sábado, 6 de diciembre de 2025

En suspenso

 


+ La lluvia envuelve el paisaje. Al poco, la ciudad se ve arropada por el manto gris de la niebla. Ahora la niebla es ya un negro apagado, mate. Escribo y escucho el preciso desarrollo de algunas piezas para piano de Clara Schumann. Hay sintonía entre la música, el tiempo metereológico y el momento. No me desvío de mi tarea. Me hace sentir una punzada de felicidad, una breve y auténtica felicidad. Bebo un sobro de café. Regreso al texto que trato de elaborar y las palabras texto y elaborar no me gustan, pero no encuentro, ahora mismo, mismo otras. Ensayo, tesis, reflexión, análisis. Escribir, pergeñar, proyectar, producir. No me valen. Lo dejo así. Salgo un momento y estudio la lluvia sin pensar en nada más que en su cadencia, ese ritmo hipnótico. Hay un mensaje oculto que no se puede desvelar. Ese mensaje lo creo y lo destruyo yo. Ni más, ni menos.


+ La lectura de la poesía del Conde de Villamediana desde el presente en el que vivo revela claves insospechadas. El desengaño se ha erigido en rasgo de una época. El desengaño político, como apunto Rosales, y el desengaño amoroso que se extiende desde las redes sociales a la televisión en su versión más obscena y adocenada. La política es muy visible y el amor se ha convertido en un concurso de realidad televisada. No todo es así, pero sí hay una percepción de ambas realidades como muy rebajadas, como si hubiese un mundo anterior que fue perfecto. No entro en ello, pero sí en la piedra de toque que resulta ser esta poesía que ocupa mis días y mis pensamientos. La codificación de los sentimientos tiene un valor que desconocemos y nos permite adentrarnos en mundos insospechados, con los que, a diario, convivimos. Es ahí donde me valgo de las herramientas que me proporciona el poeta. El desengaño y el escarmiento son claves útiles para entender este mi presente.


+ Paisajes, libros, café, el piano lejano de Clara Schumann. Pienso en febrero, otra vez en el Auditorio Nacional. Otro concierto. Grigori Sokolov. 


+ Recuerdo la extraña sensación que me asaltó en Madrid. En un descanso di un paseo hasta llegar a un parque. Me senté en un banco y me dejé llevar por la mañana limpia de finales de septiembre. Me invadió la impresión de que estaba dentro de una maqueta, de tan perfecto que todo parecía. No duro mucho, pero fue algo intenso. La deficiencia de la vida ordinaria se había visto suplantada. Ancianos que hacía deporte suave, parejas de paseo, perros felices, algún corredor, los jardineros y sus labores: la adecuación de sus uniformes, el brillo de las máquinas. Salí de parque y sentí que un aliento poético me había invadido. Más tarde caminé por calles sin personalidad y llegué a la biblioteca a la que debía llegar. La sensación se atenuó pero se mantiene la idea de lo imposible, de la reducción de todo a lo más pequeño y perfecto. No mucho más.

 

+ Imagen: los equívocos.

sábado, 29 de noviembre de 2025

Objetos

 

+ La abstracción es un bien. Me ayuda. Me aleja de lo cotidiano o me lo devuelve en su esquema necesario. He pensado en personas que han pasado por mi vida y no han dejado huella. Es un rasgo del momento. Una tendencia a la melancolía, esa enfermedad o vicio, según dictamen de Pessoa. El otro día, de regreso a casa tras el trabajo, vi a alguien con quien tuve relación. Evitó mi mirada y luego, al pasar a mi altura, me observó de refilón. Recuerdo su nombre, el nombre de sus hermanas, la conciencia de un tiempo y el olvido de los gestos y preguntas. Todo se desvanece en un instante. Ya carece de la materia necesaria para ser mínimamente importante. ¿Importante? Qué palabra. Todo se desvanece y me dejo mecer por la agradable calma del mes de noviembre. No pensé, no dije nada y aquí queda una señal de ese no-encuentro. La vida nos aleja y convierte en extraños a los antiguos compañeros de farras, supongo que es el signo al que estamos subordinados. Un día seremos olvido. ¿Quién pronunció esta frase? No lo recuerdo, no quiero averiguarlo, pues en el mes de noviembre encuentro un antídoto para la fatiga.


+  Reflexiono sobre los objetos, su envejecimiento y la adquisición de valor que conlleva el paso del tiempo. No se puede separar ninguna de estas razones de la arbitrariedad. Nada es por sí, lo que le da ese valor es lo que nosotros ponemos en ellos: los objetos. Cuadros, instrumentos musicales y antigüedades varias. La necesidad de construir una identidad tiene que ver con el coleccionismo. Romper con ello no es conveniente, al menos en público: no suele ser entendido. Pero tenerlo presente es un plus. El sentido de la realidad viene dada por nuestra posición, es un algo interno y la manifestación de esta realidad nos conduce a lo que somos. Nada tiene sentido, salvo el que nosotros le otorgamos. El sentido es interno, que no externo.


+ Los objetos y su precio, lo arbitrario.

