el afán del día: dejar constancia de los elementos de la decoración. Por ejemplo.


+ Término nuevo: “literatura gris”, aquella que es muy difícil de localizar. ¿Qué puede aparecer en esos pozos inmensos?


+ Para finalizar, cierro el círculo: voy a Madrid. Queda pendiente el relato, si tal cosa se da.


+ Imagen: el propio desorden del momento, la propia foto en sí, ambas realidades se entrelazan y me definen. Aquí y ahora, no sé mañana.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Los pequeños trabajos


+ He pedido un día de asuntos propios para hacer puente. Llueve. No es extraño, me he acostumbrado. La lluvia como metáfora, tal vez, aunque la prefiero en su desnuda verdad. Niebla, persistente niebla. Rebusco en la web algo sobre Gerardo Diego y creo que lo he encontrado. Los libros se constituyen en caminos por recorrer, que nunca se sabe a donde conducen, pues el recorrido está determinado por el ánimo y la casualidad. No sé si existe la casualidad, me digo cuanto termino de escribir lo anterior. No importa. Soy determinista en un grado muy elevado y estoy dispuesto a cambiar si se me aportan las razones pertinentes. Llueve. Los gatos están disgustados porque la lluvia no les gusta. Yo no necesito mucho, pero con la lectura a no es suficiente. Tengo frío en las manos y escribir no resulta fácil. Sin embargo, no tengo excusa y sonrío: ayer vi un número cómico sobre cuestiones de motivación y el personaje decía que su fuerza es más fuerte que las excusas. Lo sé, yo también digo tonterías similares. Leo sobre la actualidad política y veo que el liberalismo y la extrema derecha van de la mano. Laminaciones de lo público y degradación de las condiciones laborales, la imposibilidad del acceso a la vivienda y la carestía de los alimentos. Es un todo. Lo sé. Llueve. Cuesta abajo. Todo se tambalea. No le doy demasiadas vueltas, sé que está ahí y es difícil evitar la deriva. Llegarán, no lo dudes, me digo y acaricio al Monito, el último en llegar, nuestro querido gatito.


+ Minuciosos trabajos de investigación. Pequeños, irrelevantes, sencillos. Se llega por acumulación, así se concluye una manera de componer que nos resulta extraña. Hoy es extraña. Cada momento posee su tecnología que se solapa con la anterior, que la hace por menos. La lectura atenta de versos y comentarios sobre estos mismos versos es una labor tediosa, pero que termina por resultar agradable. Así pasa la lluviosa tarde del sábado. También la mañana. Simetrías, confluencias, alejadas sendas. Me detengo. Solo el rumor del ruido blanco.


+ Buscaré el lunes lo de Gerardo Diego. 


+ [Sobre un poeta]. Hace menos de un mes lo vi cruzar La Castellana. Pasó a mi lado. Raudo y anciano. Tenía algún problema en su pierna derecha, cojeaba. Lo observé mientras se acercaba a mí. Nos cruzamos en un paso de peatones. Pantalón vaquero, americana y corbata discreta. Recordé sus versos y cuánto me habían gustado. No sabía si sería conveniente volver a leerlos, pero olvidé pronto. Otras tareas me ocupaban. Los afanes del día se distribuían en visitas a alguna biblioteca y clases que me interesaban, pero no me concernían. Madrid era un motivo más para tomar apuntes en la libreta roja, esos dibujos. Lo vi desaparecer en la esquina del Biblioteca Nacional. Ayer, C. y yo, fuimos a Sanxenxo y cogí el periódico con cierta desgana. Artillería vieja y agotada, me dije. Pasé las páginas y lo local era casi universal, podía decir el redactor en su ebriedad de sábado lluvioso. No. Llegué a un crítica del poeta que se cruzó conmigo en La Castellana. Hablaba el crítico del amor y que el amor vencía a la muerte [en fin, a la muerte nadie al vence]. Y el poeta, como todo gran poeta, es un poeta de la forma, no del amor. Qué importa. La página vibró en mis mano como la mariposa que muerte. Reviví el paseo de aquella tarde de noviembre, recordé algún poema y me dije que leería algo en domingo. Domingo es hoy. Leo y me reafirmo en la calidad de la forma, en el endecasílabo, en la elección de la estructura. El amor, una excusa. La verdad, una línea clara que se concreta en la perfección: el amor cortés, el neoplatonismo, Góngora o el Conde de Villamediana. 


+ “Quién ha soñado el Puente de la Espada”, Luis Alberto de Cuenca en La caja de plata. Pues eso.


+ El inventario de los días y las noches da para mucho. Escribo y recuerdo, pienso y recupero los apuntes que he tomado del natural los días anteriores. Una empresa difunta, una empresa que no da de sí. sin pérdidas ni ganancias. 


+ He recogido el segundo tomo de la obra poética completa de Gerardo Diego. Ahora tengo que revisar lo que al Conde de Villamediana se refiere. Tendrá su momento. Leí algo sobre la marcha y me resultó extraño. Una tesis, un profundo y arquitectónico poema. La arquitectura y la enseñanza. Oí cosas sobre el autor que no recuerdo, pero tenían que ver con sus necesidades económicas. Tenía muchos hijos y una manera de ensanchar los ingresos eran las conferencias. Lo sé. Era otro mundo. Cuando C. y yo fuimos a Santander no me acordé de él. Recordé ciertos poemas de José Hierro, ante la bahía y me dolió no tener mejor memoria. Los poemas no son una idea, un tema, son música en sí misma que si no se reproduce al pié de la letra, valga la redundancia, no valen nada. Pero no, no me acorde de Gerardo Diego. Ahora leo alguno de sus poemas y recuerdo Santander. Era primavera y no llovía, habíamos ido desde Oviedo, sin parar, me dolía un brazo, sentía que el Cantábrico no era mar sino tela extensa e indescifrable. Busco en la estantería y encuentro una antología del 27. Leo un poema cualquiera, que no es cualquier poema. “Están todas// También las que se encienden en las noches de moda// Nace del cielo tanto humo/ Que ha oxidado mis ojos// Son sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas// Ellas lo saben todo/ Graduar el mar febril/ Y refrescar mi sangre con su nieva infantil// La noche ha abierto el piano/ Y yo las digo adiós con la mano” (De Manual de espumas). Citar así el poema es romperlo. Lo sé. Quería dejar constancia de cierta materia, de cierta estructura, el peso de las palabras o su liviana existencia. Queda. Vale. 


+ Noticias que llegan desde el otro lado. Una mujer que cae y termina por morir, al día siguiente de la caída. La vida continua. Su marido está muy enfermo y pronto le quitarán un riñón. No tiene relación con sus hijas, le espera una soledad que siempre ha temido. La vida, la vida, alguien dice tras contarme los detalles. Recuerdo su cara y su mal genio. El tiempo todo lo borra.


+ Estos son los pequeños trabajos que ocupan mis días.


+ Imagen: Un viaje en tren, un viaje a Toledo. Una tarde, desde Madrid. Los poemas resuenan.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (11)


+ Discos duros, memorias portátiles, memorias de estado solido. Ya no hay disquetes. La información ya no tiene una materialidad o, al menos, a eso tiende. Nada resulta palpable. También sucede con la música. El éter ha conquistado el archivo. Dónde están las fotos una vez que el papel ha desaparecido. Los registros son digitales y el papel desaparece, en apariencia. Las vidas también se diluyen en una suerte de anomia. No sé si siempre ha sido así, pero ahora sí, ahora es así. Oigo historias que me dan pena, veo rostros con dolor y llegan canciones que no recordaba, también tristes. Me sobrepongo y recuerdo la frase de Borges: como a todos los hombres, le tocaron tiempos difíciles en los que vivir.


