sábado, 17 de mayo de 2014
Apariciones, espectros, fantasmas.
+ En ocasiones cruza las plazas de soslayo, introspectivo, con tres o cuatro libros en la mano. Intenta venderlos sin éxito, es imposible como la luz en la noche, como la noche en el día. Alguien le da una limosna, unas cantarinas monedas que agradece sin convencimiento. Sabe que no son limosnas lo que necesita, pero no importa. Según los días pasan, según las semanas caen, se le ve mucho más delgado, transparente quizá . Se transforma en perfil y línea de trazo inseguro. Una enfermedad, tal vez, desasistido, invernal, volcánico en su interior, hielo en el exterior. Hay algo aristocrático en su rostro, pero se desvanece. ¿Dónde vive? ¿Cuáles son sus afanes, tiene sentido está palabra en su vocabulario? Camina como un pájaro que saltase sobre las piedras en la orilla del río, con determinación y sin pensamiento. Su voz está quebrada. Los libros se ordenan entre sus manos: un tomo de Sábato, libros infantiles ilustrados, tal vez La Isla del Tesoro o Los hijos de capitán Grant, Ivanhoe, Guillermo Tell, una antología poética de la generación del 14, del 50 o del 27. No sé. Recuerdo esos libros, recuerdo otros libros, también la infancia imprecisa y sus aristas. ¿Son los mismos libros? ¿Son los libros de su infancia, los libros de nuestra infancia? Los libros no son un buen valor, indudablemente, y él lo sabe. Su precio es, finalmente, el precio de su peso, el precio del papel en el trapero. Por kilos, por toneladas. El valor es otro, pero no se traduce en monedas. Todo lector ha construido un muro multicolor a lo largo de los años, pienso y pienso en mí. ¿Qué relación hay entre el aliento sentimental que implica el muro y el caminar de este hombre? El hombre es el tercer fantasma del día, la tercera aparición.
+ Los desenterrados se sientan en las terrazas, consumen refrescos, cerveza y vino honrado. Los violines eléctricos los emocionan grandemente. Ssu hijos son bicicletas, respiración y olvido. Es la normalidad en una tarde de viernes, en la provincia.
+ Como recorrer olvidadas oficinas en plena oscuridad, arropados por la noche, como ladrones. Vestigios de otro tiempo, signos históricos, intrahistóricos. Los perfiles de los objetos son amenazantes, dientes de sierra. El fantasma del que un día allí desarrolló su trabajo, el trabajo que dio de comer a sus hijos, el trabajo que le causó preocupaciones y le trajo alguna alegría. En esta hora, el fantasma se eleva sobre los archivadores, las cajas de proyectos, los expedientes y todas las mesas, durmientes y estáticas. Adminículos. Avanzamos. Los ruidos son sutiles y penetrantes. No somos ladrones, tampoco asesinos. Desde fuera llegan las luces de los coches, que acuchillan esta extraña orografía de planos y puntiagudos bolígrafos, en sus tarros. Porcelanas y gomas de borrar, cinta correctora y cartulinas, la palpitante máquina del café. Todo es humo, vapor humano. Por fin, alcanzamos el objetivo. No son horas, pero era necesario. Allí escondido estaba aquel paquete, papel de estraza y cuerda de cañamo. Era voluminoso y no tenía otro lugar donde ocultarlo. Por la puerta trasera salimos como delincuentes. Pero los fantasmas, que un día fueron oficinistas, conocen nuestra condición, que nuestra inocencia es mármol o acero pulido. Ellos darán testimonio de nuestra inocencia.
+ Un apunte rápido, necesariamente, para ser desarrollado en otro momento:
Londres, Sinagoga de Brick Lane,Princelet St.: Rodindsky's Room, Rachel Lichtenstein & Iain Sinclair. Fantasmas, la persecución de fantasmas, pistas, un despertar, una historia, su reconstrucción. Tanteos. Ensayos, errores, rectificaciones.
+ Los viajes transforman al viajero. Es consustancial al movimiento. El viaje, hoy, carece de referente. Las vaguedades se instalan en el vocabulario esencial de lo diario y allí establecen su dominio. Es muy complicado determinar qué es viaje y qué no es viaje. Nadie quiere ser turista, nadie. Parece apropiado establecer un censo de fantasmas que aceleren el sentido del propio viaje. Los habitantes de las ciudades son extraños actores en un decorado extraño, solamente a los ojos de viajero. Todos somos normales, en tanto en cuanto no se nos conoce. En el tránsito de lo desconocido a lo desconocido, del anonimato a la intimidad, surge la extrañeza, el desapego, la unión con el otro en sus rarezas. En esas transmormaciones nuestro espectro se va elevando desde la irrealidad.
+ Hay un momento en que los detalles toman cuerpo y se pierde lo automático que hay en la percepción: la visión se hace acuosa, se afina más tarde y, finalmente, el mundo resplandece en la lírica de los detalles. Renovado. Estos momentos se deben conservar. Automóviles, geometría, portales, confusiones, estrategias, dudas, palabras, chapas, cordones, ruedas, termómetros, agradecimientos. La realidad y el infinito son una unidad. Se descubre el sustantivo, el núcleo, sus conexiones. En un instante, en un estallido, primario y fundamental. ¿Es otra iluminación? Será difícil ser estricto, literal, históricamente romántico.
+ En Figueira da Foz vi un Mercedes negro como el charol, con asientos rojos como la sangre cuajada. El viento era turbio y una muchacha caminaba con desgana. Comenzó a llover débilmente, pero hacía calor. Quizá, otra onírica o fantasmagórica iluminación aleteaba el aire: mariposa de plomo. Música popular, restaurantes japoneses, chinos, ornamentos dorados, calles estrechas, camiones pintados en verde y en naranja, azulejos, adoquines, la arena, la bandera nacional repetida mil veces y una más, una ciudad vieja y una ciudad nueva, acero, cables, postes, cristal, hormigón. Alguien se casa, es por amor. Ventanas como espejos, los labios azules del mar, oscuros barcos en la línea del horizonte y láminas de espuma. Espuma, nada más.
