sábado, 21 de octubre de 2023

500 [entradas], lo cotidiano y el no-lugar



+  500 entradas equivalen a 500 semanas, a lo largo de casi diez años. Recuerdo cuando comencé a escribir este diario, porque de otra forma no se le puede denominar. Fue allá por el 2014, de regreso de un viaje a Madrid. Volvía en el avión y pensaba que sería buena idea hacer algo así, algo como esto. Una suerte de taller para, disciplinadamente, anotar a vuela pluma detalles de la vida cotidiana. Creo que salió bien y la prueba es esta, la entrada número 500. Pero, al mismo tiempo, no se debe insistir demasiado en ello y resulta necesario continuar con el trabajo, con la cita, con la obligación que me he impuesto a cambio de nada. ¿A cambio de nada? De acuerdo, no se trata de dinero y una vez que esto queda fuera, lo que se recoge es algo muy valioso, que nos ayuda a sobrellevar los sinsabores de lo cotidiano, traiciones y demás, como decía un grupo allá por los ochenta, cuando éramos muy jóvenes y no sabíamos que éramos, también, eternos. Hoy soy mortal. Mi mortalidad se relaciona con el número quinientos, es todo un logro a lo largo de estos diez años, pero no tiene más valor que el que yo deseo darle, y esto no es estático. Aquí queda, vale.


+ [Regreso a la vida cotidiana, que es lo que se trata: my everyday life].


+ Pronto viajaré a Madrid. Hace ya tres años que no quedamos K. y yo. Ha llegado el momento. Ahora debo esperar un poco más de un mes, no es mucho. Paseos, largos paseos, conversaciones y bares. La ciudad y sus particularidades, esa sociología recreativa. La política. Poco a poco, se aproxima el momento y sabemos que el disfrute está más en la espera que en la consecución. Tal vez era en El Quijote donde se decía que importa más el camino que la posada. Alguna vez lo oí y me pareció bien. Así, oigo citas apócrifas y entiendo esa necesidad que todos tenemos de acudir al argumento de autoridad. Me disipo, me disperso. Madrid está en el horizonte y espero el momento con ilusión. Las ilusiones son necesarias. Soportar la vida, saberse moral, llega el momento de poner en claro el balance. Leo periódicos y retengo datos y anécdotas para cuando llegue el momento. Leo y olvido, pero una huella queda. Todo volverá a ser lo que fue. Estudio el tiempo que me ha tocado vivir y sé que es una tarea compleja de la que nunca llegaré a vislumbrar su solución. Detengo el cronómetro y sé que todo es anécdota, aunque, cómo no, esta también es su fuerza.


+ Vídeos en línea donde se explica la diferencia entre Kronos y Kairós, se cita a Marco Aurelio o a Kierkeegard. Son los mentores en crecimiento personal. Qué bien no ser joven y qué bien no dejarse llevar por esos vientos. Todas estas cosas yo las leí hace tiempo y se han asentado, un proceso de sedimentación que finaliza en su descomposición, su desvanecimiento, el borrado que da paso a la calma, al vacío, a un suerte de ataraxia donde culmina una vida y sus aspiraciones. La conciencia de la muerte es el tema de toda poesía. La épica nos viste de ceremonia distancia, la lírica otorga humanidad, separados de ambas somos nosotros mismos, es decir: la nada de  la que nos elevamos y a la que regresaremos, como barro o humus que somos.


+ Algunos fragmentos de Walter Benjamin, en esta hora, con un sonido de ruido blanco extraído de un avión de pasajeros, turbinas y colchones en la noche que nos acoge. Pienso. Pienso poco. Veo y estudio vídeos en línea que ofrecen consejos de como dirigir la vida. Leo a Benjamin. “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones.” “Gasolinera”, es el título del fragmento. La convicciones y los hechos, no hay lugar para lo primero y lo segundo no es ya un relato. El fragmento atesora una idea que palpita en mi percepción desde hace tiempo: la imposibilidad de establecer una cartografía de la realidad, porque esta tarea asesina las posibilidades de lo real, lo real como construcción. Por eso no tengo tatuajes, entre otras razones. Hay radica mi rechazo a la identidad, el emboscamiento de la misma. El retratado no se reconoce en el retrato y yo lo veo y descubro aristas y matices que no había percibido y estaban ahí. Lo mismo sucede con las caricaturas. Malas caricaturas que hacen artistas callejeros, pero que, sin embargo, desvelan algo oculto en los rostros. ¿Desvelan, crean o recrean? No hay mucho más.


+ Llueve con intensidad. La intransitividad del verbo refleja muy bien mi estado de ánimo ante la inclemencia meteorológica, una suerte de indiferencia. Un regalo, un don. La indiferencia. Mientras, leo sobre las desgracias que suceden en el mundo o en la provincia, muertes, asesinatos y masacres. Todo permanece inalterable, en apariencia. El cambio lo es todo, pero la lluvia nos sumerge en la melancolía y la reflexión. Mi impasibilidad se embosca, desaparece, muta, se disfraza y ya no es tal. Soy otro. Pienso en los muertos, en esta hora, en los cementerios y en la lluvia que cae sobre el bosque, el que vi esta mañana con S. El árbol caído sobre la calzada, lo apartamos con la ayuda de una machada, pequeña y sin filo. Las ramas rotas eran bellas, las amontoné. Un roble, roto por el viento, su fuerza destronada. Es el inicio del otoño y pienso en los muertos. Mañana S. y yo iremos a visitar a un enfermo. La cosa pinta mal, le digo, cuando comienzan estas intervenciones sin mucho sentido, esta pérdida de peso sin más explicación que la que todos conocemos, el color ceniciento de la piel. Sí. Hablamos de las hijas del enfermo, que no van a visitarlo y él se muere de pena. Con todo lo que ha hecho por ellas. No me sorprendo y llueve. Llueve. 


+ Al enfermo le dieron el alta porque no lo pueden operar, ha bajado muchísimo de peso y eso impide la intervención. He oído cosas esta mañana sobre las hijas, sobre la madre, sobre la idea que tienen de enviarlos a una residencia. Él creo que no durará mucho, ella quizá tampoco, pero sí un poco más. La pena es una enfermedad moral. No reflexiono, describo y en la descripción hay una enseñanza. El tiempo, la cordura, los ahorros, la infancia. Todo ello se convierte en materia de olvido. Una losa, una lápida, un nombre, unas fechas y una cruz. Nos damos al olvido, otros: a la bebida.


+ 500 entradas y casi diez años. No es mucho, no es poco.


+ Imagen: escaleras, otra vez, y la estampa de una pared y la pista de entrada a un parking, podría se cualquier. parking. Imágenes sin relevancia, sin identidad [una otro identidad, tal vez] e intercambiables. Así, celebro las quinientas entradas, en la balsa del no-lugar.