+ No sé si la cita anterior pertenece a Borges. No sería extraño. Y, con todo, qué más da quién lo haya dicho si de lo que se trata de es de iluminar que nunca ha existido una Arcadia por la que sentir nostalgia. Hay incide la fuerza de la frase, en romper con ese testigo entregado por otro corredor, ese falsa certeza: hubo un tiempo en que los animales hablaban y el lobo era bondadoso. No. Nada de eso sucedió nunca. Siempre los tiempos han sido poco propicios y las ilusiones se han desvanecido según uno cumple años y se da cuenta de que todo lo ha visto ya. No es decepción, sino la lectura que se ha corregido y la vida está hay, para ser percibida en una de sus infinitas posibilidades. Pero sin ingenuidad.


+ Voy a una cena con personas que conozco desde hace tiempo, quizá casi veinte años. Una vez al año quedamos. Las conversaciones suelen transitar por los mismos caminos, año tras año. Puedo adivinar cuales son sus afanes y sus incertidumbres. Sin embargo, cuando M. habla de la demencia de su madre y cómo hipotecará su vida siento que hay algo que se rompe. Resulta conmovedor porque casi llora y son lágrimas con un triste fundamento. Tendrá, quizá, que renunciar a una plaza que ha conseguido tras una oposición o una estabilización del empleo público, no sé. Qué decir. Nada. El silencio no asume las consecuencias de tal situación, ni otorga consuelos que no vienen a cuento. La cena está bien y, salvo el ruido reinante, se está cómodo en el gastro-bar (esa palabra). Sin conocer el porqué, M. habla de los últimos días de su padre, de las vicisitudes de las entrevistas con los urólogos. El brillante urólogo que sale en el periódico y que le dijo que su padre era demasiado mayor para ser operado. Eso se lo dijo en la consulta privada, sin más, sin aportar nada. Pagó doscientos euros, porque en la sanidad publica no la recibía y esta era la única forma de hablar con él. Recordé una entrevista en el periódico local con el afamado médico. Recordé su rostro y la defensa de la unión entre la ciencia, la medicina y la inteligencia artificial. Ciencia, pericia, arte. Tampoco dije nada, salvo que el interés mueve voluntades. Quizá debí callarme, porque lo expresado era de una obviedad estúpida. Luego hablamos de educación, redes sociales y la violencia que se percibe, que S. percibe. ¿Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos para vivir? No lo dudo, me afirmo en ello y los misterios del presente serán campos trillados en el futuro. La depresión, la ausencia, la soledad. La medicación, la terapia, el diálogo como receta. Nos despedimos y hacía frío. Regresé a casa caminando y no pensé en nada, salvo en la soledad, como articulación de la vida moderna. Qué sintagma, me dije, la vida moderna.


+ Determinar la autoría de un poema en numerosas ocasiones no es posible y lo que se logra, que no es poco, es un acercamiento a la persona que lo escribió. Establecer este camino no deja de ser elaborar un personaje, construir una ficción. Y la construcción de la ficción no resta verdad a lo proyectado. Leo algo que podría ser de Quevedo o de Villamediana, me inclino por el primero. Leo el poema y Orfeo transita de un punto a otro. La mitología espera el impulso del lector para resucitar. No necesito autor, en este momento; más tarde, sí. Me quedo con los versos, con la investigación, con las alturas posibles e imposibles y rechazo todo aquello que resulta un estorbo: tratar de encontrar una utilidad a la lectura, pues su propia naturaleza expulsa toda pulsión pragmática.


+ Escuché con atención razones geológicas, físicas, químicas. Lo hice con atención, repito, pero me faltaban conocimientos. Me dejé llevar por el sonido de las palabras y la escasa lírica de los gráficos. Entendí la pasión por cuestiones que no me apasionan y entendí que las personas necesitan un algo sólido a lo que asirse. Yo también necesito ese impulso, aunque sea impostado. El que se desliza hacia la ebriedad, el que tiende hacia oración, los dos, buscan lo mismo. Me dije que el olvido es importante y la clase proseguía. Nada más. El cielo estaba muy limpio y, a pesar de ser mediados de noviembre, hacía calor. Hacía calor en Madrid.  


+ Imagen: el largo pasillo de una escuela de ingeniería. La casi total ausencia de personas en las fotos que aquí publico es una constante a analizar, que prefiero en suspenso.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Noviembre: Madrid-Pontevedra




+ Una iluminación. Leo su artículo con interés. Su prosa se caracteriza por una extraña sintaxis. No soy capaz de llegar a comprender qué quiere decir. No sé. Quizá simplemente sea ambiguo o tal vez tampoco él sabe hacia donde va el discurso. Es un carácter que estuvo de moda hace diez o quince años y hoy es una señal del pasado. Hoy se ha solidificado, fosilizado. Es complicado escribir todos los días un artículo, no creo en la posibilidad de ser sublime sin interrupción.Un apunte.


+ [Madrid, 2023] He aprendido a callar. No es poca cosa. Escucho y observo. No lo sé, no sé si habría intervenido en esa circunstancia en otra ocasión. Lo duda. Nunca he sido amigo de participar en debates ajenos. En los propios, tampoco. No intervine. Una discusión en el metro en la que nadie tenía razón, bajo el prisma de mi criterio todos estaban equivocados. Una crispación innecesaria, pero dolorosa. Un malestar. La certeza del error. El silencio abre la puerta al conocimiento, aunque no siempre. No me desdigo. Los observo y no alcanzo a comprender sus razones, salvo en desahogo como un rugido, un gruñido o un lamento. La vida en la gran ciudad es desagradable. El desahogo como función especial de la bronca. Sentirse bien y conectarse con lo que fuimos y lo que somos, en la sabana los cazadores entorpecen el paso de las gacelas y, así, se arrojan sobre ellas, las acorralan y descargan flechas y lanzas. Puntas afiladas de sílex. Así bramaba el hombre, con los auriculares en la mano, la mujer se enervaba y replicaba y el hombre no gritaba aunque su mirada era amenazante, mostraba los incisivos. No creo que yo haya aprendido nada que yo ya sabía, salvo certificar intuiciones que se remontan muchos años atrás. Nadie tenía razón y yo he guardado silencio, observé y casi sin escuchar me dejé mecer por el runrún del metro, esa bestia subterránea.


+ W. Bejamin: una difícil escritura y una difícil lectura. Calle de dirección única. La dificultad es algo más que una virtud. Un rasgo, una estela, una pista. Los indicios construyen una visión. En ella estoy. En el tren: dos chicas, una estudia una partitura y la otra lee. Ruido blanco. Recuerdos recientes de Madrid y también de Toledo. Trenes. Cursos. Laboratorios. Las extrañas capacidades que se resuelven en compartimentos estancos; capacidades de mentes superiores. El tren de regreso: Madrid-Pontevedra.


+ [Recupero un texto del pasado, dieciocho de septiembre de 2008_Título: Five]: “El uso despectivo de una palabra: aficionado. Los cuadros sin gusto, carentes de ejecución, caligráficas y fallidas pinceladas. El domingo por la mañana, con su paseo y la culminación de la exposición del pintor de domingo. De todos modos debían de ser las doce  y cuarto y era tarde, aunque no lo parezca, en principio. Una madre, su niña y una amiga. Faldas de tubo y blusas de domingo y oro reciente y esculpido, bolso imitación cocodrilo, negro y grande, algo de fantasía y un poco de mala lengua, la mala lengua de la provincia. Es esa la extraña relación entre el paseante y las figuras del paisaje, oficios, matrimonios, hijos, pensiones, oftalmólogos e internistas, en cada palabra reside el emblema, sólo sonido, sólo significante. El camarero, el abogado, el pastor, el rey, el oficinista, el funcionario y el parado, la mujer que cruza el semáforo en rojo sin mirar, a la carrera [ya no es joven y fue hermosa, todavía hierven pavesas en sus ojos], compulsivos jugadores [por otro lado, como todos los jugadores: tragaperras, siete y media o los billetes marcados y los préstamos, esa esperanza], serias enfermedades y recientes incomodidades. Todo se soporta, todo se aguanta, por un hijo, suspende la voz y comprende mediante su maternidad el mundo, es equiparable. Músicos, pintores y poetas, el domingo por la mañana se citan en las salas de exposiciones y en las terrazas del centro, no importa: tenderos, mesocracia o menestrales con la copa de coñac de la sobremesa siempre en sus manos, el equipo de música y los recuerdos de los viajes en las vitrinas, en las estanterías, en los álbumes, estuches con monedas y la reproducción del avión que allí nos llevó, una tarjeta o un llavero. Músicos, pintores y poetas reclinados en su traje de domingo. Músicos, pintores y poetas que se desvanecen mientras la tarde del jueves muere.”


