sábado, 23 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (12)



+ Quizá en breve regrese a Madrid. O no. En el momento en que esto escribo no es una certeza, sino una posibilidad. Ha resultado imposible no realizar planes en este previo. Una lista de tareas, de trabajos, visitas y paseos esquinados. Cafeterías, calles, caminatas por El Retiro. Papelerías, librerías, tiendas de ropa. Y una reunión, el único motivo del viaje. Si allá llego espero ir a la Biblioteca Nacional, tomar apuntes, intentar entender quién soy. Nada tan agradable. El silencio, la luz tenue, la nobleza de la madera y la moqueta. Los procedimientos y el tarjetón donde se asigna el puesto de lectura. También está la imagen del tren, la lectura en el tren, la observación de los otros pasajeros. Sé la edad que tengo y la veo reflejada en las grandes cristaleras de los vagones. Establezco distancia. Nadie es insustituible, todo es pasajero, la vida es breve y lo obvio es nuestro reflejo en el cristal.


+ Escribo para completar lo que no he dicho o lo que nunca diré. Adivinanzas en las cartas al director del periódico que leo a media mañana, sentencias en los titulares, acompasadas reiteraciones en el malhumor de la camarera. No soy yo el que juzga. La conducta, decía uno que era la medida de las cosas. No lo creo. La palabra conducta no me gusta. Conducir o conducirse. Analizo la etimología y con facilidad llego al verbo latino, a las formaciones que en español da. Aquí lo digo, fuera no. Es un espacio y un tiempo que se adelgazan. La conducta decía mientras olvidaba los hechos que lo llevaron a la cárcel, pero sumido en su soberbia y en la falta, precisamente, de capacidad de conducir el carro que le habían encomendado, que a sí mismo se había encomendado. Recordé a Faetón y todo el despliegue simbólico que conlleva. No es una obra de arte, es la sabiduría, es conocimiento. La hibris y su contrario. Se completan los silencios, aquí, ahora, cuando se lea esto o cuando en el vació intercibernético se deslice su olvido. Como una oración, me digo. Un ejercicio semanal para reducir la distancia entre lo que soy y lo que fui, lo que seré. Sin invocar conductas ni deserciones, lejos del delito.


+ Expreso tres o cuatro ideas y me dan la razón, sin debatir. Entiendo que no tengo razón, sino que me dan la razón. ¿Por qué? Porque mi posición en el tablero ha variado y cuando uno alcanza un punto superior, aunque no elevado, uno se carga de autoridad. Yo lo observo y no me lo creo. Asumo este nuevo rol, pero no me interesa. El interés se centra en los poetas del siglo de oro, hoy. ¿Mañana? No lo sé.


+ Aparecen inconvenientes que dificultan el viaje a Madrid. Tuve dudas, lo vi y ahora no lo veo. Se ha desvanecido, pero puede regresar. Me sonrío y leo la palabra estoicismo, que luego reflexionaré sobre ella. Tenía cierta ilusión en ir, pero tampoco me siento decepcionado. Los ritmos son así y así se pasan las semanas, los meses y los años. Planes que no se concretan, proyectos que fructifican. Todo deriva en lo mismo. Tomo el soneto de Góngora que cite el otro día en otro espacio y recorto el último terceto: “[…] más tú y ello, juntamente, / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Este final del último terceto contiene la idea que ahora me embarga y me pregunto si es algo de ahora mismo o es un algo que se mantiene desde hace mucho tiempo. Esa tendencia a verlo todo desde este prisma de la caducidad. Sí, ese soy yo, el que se sabe mortal, el que se sobrepone a su condición mortal sin rechazar su finitud. En otro es defecto, en mí virtud. Llamo por teléfono. Se abre una posibilidad. Me resulta curioso como me intereso por el viaje. Cómo yo transito, cómo yo soy el que soy, en un alarde de soberbia. Sí, soy el que soy. No he vencido, tampoco pierdo, porque el juego me resulta indiferente en sus resultados y me centro en su evolución, en sus ornamentos, las volutas y los capiteles desnudos, el fuste y la basa. Mientras, suena Solsbury Hill en versión de Erasure.


+ A mi manera soy un clásico. Un exceso del empleo de la primera persona. Pero, ¿podría ser de otra forma cuando se trata de un diario?


+ El tacto de lo moderno me permite entender el pasado. El pasado como el restaurante automático o la perversión de los teléfonos convertidos en terminales de la personalidad. Leer el pasado es entender el presente, al menos en esta lectura reside esa voluntad de alcanzar el imposible y móvil destino de toda comprensión. Música electrónica, aplicaciones para comprar billetes, billetes mediante códigos en la pantalla, libros en línea, los repositorios de los libros digitalizados, el tren como expresión de la velocidad, la velocidad como guarida del desánimo. El desánimo que vibra en las conversaciones, la ilusión de los adolescentes, los bailes, la música de baile, las listas de reproducción, una queja, el precio de los alimentos, el precio del combustible. Hago recuento y bebo café. El café es mi modernidad. Taza de plástico rojo, termo de acero con un vacío que mantiene el calor del café durante horas, la disipada luz del flexo sobre un extremo del tablero que hace las funciones de mesa. Así, este el afán del día: dejar constancia de los elementos de la decoración. Por ejemplo.


+ Término nuevo: “literatura gris”, aquella que es muy difícil de localizar. ¿Qué puede aparecer en esos pozos inmensos?


+ Para finalizar, cierro el círculo: voy a Madrid. Queda pendiente el relato, si tal cosa se da.


+ Imagen: el propio desorden del momento, la propia foto en sí, ambas realidades se entrelazan y me definen. Aquí y ahora, no sé mañana.