+ El título de la entrada se relaciona con la línea divisoria que ha supuesto el ingreso hospitalario, la intervención y la posterior y afortunada recuperación. Comienza un nuevo curso, de eso se trata. Simplemente. Leer, escribir, pasear. Poco más. El coche, las caminatas y el agua con gas muy fría y con hielo y limón en las últimas horas de luz, mientras no vemos acogidos por el otoño. Los días se asemejan y eso está bien, me digoy bebo un poco más del bendito café. El propósito para el nuevo curso no es muy distinto al anterior y esa es la clave. Sin embargo, sí creo que se debe insistir en la determinación, en la claridad de objetivos y la perseverancia. Poco más hay. La voluntad como piedra de toque. En fin, no son nuevos propósitos, sino la reiteración de los de años anteriores. El orden delimita este ámbito de tranquila rutina.
+ El orden. La disposición arbitraria de los elementos de trabajo es un retrato en sí. Algo de eso vimos en una exposición que no me aportó nada, a pesar de su innegable pulcritud formal. Con todo, me hizo pensar en los instrumentos de trabajo y su vida, la aproximación a un retrato mediante estos órdenes y selecciones. El fotógrafo, el pintor, el escritor. El médico, el arquitecto, el carpintero. La herramienta es una extensión del cuerpo que caracteriza al que la usa, para terminar siendo una sola unidad. El caso más palpable, el que sobre todos se eleva, es el del instrumentista. Llegado un momento, no se sabe si el violín o el violinista, la guitarra o el guitarras o, en menor medida, debido a su dimensión, el piano o el pianista. Dejo a un lado el aspecto del taller y me centro en la consecución de una agenda, lo diario, la rutina y su fruto. Ay, el orden, me digo en la tarde de inicio del otoño, cuando la luz nos regala los más cinematográficos momentos del año. [No me he librado de la influencia de El espíritu de la colmena, tampoco quiero].
+ He de reflexionar sobre críticas artísticas y críticas de arte, sobre críticos y escritores. ¿Por qué? Leo demasiada prensa y, a veces, me da la impresión que me intoxica. Leo mucho y no recuerdo nada [esto no es cierto, pero entiendo que la impostura en este caso contribuye a una suerte de estado de cosas, en ayuda de tiempos y espacios propicios para una lírica tardía, para un spleen interesado, para tomar una posición o un punto de vista]. No reflexiono y escribo, no reflexiono y leo. Antes de dormir me plantearé si la cultura no es algo político, si está en un estado prístino al margen de cualquier contaminación. Lo dudo y el crítico también lo duda, porque sabe que todo texto es, en su naturaleza, político, pero dice lo contrario porque en realidad su posición está clara y negar el carácter político es afirmar su condición conservadora. La crítica está bien, si no es definitiva.
+ Veo tres documentales, me entra el sueño y apago la luz. Duermo. Me despierto y recuerdo casas en medio del desierto, una modernidad de mediados del siglo pasado. Regreso al sueño y a la mañana siguiente no consigo distinguir entre la narración onírica y los documéntales en sí. El día es claro. Recuerdo aquellas geometrías, las piscinas, los setos, las tumbonas, los cócteles, el bronceado, el desierto, campos de golf, gasolineras art-decó, palmeras y grandes extensiones de césped. Palm Spring. Vi otro documental sobre la arquitectura franquista y me di cuentas que yo ya tenía una idea sobre todo aquello, tantas veces visitado y tantas veces comentado. Yo sabía lo suficiente, quizá más que el que había realizado el documental. Son paseos que K. y yo hicimos durante años. Hay que pensar que el autor del documental era francés y yo me veo enraizado en esas disposiciones delimitadas por paseos y charlas. Está bien. El tercero no lo recuerdo, tampoco hago esfuerzos por recordar. Recordar se relaciona con el corazón. Ay, el corazón. Dormí bien y me desperté despejado. Leí un capítulo entero de La Regenta, el número nueve. Disfruté de la prosa y me supe poseído de una cierta ebriedad que devenía de la arquitectura, la arquitectura del desierto y la arquitectura del franquismo. El sueño las mezcló hasta conseguir la calidad precisa para ser lo que eran, venenos en su justa dosis.