+ [Sobre lo anterior]Tampoco he cambiado tanto, me digo. Sé que es cierto y, al tiempo, se embosca en el paso del tiempo. Lo que permanece desaparecerá y así se ha de seguir el camino del olvido. Como una profecía.  Antiguos espacios, textos y olvido, se mantienen en el ciberespacio, pero no para siempre. Nada es para siempre. Leo aquella entrada de aquel lejano septiembre y me reconozco. La rescato. Qué me ocurría en aquel momento. Qué divisiones y estructuras ocupaban mis días. Seguro que la incertidumbre era mayor y los reflejos de la culpa me herían como ahora no me hieren. Me desprendido de todo ello, pero me ha costado trabajo. Lo he conseguido, que no es poca cosa. Lo menor ha crecido. Una encuesta, un examen y se eleva un nuevo día. No, no soy el mismo pero soy el mismo. En la paradoja me defino.


+ Collige, virgo, rosas. “[…] en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Así se termina el día, hoy. El lunes. El regreso al trabajo, la tarea, la preparación para nuevas tareas. Y se refleja en el huidizo temblor el olvido de los días pasados en Madrid, el reflejo del año que termina, la sucesión cíclica de los días y las noches, las estaciones, los años. Fui a una clases sobre geotecnia y creo que no aprendí nada tangible. La geología no me resulta indiferente, pero los planos eran paralelos. Sin intersecciones con lo práctica nada tenía sentido. La edad es la medida y yo ya me sentía lejos de aquellas pulsiones, de aquellas emocionantes ilusiones. No hay ya ilusiones nuevas, sino que las aquilatadas inclinaciones hoy son rocas endurecidas por los eones, esa medida de los tiempos geológicos. Hay hablo y ahí se debate mi olvido. Ahora, en este preciso momento, cuando el día llega a su fin, otra vez, el soneto de Góngora, de un temprano Góngora: “Mientras por competir con tu cabello” y así.


+ No es humo del cigarro del que habla el poema, sino del humus, allí donde se relaciona con lo humano y con la tierra. Ese manto vegetal, esa tierra negra producto de la putrefacción y el orgánico discurrir de las generaciones. Humo que no se mezcla con el aire, sino con los muertos.


+ [Pontevedra, 2023] A ello, al humus, sumamos el inicio del primer terceto: “plata o víola troncada” [Vale]


+ Imagen: Los pasillos del Reina Sofía, que son huellas que la cámara devuelve como ensayo de proximidad, como aproximación al ejercicio del observador. Una constatación de los laberintos de las soledad, esa soledad elegida del paseante. [Vale].

sábado, 25 de noviembre de 2023

Sin indicaciones (10)

+ La crítica impresionista […] Me pregunto si es posible alguna crítica que no parta de las impresiones y no soy capaz de alcanzar a responder. Me gustaría tener la capacidad de establecer razones objetivas, que no admitiesen discusión, que si me planto ante la obra de arte alcanzo su calidad o falta de ella. Pero esto, en sí, es un error, pues precisamente la naturaleza artística tiende a la impermanencia, a la falta de estabilidad, pues el criterio nunca es uno y si es uno es, por definición, mutable. Tanto las personas como las instituciones académicas van variando su opción o su juicio según el tiempo transcurre. No sucede este en el ámbito de la ciencia, pues la estabilidad, siempre presta a ser revisada, es uno de sus pilares. Como alguien que no recuerdo decía, en arte no hay progreso, sino un tiempo que se suspende de la nada.


+ Las pistas que los libros ofrecen son extrañas. Vale esa metáfora de las cerezas, que tras una las otras van saliendo. Lees y buscas, buscas y lees, cuando menos lo esperas surge una nota que te traslada a otra referencia. Se van cruzando, el cruce no depende de nosotros y parece que una fuerza extraña nos guía. Esa es la investigación en su aspecto más atractivo, cuando desconocemos el porqué escribimos, cuando se desvela la inefable guía que nos ha traído hasta aquí. Un misterio. Cierro el ordenador, antes de dormir trataré de pensar en ello.


+ Antes de dormir me enredo en el vicio de ver vídeos de maquetas de trenes. Ahora, lejos de esa querencia, me entretengo en pensar en la necesidad de construir una replica de la realidad y, tras ello, llega la pregunta por la realidad misma. No hay respuesta. Me complace antes de dormir ver esas diminutas locomotoras y vagones surcar parajes que nos son otra cosa que una suma de plásticos y restos de vegetación. Casas, coches, autobuses, ciudadanos, árboles, colinas y montañas, estaciones de tren, viajeros y jefes de estación, que parecen dar la salida a un tren que no está presente [a destacar el estatismo de las figuras, donde el único movimiento es el de las locomotoras y los vagones, donde el resto permanece quieto, asombrosamente quieto, una quietud acentuada por el contraste]. El tiempo se ha detenido mientras observo estas extrañas formas de llenar la vida. Se ven colmadas las ansias y los afanes, el miedo y el hielo frío de la temporalidad, y no se una afirmación, es una pregunta. Nombrarlo es un conjuro y un algo interno me dice: mejor sería que leyeses. Sin embargo, otra vez, me dejo llevar por la corriente y me mezco en el dulzor de las empresas inútiles.


+ Hoy ha dejado de llover. El cielo está cubierto y no llueve y parece que no lloverá en todo el día. Los colores de la tarde están matizados y solo destaca el verde. Un verde esmaltado, en la hierba y en los árboles. A lo lejos las montañas son de un gris que tiende al negro. No mucho más. Se trata, más bien, de que el estado de ánimo se eleva y contrasta con los días anteriores. La lírica, el verso blanco, el rumor del ruido blanco que proviene del ordenador. Una suma de elementos que me condicionan, pero no terminan de vencerme. Es un camino imposible y, a la vez, necesario. La lluvia es una metáfora, contra ella no hay mucho que hacer, salvo unirse a ella.


+ He vuelto por casualidad a la Guerra de Yugoslavia. Siempre está ahí. Una pregunta, una ecuación que soy capaz de resolver. Cuántas dudas y que pocas certezas, salvo alguna que otra sobre la naturaleza del ser humano y su contradicción permanente. El amor, la ternura, la distancia, el horror y la muerte. Leo y escucho. La densidad es el principio. Sigo, regreso, me alejo y retorno la punto inicial. No es una cuestión de ideas, sino de movilidad. El nacionalismo, la política internacional, la confianza en instituciones que no merecen tal confianza. Extremos, levantamientos, pero, sobre todo, la necesidad que se hace arma. Ahí estaba el nacionalismo, agazapado, a la espera, siempre a la espera.


+ Leo algo sobre acumulaciones de sustantivos y adjetivos encuentro una tendencia sentimental, a un incidir en las sensaciones que provoca la digestión de tanta información. Ciudades, hormigón, cristal, acero, coches, metro, elevadores, ascensores de cristal, aeropuertos, lo inapropiado y la anomia, la conversación que no se llega a percibir, leve, el traqueteo del tren de cercanías, la escultural silueta de los edificios del principios del siglo XX, me parecen tartas, merengues, el adjetivo preciso no existe, si fuese así se diluiría. Hay que estar ahí, asistir a la conferencia y no permanecer en silencio. Aprendo mucho y no digo nada. El silencio es mi máxima. Lo veo todo desde lejos y no digo nada.


+ Hay en el ambiente un desagradable aroma de crispación. Cuando esté publicada esta entrada, ya estaré de vuelta de Madrid. Bien. El tránsito de un punto a otro se verá enriquecido por experiencia y por lugar que el observador ocupa. El observador soy yo. 