 

+ Imagen: acumulación.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Tiempo

 


+ Un viaje que trae consigo olvido y tristeza. El paso del tiempo, su huella en las personas, en los edificios. No hay voluntad, una ceguera. El tiempo. Todo permanece en el recuerdo. Me alejo y la tristeza persiste. No hay otra cosa que la serena certeza de caducidad. El paso de los años. Vuelvo la vista atrás y veo lo que sé que habría de ver. 


+ Fuimos a la segunda de Mahler. Todavía no me lo he explicado y persiste su influjo. En algún lugar leo que la pregunta de la obra es si hay vida tras la muerte. Yo sé que durante la interpretación de la obra el tiempo se suspendió. Me embargó la idea de impermanencia. Terminó la segunda de Mahler y ya no llovía. El público, a la salida, se arremolinaba en la entrada del metro. El viaje subterráneo, los rostros de las personas, el regreso a la superficie. Todo parecía encajar con extraña perfección. No es otra cosa: el vuelo del tiempo.


+ Como un futuro no previsto, así vague por la calles de Madrid. El primer día, visité el Prado yo solo y allí volví a ver cuadros con los que he establecido una relación íntima. El segundo caminamos juntos y fuimos al cine. Un entretenimiento. El tercero, una obra de teatro que no me gustó. El lunes, caminamos mucho y sentí el tacto de las palabras, una medicina, un ensalmo, el reverso del tiempo. El tiempo, me dije, es el tema. De regreso a Galicia, pensé en el paisaje, en los amigos, en los sueños y en la posibilidad de permanecer silenciosamente, con la mirada suspendida, sin pensar en nada, en absolutamente en nada. Es cierto, dibujé cuatro escenas urbanas y un interior: el Museo del Prado,  y fue suficiente. Los dibujos son una imagen de la muerte, también.

 

+ Imagen:  esos pasadizos futuristas que hablan del pasado, del presente y del futuro, que se repiten secuencialmente como se repiten las estaciones y las edades. Vale. El orden de las transiciones.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Sin indicaciones (32)



+ Dreams, Fleetwood Mac. Canciones que nos llevan a otro tiempo. Lo sé, una ilusión. Recuerdo escuchar la canción y preguntarme qué significado tenía la letra. Hoy no necesito respuestas, la música es suficiente y rechazo aquella hermenéutica sencilla y doméstica que trata de encontrar claves en las palabras porque las palabras se sitúan en un lugar más próximo a la música que a la lexicografía. 


+ [Desplazamiento (-s)]: nos relatan los preparativos de su próximo viaje, que las llevará a Buenos Aires. A mí me gustaría ir a Buenos Aires por razones literarias, principalmente: por el recuerdo que tengo del libro de Ernesto Sábato Sobre héroes y tumbas. Sin embargo, pensar en un viaje tan largo, pensar en el encierro en el avión durante tantas horas me desmotiva de una manera absoluta. El avión no me gusta y tantas y, lo dicho: tantas horas encerrado en el avión, me hace sentir angustia. Pensarlo me devuelve a lo terrenal y a la racional idea de que nada voy a encontrar allí que no hubiese encontrado en el libro de Sábato. Sé que admite discusión. Pero hoy el desplazamiento por placer es uno de los rasgos que definen nuestra época. Lo he pensado muchas veces, sobre todo cuando estaba en el avión hacia algún destino Europeo [yo nunca he salido de Europa y es muy posible que la cosa quede ahí]. Yo no me resisto, pero me resultan situaciones ásperas: el desplazamiento al aeropuerto, el aeropuerto en sí mismo, el avión, todos los rituales que implica el vuelo y la entrada en otro país, otro aeropuerto, otro desplazamiento del aeropuerto a la ciudad y el camino inverso. Me condiciona. No es la edad. Nunca me he sentido cómodo en el avión. Creo que no iremos a Buenos Aires y, simultáneamente, abrimos la posibilidad de viajar a los Países Bajos. Nosotros, aunque nos resistamos, también estamos imbuidos en el desplazamiento. Todos somos turistas. El fin de semana, las vacaciones como enseña. Ese fin de semana eterno que es el siglo XXI, mientras otros nos contemplan extrañados: los que pueden permitirse el viaje y los que no pueden permitirse el viaje. Se hace solida la posibilidad de un viaje a los Países Bajos [esta vez, con una idea pictórica].


+ De la misma manera que me recreo en esta boutade: “solo leo escritores muertos”, traspaso la idea a la música y, así, me interesa el rock o el blues porque me remiten a músicos muertos, una música que es ya arqueología. Por eso he comprado una Gibson Standard 50’s (Olivia es su nombre, ya que se terminó de fabricar el día 3 de febrero de 2025 y es Olivia, virgen y mártir, santa del día, entre otras y otros). Porque me relaciona con la muerte. Por eso conservo la Telecaster (Odette, proustianamente nombrada). Entiendo las guitarras eléctricas como una referencia al pasado, a mi pasado, algo que tiene aquel nombrado acento arqueológico o museístico. ¿Monumento o documento?, me digo. Cuestión siempre presente. Cómo vemos el arte: como objeto digno de admiración y culto, o, por el contrario, como una herramienta que nos permite adentrarnos en una realidad con la idea de reconstruirla. Creo que las guitarras y el rock and roll me dan la posibilidad de aunar en un solo objeto las dos posibilidades. [Durante la media hora diaria que me puedo permitir ese contacto con tan extraña realidad, media hora no es asunto menor]. La realidad que se distancia y que es preciso reelaborar.


