+ Recupero, casi por casualidad, pero no sin alguna intención, una vieja libreta donde guardé papeles relacionados con Londres. Hay papeles que tienen más de quince años, papeles que me ayudan a reconstruir momentos que parecen dotados de una suerte de irrealidad. Bien. Todo recuerdo es un punto que se aleja de la realidad y eso es lo que pesa en este hallazgo. ¿Quién era aquel que atesoraba postales, tickets o folletos de autobuses? ¿Soy yo?¿Es C., los dos? ¿Quiénes éramos, quiénes somos?
+ Poco importa Londres como tal, queda, más bien, una suerte aproximaciones a una relación. C. y yo. Poco más. Londres era un escenario iy cualquier otro pudiera haber válido. Sin embargo, se me dirá, era Londres y no ningún otro lugar. Paseos infinitos por calles infinitas en un tiempo más allá de lo eterno, pero con imágenes que perduran, a pesar de aquella irrealidad de aviones, autobuses y trenes nocturnos.
+ Qué cosa. Recorrer la ciudad de noche, en un autobús. Desde el autobús, camino del aeropuerto, se transita por la ciudad. La ciudad es Londres. Como ciencia ficción, por momentos, como Jack El Destripador, sin solución de continuidad. Lo recuerdo hoy, hoy que tanto llueve. La lluvia. La niebla. Pero salíamos de la ciudad y donde la ciudad comienza a desaparecer pude ver bandadas de juerguistas, en el filo de la alegría ebria. Eran bares o pubs, requisitos para la alegría, esa ebriedad. Lo recuerdo como se recuerda un poema pero no la letra exacta de su música. Allí se elevaba un tiempo que no habría de volver, para ellos y para mí. Llegamos al aeropuerto y seguí pensando en todos aquellos, en los tiempos que robaban al sueño, en los delirios y los ensueños de amor y sexo. No. Todo se ha diluido, salvo esto que escribo. Sin fórmulas, ni cálculos. tampoco la intención es establecer un relato, sino una estampa, una postal, la impresión de un momento, el contraste entre edificios de acero, hormigón y cristal y aquellas casas en la periferia, tabernas de luces rojas y verdes, los zombies de la noche que se arrastraban tras el licor [eso supongo yo y no me equivoco]. Así, en aquel regreso, dentro del autobús, C. y yo, nos deslizamos por extrañas autopistas hasta alcanzar la extrañeza del aeropuerto, la rara dimensión de la aeronave, el pasaje y nosotros mismos. Londres quedaba atrás como quién despierta de un sueño extraño. Volvíamos con algo de ropa, algún libro y sueño, cansancio, tal vez, aburrimiento. Porque sí, es posible aburrirse en Londres. Todo tiene cura.
+ Cierto desanimo sobrevuela el día que achaco a la lluvia, que cala, que mina la estabilidad. Pero me repongo y continuo.
+ No lo había tenido presente: cuando esta entrada se publique estaré en Madrid. Hace un año que fui, pero hace casi cuatro que allí no estoy con K. Todo una etapa, una mundo que no cesa de cambiar. La conciencia del tiempo de la oportunidad nunca se diluye pero sí se deforma. Parece que fue ayer, se dice con resignación. Y sí, fue ayer. Siempre fue ayer, porque el adverbio contiene en sí un rasgo de indefinición. Madrid, me digo y no suspiro. Serán largos paseos y ampliadas conversaciones, cuadros y música, algún libro, tal vez. Se relaciona esto con la amistad y con lo intemporal (¿realmente existe algo intemporal?). Sometidos al dictado de lo arbitrario procuraré jugar en el ámbito del trampantojo para disfrutar el momento, embeberme del teatro de la vida sin pedir nada a cambio, salvo ese placer del que actúa y, en en envés, el que contempla la obra. Un propósito.
+ No alcanzo a definir el cambio y prefiero no indagar en ello
+ Imagen: el otoño, el cambio, su imagen: las hojas húmedas sobre el pavimento.