+ Imagen: arquitectura efímera [si tomamos cierta perspectiva, ¿existe alguna arquitectura que no sea efímera?].

sábado, 18 de noviembre de 2023

Cambios

+ Recupero, casi por casualidad, pero no sin alguna intención, una vieja libreta donde guardé papeles relacionados con Londres. Hay papeles que tienen más de quince años, papeles que me ayudan a reconstruir momentos que parecen dotados de una suerte de irrealidad. Bien. Todo recuerdo es un punto que se aleja de la realidad y eso es lo que pesa en este hallazgo. ¿Quién era aquel que atesoraba postales, tickets o folletos de autobuses? ¿Soy yo?¿Es C., los dos? ¿Quiénes éramos, quiénes somos?


+ Poco importa Londres como tal, queda, más bien, una suerte aproximaciones a una relación. C. y yo. Poco más. Londres era un escenario iy cualquier otro pudiera haber válido. Sin embargo, se me dirá, era Londres y no ningún otro lugar. Paseos infinitos por calles infinitas en un tiempo más allá de lo eterno, pero con imágenes que perduran, a pesar de aquella irrealidad de aviones, autobuses y trenes nocturnos. 


+ Qué cosa. Recorrer la ciudad de noche, en un autobús. Desde el autobús, camino del aeropuerto, se transita por la ciudad. La ciudad es Londres. Como ciencia ficción, por momentos, como Jack El Destripador, sin solución de continuidad. Lo recuerdo hoy, hoy que tanto llueve. La lluvia. La niebla. Pero salíamos de la ciudad y donde la ciudad comienza a desaparecer pude ver bandadas de juerguistas, en el filo de la alegría ebria. Eran bares o pubs, requisitos para la alegría, esa ebriedad. Lo recuerdo como se recuerda un poema pero no la letra exacta de su música. Allí se elevaba un tiempo que no habría de volver, para ellos y para mí. Llegamos al aeropuerto y seguí pensando en todos aquellos, en los tiempos que robaban al sueño, en los delirios y los ensueños de amor y sexo. No. Todo se ha diluido, salvo esto que escribo. Sin fórmulas, ni cálculos. tampoco la intención es establecer un relato, sino una estampa, una postal, la impresión de un momento, el contraste entre edificios de acero, hormigón y cristal y aquellas casas en la periferia, tabernas de luces rojas y verdes, los zombies de la noche que se arrastraban tras el licor [eso supongo yo y no me equivoco]. Así, en aquel regreso, dentro del autobús, C. y yo, nos deslizamos por extrañas autopistas hasta alcanzar la extrañeza del aeropuerto, la rara dimensión de la aeronave, el pasaje y nosotros mismos. Londres quedaba atrás como quién despierta de un sueño extraño. Volvíamos con algo de ropa, algún libro y sueño, cansancio, tal vez, aburrimiento. Porque sí, es posible aburrirse en Londres. Todo tiene cura.


+ Cierto desanimo sobrevuela el día que achaco a la lluvia, que cala, que mina la estabilidad. Pero me repongo y continuo.


+ No lo había tenido presente: cuando esta entrada se publique estaré en Madrid. Hace un año que fui, pero hace casi cuatro que allí no estoy con K. Todo una etapa, una mundo que no cesa de cambiar. La conciencia del tiempo de la oportunidad nunca se diluye pero sí se deforma. Parece que fue ayer, se dice con resignación. Y sí, fue ayer. Siempre fue ayer, porque el adverbio contiene en sí un rasgo de indefinición. Madrid, me digo y no suspiro. Serán largos paseos y ampliadas conversaciones, cuadros y música, algún libro, tal vez. Se relaciona esto con la amistad y con lo intemporal (¿realmente existe algo intemporal?). Sometidos al dictado de lo arbitrario procuraré jugar en el ámbito del trampantojo para disfrutar el momento, embeberme del teatro de la vida sin pedir nada a cambio, salvo ese placer del que actúa y, en en envés, el que contempla la obra. Un propósito.


+ No alcanzo a definir el cambio y prefiero no indagar en ello


+ Imagen: el otoño, el cambio, su imagen: las hojas húmedas sobre el pavimento.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Agradecimiento y olvido


+ Ya han pasado casi cuatro años desde el inicio de la pandemia del Covid-19. No sé si es mucho o poco tiempo, porque esto de las mediciones, una vez que se salvan los datos objetivos, se establece en función del observador y el observador es un sujeto sometido a caprichos y vaivenes. Yo lo veo lejano y me parece que es algo que no solo me sucede a mí. El tiempo y su percepción es así. Invocamos a un dios de la oportunidad y le damos un nombre, reflejo temporal de anhelos, triunfos y fracasos. Con todo, necesitamos balizas que orienten nuestra indagación en el pasado; en este sentido valoro yo hoy la pandemia. ¿Dónde ponemos aquel desplante, aquel gesto generoso, antes o después? Pero está ahí y ahí ha perdido la extraña calidad de irrealidad que los encierros en su momento tuvieron. Todo se ha olvidado, al menos el dolor que algunos les causó. No se puede vivir sin olvido y el olvido es un rasgo de la felicidad. La pandemia fue un alto en la narración, la ruptura, la cesura necesaria. Hoy no es nada. Ni siquiera historia, por muchos que en su momento lo considerasen histórico. Ay, los adjetivos. Evito un excurso sobre lo historia y la Historia, que también se distingue en inglés. Fácil es hablar, el silencio, a mi modo de ver, resulta más elocuente. Me callo y la pandemia sigue ahí, agazapa. La cuarentena, el encierro, las reflexiones que conlleva, también.


+ La lluvia persiste. No es una maldición, pero cala en el estado de ánimo. Los gatos duermen plácidamente, han encontrado un cálido acomodo y el día y la noche, creo, les resultan propicios. Yo escribo, leo, guardo silencio y vuelvo a escribir. Es una tarea extraña. Un trabajo que en sí mismo tiene su recompensa y no es poca, pero no se traduce en dinero. El dinero es importante y se le debe tener respeto, pero no lo es todo. Leo y llego a conclusiones que luego no ven su reflejo en el papel. No importa. Se trata de crear un marco para próximas conversaciones sobre La Regenta y la novela decimonónica. Así son las conversaciones. Sin embargo, la lluvia no se detiene. Duermo plácidamente, sueño y son sueños con una solida estructura narrativa, pero no anuncian nada, hablan de que estoy en paz, que todo fluye adecuadamente, que no hay queja y solo queda agradecer. Agradecer es importante, tanto como el olvido, antes mencionado. Eso es, ahí está la clare: agradecimiento y olvido.


+ ¿Resulta significativo que en la imágenes que acompañan as entradas no aparezcan figuras humanas?


+ El sentido y el significado son parte del camino diario. La senda que recorremos hacia el trabajo, donde reflexiono sobre lo que he leído antes de dormir. Es una manera de establecer fronteras. El día y la noche, la lectura y la escritura, la palabra y el silencio. Compartimentos estancos, unas veces, y otras, no. Resulta una materia maleable. Pero no lo comunico, me lo guardo para mí. Una manera de dibujar mapas, útiles para un uso personal, pero sin necesidad de ser traducidos. Quizá fuese un buen guía; sin embargo, me fatiga. Levanto un muro de olvido. El olvido, me digo, qué palabra.