+ Imagen: el vacío de la hora prima: lo inalcanzable. 6:45 am.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Sin indicaciones (31)

 


+ En tres noches, antes de dormir, he leído La casa encendida de Luis Rosales. La sensación de pertenencia a un mundo que ya no existe me ha embargado durante esas tres noches. Todo parece estar bien en el refugio. La luz, las ventanas, los libros. El verso preciso, la palabra medida, el peso de las imágenes en su justa dosis. Pronto regresaré a Madrid y quizá visite este entorno de la calle Princesa, en donde se desarrolla el poema [si es que los poemas tienen un desarrollo y no son, más bien, elementos estáticos y ajenos al tiempo en sí mismo, que lo fosilizan para una posterior reconstrucción]. Conozco este barrio. He dormido en pensiones y pisos que alquilan habitaciones por días en las proximidades de la calle Princesa, por la que . he paseado y he ido caminando al mirador que se asoma desde los jardines del Templo de Debot, el Parque del Oeste y, desde allí, el sur de Madrid. Librerías, cafés y tiendas de instrumentos musicales. Percibí algo que se desprende del libro: la rutina como estancia agradable: los libros, el calor del hogar, la luz amarillenta de los salones de aquellas modestas casas que se construyeron a principios del siglo XX y hoy son mansiones, más por su elevado precio que por sus dimensiones. Tanto ha cambiado todo. Un mundo que yo conocí y hoy es arqueología. Sin remedio avanza la rueda de la Fortuna.


+ La Fortuna, tema tan particularmente propio de Villamediana, que hoy comprendo mucho mejor, aunque todavía no alcanzo sus dimensiones totales. 


+ Los papeles me acechan. Pongo orden y, otra vez, crecen para mi espanto. No lucho contra ello y en esa marea me dejo descansar.


+ Se resiste el pensamiento. Detenido por labores meramente contables, parece no haber espacio para la ocurrencia. No siempre es igual. Lo fluido no se busca, se encuentra. Una frase, me digo. Descanso un momento y retomo la lectura de poemas escritos en cancioneros con más de cuatrocientos años de antigüedad. ¿Cuatrocientos años, cuánto es esto? ¿Un suspiro?


+ Imagen: el banco: un espacio a preservar frente al mar: dimensiones, ubicación y materia.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Forsan et haec olim meminisse iuvabit

 



+ Extrañas citas que me llegan sin desearlo. No sé a qué atenerme. Dedico un instante a la reflexión y no digo nada. ¿El silencio es una decisión o una muestra de la falta de sangre en las venas? No le doy importancia porque yo no quiero responder. Sé demasiadas cosas como para expresar mi rechazo. Es un truco que aprendí hace no demasiado: el silencio ante los terraplanistas es aplicable a muchas otras necedades, incontables necedades. Este es mi silencio. Leo, otra vez, la cita que ha puesto en su perfil y creo desvelar ciertos secretos, pero no es así. En realidad he recompuesto las piezas y me he aproximado un poco más a la totalidad, su totalidad. Lo dejo a un lado. No tiene importancia.


+ Estampas de la gran ciudad: obras, autopistas, aeropuertos, el metro, taxis, calles desiertas, calles abarrotadas, tiendas y bares giratorios, discotecas y pubs elegantes, decadentes, miserables. Todo lo recuerdo y nada olvido. Acabo de leer un breve texto de un escritor que en otro tiempo me gustó mucho . No leeré otra vez sus novelas, no quiero correr el riesgo de una decepción o de que regrese un transido entusiasmo. El gesto de una mujer con falta muy larga que apoya su pie en una pared para atar los cordones de sus zapatillas de baloncesto verdes: estudiar el gesto desde la anatomía y conformarse con el esbozo que se hace mientras todo se desvanece. Ese extraño erotismo que es suponer una vida, encajar en la suposición el amor y el deseo. Estampas que no olvido. La mujer que llora en el metro como si susurrase, nadie le dice nada, yo tampoco. En el metro otra vez, alguien ofrece pañuelos de papel mientras enseña la llave de una casa que dice que acaban de embargarle, nadie le mira y él pide que le miren a la cara, una mujer le da una moneda y él le ofrece el paquetito de pañuelos de papel, ella rechaza los pañuelos y le desea suerte al hombre. Desayuno tres días en el mismo bar, pido, los tres días, la misma comanda, veo que hay rostros que se repiten, otros no, no creo que haya un significado oculto en estas simetrías. Una pensión cerca del corazón de la ciudad: largos pasillos, puertas cerradas, la decoración extraña de las pensiones, algo humano, algo impersonal, célebres cuadros en formatos muy reducidos, un llavero con tres llaves: la del portal de la calle, la de la puerta de entradas, la llave de la habitación. Veo la televisión a oscuras. En la calle hay una manifestación. Rostros, animales de compañía, ropa de deporte, canciones que ya no recuerdo y alguien las silba mientras pasa delante de mí: estoy sentado en un banco y observo. Una lámina de agua muy brillante, un hombre vestido de verde y amarillo riega los árboles, no hay ruido alguno. Paseo y veo una placa: consulto el teléfono y veo que aquí asesinaron a un hombre de treinta y cinco años, soltero. Volvía de hacer deporte. Yo no olvido, fue ETA: qué miseria. Cerca hay otra placa: una mujer de setenta y dos años volvía de una celebración, la alcanzó una bomba, murió. Queda la placa. Todo se olvida, me digo y sigo el paseo sin poder dejar de pensar en aquellas vidas quebradas hace cuarenta años. Quizá son más de cuarenta años. No lo sé. Ya nadie se acuerda. ¿Alguien se para en estas placas? La vida no admite definiciones. La muerte cesa todo intento de definir la vida. Demasiado amplio todo para un instante. El metro una vez más y hay otras historias que prefiero dejar a un lado. Quizá en otro momento. Hoy no. Son las estampas de unos días que estuve en Madrid. Son asunto que poco a poco olvidaré. O tal vez no.