+ [Sobre La Regenta y Fortunata y Jacinta]. No se puede entender la novela decimonónica sin la obligación de entretener y, como derivación de lo anterior, su capacidad de análisis sociológico. Pero, incluso, iría más allá para afirmar que la novela es por antonomasia la novela decimonónica. Quizá sea un tanto vehemente en mi afirmación, pero así lo veo, hoy, al despertarme y leer el capítulo nueve de La Regenta. Se trata de una cuestión de exactitud que se relaciona con un fin, con la finalidad misma de ser fiel a un proyecto. En realidad, cuanto releo la novela, me doy cuenta de que la protagonista de la ciudad no es tanto Ana Ozores como Vetusta misma. Algo que sucede en menor medida con el Madrid de Fortunata y Jacinta. No es esto más que un apunte a primera hora de la mañana, que debería guardar para mí durante un tiempo, pero este cuaderno digital también es una libreta de apuntes que luego deberían pasarse a limpio, cosa que nunca sucede.
+ Laberintos. El lector abre un libro que ha leído hace tiempo y se encuentra con el retrato del que fue. Son fogonazos. Chispas que adelantan un relato. Su relato. La novela es un espero pero también un viaje al pasado. La Regenta me devuelve las lejanas imágenes de un Oporto que conocí con K. hace muchos años. Una presencia que permanece. La novela me permite alejarme del paisaje que hoy en día ofrece esta ciudad. Me gustaría no dar un juicio, sino una aproximación, pero termino por no hacer nada de nada y regresar al libro. El libro en sí. Trabajo me cuentas que las imágenes de otro tiempo no surjan y me interrumpan en el desarrollo de la historia de Ana Ozores, de los otros personajes, de Vetusta, la más auténtica protagonista de la novela, sin desmerecer a la que le da título a la novela, a la obra de arte, como decía el autor. Ahí sigo.
+ “El proceso por el cual se da a las concepciones morales abstractas un contenido histórico específico es un proceso histórico, y además nuestros juicios morales proceden de un marco conceptual que es él mismo creación de la historia” (Carr, 2017: 147). CARR, Edwar Hallet, Qué es la historia, Barcelona, Ariel, 2007.
+ “La técnica se debe olvidar, una vez que se adquirido toca regresar a la espontaneidad, aunque no siempre es posible”. Son consejos que hemos oído y nos parecen grandes tonterías, cosas que nos dijeron y las tomamos en serio. Hoy es distingo. Recuerdo aquellas personas y no son otra cosa que fantasmas en la niebla del olvido. “La memoria es la inteligencia de los tontos”, decía aquel hombre de poblado bigote al tiempo que abrevaba sin cesar cervezas y encendía uno tras otro espesos cigarrillos de tabaco negro. El tiempo ha pasado y en aquel momento eran tontería, ahora son imágenes muy tristes, de desolación, hombres perdidos en su propia selva, enjaulados en la jaula que ellos construyeron. Así recuerdo hoy todo, mientras leo La Regenta, porque, con el tiempo, todo se torna en elementos para reconstruir el pasado y, mediante las novelas o las películas que tanto nos gustaron, elevamos con precisión el tiempo que se fue, las personas que ya no están o aquellos bares que, tal vez, nunca existieron. Hoy no escucho consejos, nunca los di.
+ Indagaciones en torno a La Regenta. Se ve que el libro más que sobre una persona, un conjunto de persona, versa sobre la totalidad de un pueblo. Hay una sociología que se ve superada por lo literario en el sentido que se puede otorgar al estudio de costumbre que supone la novelística del XIX. Estudio de costumbres, la etiqueta que hay bajo el título de Mme. Bovary. A través del adulterio se realiza la autopsia social, el análisis del medio y sus contrapesos. Clarín avanza entre la niebla y de la mano de Ana Ozores. Se eleva la ciudad, como una metáfora o una parábola. Vetusta es cualquier ciudad de provincia, esa negra tiniebla que se apostilla en los corazones, el ser y el parecer, la represión y el erotismo. Tormentos silenciosos tras los espesos muros aristocráticos, burgueses, pero también menestrales. La lectura me devuelve ideas que el tiempo no ha borrado, pero sí ha ocultado. Ahora que lo pienso, recupero un tiempo [ya lo dije antes]. Y esta recuperación se ha convertido en la tarea de los últimos meses. La indagación obligada a plantearse la razón misma de la lectura y coligo que es un vicio. Un fetiche o un instrumento.
+ Imagen: la playa en el inicio del otoño. Un algo romántico, un algo de pop de los ochenta, como la costa inglesa. Tal vez. [Ya utilicé las tres imágenes en un estado de WhatsApp, lo que nada quiere decir, salvo la reiteración en sí misma].