+ Imagen: Durante un momento cesa la lluvia y me paro ante el bosque, ante la carretera que se adentra en él. Pronto volverá a llover. Hoy tampoco aparece ninguna persona.




sábado, 4 de noviembre de 2023

El romanticismo de la desilusión

+ Continúo leyendo artículos académicos sobre La Regenta. Me encuentro con la expresión del título de esta entrada. Me parece un hallazgo, un certero acierto, ¿puede haber aciertos que no sean certeros? Viene de la mano de Gonzalo Sobejano. “El romanticismo de la desilusión”. La actualidad en texto no tiene que ver con el presente, sino con la capacidad de iluminar que tiene la novela que acabamos de leer, que todavía palpita en nuestras sensaciones y recupera momentos del pasado. La identificación con la protagonista y el rechazo de la multitud, la sensación que se arraigo en un pasado allá por los años noventa del siglo pasado. Según la lectura se aleja en el tiempo crece una idea de inversión. Se invierten los valores. Lo bueno es malo y lo malo es bueno. Es una manera que tiene de operar la ficción, que, en ocasiones, termina por ordenar la realidad y pone en su lugar a los actores. El reloj está, ya, en hora. Nietzsche fue quien acuñó la expresión y yo, ahora, la utilizo a mi antojo. La novela se resuelve en un instrumento de investigación de la vida en la provincia. Los vicios privados que son virtudes públicas. El adulterio no es el pecado, la penitencia es la publicación del mismo. No se puede permitir la publicidad del pecado porque el pecado está en, precisamente, lo publico. Por ejemplo. Como otras heroínas decimonónicas, a Ana Ozores no se le permite ser libre, se le impide la autonomía, la verdad de su persona y se impone la rígida e hipócrita moral. Hoy en día se hubiese divorciado y ya no habría novela. Así. Cada época con su marco moral establece narraciones posibles, que fuera de su tiempo resultan imposibles. Así, esa desilusión es una clave de lectura más que válida, pero también circunscribe a un contexto su verdad.


+ Recordar se relaciona con el corazón, todo un campo semántico que hoy me viene al pelo. Recordar aquellos días en un Oporto que nada tiene que ver con el actual porque era una Oporto desconocida a la que nadie iba a hacer turismo. Hoy es el envés. Destinos turísticos, masificados e intercambiables. Pero aquello era otra cosa. Un espejo de la lírica atesorada en lecturas inocentes al calor del olvido, un olvido construido y portátil, necesario para combatir el tedio de la provincia. El silencio, la aspiraciones, el fracaso. Allí aquel tomo de La Regenta, que llevaba K. en su equipaje. Me llamó la atención poderosamente. Leí el libro y debí regresar a él, hace casi nada, para entender a la protagonista, al narrador, al escritor, pero, sobre todo, para tender un punte entre el que fui y el que soy y así entender al adolescente intoxicado de música, literatura y amoríos. No hay fracaso, sino una pose. Como las canciones de los Smiths, una pose, tal vez, tal vez no. Ahora es otro mundo el que ocupa mis días y mi pasado se ha convertido, junto a La Regenta o por obra de ella, en otra narración. Una narración posible que no toma cuerpo, salvo por un anhelo desechable.


+ Pongo en el reproductor ruido blanco, con la intención de aislarme. Lo consigo. Sin amor, me digo, con indiferencia, añado. Es un estado. Un ciclo, tal vez. Hay muchos medios para aislarse, pero el ruido blanco tiene la particularidad de crear compartimentos estancos. Lo celebro.


+ La lluvia intensa no se detiene, a un borrasca otra la sucede. Hay resignación. Llueve. Oigo la lluvia y se establece la abulia. Me cuesta leer, me cuesta escribir. Es un estado de ánimo. Incomprensible, complejo, triste o depresivo. La lucha contra el mal tiempo no es un disfraz, es una necesidad. Frases que se arrojan sin pensar mucho. Las frases y sus volutas, voltear el silencio y perturbar ese equilibrio. Qué importante es saber estar callado. Frases. Oigo frases, sentencias y dictámenes, las leo en el periódico mientras tomo café. Son las nueve y media de la mañana. Llueve intensamente y las mesas que me rodean están ocupadas por oficinistas que debaten sobre la actualidad o sobre sus familias. Un espejo que camina por la calle y nos devuelve sus rostros multiplicados hasta el infinito. No hay pausa. No sé qué decir. El silencio es tesoro, la desilusión una moneda falsa.


+ Extraña es la recuperación del placer/amor por las guitarras [eléctricas]. Ahora, en este mismo momento, las guitarras eléctricas se han transformado en arqueología, ese pasado que es susceptible de recuperes. Su forma, su sonido, su conexión con señales del pasado. Ahí está una educación sentimental que no se corresponde con lo que actualmente está de moda. Ay, la moda. También ellas fueron moda y vanguardia y hoy son el recuerdo. Vaya, Mick Jaeger tiene casi ochenta años. No podía ser de otra manera. La dinámica de las edades marca el sendero y lo que hoy es lo último, mañana será recuerdo. No sé si este reencuentro con la guitarra es una cuestión de nostalgia o reconciliación deontológica con el pasado. En cualquier caso, aquí están. Aquí está, mi Fender Telecaster reedición del 52. La guitarra, sin necesidad de atributos.


+ Leo algo de un afamado columnista y el artículo no se entiende. ¿Una cuestión de sintaxis? Tal vez. Una tendencia, esa frase enrevesada que tiene como fin enmascara el mensaje. ¿Monarquía sí, monarquía no? O es sí, o es no, pero no conviene andar dando rodeos para no pronunciarse. Aquí lo dejo, el que entienda, entendiste, el que no, no.


+ Imagen: reflejos y luces en la noche.

sábado, 28 de octubre de 2023

Sin indicaciones (9)

+  Los locales de moda. Las tabernas que merecen galardones de las guías. Lo conveniente. Me debato entre opciones y no me decido. Pienso en todos aquellos lugares donde fui feliz y me doy cuenta de que poco puedo decir. Hay una niebla que todo lo cubre. Ayer llovió mucho y la lectura de la prensa me resarció de la melancolía. Leí sobre las valoraciones de bares, cafeterías y pubs. Lugares comunes. La decoración, los productos naturales, los espirituosos bien elegidos, el café, el aroma del café, tan sumamente caro. Me convertido en una persona sin fe. He perdido la fe en la hostelería y eso me ha conducido a disfrutar más. Lo nuclear es el disfrute, nunca el ornamento. No soy el único que ha llegado a esa conclusión. Lo comparto y me siento satisfecho. Locales de moda a los que no voy a ir.


+ Retengo ideas que se vierten en esos vídeos que veo antes de dormir. Es un vicio, lo sé. Sin embargo, contienen una enseñanza sobre la época en que vivimos. La orgía de la mentira, tal vez, la imposición de ideas funestas por sujetos de una formación nula, pero con intenciones malas. Se ha roto algo y la desvergüenza campa a sus anchas, se impone desvergonzadamente la ley de la selva. No sé si en otras épocas era igual, aunque me parece que no, debido a que los medios de difusión de ideas que hoy están a disposición de cualquiera son potentísimos y baratos. Basta un teléfono y una retórica venenosa y efectiva. Uno propone que el acuerdo entre el empresario y el trabajador sea libre, otro que no se paguen impuestos ni cotizaciones sociales y todo ese dinero sea para el trabajador, el de más allá dice que el que no es millonario es porque no quiere. Sois muy quejicas, dice alguno. Yo escucho y pienso en la difusión de los mensajes, en el calado que tendrá en el electorado, en los sinuosos senderos que conducen al desastre. El desastre, el abismo. 


+ Uno se encuentra con autores que tienen interés, pero no tienen éxito, no han tenido éxito. El éxito es un asunto completo en donde el talento no tiene que, necesariamente, porque estar presente. Hay una parte de atractivo personal que pesa mucho. Una suerte de erótica, de sex appeal, que invade toda la persona y le asegura triunfos que se manifiestan más en este don que en el trabajo en sí. Sin embargo, hablaba de autores, de escritores, de poetas, tal vez. Los autores sin éxito me visitan antes de dormir y se quejan de su desgracia y yo les digo que no es una desgracia, sino un rasgo más en el complejo estar de la persona. A ellos les da igual porque lo que desean es el éxito de los otros. Ay, los otros, pero no los habéis conocido, les pregunto. ¿No sabéis que eso que ellos tienen vosotros nunca lo vais a tener? ¿Una vis cómica? No respondo y me entrego a sueño. Sí, eso eso. Como los triunfos de seductor no son explicables desde la racionalidad, desde el análisis de rasgos y elementos [ropa, musculatura, aspecto físico, conversación, artes o picardía], sino de una suma que se manifiesta como un todo, difícil de explicar, imposible de imitar. 


