sábado, 4 de noviembre de 2023

El romanticismo de la desilusión

+ Continúo leyendo artículos académicos sobre La Regenta. Me encuentro con la expresión del título de esta entrada. Me parece un hallazgo, un certero acierto, ¿puede haber aciertos que no sean certeros? Viene de la mano de Gonzalo Sobejano. “El romanticismo de la desilusión”. La actualidad en texto no tiene que ver con el presente, sino con la capacidad de iluminar que tiene la novela que acabamos de leer, que todavía palpita en nuestras sensaciones y recupera momentos del pasado. La identificación con la protagonista y el rechazo de la multitud, la sensación que se arraigo en un pasado allá por los años noventa del siglo pasado. Según la lectura se aleja en el tiempo crece una idea de inversión. Se invierten los valores. Lo bueno es malo y lo malo es bueno. Es una manera que tiene de operar la ficción, que, en ocasiones, termina por ordenar la realidad y pone en su lugar a los actores. El reloj está, ya, en hora. Nietzsche fue quien acuñó la expresión y yo, ahora, la utilizo a mi antojo. La novela se resuelve en un instrumento de investigación de la vida en la provincia. Los vicios privados que son virtudes públicas. El adulterio no es el pecado, la penitencia es la publicación del mismo. No se puede permitir la publicidad del pecado porque el pecado está en, precisamente, lo publico. Por ejemplo. Como otras heroínas decimonónicas, a Ana Ozores no se le permite ser libre, se le impide la autonomía, la verdad de su persona y se impone la rígida e hipócrita moral. Hoy en día se hubiese divorciado y ya no habría novela. Así. Cada época con su marco moral establece narraciones posibles, que fuera de su tiempo resultan imposibles. Así, esa desilusión es una clave de lectura más que válida, pero también circunscribe a un contexto su verdad.


+ Recordar se relaciona con el corazón, todo un campo semántico que hoy me viene al pelo. Recordar aquellos días en un Oporto que nada tiene que ver con el actual porque era una Oporto desconocida a la que nadie iba a hacer turismo. Hoy es el envés. Destinos turísticos, masificados e intercambiables. Pero aquello era otra cosa. Un espejo de la lírica atesorada en lecturas inocentes al calor del olvido, un olvido construido y portátil, necesario para combatir el tedio de la provincia. El silencio, la aspiraciones, el fracaso. Allí aquel tomo de La Regenta, que llevaba K. en su equipaje. Me llamó la atención poderosamente. Leí el libro y debí regresar a él, hace casi nada, para entender a la protagonista, al narrador, al escritor, pero, sobre todo, para tender un punte entre el que fui y el que soy y así entender al adolescente intoxicado de música, literatura y amoríos. No hay fracaso, sino una pose. Como las canciones de los Smiths, una pose, tal vez, tal vez no. Ahora es otro mundo el que ocupa mis días y mi pasado se ha convertido, junto a La Regenta o por obra de ella, en otra narración. Una narración posible que no toma cuerpo, salvo por un anhelo desechable.


+ Pongo en el reproductor ruido blanco, con la intención de aislarme. Lo consigo. Sin amor, me digo, con indiferencia, añado. Es un estado. Un ciclo, tal vez. Hay muchos medios para aislarse, pero el ruido blanco tiene la particularidad de crear compartimentos estancos. Lo celebro.


+ La lluvia intensa no se detiene, a un borrasca otra la sucede. Hay resignación. Llueve. Oigo la lluvia y se establece la abulia. Me cuesta leer, me cuesta escribir. Es un estado de ánimo. Incomprensible, complejo, triste o depresivo. La lucha contra el mal tiempo no es un disfraz, es una necesidad. Frases que se arrojan sin pensar mucho. Las frases y sus volutas, voltear el silencio y perturbar ese equilibrio. Qué importante es saber estar callado. Frases. Oigo frases, sentencias y dictámenes, las leo en el periódico mientras tomo café. Son las nueve y media de la mañana. Llueve intensamente y las mesas que me rodean están ocupadas por oficinistas que debaten sobre la actualidad o sobre sus familias. Un espejo que camina por la calle y nos devuelve sus rostros multiplicados hasta el infinito. No hay pausa. No sé qué decir. El silencio es tesoro, la desilusión una moneda falsa.


+ Extraña es la recuperación del placer/amor por las guitarras [eléctricas]. Ahora, en este mismo momento, las guitarras eléctricas se han transformado en arqueología, ese pasado que es susceptible de recuperes. Su forma, su sonido, su conexión con señales del pasado. Ahí está una educación sentimental que no se corresponde con lo que actualmente está de moda. Ay, la moda. También ellas fueron moda y vanguardia y hoy son el recuerdo. Vaya, Mick Jaeger tiene casi ochenta años. No podía ser de otra manera. La dinámica de las edades marca el sendero y lo que hoy es lo último, mañana será recuerdo. No sé si este reencuentro con la guitarra es una cuestión de nostalgia o reconciliación deontológica con el pasado. En cualquier caso, aquí están. Aquí está, mi Fender Telecaster reedición del 52. La guitarra, sin necesidad de atributos.


+ Leo algo de un afamado columnista y el artículo no se entiende. ¿Una cuestión de sintaxis? Tal vez. Una tendencia, esa frase enrevesada que tiene como fin enmascara el mensaje. ¿Monarquía sí, monarquía no? O es sí, o es no, pero no conviene andar dando rodeos para no pronunciarse. Aquí lo dejo, el que entienda, entendiste, el que no, no.


+ Imagen: reflejos y luces en la noche.