+ No es verdad que el buen paño en el arca se venda. Hoy menos verdad que nunca antes. Lo que no implica calidad, ni bondad, ni un posible optimismo.


+ En uno de los cuadernos de Luis Rosales me encuentro con la cita en latín:  «Forsan et haec olim meminisse iuvabit» se traduce con un significado similar a "Quizás algún día nos acordemos de esto con alegría" o "Tal vez algún día nos plazca recordar estas cosas”.  Gobierna el afán del día la posibilidad que abre, a modo de cura, a modo de táctica en el conjunto de la estrategia. Un día recordarás esto que te causa dolor con cierto agradecimiento: soy el que soy por aquello que fue. El afán del día de hoy es este.


+ Imagen: tres momentos: la pensión y la pintura simétrica [la reproducción del cuadro de Murillo que encuentro en el pasillo de la pensión habla desde el pasado y ofrece una visión que nos desarma, esa es la duplicidad o simetría], la calle y su expresión plástica que tiende a lo espontáneo [carteles que anuncian diversas noticias y convocatorias, el perro impasible que corona el conjunto, se conforma una inveterada expresión artística: la necesidad de ser y ser escuchado y el arte se destila de esta casualidad], el metro [la soledad, lo actual y la fugacidad: el tiempo se hace carne es su fluida realidad].

sábado, 25 de octubre de 2025

Su noble palabra demiúrgica

 

+ Vuelvo a Roland Barthes. Hoy que llueve y no dejo de pensar en guitarras, regreso a Roland Barthes. Ay, las guitarras y mi mismidad. Leo, una vez más, un artículo que aparece en Mitologías, “El escritor en vacaciones”. Resulta ilustrativo de una idea romántica de la creación literaria y del trabajo que conlleva y que permanece en el imaginario colectivo. El escritor en vacaciones es una asociación entre el mito en sí mismo del escritor y su realidad de la vida cotidiana. El acento que sobre esta circunstancia pone R.B. es definitorio y se extiende desde el momento del artículo hasta el presente. El libro, Mitologías, es un libro propio del momento, de los años sesenta, pero lo que desvela permanece. La duplicidad que encontramos entre la persona y el personaje. A la persona le gusta lo mundano en comunión con el resto de sus conciudadanos, pero tiene aquel rédito intangible: “su noble palabra demiúrgica”. Y es aquí donde se produce la intersección con las guitarras. ¿Por qué? El viernes pasado C. y yo, junto a otra pareja, L. y J., fuimos a lo que se denomina un “clinic” de dos enormes guitarristas. Los guitarritas en su atuendo roquero adquirían un tinte mitológico similar al escritor, pero acentuado por las guitarras y los amplificadores, la interpretación musical y las poses que ornamentan al roquero: herederos de un cierto romanticismo y de una idea cirquense de la vida y el espectáculo. Está bien. Son necesarias estas expresiones de divinidad y armonía. Las guitarras, los libros o las ciudades, mecanismos que activan la ilusión de una existencia verdadera o auténtica, en un sentido que ya nadie utiliza. Lo auténtico quedo relegado por otras formulaciones, pero, tanto en la escritura como en la interpretación musical, permanece incólume. Por un momento, los dioses nos visitan y los honramos en la justa medida del orden, la armonía y la serenidad.