+ Ser un autor sin éxito no implica calidad. El fracaso no es sinónimo de talento, el talento no se refleja, tampoco, en las buenas acciones. Ni siquiera que haya yo planeado una ecuación. Como bien dijo hace tiempo una brillante historiadora del arte mientras bebíamos café y Coca-Cola: me gusta el arte, no me gustan los artistas. Y este resumen se ha convertido en un emblema menor, pero útil. Así soy yo de formalista. Las razones morales en el arte no caben, quedan al margen, la obra persiste sin necesidad del autor. Esto es lo que sucede con la artesanía. Solo el objeto, solo su presencia. Pero hay una relación romántica entre el autor y el receptor, aquellas modas de los álbumes de firmas, con dedicatorias sobre papel inmaculado y levemente ahuesado. Es otra cosa. He terminado La Regenta y veo en su perfección ecos de otro mundo, lejano. Pronto la lectura de muchas obras será compleja. ¿Quién es capaz ya de leer casi setecientas páginas? Y, vaya, todavía es, en cierta medida, un libro cercan y compresible, que no necesita demasiadas [o ningunas] notas a pie de página. Pero, lo dicho, no es sinónimo de talento el fracaso y me pregunto si las consecuencias que la obra de Clarín fue un fracaso para el autor y para su familia. Las consecuencias no son un fracaso literaria, sino que aumentan el interés del estudioso, como un red subterránea capaz de transmitir mensajes variables por descifrar. Cierro la novela y continua la duda, aletea y no me despego de su razón: he visto triunfos que brillan como fracasos.


+ Llueve intensamente. Son las ocho menos cuarto de la mañana y todavía es noche. Una noche intensa. La oscuridad no es un don. La calle es un charol brillante, con puntos de luz que se reflejan en el asfalto y describen amorfos grumos que se esparcen contra las aceras. A los peatones les cuesta caminar y sostener el paraguas, hace viento. El ansia diaria, el trabajo, los afanes. Ecuaciones, contabilidad y prisa. Desde la ventana de la oficina permanezco ante la escena durante un instante, impasible. El vigilante de la rutina. Me retiro y regreso a mi tarea. Hace calor. Es una atmósfera acogedora, confortable  y me detengo para pensar en las novelas que he leído durante los últimos meses. Solo es un momento, una pausa alargada en el trabajo diario, una pausa leve y prescindible. Encuentro un extraño placer en recrearme en la idea de que las novelas son básicamente estructura y sociología. Rechazo la novela como expresión de los sentimientos. La narración es fuerza, la sociología, alma. Es una idea propia de un día lluvioso, deprimente, y me interesa ese retrato de costumbres y no sé si tiene cabida en este mundo de hoy, en el primer cuarto del siglo XXI. Todo ha cambiado tanto. El amor, el sexo, los ritos de seducción, las traiciones y los corsés sociales que ya se han desvanecido. ¿Qué puede retratar ya el novelista? No lo sé y quizá está ahí esta suerte de vida que goza una novela de sentimientos y atmósferas, donde pesan los estados de ánimo y las vaporosas escenas que no conducen a nada más que a resaltar impresiones, sin la arquitectura del entretenimiento. El entretenimiento va por otras vías. ¿Qué contar hoy? ¿Dejar constancia de la nada?


+ La falta de capacidad para anticiparse al futuro se traduce en dolor. Al menos en su caso, me dije. No quiero juzgar, añadí, pero la observación en sí era un juicio moral. Rechazo los juicios morales desde hace tiempo. Debería planificar su futuro, me dije otra vez y sabía que erraba. Mantengo la postura y no me pliego, es mi signo [hoy].


+ Imagen: me encuentro mientras camino a recoger un presupuesto con este taller mecánico vacío. Es el vacío y la aparente ausencia de actividad lo que despierta mi interés. Aquí dejo constancia. Llovía y llovía, nadie levantaba la cabeza, los afanes guiaban los pasos. 

sábado, 21 de octubre de 2023

500 [entradas], lo cotidiano y el no-lugar



+  500 entradas equivalen a 500 semanas, a lo largo de casi diez años. Recuerdo cuando comencé a escribir este diario, porque de otra forma no se le puede denominar. Fue allá por el 2014, de regreso de un viaje a Madrid. Volvía en el avión y pensaba que sería buena idea hacer algo así, algo como esto. Una suerte de taller para, disciplinadamente, anotar a vuela pluma detalles de la vida cotidiana. Creo que salió bien y la prueba es esta, la entrada número 500. Pero, al mismo tiempo, no se debe insistir demasiado en ello y resulta necesario continuar con el trabajo, con la cita, con la obligación que me he impuesto a cambio de nada. ¿A cambio de nada? De acuerdo, no se trata de dinero y una vez que esto queda fuera, lo que se recoge es algo muy valioso, que nos ayuda a sobrellevar los sinsabores de lo cotidiano, traiciones y demás, como decía un grupo allá por los ochenta, cuando éramos muy jóvenes y no sabíamos que éramos, también, eternos. Hoy soy mortal. Mi mortalidad se relaciona con el número quinientos, es todo un logro a lo largo de estos diez años, pero no tiene más valor que el que yo deseo darle, y esto no es estático. Aquí queda, vale.


+ [Regreso a la vida cotidiana, que es lo que se trata: my everyday life].


+ Pronto viajaré a Madrid. Hace ya tres años que no quedamos K. y yo. Ha llegado el momento. Ahora debo esperar un poco más de un mes, no es mucho. Paseos, largos paseos, conversaciones y bares. La ciudad y sus particularidades, esa sociología recreativa. La política. Poco a poco, se aproxima el momento y sabemos que el disfrute está más en la espera que en la consecución. Tal vez era en El Quijote donde se decía que importa más el camino que la posada. Alguna vez lo oí y me pareció bien. Así, oigo citas apócrifas y entiendo esa necesidad que todos tenemos de acudir al argumento de autoridad. Me disipo, me disperso. Madrid está en el horizonte y espero el momento con ilusión. Las ilusiones son necesarias. Soportar la vida, saberse moral, llega el momento de poner en claro el balance. Leo periódicos y retengo datos y anécdotas para cuando llegue el momento. Leo y olvido, pero una huella queda. Todo volverá a ser lo que fue. Estudio el tiempo que me ha tocado vivir y sé que es una tarea compleja de la que nunca llegaré a vislumbrar su solución. Detengo el cronómetro y sé que todo es anécdota, aunque, cómo no, esta también es su fuerza.


+ Vídeos en línea donde se explica la diferencia entre Kronos y Kairós, se cita a Marco Aurelio o a Kierkeegard. Son los mentores en crecimiento personal. Qué bien no ser joven y qué bien no dejarse llevar por esos vientos. Todas estas cosas yo las leí hace tiempo y se han asentado, un proceso de sedimentación que finaliza en su descomposición, su desvanecimiento, el borrado que da paso a la calma, al vacío, a un suerte de ataraxia donde culmina una vida y sus aspiraciones. La conciencia de la muerte es el tema de toda poesía. La épica nos viste de ceremonia distancia, la lírica otorga humanidad, separados de ambas somos nosotros mismos, es decir: la nada de  la que nos elevamos y a la que regresaremos, como barro o humus que somos.


