sábado, 31 de mayo de 2014

Recorridos.


+ Bukowski, una vida en imágenes. Compré este libro de fotos hace tiempo, mucho tiempo. Esas eternidades incrustadas en la biografía, nuestra lápida azul. Lo recuerdo, fue en un centro comercial, mientras fuera llovía torrencialmente, mientras esperaba, mientras me decidía si ir en una dirección o en otra. Allí estaba, en una pila de libros en oferta, junto a otros, bajo una indeseable luz de neones y fluorescentes. ¿Dos euros, un euro? Ni siquiera sé si el euro estaba en circulación en aquel momento. Total, lo recupero, lo re-des-cubro, lo re-inserto y se manifiesta como vocación y desarrollo. La voluntad de estilo es común a los hombres, en general, pero hay sentencias que atestiguan una capacidad de imponerse sobre lo dado. B. traza su vida con dificultad, mediante ornamentos indexado, tal vez, mediante esbozos de una biografía que ha de ser simétrica con la vida, con lo contado, con una idea de realidad. Las fotos muestran un vago rastro de verdades y ocultamientos. ¿Es equiparable la colección de fotos que muestra con la certeza de su vida? Esa duda siempre me asalta: veo fotos extendidas en un puesto de un rastro, en un álbum que duerme en el expositor de una testamentaría, en la vitrina de un fotógrafo, y la cuestión se agita en mi interior. ¿Qué queda de la persona, de su rostro, qué pensaba en el momento del disparo, tal vez: nada? Reviso el libro y me paro en los detalles, en la decoración de los apartamentos que el escritor transita, en sus cigarrillos, las botellas que empuña con gallardía, los peinados de las mujeres que aparecen con él en estas fotos, la arquitectura. Decorados e interiores. En el comienzo del libro, bajo la foto del padre, una nota explica que éste deseaba ser ingeniero y se quedó en lechero, esto le provocó un larvado resentimiento, que fue alimentando con alcohol y violencia. Los trabajos, el ocio, la confianza en la escritura como una vía válida para hacerse, para construir la realidad se oponen a la figura del padre, tal vez. Las fotos de los bares que B. frecuentaba en el entorno de Hollywood. Impersonales arquitecturas, impersonales geografías. El alcohol es un demonio hechizado de comprensión y violencia, suave y duradero, afilado y extenso, traicionero y sexual, atractivo, certero, displicente. Eso yo lo veo en la fotos, pero no porque esté en ellas, sino porque está en mi interior, en un durmiente ritual.

+ Londres tiende al infinito. Lo percibo en la lejanía, sin miedo a equivocarme. No me reclama una ficción, ni un verso, tampoco un apunte. Los teatros son su savia fresca y peligrosa. Pienso en el rumor del metro, en las calles y sus luces, escaparates y agonías cercanas. Es la hora punta. Veo la calles, mercados, el café que bebemos con rito y sin venenos. ¿Lo recuerdas? ¿Aquellas tazas grandes o grandísimas y el pan recién horneado, las galletas de jengibre, el trazo caligráfico de la trama urbana, que nos resulta indiferente, como debe ser? Brixton. Sólo es un dato, poco más. Lo presiento en esta habitación, en la exactitud de sus superficies. Las fotos son más generosas que las palabras, pero menos certeras. ¿Es necesario hacer comparaciones?, me preguntas y yo no respondo. Hoy estoy cansando y un poco enfermo: enfriamientos que se traducen una fiebre leve, quizá agradable. La medicina me da sueño. Leer es un bálsamo, pero hace que me deslice por la ladera del durmiente. Londres ha estado siempre ahí, lo sabes, sé que lo sabes y lo admites con gracia. Escenario de nuestro amor. ¿Cuántas veces hemos estado allí antes de llegar? ¿Es comparable la presencia de lo real, de lo tangible  a la experiencia de la lectura? La lectura, sin duda, es superior. Quizá no estés de acuerdo, pero yo estoy dispuesto a no tener razón y a mantener, sumultáneamente, esta postura. ¿Recuerdas cómo re-corrimos Londres a las tres de la mañana en un autobús de línea, camino del aeropuerto? Luces, perfiles, edificios, el río, la imantación de las noches eternas, el rumor ronco de los etílicos enamoramientos. Era ciencia ficción enclaustrada en el envés. La ciudad a la que ningún turista llega. Cápsulas de futuro y emoción.

+ London Girl [ilustración]. Por seguir con lo anterior. Ella subía hacia Liverpool Street y nosotros descendíamos después de haber pasado la mañana en Brick Lane. La vimos, como un relámpago, un relámpago que contenía aquella ciudad. En fin, ya se sabe cómo es esto: esa lírica. ¿Recuerdas que te dije: Espronceda escribió un poema titulado La entrada del invierno en Londres, que transmite una extraña sensación de frío, muy sinestésica, que ahora la percibo? Pues este es el momento, su momento, pues el título me gusta, el poema está pendiente de volver a ser leído, así descansa en el tomo carmín que está con los otros libros, en la mesilla de noche.


+ Todo ha cambiado, todo está cambiando. Nada volverá a ser lo mismo, como siempre ha sucedido, por otro lado.

+ ¿Quién era aquel hombre que había reunido una monstruosa colección de llaves, que se distribuían por las paredes de su casa de dos plantas: pasillos, salones, estancias? ¿Lo recuerdas? No, pero sí a su mujer, recuerdo cuando me contaron que en su agonía lloraba porque la muerte no llegaba, que se la veía aproximarse, pero se iba, como la marea rota y turbia, un ángel negro y peregrino. Lo podía ver. Ay, las llaves sin cerradura.