+ Repaso anotaciones a lápiz de L.R.C. en una antología del Conde de Villamediana elaborado por él mismo. Me resulta muy difícil entender su letra, aunque tampoco es mala su caligrafía [bueno, quizá sea redundante lo dicho porque dentro de la palabra está contenido el concepto de belleza: Κάλλος, y ahí no se puede entrar: o es buena o no es caligrafía, con todo: así queda]. Pienso en cuando tomó nota, en la extrema realidad de que nunca se sabe quien terminará por leer lo que escribimos, aunque no sea nuestro propósito que alguien lo lea terminará en otras manos. Reflexiono sobre esta circunstancia a menudo. Escribimos sin saber quién será nuestro destinatario, a pesar de que esto no se considere comunicación stricto sensu, ya que para que la comunicación se produzca debe existir una intencionalidad y en este caso no la hay. La tarea se desarrolla arropada por excelsas interpretaciones de piano y con la lluvia como telón de fondo. He adelgazado mis pretensiones y ahora con observar me conformo. La letra de Luis Rosales me devuelve otra imagen de mí, un otro yo.


+ Apunto: “la imagen del barco varado y la idea de fortuna”. Podría amplificar el apunte, pero así está bien. Así queda.


+ La casualidad me lleva a una frase que flota en la página web de una compañía de logística. La frase, en su literalidad, flota: “Children are like wet cement, whatever falls on them makes an impression” [la traducción automática parece válida: “Los niños son como el cemento húmedo, todo lo que cae sobre ellos les deja una impresión”]. Pensar en la frase es pensar en si las comparaciones son acertadas por la simple inserción de la partícula que establece la comparación misma o se les debe exigir algo más. Supongo que lo último es lo que se impone, pero hay que pensar. Las cuestiones de pragmática lingüística siempre son inquietantes porque parecen desvelar aspectos que se esconden en lo cotidiano y lo dado. En realidad, lo que dice la frase a todos nos sucede y la comparación no hace otra cosa que acentuar la observación con la indiscutible realidad de la infancia, donde todo está magnificado. La frase es de un maestro y psicólogo israelí del siglo pasado, que murió a los cincuenta y un años. Bueno, no es cemento, es hormigón o mortero, por ejemplo, el cemento es un polvo gris que precisa del agua y la grava para ser algo. ¿Podría llevar este error hasta las consecuencias hermenéuticas que de él se desprenden, cuando se confunde el ingrediente con el resultado, una confusión que desarma toda la metáfora? La precisión no es cortesía, sino necesidad. Punto.


+ Las frases de calendario bien se merecen un tatuaje en su punto, siempre que reine la ironía o el sarcasmo. Pero no es posible. El tatuaje es talismán y ni la ironía, ni el sarcasmo protegen de nada.


+ Leo algo sobre Gerhard Richter y encuentro ciertas concomitancias con ideas sobre la imagen y el devenir del presente. Son ideas que tienen algo en común con una forma que he desarrollado de ver, pero que nunca termina de plasmarse [si dejamos a un lado las fotografía de este blog y las imágenes de aquel que abandoné cuando murió mi madre]. Es algo que se relaciona con lo cotidiano, con lo que carece de valor, una suerte de elevación del desecho, pero también con una tendencia hacia un intento de capturar un esbozo de lo contemporáneo, a sabiendas que esto no deja de ser la fundación de una arqueología. En fin. Me interesó el artículo y recordé al artista. Poca cosa no es. 


+ Imagen: la biblioteca, como residencia de aquella palabra demiúrgica que es escritor empuña.


sábado, 18 de octubre de 2025

Sin indicaciones (30)


+ Si me preguntan por mis opiniones sobre el arte, me mantengo al margen. Me cuesta. Cada año que pasa, más me cuesta tener una opinión. Ay, las opiniones. La observación de la realidad me distancia de aquella manera del yo siempre presente y dispuesto para el combate. El concepto me abruma, digo. Solo hay concepto, repito y me abstengo de opinar. Mi interlocutor sonríe. Tiene veintiséis años y hay en su mirada la ilusión que yo he descargado: soy un observador, me digo, casi sin saber que es algo más propio de la edad que de mi condición. Ahora, tras ver las impresiones sobre paneles de madera de grandes páginas de conocidos tabloides que hizo en los años noventa Sarah Lucas, me reafirmo. En realidad, son más balizas que objetos en sí mismos estas extrañas expresiones. Se transforman en expresión de un tiempo. El contexto y del discurso que las ampara le otorga el sentido. Eso busco, le digo y él vuelve a sonreír. Son cosas sin importancia que puntean el día a día de transiciones, agradables transiciones.


+ Clara Shumann, es el sábado. El piano desliza dificultades y soluciones. Una parte de luz, otra de sombra. El piano sugiere las medidas precisas. El sábado resulta luminoso, extraño para esta época del año. Un camino en el bosque, accidentes, conversaciones, silencio. El mar, quizá.


+ En una transcripción de un texto alguien confunde espera con esfera. ¿Es un hallazgo? ¿Es el camino para un hallazgo? La esfera se podría unir a una idea de totalidad y, al tiempo, de perfección. La espera casi se puede tomar como una cualidad. La esfera y la espera, la determinación en la espera de una cierta armonía perfecta. Aunque, claro, ya sabemos, la perfección de la esfera solo existe en la abstracción de una geometría matemática, en cuanto esta se materializa, la perfección desaparece. Ahí está la espera, la espera de la perfección. Solo fue una confusión entre palabras que tienen cierta proximidad en el sonido, pero tender puentes entre orillas imposibles resuelve un entretenimiento más. 