+ Algunos fragmentos de Walter Benjamin, en esta hora, con un sonido de ruido blanco extraído de un avión de pasajeros, turbinas y colchones en la noche que nos acoge. Pienso. Pienso poco. Veo y estudio vídeos en línea que ofrecen consejos de como dirigir la vida. Leo a Benjamin. “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones.” “Gasolinera”, es el título del fragmento. La convicciones y los hechos, no hay lugar para lo primero y lo segundo no es ya un relato. El fragmento atesora una idea que palpita en mi percepción desde hace tiempo: la imposibilidad de establecer una cartografía de la realidad, porque esta tarea asesina las posibilidades de lo real, lo real como construcción. Por eso no tengo tatuajes, entre otras razones. Hay radica mi rechazo a la identidad, el emboscamiento de la misma. El retratado no se reconoce en el retrato y yo lo veo y descubro aristas y matices que no había percibido y estaban ahí. Lo mismo sucede con las caricaturas. Malas caricaturas que hacen artistas callejeros, pero que, sin embargo, desvelan algo oculto en los rostros. ¿Desvelan, crean o recrean? No hay mucho más.


+ Llueve con intensidad. La intransitividad del verbo refleja muy bien mi estado de ánimo ante la inclemencia meteorológica, una suerte de indiferencia. Un regalo, un don. La indiferencia. Mientras, leo sobre las desgracias que suceden en el mundo o en la provincia, muertes, asesinatos y masacres. Todo permanece inalterable, en apariencia. El cambio lo es todo, pero la lluvia nos sumerge en la melancolía y la reflexión. Mi impasibilidad se embosca, desaparece, muta, se disfraza y ya no es tal. Soy otro. Pienso en los muertos, en esta hora, en los cementerios y en la lluvia que cae sobre el bosque, el que vi esta mañana con S. El árbol caído sobre la calzada, lo apartamos con la ayuda de una machada, pequeña y sin filo. Las ramas rotas eran bellas, las amontoné. Un roble, roto por el viento, su fuerza destronada. Es el inicio del otoño y pienso en los muertos. Mañana S. y yo iremos a visitar a un enfermo. La cosa pinta mal, le digo, cuando comienzan estas intervenciones sin mucho sentido, esta pérdida de peso sin más explicación que la que todos conocemos, el color ceniciento de la piel. Sí. Hablamos de las hijas del enfermo, que no van a visitarlo y él se muere de pena. Con todo lo que ha hecho por ellas. No me sorprendo y llueve. Llueve. 


+ Al enfermo le dieron el alta porque no lo pueden operar, ha bajado muchísimo de peso y eso impide la intervención. He oído cosas esta mañana sobre las hijas, sobre la madre, sobre la idea que tienen de enviarlos a una residencia. Él creo que no durará mucho, ella quizá tampoco, pero sí un poco más. La pena es una enfermedad moral. No reflexiono, describo y en la descripción hay una enseñanza. El tiempo, la cordura, los ahorros, la infancia. Todo ello se convierte en materia de olvido. Una losa, una lápida, un nombre, unas fechas y una cruz. Nos damos al olvido, otros: a la bebida.


+ 500 entradas y casi diez años. No es mucho, no es poco.


+ Imagen: escaleras, otra vez, y la estampa de una pared y la pista de entrada a un parking, podría se cualquier. parking. Imágenes sin relevancia, sin identidad [una otro identidad, tal vez] e intercambiables. Así, celebro las quinientas entradas, en la balsa del no-lugar.

sábado, 14 de octubre de 2023

Sin indicaciones (8)


+ Se ha terminado la convalecencia. Podría prolongarla, pero no quiero. Ha resultado un tiempo provechoso, la lectura y la escritura han estado ahí como siempre han estado, el tiempo se ha ensanchado y me muestra posibilidades insospechadas. La Regenta establece un marco decimonónico que ya no es tal, porque avanza hacia el siglo XX y esa forma de relacionarse se debilita para dar paso a otros usos y maneras, pero lo viejo se resiste a morir. Siempre ha sido así. La muerte de un siglo se prolonga durante un largo tiempo en el siguiente. Este es una idea que me ha acompañado durante la convalecencia, que ya estaba ahí. Lo constato porque la novela y las ideas se unen en un horizonte de expectativas donde el principal actor es el extrañamiento.


+ Tomo prestados libros en la biblioteca. Pido dos libros a dos librerías de lance. Como si tuviese poco con lo que tengo. Es un vicio, no me cabe duda. ¿Cuánto puede leer un hombre, cuánto puede ansiar leer? Cuestiones que no merecen respuesta.


+ He adquirido las actas del simposio internacional celebrado en Oviedo en 1984 bajo el título de “Clarín y La Regenta en su tiempo”; mientras, continuo con la lectura de la novela. Sé que no hay nada que supere el acercamiento a la propia novela, pero sí veo una suerte de oportunidad en acercarme desde la academia a aspectos que me resultan novedosos e iluminadores. Esta iluminación es lo que busco, pero no como un final, sino como inicio. Lo que en otras palabras se podría denominar sugerencia, inspiración, de invitación a la escritura: quizá esta escritura. Recuerdo, así, un viaje que hicimos K. y yo hace cientos de años a Vestuta, a Oviedo. Llegamos por casualidad después de haber estado unos días en Ferrol y decidir coger el Feve sin un destino claro y, por ensalmo, nos encontramos allí, en Oviedo, en las fiestas de San Mateo. No es más que una niebla que se engarza en los recuerdos, distorsiones que la edad hace tomar con precaución. Pero con nitidez regresan las conversaciones sobre La Regenta, sobre la capacidad del autor, la sociología y la prosa, el estamento y su historia, la iglesia, la aristocracia local, la burguesía, y la estampa de la provincia. Me quedé pensativo, ante la catedral y reconocí algo que volvería con la lectura de la novela. No alcanzo a nombrarlo, pero tiene que ver con la eficacia de una estructura, como presentación de una idea, como única vía. Mediante el orden mostramos el desorden. Ahora veo el grupo tomo y regresan aquellos tiempos de la primera juventud. Eran días despreocupados, donde gobernaba la eternidad y La Regenta orlaba el paisaje, el ornamento propio de indigentes y pedantes adolescentes, todavía adolescente. Así me reconozco hoy, pero sin ningún tipo de rencor hacia aquel que fue, muy al contrario. La lectura nos salvó.


+  Poco más, poco menos.


+ Un día festivo que ha transcurrido entre la escritura, la lectura y el estudio de las costumbre y maneras de los gatos. Ninguna de las tres actividades, en principio, parece ni seria ni provechosa. Y por esto mismo es por lo que me interesa. Frente a la híper velocidad que se ha instalado, encuentro en las artes contemplativas un refugio contra el marasmo que nos acosa. Veo una suerte de viaje hacia el interior, un ensueño transitorio. Luego está la vida práctica que desarrollo con total competencia. Es lo mío, saltar de un mundo a otro y que ambos sean compartimentos estancos. Esa capacidad la aprecio ahora, en las puertas de la senectud. Puedo, hábilmente, modular cada impulso y darle el valor que preciso en cada momento, también: el reposo y la contemplación. Ha sido un buen día. Todo se desliza con suave alegría, suavemente fluye.


+ Imagen: Rescato la imagen de un algo a punto de desaparecer y me pregunto: ¿qué no está a punto de desaparecer? Ni soy Tomás de Kempis ni lo deseo. Dejo el ordenador, dejo la cámara y la imagen flota. [En Vigo, cuando se inicia el final del 2023].

sábado, 7 de octubre de 2023

Claves para el inicio del nuevo curso




+ El título de la entrada se relaciona con la línea divisoria que ha supuesto el ingreso hospitalario, la intervención y la posterior y afortunada recuperación. Comienza un nuevo curso, de eso se trata. Simplemente. Leer, escribir, pasear. Poco más. El coche, las caminatas y el agua con gas muy fría y con hielo y limón en las últimas horas de luz, mientras no vemos acogidos por el otoño. Los días se asemejan y eso está bien, me digoy bebo un poco más del bendito café. El propósito para el nuevo curso no es muy distinto al anterior y esa es la clave. Sin embargo, sí creo que se debe insistir en la determinación, en la claridad de objetivos y la perseverancia. Poco más hay. La voluntad como piedra de toque. En fin, no son nuevos propósitos, sino la reiteración de los de años anteriores. El orden delimita este ámbito de tranquila rutina.


