+ La abstracción es un bien. Me ayuda. Me aleja de lo cotidiano o me lo devuelve en su esquema necesario. He pensado en personas que han pasado por mi vida y no han dejado huella. Es un rasgo del momento. Una tendencia a la melancolía, esa enfermedad o vicio, según dictamen de Pessoa. El otro día, de regreso a casa tras el trabajo, vi a alguien con quien tuve relación. Evitó mi mirada y luego, al pasar a mi altura, me observó de refilón. Recuerdo su nombre, el nombre de sus hermanas, la conciencia de un tiempo y el olvido de los gestos y preguntas. Todo se desvanece en un instante. Ya carece de la materia necesaria para ser mínimamente importante. ¿Importante? Qué palabra. Todo se desvanece y me dejo mecer por la agradable calma del mes de noviembre. No pensé, no dije nada y aquí queda una señal de ese no-encuentro. La vida nos aleja y convierte en extraños a los antiguos compañeros de farras, supongo que es el signo al que estamos subordinados. Un día seremos olvido. ¿Quién pronunció esta frase? No lo recuerdo, no quiero averiguarlo, pues en el mes de noviembre encuentro un antídoto para la fatiga.
+ Reflexiono sobre los objetos, su envejecimiento y la adquisición de valor que conlleva el paso del tiempo. No se puede separar ninguna de estas razones de la arbitrariedad. Nada es por sí, lo que le da ese valor es lo que nosotros ponemos en ellos: los objetos. Cuadros, instrumentos musicales y antigüedades varias. La necesidad de construir una identidad tiene que ver con el coleccionismo. Romper con ello no es conveniente, al menos en público: no suele ser entendido. Pero tenerlo presente es un plus. El sentido de la realidad viene dada por nuestra posición, es un algo interno y la manifestación de esta realidad nos conduce a lo que somos. Nada tiene sentido, salvo el que nosotros le otorgamos. El sentido es interno, que no externo.
+ Los objetos y su precio, lo arbitrario.
+ Imagen: acumulación.