+ Imagen: otro recorte, el recorte acentúa una nota absurda en lo cotidiano. Poco más.


sábado, 11 de octubre de 2025

Le flâneur

 


+ Escucho, en el reproductor en línea, a Miguel Sánchez-Ostiz leer un fragmento de su dietario de 1995. Me quedo con la idea del naufragio y el no saber a dónde de se va. La escritura de los diarios que tienen por objetivo su publicación tiene algo de puesta en escena, un aderezarse en trucos y emboscaduras. He escuchado a M.S.-O. con interés. Me intereso, así mismo, por su libro La negra provincia de Flaubert, que  es más el interés por el título que ninguna otra cosa. No poca cosa, me digo. Y sigue la tarde en su órbita.


+ El bosque, árboles. El monte, árboles esparcidos y otras cosas. No sé. La división entre una realidad y la otra tiende a unos límites imprecisos, pero el bosque se impone magnánimo. Un capricho, solamente.


+ Veo unas fotos y un texto de Sophie Calle en una revista antigua. La revista se acerca, o sobrepasa, ya, los treinta años. Los años noventa, me digo. El Europeo. Es antigua, pero no ha envejecido y mantiene un aliento de actualidad. Reflexiono sobre el texto de S.C., sobre los días que pasé en Madrid, sobre las tareas y su resolución. Esa felicidad que produce rematar bien las tareas, por una parte. Por otra, la suma de conversaciones, paseos y desplazamientos, clases y reuniones informales y productivas. Vuelvo a S. C. y me doy cuenta que hay una serie de intereses que se han mantenido a lo largo de los años. Antes no, pero ahora sí lo comprendo: ciertos meandros me han conducido hasta donde estoy. La travesía es un relato. Todo narrar es un viaje. Llegué a Madrid un domingo y regresé un viernes. Llegué a las dos y a las dos me fui. Ese arco. Los cuerpos, las voces, la silueta de los cuerpos. Una definición que no se deja atrapar. El texto de S. C. habla de matrimonios, divorcios, encuentros y despedidas, Paris o Nueva York, por ejemplo. El aeropuerto de Orly, una avenida sin nombre, el filo de una foto en blanco y negro. Todo deviene en una escritura automática, la que se desliza de las sugerencias que ofrece el tomar de una estantería la revista de la que me había olvidado. Se trata de eso: pasear sin rumbo ni propósito. Je suis le flâneur.


+ La rutina desdibuja el peso de los gestos y el movimiento de los cuerpos. Las personas pierden su sustancia, se diluyen en un gris extraño y profundo. Bastan unos días fuera de los días de trabajo, con sus ritmos y sus pausas, para volver a ver lo que ya no veíamos. Lo decía David Hockney: el mayor espectáculo es ver a las personas en su desarrollo diario. Lo suscribo. 


+ “The idea that figure painting might disappear has always seemed naive to me. The most interesting thing we see in the world is another human being." David Hockney.


+ ”Other people fascinate me, and the most interesting aspect of other people— the point where we go inside them— is the face. It tells all.” David Hockney.


+ Con esta idea implícita fuimos a París y allí nos encontramos con esto que el pintor manifestó en su momento y hace un poco copié. 


+ Imagen: fruto de la casualidad es el recorte. Recorto un pequeño fragmento de una foto y aplico una serie de efectos. Queda lo que queda. Un baño de irrealidad. Como el paseo mismo, como la observación misma. 

sábado, 4 de octubre de 2025

Sin indicaciones (29)

 


+ Las pruebas médicas son balizas en el camino. Separan la rutina de una posible excepcionalidad, pero hemos aprendido a construir cajas herméticas. Ay, las cajas herméticas, qué bien funcionan. El instante eterno, me digo y continuo con la escritura, a la espera de que llegue la noche y pueda leer alguna cosa suelta, algún fragmento que me aleje de la investigación y sus incertidumbres. Cuando llegue a la prueba, esa es mi intención, estudiaré con milimétrico ánimo el escenario, las posibilidades pictóricas, pero no me apartaré del verdadero propósito de la cita: descubrir si algo se esconde, o no, en la oscuridad del cuerpo. La oscuridad del cuerpo, ese sintagma.


+ Próximos viajes a Madrid. Iré, por motivos distintos, dos veces a Madrid antes de que termine el año. No tiene mucha importancia. Antes era distinto. Nos acostumbramos. Hoy intenté hacer un recuento de las veces que he estado en Madrid y me ha resultado imposible. No tiene mucha importancia. Algo que se desliza, un error en la memoria, paisajes, anécdotas, conversaciones. El aeropuerto, la estación del tren o la estación de autobuses, el metro. Rostros indefinidos. No tiene mucha importancia. Retomo el hilo. Antes de que acabe el año iré dos veces a Madrid [de hecho, cuando esto se publique, la primera estancia se habrá terminado]. Largos paseos por calles y parques, las avenidas y los monumentos. Todo se aleja y algo queda en el aire. No comprendo. Me dejo ir y no pienso mucho, eso he ganado con los años. Una reverberación en la última hora de la tarde. Ya está preparados los billetes de tren. Leeré y espero trabajar en la investigación, que no es una investigación sobre le mal, sino sobre la lectura de un poeta. Empresa imposible. Calles. Agenda. Bibliotecas. Mapas. Ocupaciones. Todo me hace olvidar esa condición mortal que me embarga. Soy yo y mi tiempo, limitado y precioso. 


