sábado, 9 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (11)


+ Discos duros, memorias portátiles, memorias de estado solido. Ya no hay disquetes. La información ya no tiene una materialidad o, al menos, a eso tiende. Nada resulta palpable. También sucede con la música. El éter ha conquistado el archivo. Dónde están las fotos una vez que el papel ha desaparecido. Los registros son digitales y el papel desaparece, en apariencia. Las vidas también se diluyen en una suerte de anomia. No sé si siempre ha sido así, pero ahora sí, ahora es así. Oigo historias que me dan pena, veo rostros con dolor y llegan canciones que no recordaba, también tristes. Me sobrepongo y recuerdo la frase de Borges: como a todos los hombres, le tocaron tiempos difíciles en los que vivir.


+ No sé si la cita anterior pertenece a Borges. No sería extraño. Y, con todo, qué más da quién lo haya dicho si de lo que se trata de es de iluminar que nunca ha existido una Arcadia por la que sentir nostalgia. Hay incide la fuerza de la frase, en romper con ese testigo entregado por otro corredor, ese falsa certeza: hubo un tiempo en que los animales hablaban y el lobo era bondadoso. No. Nada de eso sucedió nunca. Siempre los tiempos han sido poco propicios y las ilusiones se han desvanecido según uno cumple años y se da cuenta de que todo lo ha visto ya. No es decepción, sino la lectura que se ha corregido y la vida está hay, para ser percibida en una de sus infinitas posibilidades. Pero sin ingenuidad.


+ Voy a una cena con personas que conozco desde hace tiempo, quizá casi veinte años. Una vez al año quedamos. Las conversaciones suelen transitar por los mismos caminos, año tras año. Puedo adivinar cuales son sus afanes y sus incertidumbres. Sin embargo, cuando M. habla de la demencia de su madre y cómo hipotecará su vida siento que hay algo que se rompe. Resulta conmovedor porque casi llora y son lágrimas con un triste fundamento. Tendrá, quizá, que renunciar a una plaza que ha conseguido tras una oposición o una estabilización del empleo público, no sé. Qué decir. Nada. El silencio no asume las consecuencias de tal situación, ni otorga consuelos que no vienen a cuento. La cena está bien y, salvo el ruido reinante, se está cómodo en el gastro-bar (esa palabra). Sin conocer el porqué, M. habla de los últimos días de su padre, de las vicisitudes de las entrevistas con los urólogos. El brillante urólogo que sale en el periódico y que le dijo que su padre era demasiado mayor para ser operado. Eso se lo dijo en la consulta privada, sin más, sin aportar nada. Pagó doscientos euros, porque en la sanidad publica no la recibía y esta era la única forma de hablar con él. Recordé una entrevista en el periódico local con el afamado médico. Recordé su rostro y la defensa de la unión entre la ciencia, la medicina y la inteligencia artificial. Ciencia, pericia, arte. Tampoco dije nada, salvo que el interés mueve voluntades. Quizá debí callarme, porque lo expresado era de una obviedad estúpida. Luego hablamos de educación, redes sociales y la violencia que se percibe, que S. percibe. ¿Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos para vivir? No lo dudo, me afirmo en ello y los misterios del presente serán campos trillados en el futuro. La depresión, la ausencia, la soledad. La medicación, la terapia, el diálogo como receta. Nos despedimos y hacía frío. Regresé a casa caminando y no pensé en nada, salvo en la soledad, como articulación de la vida moderna. Qué sintagma, me dije, la vida moderna.


+ Determinar la autoría de un poema en numerosas ocasiones no es posible y lo que se logra, que no es poco, es un acercamiento a la persona que lo escribió. Establecer este camino no deja de ser elaborar un personaje, construir una ficción. Y la construcción de la ficción no resta verdad a lo proyectado. Leo algo que podría ser de Quevedo o de Villamediana, me inclino por el primero. Leo el poema y Orfeo transita de un punto a otro. La mitología espera el impulso del lector para resucitar. No necesito autor, en este momento; más tarde, sí. Me quedo con los versos, con la investigación, con las alturas posibles e imposibles y rechazo todo aquello que resulta un estorbo: tratar de encontrar una utilidad a la lectura, pues su propia naturaleza expulsa toda pulsión pragmática.


+ Escuché con atención razones geológicas, físicas, químicas. Lo hice con atención, repito, pero me faltaban conocimientos. Me dejé llevar por el sonido de las palabras y la escasa lírica de los gráficos. Entendí la pasión por cuestiones que no me apasionan y entendí que las personas necesitan un algo sólido a lo que asirse. Yo también necesito ese impulso, aunque sea impostado. El que se desliza hacia la ebriedad, el que tiende hacia oración, los dos, buscan lo mismo. Me dije que el olvido es importante y la clase proseguía. Nada más. El cielo estaba muy limpio y, a pesar de ser mediados de noviembre, hacía calor. Hacía calor en Madrid.  


+ Imagen: el largo pasillo de una escuela de ingeniería. La casi total ausencia de personas en las fotos que aquí publico es una constante a analizar, que prefiero en suspenso.