sábado, 4 de octubre de 2025

Sin indicaciones (29)

 


+ Las pruebas médicas son balizas en el camino. Separan la rutina de una posible excepcionalidad, pero hemos aprendido a construir cajas herméticas. Ay, las cajas herméticas, qué bien funcionan. El instante eterno, me digo y continuo con la escritura, a la espera de que llegue la noche y pueda leer alguna cosa suelta, algún fragmento que me aleje de la investigación y sus incertidumbres. Cuando llegue a la prueba, esa es mi intención, estudiaré con milimétrico ánimo el escenario, las posibilidades pictóricas, pero no me apartaré del verdadero propósito de la cita: descubrir si algo se esconde, o no, en la oscuridad del cuerpo. La oscuridad del cuerpo, ese sintagma.


+ Próximos viajes a Madrid. Iré, por motivos distintos, dos veces a Madrid antes de que termine el año. No tiene mucha importancia. Antes era distinto. Nos acostumbramos. Hoy intenté hacer un recuento de las veces que he estado en Madrid y me ha resultado imposible. No tiene mucha importancia. Algo que se desliza, un error en la memoria, paisajes, anécdotas, conversaciones. El aeropuerto, la estación del tren o la estación de autobuses, el metro. Rostros indefinidos. No tiene mucha importancia. Retomo el hilo. Antes de que acabe el año iré dos veces a Madrid [de hecho, cuando esto se publique, la primera estancia se habrá terminado]. Largos paseos por calles y parques, las avenidas y los monumentos. Todo se aleja y algo queda en el aire. No comprendo. Me dejo ir y no pienso mucho, eso he ganado con los años. Una reverberación en la última hora de la tarde. Ya está preparados los billetes de tren. Leeré y espero trabajar en la investigación, que no es una investigación sobre le mal, sino sobre la lectura de un poeta. Empresa imposible. Calles. Agenda. Bibliotecas. Mapas. Ocupaciones. Todo me hace olvidar esa condición mortal que me embarga. Soy yo y mi tiempo, limitado y precioso. 


+ Hoy de refilón le vi y él me vio. Me reconoció y yo a él lo reconocí. Bien. No nos saludamos. La última vez que hablé con él fue en un garito de ultimísimas horas, en avance de una ebriedad desaconsejable. No hay que pensar mucho. Veinte, treinta años, tal vez. Me confesó, en aquel momento, su ambición más firme: dinero. Se casó bien. Lo último es una suerte de expresión un tanto desagradable, pero en su léxico encaja perfectamente, supongo hoy, supuse ayer. Ha hecho dinero y eso se refleja en su atuendo, de un gusto pasado de moda y un tanto preppy, en sus coches, en su moto, en la localización de su vivienda, junto al parque principal de la pequeña ciudad [La negra provincia de Flaubert, es el título de un libro de Miguel Sánchez-Ostiz que me viene al pelo], hermosas vistas, suelo de mármol y cuadros con firmas destacadas de la remota región de los ríos y la lluvia, cuadros que están perfectamente ubicados: siempre dentro de un realismo sin escorarse [en la conjetura flota una afinada certeza]. No nos saludamos, yo no tenía ganas, él no lo sé, pero supongo que tampoco. El tiempo cubre de una capa de polvo y oscuridad hechos del pasado. A veces emergen. Hoy, ya no. Mejor así, para todos.


+ Lo reconozco: no evité su mirada y, luego, torcí la cara. No es mala educación, es la moneda falsa y la moneda buena en carne mortal. La moneda falsa desplaza a la buena.


+ Imagen: Un cierto desorden; así, estos días: acumulaciones caóticas que se resuelven en un sistema de mínimos y máximos que termina por darle sentido a las tareas. Así sea.