+ Hoy de refilón le vi y él me vio. Me reconoció y yo a él lo reconocí. Bien. No nos saludamos. La última vez que hablé con él fue en un garito de ultimísimas horas, en avance de una ebriedad desaconsejable. No hay que pensar mucho. Veinte, treinta años, tal vez. Me confesó, en aquel momento, su ambición más firme: dinero. Se casó bien. Lo último es una suerte de expresión un tanto desagradable, pero en su léxico encaja perfectamente, supongo hoy, supuse ayer. Ha hecho dinero y eso se refleja en su atuendo, de un gusto pasado de moda y un tanto preppy, en sus coches, en su moto, en la localización de su vivienda, junto al parque principal de la pequeña ciudad [La negra provincia de Flaubert, es el título de un libro de Miguel Sánchez-Ostiz que me viene al pelo], hermosas vistas, suelo de mármol y cuadros con firmas destacadas de la remota región de los ríos y la lluvia, cuadros que están perfectamente ubicados: siempre dentro de un realismo sin escorarse [en la conjetura flota una afinada certeza]. No nos saludamos, yo no tenía ganas, él no lo sé, pero supongo que tampoco. El tiempo cubre de una capa de polvo y oscuridad hechos del pasado. A veces emergen. Hoy, ya no. Mejor así, para todos.


+ Lo reconozco: no evité su mirada y, luego, torcí la cara. No es mala educación, es la moneda falsa y la moneda buena en carne mortal. La moneda falsa desplaza a la buena.


+ Imagen: Un cierto desorden; así, estos días: acumulaciones caóticas que se resuelven en un sistema de mínimos y máximos que termina por darle sentido a las tareas. Así sea.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Every day life [la pereza]


 

+ He encontrado en el reproductor en línea un vídeo que contiene las “ Gymnopedies 1, 2, 3 “: las partituras de Satie en bucle. Actúo en consecuencia, es la banda sonora de estos días previos al inicio del otoño. Ay, Honfleur, cuánto tiempo ha pasado.


+ Every day life es el título de un libro que compré hace años y, por pereza, no terminé . En él se establece una relación entre la vida cotidiana y el surrealismo, una conexión que me interesaba, pero, ahora, ya no tanto. Mi interés hoy se encamina hacia la cuestión de los análisis de la realidad cotidiana en sí misma. Llego a una idea de cómo en lo diario se esconden imperceptibles pliegues y meandros que, observados con proximidad, ofrecen una faceta extraña. Ese concepto de la desautomatización me parece clave y productivo. Ver, oír, oler, pero con atención a los detalles: evitar los automatismos de la percepción. Los perfiles de los edificios, el sonido de la ciudad, el estallido de la primavera a o del otoño y su reflejo en los aromas, en la pestilencia o en los perfumes. La gente y su indumentaria, los automóviles y sus colores imposibles, las construcciones, edificios e infraestructuras, y la ciudad en sí, como un todo, o la incursión curiosa en sus elementos. Por ejemplo. Todo esto y más. Por eso me parece una fiesta sin demasiados costes, o ninguno. Es barato, es gratis, es bueno. Y no siempre lo barato sale caro. Me centro esta manera de estar y la someto al escrutinio amplio del día a día, a su balance y a los placeres sencillos. Los placeres sencillos, siempre están ahí para cuidarlos. En ello estamos.


+ A veces se limitan las opiniones, en otras ocasiones los juicios emitidos son precipitados. La precipitación es mala cosa. Pienso en que reflexionar antes de hablar no es necesario, sino que resulta imprescindible. Son lecciones que he atesorado a lo largo de la vida. Ahora entiendo afirmaciones que hablaban de la sabiduría que el avance de la edad va otorgando [no a todos] porque lo he experimentado en mi conducta y en mis conversaciones. Una tendencia al silencio, podría ser un resumen pertinente. Ayer insistí, con una modera vehemencia [¿se percibe el oxímoron?] en la imposibilidad de sustraernos al determinismo. La afirmación del determinación no deja de contener cierta crueldad, pero no se puede evitar la mirada hacia ese destino escrito por la personalidad. ¿Es excesiva la afirmación? ¿Dónde queda la moderación que busco? No lo sé, pero la certeza se impuso.


+ Si con veinte años supiese lo que sé ahora, sería un monstruo. 


