sábado, 6 de septiembre de 2025

Castillos de arena, surcos en el mar

 



+ De aquello ya pasó mucho tiempo. El recuerdo modela el pasado, el recuerdo transforma y establece unos límites imprecisos que tienden a la dispersión, pero no deja de ser una construcción. Castillos de arena. Surcos en el mar. Veo fotos de roqueros que han muerto, veo sus tumbas en una grabación que me ofrece el buscador, todo aquello: lo que desapareció. La juventud resplandece y la muerte se ocultaba, todos éramos inmortales. Ellos también. Hoy ya no. Hoy es domingo y llueve a chaparrones, suena, una vez más, Bach, fuimos C. y yo a comprar el periódico, en el coche hablamos sobre los problemas familiares de los otros, sentí cierta tristeza que se relaciona con situaciones que no podemos modificar, pocas cosas podemos modificar, creo, me digo, el coche avanza sobre el asfalto mojado, la luz es especial: luz, ya, luz lavada de otoño, el perfil de los edificios, un recuerdo de París [que es caro, pero no está sucio y no sé si es peligroso: a mí no me lo pareció, pero, lo sé, eso no quiere decir nada, absolutamente nada], ojeo el periódico local y ya sé qué va a decir, tan previsible, el domingo marca una frontera, todo pasa y los ríos desembocan en el mar, escribo y me detengo, es domingo. Todo aquello pasó hace mucho tiempo y el recuerdo no es más que una astilla de verdad, un leve chispazo, construimos nuestro relato y nos sirve para emprender el trabajo diario y su correspondiente descanso. Mejor, el olvido.


+ Viejos grupos de música de garaje cuando la música tenía otro sentido, que se relacionaba con las aspiraciones y las poses destinadas a gustar. Hoy, ese sonido, solo es melancolía, quizá la enfermedad de nuestro tiempo. La enfermedad de la música a Pop. Nuestro tiempo, el tiempo en todos los vivos nos desenvolvemos. Sin distinción. Una vez, en una gasolinera, creo que en la provincia de Granada, los vi salir de sus autocaravanas, dos autocaravanas: fumaban desafiantes y esa pose era una constante en aquel su extraño discurrir: las botas de vaquero, los pantalones ceñidos, las camisas de cuadros, la melena al viento y el eterno cigarrillo rubio. Fue hace tanto tiempo que casi no sé si fue o no fue. La vida se va construyendo mediante fragmentos de discutible realidad. La realidad es una construcción, como decía el título de Peter L. Berger y Thomas Luckmann: La construcción social de la realidad. Yo con esos fragmentos escribo un diario de un tiempo entrevisto, desdibujado, una aproximación a una historia, que tiene más que ver con la novela que con la crónica. La novela de la vida.


+ Puestos a recordar, en falso, retomo una imagen de los años ochenta en Madrid. En una glorieta para un Mercedes negro y bajan cuatro jovenes, vestido, también, de negro, y comienzan a disparar sus cámaras fotográficas [muy grandes], suben al coche y desaparecen. Poco más. No sé qué pensar. La memoria es engañosa y tiende a elaborar relatos y escenas en función de fascinaciones. Yo debería tener dieciséis años y no entendí nada. Hoy sé que no había nada que entender, pero en el momento era muy distinto. Me pareció que asistía a una especie de epifanía, no en lo personal, sino en el punto en que gira la historia. Un cambio, una señal que indicaba: aquí comienza todo, para tu biografía y para el mundo. No era así. Simplemente era unos niños un poco mayores que yo que jugaban a ser artistas, funámbulos, aburridos paseantes de en la ciudad. Sus cámaras eran el espejo que ya no reflejaba nada, solo una ilusión. Queda ahí.


+ No sé si acierto o me equivoco, pero, con el tiempo, he llegado a pensar que toda un sinnúmero de roqueros pertenecía a las clases medias altas de la capital. He tenido muy presente esta idea de un tiempo a esta parte, según indago en sus biografías, las que la red permite y que antes eran herméticas. La idea de unos niños malcriados que rompen los juguetes en el cuarto de los juguetes ante la mirada indiferente de su madre [hermosa, muy delgada, con el sempiterno cigarrillo y los dedos de pianista sin piano], tras ella: la nanny, que no da crédito a tal dispendio. No sé, tal vez me equivoque, pero creo que no.


+ “Al que traía un reloj con las cenizas de su dama por arena”, epígrafe de un soneto de López de Zárate.


+ Hay aciertos esperados. Me basta sentir hablar de moral, de libertad o libertinaje, decadencia o respeto, para saber que me tengo que poner en prevención. Mensajes que me llegan desde el otro lado de la pantalla y no son otra cosa que admoniciones que recriminan mi forma de entender la vida. Los venenos comparten con los fármacos algunas características y aminorar unos perjuicios y ensalzar algunos beneficios es tarea del usuario. No uso venenos a pesar de haberlos usado grandemente, pero me gusta que existan, que exista la posibilidad de decidir. Rechazo las imposiciones morales. Rechazo los disfraces que se usan para imponer la moral.


+ Imagen: la usura del tiempo.