sábado, 20 de septiembre de 2025

Lo que voy encontrando

 


+ [Desconocimiento]: El primer sábado de mis vacaciones fuimos, como tantas otras veces, C. y yo, a Caminha. Tomamos café con leche y torradas en la explanada. No hacía mucho calor y el viento resultaba agradable. Hablamos de algunas cosas e hicimos previsiones. Terminamos y nos dirigimos hacia la calle donde está la Tabacaria Gomes. Allí cogí el periódico Público y la revista Sábado, poco más de seis euros. Continuamos con el paseo y regresamos a nuestro coche, nuestro querido y humilde coche. Paramos en un supermercado para comprar aceite y vino, Porto. Continuamos nuestro camino hacia España. Cruzamos el río. Portugal quedaba atrás, pero no desaparecía. Días después, cuando comencé la lenta lectura de aquella prensa adquirida el domingo, me encontré con la tercera parte de una serie que ofrece la revista, Sábado. En principio no había llamado mi atención y empecé el artículo, el último de la serie, sin mucha intención, con cierta desgana. Fue comenzar y no poder detenerme. Se narraban los últimos días de Ricarte Dácio de Sousa. Ricarte Dácio era alfarrabista, es decir: un librero de librería de lance. Una suerte de escritor sin obra [algunos así nos hemos encontrado a lo largo de los años y creo que, siempre, esconden misterios difíciles de descifrar]. No se llega a saber, pero se baraja su alcoholismo, la ruina o una cierta náusea por un fracaso mineralizado, le llevan a terminar con su vida, pero también con la de su mujer, su hijo de quince años y su gata. Escribe unas cartas antes de asesinar a los suyos para terminar suicidándose. He leído algunos perfiles del hombre: culto, amable, comunista, con una cierta fortuna que dilapidó, elegante tal vez, mecenas de surrealistas, próximo a la miseria, desengañado, triste. En otro lugar aparece que era ludópata y que su mujer padecía una enfermedad incurable. La acumulación de datos no hace que se olviden los crímenes y la repugnancia que producen. Resulta tan siniestro que el día se oscurece y no puedo dejar de ser una cierta inquietud que proviene de la duda sobre la maldad, sobre su extensión y presencia. La maldad está ahí, pero no siempre es fácil descubrirla o cuando se descubre ya es demasiado tarde. Me recupero y pienso en algún viaje a Lisboa: el límite de la ciudad, en el centro, en bares y figones, las conversaciones fluidas de la adolescencia y una extraña belleza entre la decadencia y la luminosidad. Fue hace muchos años y, en aquel año de 1989 o 1990, Ricarte Dácio caminaba por las calles, su hijo también.


+ Hace tiempo que no leo poesía. Me di cuenta ayer noche, antes de dormir. Luego soñé con galerías de arte donde no me aceptaban. Ahora recuerdo todo. La noche destila inquietud, pero yo veo más allá. Tengo dos estanterías con poesía, solo con poesía, pero tengo, dispersos, muchos más libros de poesías. Me propongo un juego: tomo un libro sin saber cuál será. Es Claves líricas de Ramón María del Valle-Inclán. Abriré al azar una página: “Clave XIX / Rosa de Oriente”, leo soneto. Reconozco algunos aciertos, pero me quedo como estoy [soy yo, no es el poema, no es el artefacto el que falla]. Con intención: Arquitecturas de la memoria de Joan Margarit. “Balada de Montjuï”, me quedo con el primer verso: “He arríbat a l’alba per no trobar ningú / només un canó fred que, si l’acricio, és talment un gos llop indiferent.” Se une este párrafo con el anterior en el punto que aparece la indiferencia ante ese amanecer, ante la hora de llegar a la cama, y uno se desviste y se pone el pijama, llega el momento del arqueo, la contabilidad del día y las calas, simas y cumbres por las que se ha transitado, aunque en su mayor parte no han sido otra cosa que infinitas planicies de tranquila monotonía, ay, la rutina, la bendita rutina.


+ Algo de vídeo-arte en este lunes de vacaciones, a las cinco y cuarto de la tarde. Me interesó y el medio de difusión, la plataforma de vídeos en línea, me pareció muy adecuada. El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan hace tiempo y durante un tiempo se convirtió en un tópico, al menos, en ciertos ambientes que frecuenté, hoy me parece olvidado y producto de época, una época, ya histórica. El vídeo arte, tal como lo vi yo ayer, es asequible y efectivo. Gritos, grandes superficies rojas, un texto más poético que descriptivo, unas manos, el rostro cubierto de un lienzo, también, rojo, la duración adecuada: dos minutos y medio. Todo ello se separaba de la rutina de la tarde, del devenir diario. Me dio razones para pensar sobre cómo nos expresamos y la necesidad de expresarse. Todo tan humano. Mientras, la política seguirá su curso, me dije y, sin se ajeno a todo ello, encontré una isla que me permitió recuperar momentos olvidados, sepultados entre el trasiego del día a día. Los trabajos y los días, esa sucesión de verdades: la obligación del trabajo y su circunscripción: el tiempo. El vídeo que vi estaba relacionada con ello, no en su tema, sino en su voluntad de ser. Está bien así.


+ Imagen: la silla como construcción, encuentro en la silla una construcción que tiende a la perfección. [En algún museo, una silla vacía, el escaño del vigilante que no está, una presencia y una ausencia, así, el museo mismo].