+ Imagen: 45.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Lo que voy encontrando

 


+ [Desconocimiento]: El primer sábado de mis vacaciones fuimos, como tantas otras veces, C. y yo, a Caminha. Tomamos café con leche y torradas en la explanada. No hacía mucho calor y el viento resultaba agradable. Hablamos de algunas cosas e hicimos previsiones. Terminamos y nos dirigimos hacia la calle donde está la Tabacaria Gomes. Allí cogí el periódico Público y la revista Sábado, poco más de seis euros. Continuamos con el paseo y regresamos a nuestro coche, nuestro querido y humilde coche. Paramos en un supermercado para comprar aceite y vino, Porto. Continuamos nuestro camino hacia España. Cruzamos el río. Portugal quedaba atrás, pero no desaparecía. Días después, cuando comencé la lenta lectura de aquella prensa adquirida el domingo, me encontré con la tercera parte de una serie que ofrece la revista, Sábado. En principio no había llamado mi atención y empecé el artículo, el último de la serie, sin mucha intención, con cierta desgana. Fue comenzar y no poder detenerme. Se narraban los últimos días de Ricarte Dácio de Sousa. Ricarte Dácio era alfarrabista, es decir: un librero de librería de lance. Una suerte de escritor sin obra [algunos así nos hemos encontrado a lo largo de los años y creo que, siempre, esconden misterios difíciles de descifrar]. No se llega a saber, pero se baraja su alcoholismo, la ruina o una cierta náusea por un fracaso mineralizado, le llevan a terminar con su vida, pero también con la de su mujer, su hijo de quince años y su gata. Escribe unas cartas antes de asesinar a los suyos para terminar suicidándose. He leído algunos perfiles del hombre: culto, amable, comunista, con una cierta fortuna que dilapidó, elegante tal vez, mecenas de surrealistas, próximo a la miseria, desengañado, triste. En otro lugar aparece que era ludópata y que su mujer padecía una enfermedad incurable. La acumulación de datos no hace que se olviden los crímenes y la repugnancia que producen. Resulta tan siniestro que el día se oscurece y no puedo dejar de ser una cierta inquietud que proviene de la duda sobre la maldad, sobre su extensión y presencia. La maldad está ahí, pero no siempre es fácil descubrirla o cuando se descubre ya es demasiado tarde. Me recupero y pienso en algún viaje a Lisboa: el límite de la ciudad, en el centro, en bares y figones, las conversaciones fluidas de la adolescencia y una extraña belleza entre la decadencia y la luminosidad. Fue hace muchos años y, en aquel año de 1989 o 1990, Ricarte Dácio caminaba por las calles, su hijo también.


+ Hace tiempo que no leo poesía. Me di cuenta ayer noche, antes de dormir. Luego soñé con galerías de arte donde no me aceptaban. Ahora recuerdo todo. La noche destila inquietud, pero yo veo más allá. Tengo dos estanterías con poesía, solo con poesía, pero tengo, dispersos, muchos más libros de poesías. Me propongo un juego: tomo un libro sin saber cuál será. Es Claves líricas de Ramón María del Valle-Inclán. Abriré al azar una página: “Clave XIX / Rosa de Oriente”, leo soneto. Reconozco algunos aciertos, pero me quedo como estoy [soy yo, no es el poema, no es el artefacto el que falla]. Con intención: Arquitecturas de la memoria de Joan Margarit. “Balada de Montjuï”, me quedo con el primer verso: “He arríbat a l’alba per no trobar ningú / només un canó fred que, si l’acricio, és talment un gos llop indiferent.” Se une este párrafo con el anterior en el punto que aparece la indiferencia ante ese amanecer, ante la hora de llegar a la cama, y uno se desviste y se pone el pijama, llega el momento del arqueo, la contabilidad del día y las calas, simas y cumbres por las que se ha transitado, aunque en su mayor parte no han sido otra cosa que infinitas planicies de tranquila monotonía, ay, la rutina, la bendita rutina.


+ Algo de vídeo-arte en este lunes de vacaciones, a las cinco y cuarto de la tarde. Me interesó y el medio de difusión, la plataforma de vídeos en línea, me pareció muy adecuada. El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan hace tiempo y durante un tiempo se convirtió en un tópico, al menos, en ciertos ambientes que frecuenté, hoy me parece olvidado y producto de época, una época, ya histórica. El vídeo arte, tal como lo vi yo ayer, es asequible y efectivo. Gritos, grandes superficies rojas, un texto más poético que descriptivo, unas manos, el rostro cubierto de un lienzo, también, rojo, la duración adecuada: dos minutos y medio. Todo ello se separaba de la rutina de la tarde, del devenir diario. Me dio razones para pensar sobre cómo nos expresamos y la necesidad de expresarse. Todo tan humano. Mientras, la política seguirá su curso, me dije y, sin se ajeno a todo ello, encontré una isla que me permitió recuperar momentos olvidados, sepultados entre el trasiego del día a día. Los trabajos y los días, esa sucesión de verdades: la obligación del trabajo y su circunscripción: el tiempo. El vídeo que vi estaba relacionada con ello, no en su tema, sino en su voluntad de ser. Está bien así.


+ Imagen: la silla como construcción, encuentro en la silla una construcción que tiende a la perfección. [En algún museo, una silla vacía, el escaño del vigilante que no está, una presencia y una ausencia, así, el museo mismo].