+ El orden. La disposición arbitraria de los elementos de trabajo es un retrato en sí. Algo de eso vimos en una exposición que no me aportó nada, a pesar de su innegable pulcritud formal. Con todo, me hizo pensar en los instrumentos de trabajo y su vida, la aproximación a un retrato mediante estos órdenes y selecciones. El fotógrafo, el pintor, el escritor. El médico, el arquitecto, el carpintero. La herramienta es una extensión del cuerpo que caracteriza al que la usa, para terminar siendo una sola unidad. El caso más palpable, el que sobre todos se eleva, es el del instrumentista. Llegado un momento, no se sabe si el violín o el violinista, la guitarra o el guitarras o, en menor medida, debido a su dimensión, el piano o el pianista. Dejo a un lado el aspecto del taller y me centro en la consecución de una agenda, lo diario, la rutina y su fruto. Ay, el orden, me digo en la tarde de inicio del otoño, cuando la luz nos regala los más cinematográficos momentos del año. [No me he librado de la influencia de El espíritu de la colmena, tampoco quiero].


+ He de reflexionar sobre críticas artísticas y críticas de arte, sobre críticos y escritores. ¿Por qué? Leo demasiada prensa y, a veces, me da la impresión que me intoxica. Leo mucho y no recuerdo nada [esto no es cierto, pero entiendo que la impostura en este caso contribuye a una suerte de estado de cosas, en ayuda de tiempos y espacios propicios para una lírica tardía, para un spleen interesado, para tomar una posición o un punto de vista]. No reflexiono y escribo, no reflexiono y leo. Antes de dormir me plantearé si la cultura no es algo político, si está en un estado prístino al margen de cualquier contaminación. Lo dudo y el crítico también lo duda, porque sabe que todo texto es, en su naturaleza, político, pero dice lo contrario porque en realidad su posición está clara y negar el carácter político es afirmar su condición conservadora. La crítica está bien, si no es definitiva.


+ Veo tres documentales, me entra el sueño y apago la luz. Duermo. Me despierto y recuerdo casas en medio del desierto, una modernidad de mediados del siglo pasado. Regreso al sueño y a la mañana siguiente no consigo distinguir entre la narración onírica y los documéntales en sí. El día es claro. Recuerdo aquellas geometrías, las piscinas, los setos, las tumbonas, los cócteles, el bronceado, el desierto, campos de golf, gasolineras art-decó, palmeras y grandes extensiones de césped. Palm Spring. Vi otro documental sobre la arquitectura franquista y me di cuentas que yo ya tenía una idea sobre todo aquello, tantas veces visitado y tantas veces comentado. Yo sabía lo suficiente, quizá más que el que había realizado el documental. Son paseos que K. y yo hicimos durante años. Hay que pensar que el autor del documental era francés y yo me veo enraizado en esas disposiciones delimitadas por paseos y charlas. Está bien. El tercero no lo recuerdo, tampoco hago esfuerzos por recordar. Recordar se relaciona con el corazón. Ay, el corazón. Dormí bien y me desperté despejado. Leí un capítulo entero de La Regenta, el número nueve. Disfruté de la prosa y me supe poseído de una cierta ebriedad que devenía de la arquitectura, la arquitectura del desierto y la arquitectura del franquismo. El sueño las mezcló hasta conseguir la calidad precisa para ser lo que eran, venenos en su justa dosis.


+ [Sobre La Regenta y Fortunata y Jacinta]. No se puede entender la novela decimonónica sin la obligación de entretener y, como derivación de lo anterior, su capacidad de análisis sociológico. Pero, incluso, iría más allá para afirmar que la novela es por antonomasia la novela decimonónica. Quizá sea un tanto vehemente en mi afirmación, pero así lo veo, hoy, al despertarme y leer el capítulo nueve de La Regenta. Se trata de una cuestión de exactitud que se relaciona con un fin, con la finalidad misma de ser fiel a un proyecto. En realidad, cuanto releo la novela, me doy cuenta de que la protagonista de la ciudad no es tanto Ana Ozores como Vetusta misma. Algo que sucede en menor medida con el Madrid de Fortunata y Jacinta. No es esto más que un apunte a primera hora de la mañana, que debería guardar para mí durante un tiempo, pero este cuaderno digital también es una libreta de apuntes que luego deberían pasarse a limpio, cosa que nunca sucede.


+ Laberintos. El lector abre un libro que ha leído hace tiempo y se encuentra con el retrato del que fue. Son fogonazos. Chispas que adelantan un relato. Su relato. La novela es un espero pero también un viaje al pasado. La Regenta me devuelve las lejanas imágenes de un Oporto que conocí con K. hace muchos años. Una presencia que permanece. La novela me permite alejarme del paisaje que hoy en día ofrece esta ciudad. Me gustaría no dar un juicio, sino una aproximación, pero termino por no hacer nada de nada y regresar al libro. El libro en sí. Trabajo me cuentas que las imágenes de otro tiempo no surjan y me interrumpan en el desarrollo de la historia de Ana Ozores, de los otros personajes, de Vetusta, la más auténtica protagonista de la novela, sin desmerecer a la que le da título a la novela, a la obra de arte, como decía el autor. Ahí sigo.


+ “El proceso por el cual se da a las concepciones morales abstractas un contenido histórico específico es un proceso histórico, y además nuestros juicios morales proceden de un marco conceptual que es él mismo creación de la historia” (Carr, 2017: 147). CARR, Edwar Hallet, Qué es la historia, Barcelona, Ariel, 2007.


+ “La técnica se debe olvidar, una vez que se adquirido toca regresar a la espontaneidad, aunque no siempre es posible”. Son consejos que hemos oído y nos parecen grandes tonterías, cosas que nos dijeron y las tomamos en serio. Hoy es distingo. Recuerdo aquellas personas y no son otra cosa que fantasmas en la niebla del olvido. “La memoria es la inteligencia de los tontos”, decía aquel hombre de poblado bigote al tiempo que abrevaba sin cesar cervezas y encendía uno tras otro espesos cigarrillos de tabaco negro. El tiempo ha pasado y en aquel momento eran tontería, ahora son imágenes muy tristes, de desolación, hombres perdidos en su propia selva, enjaulados en la jaula que ellos construyeron. Así recuerdo hoy todo, mientras leo La Regenta, porque, con el tiempo, todo se torna en elementos para reconstruir el pasado y, mediante las novelas o las películas que tanto nos gustaron, elevamos con precisión el tiempo que se fue, las personas que ya no están o aquellos bares que, tal vez, nunca existieron. Hoy no escucho consejos, nunca los di.


+ Indagaciones en torno a La Regenta. Se ve que el libro más que sobre una persona, un  conjunto de persona, versa sobre la totalidad de un pueblo. Hay una sociología que se ve superada por lo literario en el sentido que se puede otorgar al estudio de costumbre que supone la novelística del XIX. Estudio de costumbres, la etiqueta que hay bajo el título de Mme. Bovary.  A través del adulterio se realiza la autopsia social, el análisis del medio y sus contrapesos. Clarín avanza entre la niebla y de la mano de Ana Ozores. Se eleva la ciudad, como una metáfora o una parábola. Vetusta es cualquier ciudad de provincia, esa negra tiniebla que se apostilla en los corazones, el ser y el parecer, la represión y el erotismo. Tormentos silenciosos tras los espesos muros aristocráticos, burgueses, pero también menestrales. La lectura me devuelve ideas que el tiempo no ha borrado, pero sí ha ocultado. Ahora que lo pienso, recupero un tiempo [ya lo dije antes]. Y esta recuperación se ha convertido en la tarea de los últimos meses. La indagación obligada a plantearse la razón misma de la lectura y coligo que es un vicio. Un fetiche o un instrumento.


+ Imagen: la playa en el inicio del otoño. Un algo romántico, un algo de pop de los ochenta, como la costa inglesa. Tal vez. [Ya utilicé las tres imágenes en un estado de WhatsApp, lo que nada quiere decir, salvo la reiteración en sí misma].