+ Los locales de moda. Las tabernas que merecen galardones de las guías. Lo conveniente. Me debato entre opciones y no me decido. Pienso en todos aquellos lugares donde fui feliz y me doy cuenta de que poco puedo decir. Hay una niebla que todo lo cubre. Ayer llovió mucho y la lectura de la prensa me resarció de la melancolía. Leí sobre las valoraciones de bares, cafeterías y pubs. Lugares comunes. La decoración, los productos naturales, los espirituosos bien elegidos, el café, el aroma del café, tan sumamente caro. Me convertido en una persona sin fe. He perdido la fe en la hostelería y eso me ha conducido a disfrutar más. Lo nuclear es el disfrute, nunca el ornamento. No soy el único que ha llegado a esa conclusión. Lo comparto y me siento satisfecho. Locales de moda a los que no voy a ir.
+ Retengo ideas que se vierten en esos vídeos que veo antes de dormir. Es un vicio, lo sé. Sin embargo, contienen una enseñanza sobre la época en que vivimos. La orgía de la mentira, tal vez, la imposición de ideas funestas por sujetos de una formación nula, pero con intenciones malas. Se ha roto algo y la desvergüenza campa a sus anchas, se impone desvergonzadamente la ley de la selva. No sé si en otras épocas era igual, aunque me parece que no, debido a que los medios de difusión de ideas que hoy están a disposición de cualquiera son potentísimos y baratos. Basta un teléfono y una retórica venenosa y efectiva. Uno propone que el acuerdo entre el empresario y el trabajador sea libre, otro que no se paguen impuestos ni cotizaciones sociales y todo ese dinero sea para el trabajador, el de más allá dice que el que no es millonario es porque no quiere. Sois muy quejicas, dice alguno. Yo escucho y pienso en la difusión de los mensajes, en el calado que tendrá en el electorado, en los sinuosos senderos que conducen al desastre. El desastre, el abismo.
+ Uno se encuentra con autores que tienen interés, pero no tienen éxito, no han tenido éxito. El éxito es un asunto completo en donde el talento no tiene que, necesariamente, porque estar presente. Hay una parte de atractivo personal que pesa mucho. Una suerte de erótica, de sex appeal, que invade toda la persona y le asegura triunfos que se manifiestan más en este don que en el trabajo en sí. Sin embargo, hablaba de autores, de escritores, de poetas, tal vez. Los autores sin éxito me visitan antes de dormir y se quejan de su desgracia y yo les digo que no es una desgracia, sino un rasgo más en el complejo estar de la persona. A ellos les da igual porque lo que desean es el éxito de los otros. Ay, los otros, pero no los habéis conocido, les pregunto. ¿No sabéis que eso que ellos tienen vosotros nunca lo vais a tener? ¿Una vis cómica? No respondo y me entrego a sueño. Sí, eso eso. Como los triunfos de seductor no son explicables desde la racionalidad, desde el análisis de rasgos y elementos [ropa, musculatura, aspecto físico, conversación, artes o picardía], sino de una suma que se manifiesta como un todo, difícil de explicar, imposible de imitar.
+ Ser un autor sin éxito no implica calidad. El fracaso no es sinónimo de talento, el talento no se refleja, tampoco, en las buenas acciones. Ni siquiera que haya yo planeado una ecuación. Como bien dijo hace tiempo una brillante historiadora del arte mientras bebíamos café y Coca-Cola: me gusta el arte, no me gustan los artistas. Y este resumen se ha convertido en un emblema menor, pero útil. Así soy yo de formalista. Las razones morales en el arte no caben, quedan al margen, la obra persiste sin necesidad del autor. Esto es lo que sucede con la artesanía. Solo el objeto, solo su presencia. Pero hay una relación romántica entre el autor y el receptor, aquellas modas de los álbumes de firmas, con dedicatorias sobre papel inmaculado y levemente ahuesado. Es otra cosa. He terminado La Regenta y veo en su perfección ecos de otro mundo, lejano. Pronto la lectura de muchas obras será compleja. ¿Quién es capaz ya de leer casi setecientas páginas? Y, vaya, todavía es, en cierta medida, un libro cercan y compresible, que no necesita demasiadas [o ningunas] notas a pie de página. Pero, lo dicho, no es sinónimo de talento el fracaso y me pregunto si las consecuencias que la obra de Clarín fue un fracaso para el autor y para su familia. Las consecuencias no son un fracaso literaria, sino que aumentan el interés del estudioso, como un red subterránea capaz de transmitir mensajes variables por descifrar. Cierro la novela y continua la duda, aletea y no me despego de su razón: he visto triunfos que brillan como fracasos.
+ Llueve intensamente. Son las ocho menos cuarto de la mañana y todavía es noche. Una noche intensa. La oscuridad no es un don. La calle es un charol brillante, con puntos de luz que se reflejan en el asfalto y describen amorfos grumos que se esparcen contra las aceras. A los peatones les cuesta caminar y sostener el paraguas, hace viento. El ansia diaria, el trabajo, los afanes. Ecuaciones, contabilidad y prisa. Desde la ventana de la oficina permanezco ante la escena durante un instante, impasible. El vigilante de la rutina. Me retiro y regreso a mi tarea. Hace calor. Es una atmósfera acogedora, confortable y me detengo para pensar en las novelas que he leído durante los últimos meses. Solo es un momento, una pausa alargada en el trabajo diario, una pausa leve y prescindible. Encuentro un extraño placer en recrearme en la idea de que las novelas son básicamente estructura y sociología. Rechazo la novela como expresión de los sentimientos. La narración es fuerza, la sociología, alma. Es una idea propia de un día lluvioso, deprimente, y me interesa ese retrato de costumbres y no sé si tiene cabida en este mundo de hoy, en el primer cuarto del siglo XXI. Todo ha cambiado tanto. El amor, el sexo, los ritos de seducción, las traiciones y los corsés sociales que ya se han desvanecido. ¿Qué puede retratar ya el novelista? No lo sé y quizá está ahí esta suerte de vida que goza una novela de sentimientos y atmósferas, donde pesan los estados de ánimo y las vaporosas escenas que no conducen a nada más que a resaltar impresiones, sin la arquitectura del entretenimiento. El entretenimiento va por otras vías. ¿Qué contar hoy? ¿Dejar constancia de la nada?
+ La falta de capacidad para anticiparse al futuro se traduce en dolor. Al menos en su caso, me dije. No quiero juzgar, añadí, pero la observación en sí era un juicio moral. Rechazo los juicios morales desde hace tiempo. Debería planificar su futuro, me dije otra vez y sabía que erraba. Mantengo la postura y no me pliego, es mi signo [hoy].
+ Imagen: me encuentro mientras camino a recoger un presupuesto con este taller mecánico vacío. Es el vacío y la aparente ausencia de actividad lo que despierta mi interés. Aquí dejo constancia. Llovía y llovía, nadie levantaba la cabeza, los afanes guiaban los pasos.
